Bruce, mientras tanto, seguía junto con Olivia conduciendo en el todo terreno que poco antes habían “tomado prestado”, mientras se realizaba un sinfín de preguntas. «¿Quiénes eran esos tipos? ¿Por qué les habían disparado? ¿Qué era lo mejor que podían hacer?», cuando al coche en el que viajaban se le encendió la luz de avería.
—Lo que faltaba ¡La maldita temperatura del motor!
—¿Y eso es grave? —preguntó ella.
—Pues que tenemos que parar —. Menos mal que en ese bar de la carretera podremos echarle un poco de agua al motor. —paró el coche junto al motel de carretera, y levantó el capó para ver el nivel del agua—. No tiene ni gota. –declaró Bruce mirando el nivel, -Debe tener un agujero por algún lado en del circuito de refrigeración del motor. Así es inútil echarle más agua, la perdería toda.
Bruce que preguntó en recepción si había algún mecánico cerca y le dijeron que hasta el día siguiente por la mañana no pasaría uno por allí.
—Podemos robar otro coche —propuso Olivia—. A ti eso se te da muy bien.
—Creo que pasaremos aquí la noche. Será mejor que quedarnos tirados en la carretera —opinó Bruce, que en el fondo quería tener algún tiempo para pensar antes de llegar a Nueva York. Todo esto le parecía demasiado extraño, y no quería dar pasos en falso.
El bar de carretera tenía algunas habitaciones en la planta de arriba y un letrero luminoso con letras azules que ponía Motel colgado en la puerta. Bruce y Olivia entraron y hablaron con el tipo que estaba tras la barra para pedir habitación, el cual se secó un poco las manos en el delantal blanco que tenía, antes de saludar a Bruce.
—Sí, tenemos habitación libre. Son cincuenta dólares por adelantado, -expuso mientras secaba de cerveza la barra con un trapo en lo alto el libro para inscribirlos—para colocar en lo alto el libro para inscribirlos. ¿A qué nombre la ponemos? –les preguntó sin que Olivia diera opción a Bruce a contestar, respondiendo ella rápidamente.
—Señor y señora Smith —contestó Olivia como una exhalación, con la mirada reprobatoria de Bruce.
—Mejor denos dos habitaciones. Le pagaré el doble —le dijo Bruce al dueño del motel.
—Cariño, me prometiste que en nuestra luna de miel estaríamos siempre juntos —dijo la chica echándose sobre el pecho de Bruce.
—Tengo una habitación con una sola cama, que es ideal para vosotros —dijo el tipo con complicidad—. Una noche de amor necesita de un buen colchón. —insinuó guiñándoles un ojo con una sonrisa.
—Pero es que no estamos casados —contestó Bruce exasperado por la actitud de la chica.
—¿Tan poco vale nuestro amor para ti? —susurró Olivia con voz melancólica.
—Entiendo, sois un rollete, ¿eh? –les dijo con sonrisa cómplice –No os preocupéis, que aquí tendréis total discreción.
—¿No tiene otra habitación que no sea la de cama de matrimonio? —preguntó Bruce.
—Sí, tenemos otra, pero tiene dos camas separadas.
—Sí, esa —dijo Bruce rápidamente -mientras ella se inclinaba sobre él ronroneándole y le echaba el brazo por la cintura.
—Cariñito. —Olivia puso morritos con voz melosa—. Me prometiste que estaríamos siempre muy juntitos.
—No sé lo que pretendes conseguir —gruñó Bruce—. Pero, sea lo que sea, te equivocas. —Cogió la llave con mal talante, y pagó en efectivo mientras el tipo del motel se quedaba pensando que era la primera pareja que pasaba por allí con un novio tan reticente.
La habitación era pequeña, con dos camas individuales y una mesilla en medio, con un pequeño aseo con ducha y una ventana al exterior en la que se reflejaban las luces del letrero del motel encendiéndose y apagándose continuamente.
