Una visita inesperada

Bruce llegó a su apartamento muy contento después de haberse bebido con su amigo Federico unas cuantas jarras de cerveza en el bar para celebrar lo bien que le estaban yendo los negocios. Cuando abrió la puerta, se le echó encima Klaudia para abrazarlo y darle un beso.

—¡Hey! Así me gusta que me reciban siempre. —Bruce sonrió al ver el entusiasmo con que lo había recibido su esposa, la cual estaba súper elegante, luciendo un vestido rojo precioso que le había regalado un modisto. Lo había diseñado especialmente para ella, con unos bonitos pendientes de oro y esmeraldas, y un bonito collar de enormes esmeraldas, que resaltaban aún más su sublime belleza, a juego con sus bellos ojos verdes.

—Esto viene a que te quiero y a que estoy locamente enamorada de ti —dijo Klaudia besándolo de nuevo—. Y a que posiblemente me salga un contrato con la revista Vogue y con la pasarela de Tommy Hilfiger. ¡Además, me han escogido para la revista Ocean Drive! —Klaudia no podía contener la alegría, daba saltos de emoción y lo abrazaba de nuevo.

—Me alegro mucho —dijo él rodeándola cariñosamente entre sus brazos mientras le besaba el cuello y olía ese maravilloso perfume que se ponía ella para ocasiones especiales, y que a Bruce tanto le gustaba—. Todo esto te lo tienes merecido. Has luchado mucho para llegar a dónde estás y ya era hora de que volvieras de nuevo a primera línea después de que lo dejaras todo cuando desaparecí. Lo malo es que tendrás que volver a tomar la píldora… no querrás que te hagan las fotos gordita, estallarían todos los trajes —dijo Bruce divertido, sosteniéndola entre sus brazos mientras la miraba amorosamente a los ojos—. Eso o dejar de tener relaciones maritales.

—Eso ni loca. –exclamó ella divertida –Lo que más deseo en el mundo es tener un hijo tuyo, y por un bebé lo abandonaría todo encantada. —le dijo volviéndolo a besar en los labios.

—¿Y se puede saber a dónde vas tan elegante? —le dijo Bruce viendo lo guapa que se había puesto su esposa.

—Voy a cenar con mi marido para celebrarlo.

—Ah, ¿vamos a comer por ahí?

—No, por aquí. expuso ella mostrándole la mesa preparada para la cena, con unas bonitas velas encendidas y unas rosas rojas en el centro.

—¡Caray! —exclamó Bruce—. Te lo has currado.

—Y lo mejor es que te he hecho la comida. Me he pasado dos horas en la cocina.

—Sí, ya sé que te gusta cocinar —dijo él divertido, sentándose a la mesa.

—De primer plato he hecho calzone a la napolitana, de segundo parmigiano di melanzane, seguido de un plato de dulce sfogliatella, y después el postre.

—Es todo comida italiana. Eso lo podríamos haber comido en el restaurante de tu padrino Pietro.

—Sí —dijo ella con voz sugerente—. Pero allí no te podría dar el postre.

—Ya me imagino cual es el postre —dijo Bruce sentándola sobre sus piernas mientras le daba pequeños besitos por la cara—. Y creo que me va a encantar.

—¿Te gustan las cosas dulces …? —susurró Klaudia con voz sensual.

—Me encantan. —La besó—. Y creo que deberíamos de empezar por el postre

En ese momento sonó el timbre de la puerta.

—¿Esperas a alguien? —preguntó extrañada Klaudia.

—A nadie —negó Bruce, que se levantó de la silla para ir a abrir la puerta—. ¡¿Tú?! ¡¿Pero qué haces aquí?! —dijo Bruce extrañado al abrir la puerta y procurando no alzar mucho la voz.

—Es que no tengo donde pasar la noche y se me ocurrió que podía venir a pasarla en tu casa —le dijo Olivia.

—¡Es muy mala ocurrencia! —Bruce estaba alterado, pero no levantó la voz para que Klaudia no se enterara—. ¿No se te ha ocurrido ir mejor a un hotel?

—Sí, pero tú eres la única persona que me ha tratado con cariño en mi vida —comentó la chica desde la puerta, que Bruce mantenía entornada para que no pasase.

—¡¿Quién es?! —preguntó Klaudia desde dentro del apartamento.

—¡No es nadie! ¡Se han equivocado! —dijo Bruce quitándole importancia porque sabía lo peligrosa que podía llegar a ser esa chica—. ¡Estás loca! —le dijo a Olivia tan irritado y en voz baja.

