Ya por la tarde, Bruce había quedado con Fede en la oficina de la agencia para aclarar un poco la situación después del chasco del rescate de Olivia, que en realidad querían que la encontrasen para matarla, y de la que salieron vivos de milagro y sin un centavo en los bolsillos.
Cuando Bruce llegó, ya estaban allí esperándolo Federico y su esposa Cristina.
—¡Fede, pedazo de cabrón! ¡Vaya trabajito que me endosaste! —dijo Bruce al entrar mientras los dos amigos fueron a abrazarse.
—¡Bruce, cuanto me alegro de verte vivo! —Fede mientras le dio unas fuertes palmadas en la espalda.
—Sí, macho, pero no gracias a ti —replicó Bruce.
—Con este abrazo parece que acabáis de venir de la guerra —hizo notar Cristina.
—Parecido —dijo Bruce —Estamos vivos de milagro. —Se giró hacia Cristina—. Hola, que no te he dicho nada.
—¿Quién iba a sospechar que la cosa se iba a complicar así? —expuso Federico.
—«Es un caso fácil» —comentó Bruce con ironía—. «Solo tenemos que coger a la niña y devolverla a sus padres», me dijiste.
—Y yo pensé —dijo Fede—: «cogemos a la niña, la metemos en un saco y nos largamos a coger el dinero».
—Pues no pienses tanto —apuntó Bruce—. Que vas a echar humo por las orejas. ¡Casi conseguimos que nos maten!
—Y lo peor es que no habéis sacado ni un dólar —apostilló Cristina divertida.
—Cariño, tanto como lo peor… —dijo Fede algo más serio—. Por lo menos estamos vivos.
—Sí, pero tendremos que comer. —exclamó Cristina, que le explicó también las averiguaciones que habían hecho ellas tres en el caso de la señora Hussey y que además habían aceptado un nuevo caso para la agencia, el de la mujer que cuando estaba parada se había encontrado una tarjeta de crédito con la que había comprado pañales y leche para su bebé, y que ahora, querían meterla en la cárcel dos años y medio por ello.
—Sí, es una obra humanitaria —dijo Fede—. Pero ¿cómo nos pagará? –le preguntó a su mujer.
—Ella ahora está trabajando, no tiene ningún problema —dijo Cristina.
—Es irónico. —comentó Fede, que se había enterado de que Elena había salido libre después de pagar la fianza, a pesar de todos los cargos tan graves que había contra ella—. Elena Onegan comete delitos por valor de miles de millones y sale libre con una fianza de dos millones y medio, y una madre que cogió ciento ochenta dólares de comida para alimentar a su hijo, la van a meter en prisión dos años y medio.
—Eso si no lo impedimos nosotros encontrando a la dueña de la tarjeta para que anule la denuncia —indicó Cristina.
—Cristina, ¿por qué no le haces a Bruce un café en la cafetera nueva, del café que me trajo mi compadre Mario Valdés de Colombia.?
—¿Mario Valdés? —preguntó Bruce extrañado—. Yo creía que lo que importaba Mario de Colombia era polvo blanco.
—Bueno, eso también —asintió Fede—. Pero me ha traído un café muy bueno. Mario es un tío legal.
—¿Mario Valdés legal? —preguntó Bruce con sarcasmo.
—Sí —dijo Fede —Mario es un chorizo y todo el mundo lo sabe, no engaña a nadie. Sin embargo, los tipos como la señora Onegan o el padrastro de Olivia van de personas respetables mientras roban miles de millones a la gente sin que les pase nada. Eso sí que es un engaño.
—Está claro —dijo Bruce mientras Cristina traía unas tazas de aromático café—. Si quieres robar, roba miles de millones, que no te pasará nada. Lo malo de todo esto es que nos hemos quedado sin los doce mil dólares que teníamos pensado cobrar por este trabajo —dijo Bruce saboreando el rico café de Colombia.
—Deberíamos de ir al despacho del señor Wilde y robarle doce mil dólares a punta de pistola. Es nuestro dinero.
—Eso es imposible —dijo Bruce—. Las oficinas las tiene en la parte superior del edificio del banco donde trabaja, y ya sabes cómo se las gasta esa gente. Aunque pudiéramos entrar, no nos dejarían salir vivos, están armados hasta los dientes.
—No tienes huevos de ir —le retó Fede, que sabía que con esa frase podría espolear a Bruce para que fuese.
—¿Qué no tengo huevos yo? —dijo Bruce cayendo en la provocación.