—¡Ah, que maravilla! —gritó Olivia eufórica nada más verla—. Esto es un hotelito con encanto.
—Pues yo no sé donde está el encanto.
—Pues en que somos dos chicos jóvenes y guapos que se atraen y que van a pasar una noche juntos.
—Para tu información, te diré que estoy casado, y que no pienso traicionar a mi mujer con ninguna loca que encuentre por ahí —expuso Bruce dejándose caer sobre una de las camas—. ¿Ves esto? —Le enseñó el anillo de casado—. Estoy pillado. Búscate otro por ahí.
—Pues que sepas que yo nunca he buscado un hombre, sino que son ellos los que me buscan a mí, y si fueras más hombre, estarías intentado pasar un rato juntos.
—Por eso no sería más hombre, sino un mierda, porque a mí me dolería que mi mujer me engañara, y yo no pienso causarle a ella ese dolor.
—Debe de ser muy guapa para que la defiendas así.
—Lo es —dijo él secamente mientras ella se dejaba caer sobre la otra cama—. ¿Podré dormir tranquilo esta noche sin que trates de escapar o tendré que atarte a la cama?
—Después de los disparos de esos tipos esta tarde, creo que estoy más segura contigo — dijo Olivia.
—¿Y tienes idea de quiénes podían ser? —preguntó Bruce—. ¿Hay alguien que te quiera matar?
—No tengo ni idea —repuso la chica con la mirada perdida en el techo.
Klaudia, Cristina y Carol llegaron acompañadas de John a la planta del edificio donde trabajaba el señor Hussey, simulando que tenían que realizar unos trámites.
—Mira esa guarra —le susurró Klaudia a Carol cuando vio salir de la oficina a una chica rubia de buen ver—. Seguro que es esa la lagartona que dice la señora Hussey
—Pues si lo es, lo vamos a coger de los cataplines, porque me he traído la cámara de fotos, y cuando estén juntos, abrimos la puerta de una patada y les hacemos las fotos en pelotas —dijo Cristina convencida, mientras que Carol se reía al escuchar a estas dos aprendices de Sherlock Holmes.
El señor Hussey salió de su despacho, y ellas lo siguieron discretamente hasta un bar donde fue a la barra, quedándose ellas con John unas mesas más atrás para observarlo, esperando ver aparecer a la rubia de la oficina que no apareció.
—La rubia no aparece —dijo Cristina—. No vamos a poder hacerle las fotos.
—Se me está ocurriendo una idea —dijo Klaudia levantándose de la mesa y yendo a la barra donde estaba el señor Hussey.
—Disculpe, ¿usted es de Nueva York? —reguntó sentándose a su derecha en la barra.
—Sí, he vivido aquí toda mi vida. Soy como el Empire State, genuinamente neoyorkino.
—Es que verá —dijo ella—. Es la primera vez que vengo aquí, y me gustaría ver la ciudad. ¿Usted podría enseñarme lo que yo le pidiera que me enseñe? –le dijo con intención –Porque si estuviéramos en mi ciudad, yo a usted se lo enseñaría… todo —comentó ella de forma sensual con una cautivadora sonrisa—. Dígame qué puedo hacer.
—Pues coja un taxi, y por cincuenta dólares le enseñará la ciudad de punta a punta —contestó él sin inmutarse, dando un trago a la cerveza mientras Klaudia le hacía un gesto a Cristina de desconcierto.
—Ve tú —le dijo Cristina a Carol—. A lo mejor no es su tipo.
–levantándose Carol y sentándose a su izquierda en la barra.
—Perdone. —insistió Carol —. ¿Es verdad que a los caballeros le gustan rubias? Porque a mí me gustan los hombres bajitos y un poquito calvos.
—Pues busque por ahí, que hay muchos —dijo el hombre sin inmutarse, al tiempo que iba hacia ellos Cristina.
—Hola, amigas —dijo Cristina –—. Veo que estáis haciendo amistad con este caballero que tiene cara de póker.
—¿Por qué dices eso? —preguntó el tipo.
