Olivia Wilde

Bruce Taner, se levantó temprano aquel día. Era su segundo día que iría a trabajar en la agencia de detectives junto a su amigo Fede, y no quería llegar tarde, así que después de darse una rápida ducha y afeitarse, pasó a hacerse algo para desayunar antes de vestirse, mientras su esposa seguía durmiendo en la cama a la pierna suelta, procurando no despertarla.

No quería perder tiempo, así que se hizo rápidamente unos huevos revueltos con beicon y pasó para el dormitorio a coger su ropa procurando no hacer ruido, mientras miraba a Klaudia, que dormía como un angelito. Tenía la sábana en los pies, dejando ver su maravilloso cuerpo, vestida solo con un bonito sujetador y un tanga, agarrada con sus manos a la almohada mientras dormía.

«¡Cómo está de buena la puñetera!», pensó Bruce moviéndose despacito para no hacer ruido, y llevándose su ropa al salón para vestirse sin despertarla, cuando se acordó de que se le había olvidado los zapatos volviéndose a por ellos al dormitorio y encontrándose allí a su esposa, que al moverse, se había quedado con todo el trasero boca arriba, cubierta solo por la delgada tirita del tanga.

«¡Madre mía de mi alma! ¡¿Pero cómo se puede estar tan buena?!», dijo Bruce para sí, con su artillería totalmente desplegada para la guerra, y que casi le dificultaba poder andar con comodidad apretándose en los pantalones, cogiendo Bruce muy despacito los zapatos para que no se despertara, sin dejar de mirar a Klaudia, que la veía tan irresistible tendida en la cama en una posición tan sexy.

—Ah, que calor —murmuró Klaudia «entre sueños», moviéndose un poco de forma sensual.

—¡Calor es lo que me está entrando a mí! —dijo Bruce en voz alta quitándose rápidamente los pantalones arrojándolos fuertemente contra la pared y metiéndose en la cama con chaqueta y todo, mientras Klaudia, que se hacía la dormida, abrió los ojos echándose a reír al tiempo que él la llenaba de besos.

—Bruce, vas a llegar tarde a la oficina —expresó ella divertida.

—¡A la porra la oficina! —contestó él sin dejar de besarla y prodigarle caricias—. No me hubieras provocado.

—Yo no he provocado a nadie —dijo ella con una sonrisa—. Solo tenía calor y me he quitado algo de ropa.

—Sí, cariño, tienes razón. —, insistió él besándola de nuevo—. Es que los tangas dan mucho bochorno. —dijo él aproximando su sexo al de ella sin dejar de acariciarla y besarle todo el cuerpo.

Después de un rato de estar juntos en la cama, tras hacer el amor, sonó el timbre del teléfono que Bruce descolgó de inmediato.

—¿Todavía estás ahí? —preguntó Fede al otro lado de la línea—. Te he estado esperando en el bar de debajo de la oficina en buen rato.

—Sí, es que se me ha presentado un imprevisto, ya voy para la oficina —dijo Bruce intentando disculparse por haber dejado plantado a su amigo.

—Recuerda que tenemos que ir a recoger a Olivia.

—Dirás a raptar a Olivia —dijo Bruce con ironía.

—Para mí Olivia son seis mil dólares, y quiero ir a recogerlos cuanto antes —dijo Fede a su amigo colgando el teléfono.

—¿Has visto en el lío que me has metido? —bromeó Bruce levantándose de la cama.

—Yo no, te has metido tú solito —dijo Klaudia divertida—. Hoy voy a ir contigo a la oficina, seguramente traerán algunas cosilla para decoración y quiero estar ahí con Cristina para colocarlas. Después he quedado para que me recoja John de allí a las doce, para ir a firmar un precontrato.

—Como quieras —le dijo Bruce a su esposa mientras se apresuraba a asearse un poco de nuevo antes de marcharse.

Bruce y Klaudia llegaron a la oficina donde se encontraban Cristina y Fede.

—¡Caray! —expresó Bruce asombrado al entrar—. ¿Se puede saber para qué son todas estas cajas? —Señaló un montón de bultos apilados en el salón de la agencia.

—Todo esto es lo que nuestras mujercitas han comprado para poner bonita la oficina —explicó Fede.

—Pero si dijeron que solo comprarían un par de cuadros. Esto es de chiste —dijo Bruce riendo.

—¿Sí? Pues verás cuando veas la factura, la gana de reír que te entra —dijo Fede mientras las chicas hablaban muy animadas, señalando donde pensaban poner cada cosa.