—No, no tienes huevos —insistió Fede retándolo.
—Dejadlo ya, parecéis dos niños chicos en el patio de un colegio —dijo Cristina divertida.
—¡Pues para que veas que tengo huevos, voy a ir a por la pasta!
—Vamos a ir —dijo Fede.
—No, entraré yo solo, es demasiado peligroso para los dos. Recuerda que estamos tratando con banqueros, esa gente es peligrosa, tú me esperarás con el coche en marcha y pasarás desapercibido por si tenemos que salir corriendo.
—Pues con mi coche, con más agujeros de balas que un colador, vamos a dar el cante.
—Es igual, llevarás el mío —comentó Bruce.
—¿Estáis locos? Sois peores que niños! exclamó Cristina intentando convencerlos.
—Tú tranquila, que a nosotros no nos meterán dos años y medio en la cárcel porque mi hijo no tenga qué comer —dijo Federico—. Ese cabrón nos dará todo el dinero que nos debe.
—Esa misma tarde, Klaudia y John volvían de la calle totalmente entusiasmados y eufóricos, y al salir del ascensor fueron directos a la puerta del apartamento de Tony y Carol.
—¡Ah! —gritó John al abrir la puerta dando un chillido agudo, como el de una quinceañera en un concierto de Justin Biber.
—John por favor, que nos vas a dejar sordos —Carol rio mientras Klaudia se acercaba a ella.
—John lo ha conseguido —explicó Klaudia abrazando a su cuñada sin que Tony que estaba presente entendiera qué pasaba.
—¡Estáis viendo a la más grande! ¡A la top-model del momento! —exclamó John eufórico.
—¿Te han escogido para la revista Ocean Drive? —preguntó Carol, que sabía la ilusión que le hacía a Klaudia.
—Sí —corroboró ella emocionada, abrazando también a su hermano.
—¡Es mejor! —dijo John eufórico—. Además, en Vogue la pueden poner en portada, y se ha interesado por ella la pasarela de Tommy Hilfiger. Solo tenemos que asistir mañana a la fiesta que va a dar el magnate Peter Bilson en su casa para confirmarlo. Asistirán representantes de las primeras firmas de moda. ¡¿No es divino?! —exclamó John abrazando a Carol y dándole un fuerte beso en la mejilla, dirigiéndose a Tony para hacerle lo mismo, pero dando este un paso atrás.
—Ven, Tony que te dé un beso. Estoy muy contento —dijo John entusiasmado.
—Dáselo a tu hermana —dijo Tony dando otro paso para atrás.
—Si es de alegría, un abrazo de entusiasmo —dijo John tan feliz.
—Que te vayas un poquito a la mierda —bromeó Tony reculando otro paso más, y tirándose para él su hermana para abrazarlo.
Poco a poco, se fueron calmando los ánimos y los cuatro conversaban animadamente, sentados en el salón del apartamento.
—Me alegro mucho de que otra vez vuelvas a estar en lo alto después de todo lo que has pasado con la desaparición de Bruce —comentó Carol.
—Mi hermana vale más que ninguna —la piropeó Tony—. Los mejores contratos tienen que ser para ella.
—Y eso no es todo. En la fiesta que va a dar Peter Bilson está ella invitada, y casualidades del destino, –dijo John con una sonrisa- en los últimos años los Ángeles de Victoria’s Secret han acudido a las fiestas del magnate Peter Bilson, así que ya podéis adivinar quién será el próximo Ángel de Victoria’s Secret.
—Es fantástico —dijo Carol.
—Eso de Victoria’s Secret no creo que le guste mucho a mamá y papá —observó Tony—. Eso de que estén paseando por una calle de Nápoles y vean un cartel enorme con la imagen de su hija en paños menores… no tiene que gustarle mucho.
—¡Ah, qué antiguo! —dijo John escandalizado—. Eres más antiguo que los televisores de blanco y negro. ¡Troglodita!
—Sí —protestó Tony—. Yo seré un troglodita, pero quien es un hombre de Neandertal es su marido. A ver cómo le explicas a él que su mujer va a salir en las revistas, vestida solo con un sujetador y unas braguitas.
—Creo que tienes razón —aceptó Klaudia—. Va a ser difícil para Bruce, pero se lo explicaré tranquilamente hasta que lo comprenda.
—Klaudia, yo también estoy muy emocionada con mi boda —dijo Carol cambiando un poco de tema—. Me ha dicho mi padre que quiere ser mi padrino, y tu madre será nuestra madrina.