—Porque seguro que te llevarías tres ases a la cama —insinuó Cristina de forma sensual.
—Yo solo quiero beberme una cerveza —dijo el tipo inmutable tomando un trago mientras ellas se batían en retirada.
—No hay manera. —Cristina resopló—. Ese tipo es inquebrantable.
—Ese es maricón, maricón —indicó John con ojos vivarachos—. Maricón cien por cien, made in USA. –dijo de forma jovial –Quedaros aquí y contemplad -le dijo a las chicas aproximándose al tipo.
—Hola, machote —le dijo John con tono sensual, sentándose a su lado en la barra—. ¿Me dejas tocar… —le decía mientras recorría con su dedo el filo de la jarra que estaba tomando Hussey, que se había quedado perplejo –—… tu instrumento? —terminó diciendo echándole mano rápidamente a sus atributos masculinos, reaccionando el señor Hussey como un resorte pegándole un fuerte puñetazo en la cara como respuesta.
—¡¿Pero quién coño te has creído que soy yo?! ¡Degenerado! —exclamó Hussey poniendo unos dólares sobre la barra para Salir del lugar estupefacto—. ¡¿Pero a dónde ha llegado este país?! —refunfuñó enfadado al salir del bar mientras ellas no podían disimular la risa.
Bruce y Olivia seguían hablando en la habitación del hotel, intentando averiguar por qué les habían disparadoesa tarde.
—¿Por qué no quieres volver con tus padres? ¿Se han portado mal contigo?
—Ellos no son mis padres. De hecho, jamás he tenido ni una muestra de cariño por su parte —explicó mientras se sentaban ambos con las espaldas apoyadas en el cabecero de cada una de sus camas.
—¿Cómo es eso? —preguntó Bruce intrigado.
—Mi verdadero padre, Daniel Rudd, murió en un accidente de coche cuando yo tenía siete años. Dos años después mi madre se casó con Benjamin Wilde, que es mi actual padrastro, y como ella estaba locamente enamorada de él, hizo que él me adoptara legalmente, cambiándome el apellido para que fuera mi verdadero padre. Poco después, mi madre murió de una misteriosa enfermedad, y varios meses más tarde, Benjamin Wilde se casó de nuevo con Pamela Moore, que es la mujer que conoces como mi madre, y a la que no le importo un pimiento.
—¿Por qué dices que tu madre murió de una misteriosa enfermedad?
—Porque ella estaba obsesionada con la salud y se hacía controles médicos casi todos los meses. Su corazón estaba sano antes de sufrir un infarto.
—Lo siento —dijo Bruce—. Pero eso le puede pasar a cualquiera.
—A mi madre la mataron —musitó Olivia con tristeza—. Ni siquiera le quisieron hacer la autopsia.
—Esos son temas dolorosos, –admitió Bruce intentando comprenderla -¿pero ¿por qué la querrían matar?
—Por dinero, como todo en este mundo –afirmó Olivia decepcionada –Por eso yo huyo del dinero, quiero encontrar a personas que me miren por lo que soy, no por lo que tengo.
—¿Y tienes mucho? —preguntó Bruce, que ya empezaba a hilvanar algo.
—Más de lo que necesito —dijo ella—. Mi abuelo era uno de los hombres más ricos de Nueva York, y después de morir mi padre, mi madre se casó con su segundo marido sin su consentimiento, retirándole la pequeña paga de un millón de dólares anuales que le daba y nombrándome a mí como su única heredera.
—¡Caray con la pequeña paga! —exclamó Bruce
—Al morir mi abuelo hace un año, la fortuna de su herencia pasó a mí en un fideicomiso hasta que cumpliera los dieciocho años.
—Los dieciocho años los has cumplido ya —le hizo notar Bruce.
—Sí, pero desde entonces no he ido a firmar el papel de aceptación de la herencia, que está pendiente.
—¿De qué cantidad de herencia estamos hablando? —preguntó Bruce intrigado.