Klaudia se acercó hacia ellos viendo a la chica tras la puerta.

—¿Quién es? —preguntó intrigada.

—No es nadie, cariño, ya se iba. —Bruce intentó cerrar la puerta, pero no lo consiguió al topar con el pie que tenía interpuesto Olivia.

—Tú debes ser la señora Tanner —dijo la chica—. Bruce me ha hablado mucho de ti.

—No le hagas caso, está loca —insistió Bruce con una sonrisa. sabiendo lo celosa que era su mujer, y no quería estropear lo bien que iba su matrimonio en estos momentos.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Klaudia mientras le empezaban a surgir los celos al ver algo extraño en relación con esta chica a la que Bruce quería cerrarle la puerta.

—¡Ay! —dijo Olivia—. ¡Que me vas a aplastar el pie con la puerta!

—Déjala que hable. —expresóKlaudia tirando de la puerta hacia adentro para abrirla—. Dime mona, ¿cómo te llamas? –le dijo rabiosa de celos.

—Soy Olivia —dijo escuetamente.

—¿Y tú eres la niña angelical que tenían que devolver a sus padres? –preguntó Klaudia con cierta ironía –Pues no pareces tan niña, y además, eres muy guapa.

—Muchas gracias —manifestó Olivia sinceramente—. Tu cara me suena de algo. ¡–le dijo a Klaudia -¡Ya está! —exclamó con entusiasmo—. Tú salías en los carteles anunciando los almacenes Harrey.

—Sí, es verdad —dijo Klaudia gratamente sorprendida de que la reconocieran—. Pero de eso hace tiempo, fue una campaña de primavera-verano.

—Y has salido en la revista Elle. Hace un par de años, cuando seguía la moda, tú eras mi ídolo, yo quería parecerme a ti, quería ser tan guapa como tú, incluso estuve un tiempo comiendo menos para alcanzar tu talla.

—¿De verdad? —comentó Klaudia tan contenta, invitándola a pasar—. Pero no debes dejar de comer, eso son tonterías, solo logras coger una enfermedad.

—¡Ay, Dios mío! ¡No me lo puedo creer! —dijo Olivia con entusiasmo—. ¡Verte en directo! ¡Pero eres más guapa todavía en persona! A mí también me gustaría ser modelo.

—Bueno, eso es cuestión de proponértelo —expresó Klaudia alagada de que la reconocieran, Se sentándose ambas en el sofá mientras hablaban—. Pero quizás te falte un poquito de altura, le esplicaba mientras Bruce las miraba estupefacto de ver lo bien que se llevaban estas dos mujeres, que momentos antes pensaba terminarían agarradas de los pelos…

—Sí, soy un poco bajita para eso, pero me gustaría montar mi propia empresa de diseños para hacer, bolsos, perfumes, vestidos y complementos. Creo que disfrutaría mucho diseñándolos, sería todo con líneas sencillas, pero cálidas, y eso sí, con tejidos naturales.

—Me parece una idea estupenda —admitió Klaudia, a la que le habían tocado el botón de la vanidad, pero recordando de nuevo el porqué esa chica había ido de noche a su casa a buscar a su marido—. Pero ¿qué haces esta noche aquí?

Olivia empezó a llorar con desconsuelo.

—No tengo adonde ir —exclamó Olivia sollozando—. Estoy muy asustada y Bruce es el único que me entiende —dijo, a la vez que se sonaba la nariz con un pañuelo—. El único que me ha dado cariño.

—No le hagas caso, está loca. —le dijo Bruce haciendo una mueca con la cara y llevándose el índice a la sien como si le faltara un tornillo, acordándose de los sonoros llantos que echó la «niña» en el bar de carretera el día anterior.

—Calma, pequeña, ya me lo ha contado Bruce todo —dijo ella, refiriéndose a que la protegió de que no la mataran.

—¿Pero, todo, todo? —preguntó Olivia cortando por un momento el llanto.

—Todo —dijo Klaudia echándole una mano sobre la cabeza para consolarla.

—Un momento, pero todo no hay que creerlo en esta vida, porque luego las cosas no son como parecen, y cuando llega un momento que hay que confirmarlo, puede llevarnos a creer un error de aquello que está confirmado, pero que en realidad no es. Porque lo que es, es, pero lo que no es, no es. —Olivia dejó de llorar esperando salir del atolladero.