—¡Cuánto me alegro! —dijo Klaudia abrazándola, emocionada.
—Tus padres dicen que vendrán pronto para preparar la boda.
—Yo te regalaré el vestido de novia —explicó Klaudia entusiasmada—. Es una maravilla, con él irás guapísima, es una obra maestra de Adolfo Domínguez, uno de los diseñadores más importantes del mundo. Te lo pruebas, y si te gusta, es tuyo.
—¿De verdad? —dijo Carol emocionada, abrazando a su cuñada de nuevo—. Jamás pensé que me haría tanta ilusión casarme.
—Pero si llevamos años viviendo juntos —apostilló Tony.
—¡Hombres…! —dijo John suspirando—. ¿Por qué les costará tanto trabajo a los chicos tener un poco de romanticismo.
—Porque somos prácticos —dijo Tony—. ¿Y qué importa que tengamos unos papeles que digan que estamos casados, para poder tener un hijo que es fruto de nuestro amor?
—¡Ojalá yo pudiera tener un niño! —Suspiró Klaudia—. Mis mejores amigas estáis embarazadas y yo daría cualquier cosa por estarlo también.
—Pero si tú decías siempre que no querías niños para no perjudicar tu carrera —comentó Carol.
—Pues ahora es lo que más deseo en el mundo, mi carrera no es más importante que esto.
—¿Y has dejado de tomar la píldora? —preguntó su hermano.
—Deje de tomarla antes de que Bruce desapareciera, pero no hay manera.
—Pues no será por fallo de tu marido, que se ve muy machote —exclamó John echando todos a reír.
Bruce Tanner, se había puesto unos pantalones azules tipo laboral, una camiseta color amarillo chillón, una mochila en la espalda, una gorra en la cabeza y unas letras en rojo superpuestas en el pecho que ponían: POST EXPRES ONEGAN y, sin pensárselo dos veces, subió hasta el piso treinta y cinco del edificio, donde el padre de Olivia conservaba su despacho y donde seguía haciendo sus fechorías, aunque cobrara una fortuna por su jubilación. Allí se dedicaba a comprar y vender acciones con el dinero de otros, a blanquear capitales en inmobiliarias, a abrir cuentas en paraísos fiscales, a conceder créditos a intereses abusivos, a echar a personas de sus casas en embargos, que era algo con lo que disfrutaba especialmente.
Bruce llegó hasta las inmediaciones de su oficina, donde un equipo de matones le cerraron el paso.
—Tengo que entregar en mano una documentación confidencial de Elena Onegan que me tiene que firmar el señor Wilde —expuso Bruce.
—Déjamela a mí, yo se la llevaré —indicó la secretaria extendiendo la mano para que se lo entregase a ella.
—Imposible, muñeca, es confidencial. La misma palabra lo dice. Y no quiero que por esto tenga yo que perder mi trabajo, ni tú el tuyo —manifestó Bruce mientras a la secretaria le cambiaba la cara pensando que podía perder el empleo.
—Está bien, pero no lo entretengas mucho. —consintió la secretaria, abriéndole paso los matones para que entrara al despacho de Benjamín Wilde.
—No sabes cuánto me alegro de verte —dijo Benjamín Wilde en tono socarrón nada más verlo entrar en la oficina.
—Pues más me alegro yo de verte a ti. —afirmó Bruce con una sonrisa mientras echaba el cerrojo de la puerta al pasar, lo cual alertó a Wilde, que fue corriendo a abrir el cajón derecho de la mesa de su despacho.
—Eh, eh, eh, ni te muevas, amigo. —indicóBruce apuntándolo con una pistola—. Las manos arriba, si haces alguna tontería, eres hombre muerto.
—Nunca conseguirás salir vivo de aquí, mis chicos te matarán —dijo Wilde en tono amenazador.
—No quiero salir de aquí, lo único que quiero es que me des los seis mil dólares que me debes. —declaró Bruce provocando una sonora carcajada de Benjamín Wilde.
—Devuélveme a mi hija y tendréis el dinero —expuso Wilde muy tranquilo, como si fuese el dueño de la situación.
—¿Para qué? ¿Para que la mates y así poderte quedar con todo su dinero? Eres un ser despreciable. –expresó sin dejar de apuntarlo.
—No te ofendas, es solo asunto de negocios, una transacción económica de la que ahora no recibirás ni un céntimo porque no has cumplido tu parte del trato y no te pienso pagar —dijo Wilde con tranquilidad.