—De mucho dinero. –afirmó Olivia escuetamente.
—Sí, pero para ti, ¿cuánto es mucho dinero exactamente? —insistió Bruce.
—Más de tres mil millones de dólares.
—¡¿Qué?! —dijo Bruce sobresaltado, que por poco se ahoga con su propia saliva al escucharlo—. ¡Pero eso es muchísimo dinero!
—Sí, —confirmó ella con frialdad.
—¿Y por qué porras no lo quieres?
—Mi verdadero padre me enseñó de pequeña que el dinero es una responsabilidad, como una losa muy grande que el destino pone sobre nuestras cabezas, si lo gastas bien, Dios te sonríe, y si lo gastas mal, te sonríe el diablo, y yo no sé qué hacer con él.
—Pero cógelo, chiquilla —aconsejó Bruce, que no comprendía bien lo que ella quería decirle—. Siempre podrás hacer obras de caridad, hay muchos necesitados. –argumentó intentando convencerla -¿Ves?, yo soy una persona necesitada —bromeó arrancando de ella una sonrisa.
—¿Comprendes ahora por qué me escapé de casa? —dijo Olivia—. Allí nadie me quiere, nunca recibí de ellos la menor muestra de cariño, para ellos solo soy el cheque que reciben a final de mes
—¿Ellos no tienen dinero propio? —preguntó Bruce.
—Benjamin Wilde era el director de una red bancaria, y aparte del cheque que reciben por mi mantención, tiene el que le dieron al jubilarse.
—¡Caray! ¿Ya está jubilado? Si no tendrá ni cuarenta años.
—Sí, se prejubiló a los treinta y cinco —dijo Olivia
—¡Joder con el banquero! —exclamó Bruce—. Y me imagino que su jubilación no es una miseria como la común de los mortales.
—Cuando decidió jubilarse, el banco le dio en concepto de indemnización cuatro millones de dólares.
—¡Joba! ¡Será cabrón! ¿Y a mí me roba el banco hasta la cerilla de los oídos para que se lo lleve todo ese hijo de puta? ¿Estará contento, no? —dijo Bruce alucinado.
—No creo, Benjamin, como la mayoría de los banqueros, de tanto contar dinero se vuelven unos avaros. Él solo sería feliz si pudiera reunir todo el dinero del mundo para meterlo en su caja fuerte, aunque la humanidad muriera de hambre por las calles. ¿Me comprendes ahora lo sola que estoy en el mundo y lo mucho que echo de menos a mis padres? —La chica se echó a llorar con tanta tristeza en su corazón, al tiempo que Bruce se sentaba en la cama junto a ella, echándole un brazo por el hombro para consolarla.
—No llores, tú vales más que toda esa chusma. —expresó dándole un pañuelo para que se secara las lágrimas—. ¡Los muy cabrones! –dijo indignado –¡Y pensar que llegaron a la agencia llorando por ti con unas caras de pena que se nos encogió el corazón! Y resulta que son más falsos que una moneda de lata. Si los cogiera, los estrujaría con mis propias manos —dijo Bruce levantando una sonrisa en Olivia, que se acurrucó en su pecho para consolarse—. Lo que no me explico es por qué nos contrató a nosotros para encontrarte.
—¿Quizá porque sois unos pardillos? —dijo Olivia riendo mientras le miraba la cara, estando los dos tan cerca—. Si contrataba a otra agencia de más categoría, lo podría haber descubierto todo.
—¿Quieres decir que nos contrataron por torpes? —dijo él medio riendo y medio indignado.
—Perdóname que te lo diga. —asintió Olivia riendo, -Pero la idea de secuestrarme allí delante de todos no fue muy profesional. Actuasteis como dos chorizos, no sería extraño que una banda rival nos liquidara en un ajuste de cuentas.
—Muchas gracias —dijo Bruce con ironía—, Porque, que yo recuerde, el que te hayas comportado como una loca todo el camino, tampoco ha sido «muy profesional» —dijo Bruce con sarcasmo.