—Esto se va a quedar monísimo —dijo Klaudia entusiasmada—. Bruce, en esta habitación te hemos puesto la mesa de tu despacho.

—Esto se va a quedar de categoría —aplaudió Cristina—. ¡Hasta con cortinas!

—Sí, pero ¿todas estas cosas que están en las cajas son necesarias? —preguntó Bruce divertido.

—No pretenderías que lo dejáramos como estaba, con cuadros de una bacanal romana —contestó Cristina—. Venga, empezad a trabajar que nosotras nos ocupamos del resto.

—Bruce, me acaba de llamar mi compadre Vargas para comunicarme algunas averiguaciones sobre lo que le pregunté ayer —le dijo Fede a Bruce mientras entraban en su despacho—. Mira esto. —Le entregó un e-mail impreso—. El seudónimo Sol brillante corresponde efectivamente a Lawrence Clay, un varón blanco de veintidós años sin antecedentes penales.

—Ese es precisamente el supuesto novio de Olivia Wilde al que se refería Lee Perrine —dijo Bruce—. ¿La dirección del tipo es la que consta en el papel?

—No exactamente. Esa es la dirección de sus padres, con los que convivió hasta la fecha en que desapareció Olivia, en la que por lo visto Lawrence Clay, pasó a estar en paradero desconocido.

—Fenomenal —dijo Bruce con sarcasmo—. Si no sabemos su dirección, estamos tan perdidos como al principio.

—No tanto —apuntilló Fede—. Hace un mes y medio fue multado por la policía en una carretera comarcal del estado de Pensilvania, la cual pasa a escasos metros de una finca que posee una comuna pseudohippy denominada Madre Naturaleza, de unos cincuenta individuos.

—Apostaría algo a que Olivia Wilde se encuentra allí —dijo Bruce muy serio.

—Y yo también —convino Fede—. Por eso tenemos que coger el coche y salir para allí cuanto antes.

—Sí, pero primero trataremos de hacerla volver con razones, diciéndole que sus padres están muy preocupados. No quiero que cuando la traigamos parezca un secuestro.

—Como quieras, socio —dijo Fede levantándose los dos de las sillas del despecho para salir de allí.

—Chicas, no nos esperéis para almorzar, volveremos tarde —les dijo Bruce a Klaudia y Cristina, que estaban las dos como locas, entusiasmadas colocando cosas.

Al cabo de algunas horas de viaje en coche, Bruce y Fede llegaron a las puertas de la comuna Madre Naturaleza” donde se suponía que estaría Lawrence Clay, para preguntar por él tocando el timbre de la puerta.

—¿Qué piensas decir para que nos dejen pasar? —le preguntó Bruce a su amigo mientras esperaban.

—Es fácil. Al que salga, le damos un par de mamporros y para adelante. —dijo Fede al tiempo que abrían la puerta. Era una mujer de unos cuarenta años, de aspecto agradable, que vestía unas ropas sencillas de tejidos naturales con colores muy vivos, tejida a mano, y unas sencillas sandalias de cuero.

—Paz y amor —dijo la mujer saludándolos al abrir la puerta.

—Queremos ver a Lawrence Clay —dijo Fede sin mucho protocolo—. Creemos que está en esta comuna.

—¿Y quién lo busca? Este es un espacio de paz y libertad, no dejamos pasar a cualquiera —dijo la mujer amablemente, con una sonrisa, mientras Bruce veía las intenciones de Fede de sacarle la información a golpes a la pobre mujer.

—Dígale que somos unos parientes que hemos venido para hacerle una visita —dijo Bruce de forma cordial.

—Enseguida, pasen y esperen aquí dentro, que voy a buscarlo. —La mujer se fue mientras Bruce y Fede la esperaban en el interior del edificio, cuando pasaron cerca de ellos, dos chicas jóvenes completamente desnudas hablando entre ellas como si tal cosa.

—Caray, Bruce, me gustaría estar aquí una temporadita —dijo Fede.

, en el momento que venía hacia ellos la primera mujer, acompañada de un chico joven, que se paró de inmediato al verlos y comprobar que no eran familia suya, por lo que echó a correr en dirección contraria, seguido de cerca por Bruce y Fede, que comenzaron a correr detrás suya alcanzándolo unos metros más allá.

—Dime dónde está Olivia Wilde o te reviento la boca —amenazó Fede con el chico debajo de él en el suelo.

—No te voy a decir una mierda —dijo el joven provocando que le diedra Fede el primer golpe en la cara mientras acudían algunos miembros de la comuna.