—No te he entendido ni una palabra, pero creo que tienes razón, lo que no es, no es —dijo Klaudia sin saber muy bien a que se refería.

—El caso es que me quieren matar —explicó Olivia más serena—. He estado todo el día declarando en comisaría y al final me han dicho: «ya te puedes ir, ya hemos terminado», y me he visto sola en medio de la calle, sin saber a dónde ir, pero teniendo la seguridad, de que me están buscando para matarme solo por dinero.

—¿Y qué piensas hacer? —Klaudia comprendía el peligro que corría la muchacha.

—Pues quedarme aquí con vosotros por lo menos para pasar la noche. Estoy aterrada con todo esto.

—¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¡Aquí con nosotros no! —dijo Bruce levantándose del sillón, procurando no alzar mucho la voz mientras le mostraba la palma de la mano en señal de «hasta aquí hemos llegado”».

—Perdonad, no quería molestar, comprendo que sois una pareja y no querréis un huésped en vuestra casa —dijo Olivia fingiendo congoja—. Saldré a la calle con esos matones que me andan buscando, para ver qué me depara el destino –terminó diciendo con voz teatrera.

—Pues muy bien, seguro que esos matones, cuando te conozcan, saldrán huyendo al ver lo chinche que eres.

—No le hables así, Bruce, por favor. La chica está en peligro de muerte, tenemos que ayudarla, está asustada.

—Asustado estoy yo de verla. Tú no sabes lo que nos lio cuando fuimos a rescatarla.

—Me estabais raptando, eso atemoriza a cualquiera. ¿Qué queríais que hiciera?

—¿Y por qué vienes entonces a él? —preguntó Klaudia.

—Porque es la única persona que me ha hecho sentir protegida, segura, que le importaba en realidad a alguien y que me tiene cariño.

—Pero si te he tratado muy mal —interrumpió Bruce—. Siempre regañándote. Hasta estuve a punto de darte un buen azote en el culo.

—Sí, pero eso quizás sea lo más que se ha preocupado alguien por mí en mucho tiempo —dijo Olivia con voz melancólica—. En muchos años, desde que se murieron mis padres. —expresó Olivia, haciéndole recordar a Bruce, que él también estuvo huérfano de padres, sin nadie que le diera cariño en este mundo.

—Pobrecita —dijo Klaudia conmovida—. Esta noche la pasarás en nuestro apartamento, ya veremos cómo lo organizamos mañana.

—¿De verdad? —dijo Olivia agradecida—. ¿Y podéis poner otro plato en la mesa? Empiezo a tener hambre.

—Claro, no faltaba más —dijo Klaudia levantándose para ir a la cocina.

—¿Estáis teniendo una cena romántica? —preguntó Olivia viendo la mesa decorada con unas velas y unas flores en el centro de la misma.

—No es nada, no tiene importancia. — Klaudia se levantó para ir a la cocina mientras Olivia se levantaba del sofá para sentarse rauda a la mesa.

—¡Estás loca, ¿qué pretendes?! —dijo Bruce en voz baja para que Klaudia no lo oyese.

—Solo pasar la noche en un lugar seguro —contestó Olivia.

—¡Espero que esta noche no te equivoques de cama! —comentó Bruce un tanto exasperado, que no quería ver su matrimonio en peligro por el capricho de una niña mal criada.

—¿Por quién me tomas? Yo sé donde me debo acostar. —declaróOlivia, mientras comía profusamente unos aperitivos que estaban sobre la mesa.

—¡Ni que te pasees por el apartamento desnuda!

—¿Cariño, me estás hablando? —preguntó Klaudia, que había escuchado la última palabra.

—No, digo que menuda velada más agradable vamos a pasar esta noche –—dijo Bruce mientras Klaudia entraba de nuevo en el comedor con una fuente de comida.

—¿Te ayudo en algo?—dijo Olivia al verla cargada con la fuente.

—No, gracias, tú eres la invitada, ya me ayuda Bruce.

—Sí, claro —dijo él levantándose de la silla para ir a la cocina para traer lo que faltaba.

—¡Uhm! ¡Que buena pinta tiene esto! ¡Huele que alimenta! —exclamó Olivia, a la que solo le faltaba relamerse al ver la comida.

—Celebro que te guste, es calzone a la napolitana.

—¿Tú eres de Italia? —preguntó Olivia con entusiasmo.

—Sí, de San Valentino, un pueblecito cerca de Nápoles.