—No, muchas gracias a ti —comentó Olivia con voz melancólica—. Porque me has salvado la vida, y eso es más de lo que cualquier persona ha hecho nunca por mí.
—Puedes estar tranquila, que mientras yo viva, nadie podrá hacerte ningún daño —aseguró Bruce con sinceridad mientras la miraba con sus ojos azules como el cielo, al tiempo que la chica, sujetándole el cuello, estampó con pasión sus labios en los de él más rápidamente que un suspiro, sin que él le devolviera el beso, apartándola de inmediato.
—¿A qué viene esto? —preguntó—. ¿Te he dado yo motivos para pensar que me gustas o te he pedido yo que me beses?
—No —confirmó ella un poco contrariada—. Pero es que te agradezco mucho lo que has hecho por mí.
—Pues a partir de ahora no me lo agradezcas tanto. —expresó mientras ella se levantaba de la cama.
—Perdona, no volverá a suceder —aseguró mientras empezaba a desnudarse quitándose la ropa y quedándose solo con un sujetador y un tanga.
—¿Quieres hacer el favor de irte al cuarto de baño para ponerte en pelotas? —le espetó Bruce
—El cuerpo no tiene nada de malo, en la comuna lo enseñábamos sin problemas.
—¡Sí, pero aquí no! —aseveró Bruce que notaba que él tampoco era de piedra—. ¡Que duro me parece que va a ser esto! —dijo Bruce mientras ella casi desnuda, entraba para la ducha, cuando de repente le sonó a Bruce el teléfono móvil que tenía en el bolsillo.
—Bruce, cariño ¿Dónde estás? Estoy impaciente por verte. –le dijo la voz de Klaudia al otro lado del teléfono.
—Hola, tesoro, me alegro de oírte, ahora mismo pensaba llamarte —comentó Bruce mientras sonaba de fondo el grifo de la ducha.
—¿Cuándo vas a venir? Te estoy esperando en casa con el camisón transparente que me regalaste, -dijo en tono meloso -Y necesito a alguien que me lo quite. Tengo tanto calor… —insistió con voz sensual mientras Bruce sentía el ardor de sus palabras.
—Perdona, cariño, pero hoy no va a poder ser, me ha surgido un pequeño problema —comentó Bruce pensando en un problema llamado Olivia, mientras esta cantaba «bajo la lluvia» con tono de felicidad.
—¿Cómo es de grande el problema? —preguntó Klaudia, un tanto preocupada, mientras oía por el teléfono algo así como una chica cantando.
—El problema no es muy grande, la verdad. —dijo Bruce pensando en la estatura de la chica—. Pero muy concentrado.
—¿Qué es ese ruido que se oye de fondo? Parece alguien cantando —hizo notar Klaudia.
—¿Eso? —dijo sin saber qué decir—. Bah, no es nada, es la televisión.
—Bruce, ¿me puedes alargar la toalla?
—¿Quién es y qué quiere que le alargues? —preguntó Klaudia intrigada tan celosa.
—Es que, como te dije en antes, nos hemos tenido que parar en un motel para pasar la noche —explicó Bruce—. Y la niña, que está en la habitación de al lado, ha venido a pedirnos una toalla.
—¡Bruce, ¿me puedes secar?! —gritó Olivia desde la ducha.
—¿Qué dice, que la seques? —dijo Klaudia en tono suspicaz.
—No, que si se la puedo sacar. —Le quitó importancia.
—¡¿Pero qué es lo que tienes que sacarle a esa?! —dijo Klaudia sacando a relucir su temperamento napolitano por los celos.
—La toalla, claro. No tiene en su habitación —dijo él intentando salir del paso—. Ah, ¿estás celosa? —Forzó unas carcajadas—. No tienes motivo, ella solo es una niña, y es tan rica, tan inocente… me gustaría que la conocieras —dijo mientras Olivia salía de la ducha completamente desnuda para coger su ropa.
—¡Y a mí también! —dijo ella celosa—. Cada vez tengo más ganas de conocerla.