—Tranquilos, es una discusión familiar —expuso Bruce al tiempo que alguien escondido cogía un teléfono para llamar a la policía.

De repente apareció una chica de unos dieciocho años, con cara aniñada, pelo largo castaño claro, que vestía una faldita corta de colores vivos, y que en un instante se quedó sorprendida, abriendo sus grandes ojos al ver a su amigo en el suelo, debajo de aquel tipo.

—¡Olivia huye! —gritó Lawrence muy fuerte a la chica que acudía al lugar, metiéndose presa del pánico en un amplio comedor, una habitación que no tenía salida, donde Bruce y Fede lograron acorralarla.

—Olivia, tranquila —dijo Fede—. Nos envían tus padres, solo quieren que vuelvas a casa una temporada.

—¡Yo no tengo padres! ¡Marcharos de aquí! ¡Dejadme en paz! —gritaba Olivia algo histérica.

—Tranquilízate, nosotros no te vamos a hacer daño, no corres peligro —le aseguró Bruce mientras algunos miembros de la comuna los rodeaban increpándoles para que dejaran a la chica. Fede, con aire solemne, se puso frente a ellos, sacando unas credenciales de policía, que enseñó rápidamente.

—Policía, brigada de lo social, vamos a llevarnos a Olivia Wilde con su familia por resolución judicial. Manténganse al margen de la operación.

Olivia seguía chillando como una loca, intentando escapar por una estrecha ventana sin conseguirlo al tenerla retenida Bruce por una pierna. Le dio una patada con la otra.

—¡Maldita niña! —dijo Bruce dando un tirón de ella para abajo y sujetándole los brazos mientras Fede se apresuraba a inmovilizarle las piernas, cuando Olivia, que no dejaba de protestar y moverse, le dio un bocado a Bruce en la mano, que este retiró velozmente.

—¡Te voy a poner un bozal! —gritó Bruce alterado. doliéndose del mordisco, provocando las risas de Fede, que veía como no era capaz de dominar a una niña—. ¿De qué te ríes? —le preguntó Bruce cabreado.

—Ten cuidado con la leona, no sea que te devore —bromeó Fede mientras reía, al tiempo que le chica lograba escurrir una pierna de sus manos y la impactaba de lleno en sus testículos.

—¡Joder! —exclamó Fede dolorido mientras se reía esta vez Bruce—. ¡Se acabó! —exclamó Fede encolerizado, que de buena gana le hubiera dado un azote a esa niña. Si no fuera porque era la hija de quien le pagaba… Cogió rápidamente un mantel que había en una mesa, se lo echó a la chica por la cabeza y la ató con su cinturón, amarrándole las manos al cuerpo para que no se moviera, echándosela por el hombro para salir con ella.

—¿Cree usted que es necesario, para detener a una persona, llevársela a comisaría atada de esa manera? —le recriminó uno de los hombres de la comuna.

—¿Y usted tiene huevos de llevársela de otra forma? —contestó Fede con la chica al hombro saliendo de allí mientras ella no dejaba de protestar.

—Apártense de aquí, abran paso. La chica pronto estará con sus padres —dijo Bruce.

—Aunque esta noche la pasará en la comisaría de Upper East Side —dijo Fede en voz alta de camino al coche.

Fede se puso al volante y desatándole de la cabeza Bruce el mantel, le esposó las manos mientras trataba por todos los medios de tranquilizarla.

—¡Yo no quiero ir a casa! ¡Esos no son mis padres! —decía Olivia rompiendo a llorar mientras Fede tomaba por la carretera rumbo a Annapolis.

—¿Se puede saber por qué vamos al sur si para ir a Nueva York tenemos que ir al Norte? —le preguntó Bruce al ver la dirección que tomaba el coche.

—Es para despistar a la policía. Los de la comuna les dirán la dirección que tomamos, y en el próximo cruce tomaremos otra carretera para Nueva York.

—¿No sois policías? ¡Me vais a matar! —dijo la chica llorando.

—No te vamos a matar, somos detectives privados —dijo Bruce intentando tranquilizarla—. Ah por cierto, Fede, ¿dónde conseguiste esa placa de poli? —le preguntó.

—Esas las venden en la tienda de juguetes a un dólar cada una —dijo Fede al tiempo que Olivia empezaba a llorar de nuevo.

—¡Unos policías más falsos que las barbas de Santa Claus, hasta la placa es de juguete! –dijo Olivia secándose las lágrimas.