—Yo adoro Italia, el sol, el arte, la moda, los zapatos —dijo Olivia con voz soñadora—. Una bota rodeada de dos mares, el Mediterráneo y el Adriático.

—Celebro que te guste. La mayoría de los chicos norteamericanos no saben ni donde se encuentra, se creen que Italia es solo barrio de Nueva York —expuso Klaudia riendo.

—Tú tienes oportunidad de ir —le dijo Bruce a Olivia, sentándose a la mesa—. Tienes tiempo y dinero.

—Sí, en cuanto se resuelva este asunto me gustaría hacer un viaje.

—Pues ahora es cuando puedes aprovechar para conocer un poco el mundo, eso te da cultura, porque cuando te cases y tengas hijos, todo será diferente —dijo Bruce cuando empezaron a comer, en una velada que fue realmente agradable para todos.

Bruce recordaba ese tiempo que vivió en el orfanato sin el calor de nadie, y cuando escapó de él, viviendo en la calle, pasando frío y hambre, hasta que un alma caritativa , una mano amiga, lo acogió en su casa tendiéndole una mano cuando más lo necesitaba.

En el transcurso de la velada, Klaudia y Olivia se habían hecho buenas amigas. Klaudia había contado anécdotas divertidas que le habían ocurrido en la pasarela y que a Olivia tanta gracia le hacían.

—Un día, en medio de la pasarela de Turín, cuando lucía un vestido de Victorio & Lucchino, unos zapatos rojos preciosos, con taconazos de vértigo, y en mitad de la pasarela, va y se me dobla el zapato, dejándome sin un tacón —explicó Klaudia riendo.

—¿De verdad? —preguntó Olivia divertida—. ¿Y qué hiciste?

—Pues seguir desfilando. No podía parar —dijo Klaudia riendo –Ahora que con un pie una cuarta más alto que el otro. Andaba peor que un pato borracho, hasta que casi al final del desfile, me di media vuelta, cogí los zapatos en las manos y continué descalza. Entonces al público, que estaba muerto de risa, le dio por aplaudir para darme ánimos. –decía Klaudia mientras Olivia reía sin parar.

—Que vergüenza —dijo Olivia riendo—. A mí me pasa eso y me muero delante de tanta gente.

—Vergüenza lo que me pasó una vez en la pasarela de París.

—¿Ah, sí? Cuenta, cuenta —solicitó Olivia entusiasmada con aire divertido, mientras Bruce las miraba como si fueran amigas de toda la vida.

—Era el desfile más importante de la temporada —continuó diciendo Klaudia—. Y había acudido la primera dama de Francia, con un nutrido grupo de personalidades importantes. Yo había salido a la pasarela con un vestido del genial Valentino, mi buen amigo el modisto Valentino Clemente Ludovico, que tuvo una de sus geniales inspiraciones, y se puso a cambiar el vestido en pleno desfile. Como no les dio tiempo a coserlo bien a última hora, salí a la pasarela todavía con los hilvanes puestos enganchándose la falda con uno de los focos de la pasarela, que la arrancó del vestido de cuajo cayendo al suelo, dejándome literalmente con el culo al aire, mostrando un tanga que llevaba en ese momento, y enseñándole el culo a las personalidades más importantes de Francia.

—Eso sí que es un desastre —replicó Olivia divertida.

—No, al contrario, el modisto me felicitó por ello, me dijo que gracias a mi «ocurrencia», habían salido sus vestidos en las revistas e informativos de medio mundo.

—Pues yo no me enteré de nada —dijo Bruce sorprendido—. Si me llego a enterar de eso, dejas de hacer de modelo para siempre. Si hay algo que no soporto, es que mi mujer vaya enseñando el culo por ahí.

—Fue solo un accidente, cariño. Tú sabes que yo no haría nada que no te gustara. ¿Quieres que te pase un pijama para dormir? —dijo ,dirigiéndose a Olivia.

—Yo no suelo dormir con pijama —rehusó la chica—. Me agobia un poco.

—Entonces, ¿cómo sueles dormir? —preguntó Klaudia.

—Será mejor que no lo cuente —intervino Bruce—. Hoy dormirás con pijama. –le dijo a la chica yéndose poco más tarde Klaudia y Bruce hacia su dormitorio, y dejando a Olivia la habitación de invitados.