—Pero ¿qué haces así? —susurró Bruce tapando el auricular del teléfono cuando vio salir desnuda a Olivia del cuarto de baño—. ¡Anda y tápate!
—¿Qué haces así quién? ¿Quién se tiene que tapar? —preguntó ansiosa Klaudia.
—Es Fede, que quiere bajar al bar sin camisa —dijo para no provocar más aún los celos de su mujer sin motivo.
—¿Es la primera vez que ves a una mujer desnuda? —preguntó Olivia en tono más bajo, al tiempo que Bruce cogía su teléfono y lo restregó por la mesilla de noche dándole golpecitos mientras hablaba simulando una avería—. Ca…a…riño, pa…a…rece… no… iene… cobe…ertura. Llámame —dijo apagando el teléfono—. ¡Se puede saber qué haces andando así, como tu madre te trajo al mundo! —le gritó a Olivia.
—Esto es natural —dijo ella tapándose el cuerpo con una toalla blanca.
—¡Será todo lo natural que quieras! ¡Pero a mí me debes un respeto! —afirmó tan enfadado de pie junto a ella—. ¡Y la próxima vez que me faltes el respeto te dejaré en mitad de la carretera con tus «amiguitos» de gatillo fácil! ¡O mejor aún! ¡Yo mismo te pegaré dos tiros y les diré: «ea, ya tenéis el trabajo hecho, a partir de ahora nos vamos a quedar todos descansando»!
—Perdona, no he querido molestar —dijo ella sinceramente.
—¡¿Qué no me has querido molestar?! —gruñó él irritado. ¡Soy un hombre casado! ¡Y no quiero nada contigo! ¡Ya está bien de tratar de provocarme!
—Debes querer mucho a la tu mujer. –le preguntó Olivia en tono sereno.
—Sí mucho. Más que a mi vida. Y por eso no te voy a permitir que intentes entremeterte en mi matrimonio.
—Tranquilo, esto no volverá a ocurrir —afirmó Olivia sinceramente—. No sabía que era tan importante para ti.
—Mi mujer es mi vida, y mi vida es importante para mí —contestó Bruce con contundencia, completamente calmado, mientras ella cogía su ropa para vestirse en el cuarto de baño.
Bruce cogió el móvil de nuevo para intentar llamar a su amigo Federico, del que no tenía noticias, y del que se temía lo peor.
—Fede, ¿estás bien? ¿Dónde estás? ¿Por qué no me has llamado? —le preguntó Bruce a su amigo a bocajarro nada más coger el teléfono.
—Acabo de salir de comisaría ahora mismo, por eso no te he podido llamar por teléfono.
—¿De comisaría?, ¿Qué ha pasado?.
—Me han estado interrogando en relación a los tipos que nos dispararon, que resulta que son gánsteres del crimen organizado, y van todos para chirona.
—¿Quién los ha detenido? —preguntó Bruce intrigado.
—Yo solito, me gustaría que me hubieras visto desenvolverme como detective, ellos me disparaban con armas automáticas —dijo entusiasmado —y en un segundo logré reducirlos a los tres.
—¿Tú solo? —preguntó Bruce algo incrédulo.
—Bueno, la policía de carretera me ayudó a ponerles las esposas.
—Eso tiene mérito.
—No, lo que tiene mérito es lo tuyo, aguantar a esa chiflada no tiene que ser fácil, yo, menos mal que me fui a pelearme a tiros con tres matones profesionales de la mafia, en comparación, eso es coser y cantar. ¿Cómo está la loca?
—Está bien —dijo Bruce en tono seco—. Sacándome de mis casillas constantemente. Yo no sé si seguir con el caso, o abandonarla en una gasolinera a su suerte y marcharme a mi casa a comerme unas pizzas con mi mujer.
—No la dejes, que ella es nuestros doce mil dólares.
—No sabes lo último. La niña es la heredera de una fortuna de casi tres mil millones de dólares.