—Sí que me pagarás. —Bruce sacó un rollo grueso de celo y ató a Wilde alrededor de la silla para inmovilizarlo—. ¿Dónde está la caja fuerte? —Empezó a buscar detrás de los cuadros del despacho, sin encontrarla.
—No sé de qué me hablas, aquí no tengo dinero.
—Sí que tienes. Los avaros como tú no pueden vivir lejos de él. —Bruce abrió los cajones de su mesa, guardándose el revolver que en antes quería coger Wilde entremetiéndolo entre sus pantalones, viendo en el cajón un pequeño mando a distancia que activó, corriéndose hacia un lado uno de los muebles para mostrar la caja fuerte—. ¡Maldito cabrón! Ahora dime la combinación para abrirla.
—No te pienso dar una mierda..
—Pues muy bien, elige la forma en la que vas a morir —dijo Bruce con determinación—. O arrojado desde la planta treinta y cinco de un edificio, atado a una silla, o de un disparo en la cabeza. —Le puso el cañón del arma en la frente.
—Puedes disparar cuando quieras. Prefiero perder la vida que perder mi dinero, que es lo que más quiero en este mundo.
—Muy bien, como quieras. –expresó Bruce –Te meteré una bala en la cabeza y así podrán meter el dinero en tu ataúd —dijo al tiempo que ponía el cañón en la sien de Wilde apretaba el gatillo sin que llegara a sonar el disparo, ante los ojos aterrados de Benjamín Wilde, que vio que continuaba vivo de milagro mientras Bruce, nervioso, le daba un golpe a su arma maldiciendo.
—¡Maldita sea! Se ha tenido que encasquillar este disparo, pero ya está arreglado —dijo descerrajando la pistola—. Con la siguiente bala te volaré la tapa de los sesos.
—¡Ocho, cinco, cero, seis, uno, nueve! —enumeró Wilde.
—Así está mejor. —Bruce se guardó la pistola y se acercó hasta la caja fuerte para abrirla mientras Wilde, con los pies, logró activar una alarma que estaba escondida bajo su mesa para avisar a los matones que vigilaban la puerta.
—¡Caray! —dijo Bruce al ver la cantidad de fajos de billetes guardados en la caja fuerte—. Con razón hay personas que no tienen dinero ni para llegar a fin de mes. Si lo tienes todo tú guardado en la caja fuerte —bromeando al ver la cantidad de dinero negro supuestamente sin declarar que Wilde escondía, al tiempo que empezaron a aporrear la puerta desde el exterior, con fuertes golpes que intentaban abrirla.
—¡No tienes escapatoria, mis hombres te matarán como a un perro! ¡Vamos, coge todo el dinero que quieras, que no saldrás vivo por esa puerta! —gritó Wilde saboreando la victoria.
—Yo no soy ningún banquero, no quiero el dinero que no es mío, solo me llevaré los seis mil dólares que me debes —dijo Bruce metiéndose un fajo de billetes en el bolsillo y saliendo para la terraza del despacho de Wilde, al tiempo que se abría la puerta del mismo y entraban dos tipos armados diligentemente.
—¡Matadlo! ¡Está en la terraza! ¡Matadlo como a un perro! —gritó Wilde furibundo, al tiempo que los tipos, con sus armas en las manos, salieron a la terraza que estaba en la planta treinta y cinco del edificio, totalmente aislada de cualquier ventana o sitio a donde poder escapar.
—Jefe, no está. Aquí no hay nadie —dijo uno de los tipos al que parecía que iba al mando, que salió a la terraza para comprobarlo.
—A no ser que fuera el hombre araña, es imposible salir de aquí —aseguró el otro tipo.
—Sí, parece que alguien se empeña en hacer nuestro trabajo, y apostaría a que sé quien es —le dijo el sargento Expósito de la policía al teniente Forrest, que estaba junto a él en la terraza, mientras observaba a lo lejos a alguien con un paracaídas deportivo que se desplazaba por el aire.
—Queda usted arrestado por intento de asesinato —anunció el sargento Expósito al entrar de nuevo en el despacho leyéndole a Wilde sus derechos, después de que Olivia en comisaria le contara lo ocurrido, en el momento que dos agentes entraban en el despacho con los matones de Wilde esposados.
-Menos mal que llegamos justo antes de que estos energúmenos echaran la puerta abajo.
-Si,-dijo Forrest –nos hubiéramos quedado sin súper héroe. –asintió el teniente con una sonrisa.