A altas horas de la madrugada, Olivia se levantó de la cama y, medio a oscuras, se dirigió a la cocina a coger un vaso con agua, pasando ante la puerta del dormitorio de matrimonio, que se había quedado un poco abierta con la fuerza del aire que entraba por la ventana. Se quedó un instante allí parada, sin pensar en nada, mirando a través de la rendija de la puerta, viendo cómo dormían los dos sobre la cama mientras los brazos fuertes de Bruce mantenían abrazada a su esposa. Ella sabía que no se podía hacer, que no estaba bien fisgonear a nadie, pero no pudo evitar observar cómo se abrazaban, cómo se querían, cómo tenían un halo de luz a su alrededor que irradiaba el amor que se profesaban. Un amor tan intenso, tan profundo, tan puro, y que ella no había podido vivir jamás. Un amor de aguas cristalinas como el mar, como el azul del cielo, como el Sol. Olivia, en el fondo de su corazón, se preguntaba si ella en verdad, algún día podría vivir un amor así, un amor que nunca llegaba hasta su puerta, aunque se lo pidiera a Dios con toda su alma. Todavía recordaba las caricias que le hacía su madre y cómo se sentía de reconfortada de pequeña, cuando tenía fiebre y su madre le ponía la mano en su frente, o de los besos que le daba su padre después de afeitarse para que viera que su cara no raspaba. En realidad, esas dos personas fueron las únicas que la quisieron de verdad en este mundo, y se preguntaba en el fondo de su ser, si encontraría algún día a alguien que la quisiera de verdad, si llegaría algún día a vivir un amor tan bonito como el que Klaudia y Bruce sentían. Se quedó un tiempo inmóvil mientras los miraba en la oscuridad, al tiempo que Bruce se despertó de repente, con la extraña sensación de que alguien los estaba mirando, cuando vio tras la puerta, una sombra que se escurría más allá, levantándose de inmediato, parándose al observar a Olivia, que se dirigía medio a oscuras a la cocina.

—¡Olivia, ¿nos estabas observando?! —dijo Bruce exasperado, bajando al máximo la voz.

—Yo no —titubeó Olivia.

—¡No me mientas, nos estabas mirando! —susurró indignado.

—Solo he visto lo mucho que os queréis —confesó Olivia.

—¡Mira, tú a mi no me interesas, yo quiero a mi mujer con toda mi alma, y por nada ni por nadie la traicionaría jamás! ¡Para mí, mi mujer es sagrada, y no quiero que hagas algo que ponga en peligro mi matrimonio! —dijo en voz baja, un tanto alterado.

—No os miro porque quiera algo contigo —contestó Olivia entre sollozos que intentaba ahogar para no despertar a Klaudia—. Solo os miro por envidia. Envidia de ver a dos personas que se aman mientras a mí, de los miles de millones de personas que hay en el mundo, no hay absolutamente ninguna que me quiera, que se preocupe por mí, que me dé un beso de buenas noches y me arrope al acostarme. Me siento sola.

—No llores, Olivia —dijo Bruce consolándola apoyando su cabeza en su pecho—. Yo sé bien lo que sientes, lo que significa sentir que no hay en el mundo nadie que te quiera y que no le importas a nadie, pero te aseguro que algún día vendrá tu príncipe azul y el destino te tendrá reservados días de felicidad y amor, y todo esto que piensas hoy, te parecerá un mal sueño.

—Eres muy bueno, Bruce. —Olivia lo miró a los ojos mientras sus caras estaban muy cerca—. Me gustaría encontrar en mi vida a alguien como tú, pero no te preocupes, mañana por la mañana me iré de aquí y desapareceré de tu vida para siempre.

—Anda, acuéstate y descansa un poco, te aseguro que mañana, con la luz del día, los problemas se verán más pequeños —comentó Bruce, mientras su esposa, que se había levantado de la cama tras él, lo había escuchado todo oculta tras una puerta, comprobando que Bruce estaba realmente enamorado de ella y que ni siquiera una chica guapa de dieciocho años y cuerpo espectacular había logrado que apartase a su mujer de su pensamiento, por lo que se fue a la cama más tranquila, deslizándose en la oscuridad, pero a su vez más inquieta, no estaba dispuesta a que esa chica, por muy buena que fuese, tuviera la oportunidad de arrebatarle a su marido.

Olivia se fue por fin a su habitación y Bruce se metió de nuevo en la cama muy despacito, procurando no hacer ruido, con su mujer inmóvil sobre las sábanas, la cual estaba con los ojos cerrados sin moverse, haciéndose la dormida, mientras pensaba que Bruce era lo que más quería en este mundo y que lucharía por él mientras le quedara aliento.