—¡Atiza! —exclamó Fede.
—Y los que dicen que son sus padres, no son sus padres, sino unos hijos de puta que tratan de cargársela para quedarse con el dinero.
—¿Y las lágrimas que echaron en la agencia? —preguntó Fede confundido.
—Lágrimas de cocodrilo, de las que echan mientras devoran a sus presas. No podemos devolvérsela de nuevo a ellos, la matarían.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?, ¿Dónde te encuentras?.
—Ahora mismo estamos en un motel de carretera. El coche que he robado ha sufrido una avería.
—¿Quieres que te recoja? Dime dónde estás.
—No, puede que te sigan hasta aquí. Hay tres mil millones de dólares en juego, puede haber más matones sueltos. Creo que será mejor esperar hasta mañana y llevarla después a comisaría para que ponga una denuncia.
Klaudia se quedó realmente preocupada después de hablar con Bruce, ella lo quería con locura, y por un lado pensaba que él jamás la engañaría, pero por el otro estaba su temperamento napolitano, que hacía que rabiase de celos solo con pensar que podría estar con otra chica, cuando la llamó su amiga Cristina a su teléfono.
—¿Sabes algo de Bruce? —le preguntó su amiga un tanto preocupada para saber si él se había puesto en contacto con ella después del tiroteo y le había dicho cómo se encontraba.
—¿Qué si sé algo de Bruce? —dijo Klaudia enfadada—. Sí, que es un cabrito que seguro que ahora mismo estará con alguna pelandrusca.
—No digas eso, Klaudia, pobrecitos, no sabes el día que han llevado, les han disparado para intentar matarlos.
—¿Qué me dices? ¡¿Qué han intentado matar a mi Bruce?! —dijo ella un tanto histérica y presa del pánico al enterarse.
—Sí, han salvado la vida de milagro —dijo Cristina—. A mí me lo ha contado todo Fede. Me ha llamado desde una comisaría de Nueva York, donde le acaban de soltar, ya mismo estará aquí.
—¡¿Ahí contigo?! —preguntó Klaudia presa de los celos.
—Sí, ¿qué tiene de malo? —preguntó Cristina extrañada.
—¡Pues que me acaba de decir mi marido que Fede estaba a su lado, bajando sin camisa a un bar de carretera!
—Bueno —dijo Cristina —No te pongas así, seguro que tiene una explicación —dijo intentando salvar la situación.
—Claro que hay una explicación —dijo Klaudia enfadada—. ¡Y es que es un capullo! ¡Un mentiroso que cree que puede engañarme con cualquiera! — Klaudia tan alterada cortó la comunicación y fue furibunda al apartamento de su hermano para contarle sus penas.
—¿Klaudia, que te pasa? —preguntó Carol al abrirle la puerta de su apartamento.
—Que mi marito es un capullo —dijo Klaudia entrando en el apartamento—. Me está engañando con otra –dijo tan alterada.
—No sigas —intentó calmarla Carol—. Tu marido te quiere, es incapaz de eso.
—No, es un capullo adúltero —dijo llorando, al tiempo que salía Tony al oírla.
—¿Qué? ¿Otra vez llorando por ese cabrón? —preguntó su hermano nada más verla.
—Tony, no hables así, es tu mejor amigo.
—¡Sí, pero ella es mi hermana, y no voy a dejar que la chulee! –expresó Tony tan enfadado –Le debía haber partido la cara aquel día cuando lo conocí en la boutique.
—¡No! —dijo Klaudia sollozando—. ¡Que no quiero que le hagas daño!
—Tranquila —expresó Tony—. Es un caradura. Tiene la cara más dura que el cemento, me partiría yo la mano primero.
—No habléis así de Bruce, él no se lo merece —amonestó Carol, más sensata—. Seguro que todo tiene una explicación. Además no seas fantasmón, Tony, tú no serías capaz de darle una bofetada a Bruce ni aunque te lo ataran de pies y manos primero.
—¿Me puedo quedar esta noche en vuestro apartamento? No quiero estar hoy sola en mi piso. –les pidió Klaudia mientras Carol intentaba consolarla, dándole argumentos a favor de Bruce, para quitarle esas ideas de la cabeza.
En la habitación del motel, Bruce acababa de apagar la luz para dormirse, cada uno en su cama.
—Bruce… muchas gracias por salvarme la vida con esos tipos.
—De nada —murmuró él sin prestarle atención, mientras intentaba coger el sueño. –—. Pero duérmete ya.
—Vale —dijo ella desde su cama en la oscuridad de la habitación, que tenía la persiana de la ventana medio echada para que los dejaran dormir los reflejos del luminoso del hotel, aguantando el calor de la noche—. ¿Te das cuenta de que nos podrían haber matado? —expresó ella encendiendo la luz del dormitorio sentándose en la cama.
—Sí, me doy cuenta. —afirmó él soñoliento, volviendo a apagar la luz de nuevo –—. Pero échate en la cama y cierra los ojitos, anda guapa. –le dijo un poco exasperado intentando coger el sueño.
—Bruce —dijo ella volviendo a encender la luz—. ¿De verdad crees que soy guapa?.
—Sí, eres muy guapa. —declaró Bruce un tanto harto, apagando la luz de nuevo-—. Y estoy seguro de que muy pronto conocerás a un chico de tu edad y te enamorarás de él y seréis los dos juntitos muy felices.
—Es que los chicos de mi edad no me gustan —dijo ella volviendo a encender la luz—. Me gustan un poquito mayores… como tú.
—¡Te quieres echar a dormir ya! —exclamó él tirándole un cojín a la cabeza.
—Me has dado en la cabeza con el cojín –—protestó ella.
—Y si no te duermes y apagas la luz, te tiraré la lámpara.
—Está bien —dijo ella apagando la luz y echándose en la cama—. Lo capto -permaneciendo ambos unos momentos en silencio.
—Bruce, tengo miedo —expuso Olivia de nuevo mientras él no le hacía ni caso intentando dormir.
Al cabo de una hora, Bruce se encontraba completamente dormido en su cama. Ella, vestida solo con el sujetador y las braguitas, se metió en la cama con él, abrazándole por la espalda muy juntitos, rozándose los dos cuerpos. Bruce, al sentir a su lado un cuerpo de mujer, echó la mano para atrás, agarrándole el trasero, balbuceando el nombre de Klaudia, sintiéndose excitado mientras ella corría su mano hasta la entrepierna de Bruce, excitándose al ver que estaba completamente en erección, sin poderse resistir a hacerle unas caricias. Bruce, que estaba entre sueños, se volvió para ella con el nombre de Klaudia en los labios, abriendo los ojos y comprobando que no era ella.
—Bruce, hazme el amor —suplicó Olivia.
—¡Olivia! —gritó él sorprendido al ver que ese dulce sueño que estaba teniendo era motivado por tener a Olivia completamente desnuda entre sus brazos. sintiéndose él también tan excitado por el sueño que había tenido con su mujer, que en un instante podría haber cerrado los ojos y pensar con la imaginación, que esa mujer que tenía ante él era Klaudia, y desahogarse de toda la pasión y excitación que estaba sintiendo—. ¡Olivia! ¡¿Se puede saber qué haces?! —La apartó al instante de él—. ¡Esta no es tu cama!
—Perdona, es que me he levantado al servicio, y me he equivocado de cama al acostarme — dijo Olivia tratando de excusarse.
—Esto no te lo tolero. —manifestóBruce sintiéndose aún tan excitado—. Si no te ha enseñado nadie a respetar a las personas, yo te enseñaré —dijo tan enfadado mientras ella se volvía a su cama y apagaba la luz.
—Perdona, no sabía que te iba a molestar —dijo Olivia desde su cama mientras Bruce pensaba lo mucho que le estaba costando hacer este trabajo con esta chica tan loca y tan terriblemente atractiva.