El bueno de John

A la mañana siguiente, después de desayunar, ninguno de los tres quería comentar nada de lo que había pasado la noche anterior.

—Cuando termine de desayunar, creo que me voy a buscar un hotel, creo que será más cómodo para todos —dijo Olivia con cierto aire de melancolía, sin que nadie se opusiera a su decisión, pensando Klaudia, que no sería mala idea.

—Pero ayer mismo intentaron dispararte, no sé si sería buena idea —comentó Bruce.

—La policía ha detenido a mis padrastros, seguramente pasarán una buena temporada en la cárcel. Ya no les vale hacer nada contra mí, estoy segura — dijo Olivia, tratando de darse valor a sí misma—. Lo único es que en el hotel me sentiré algo sola, no será como aquí, que me siento como en familia.

—No hay problema —dijo Klaudia muy resuelta—. Yo tengo el sitio perfecto para ti, en casa de nuestro amigo John. —expresó ella mientras Bruce la miraba con sorpresa—. Estará encantado de tenerte en su casa para cuidar de ti. Él también se siente un poquito solo.

—¿Pero en casa de un chico los dos solos? —preguntó extrañada Olivia—. No quiero que se piense lo que no es.

—Tranquila. —Klaudia sonrió—. Con él no corres peligro en ese sentido, te lo garantizo, él te respetará al máximo. Olivia asintió y se fue un momento al baño, momento que aprovechó Klaudia para llamar por teléfono a John, ante la mirada divertida de Bruce.

—Hola, John, te tengo una sorpresa. –le dijo Jovial Klaudia por teléfono.

—¡Ay, qué bien! ¡Me encantan las sorpresas! —dijo John tan efusivo, con su graciosa forma de hablar.

—¿Tú no querías una mascota en tu piso porque te sentías solo? —preguntó Klaudia entusiasmada.

—¡Ay, qué bien! ¿Me has comprado un gatito siamés por mi cumpleaños?.

—No, mejor —dijo Klaudia—. Voy a mandarte a tu piso a una niña para que viva contigo.

—¡¿Una niña, mala pécora?! ¿Y qué hago yo con una niña? Tú sabes que cambiar pañales no es lo mío, y ni te cuento como tenga que darle teta.

—No te preocupes, John, la niña tiene ya dieciocho años, ya come sola.

—¡¿Dieciocho años?! —gritó John poniendo el grito en el cielo –—. ¡Eso es una mujer!

—Bueno, ¿y qué? —replicó Klaudia.

—¡Pues que yo no puedo tener a una mujer durmiendo bajo mi mismo techo! Sabes que soy alérgico, me salen ronchas, se me pone el cuerpo lleno de pupas.

—No exageres, tan solo será por unos días, y no te estoy pidiendo que te acuestes con ella.

—Ni se te ocurra —contestó John enfadado.

—Aunque no te vendría mal —bromeó Klaudia divertida.

—Mira, guapa, creo que te voy a tachar de mi lista de buenas amigas.

Porfa, John, si no fuera algo importante, no te lo pediría. Hazlo por mí.

—Está bien, yo voy ahora mismo en el coche para tu casa para hablar de un posible contrato con Victoria´s Secret. ¿Ya te has olvidado?

—Venga, aquí te esperamos –cortando Klaudia el teléfono.

Poco después Klaudia, Bruce y Olivia estaban esperando sentados en el sofá, cuando tras abrirle la puerta entró John directo para el salón.

—A ver, ¿dónde está mi mascota? —dijo John nada más llegar, provocando la risa de Klaudia.

—Pasa, John, te voy a presentar a Olivia, que va a vivir contigo unos días en tu piso —dijo Klaudia.

—No sé cómo saldrá la cosa, porque yo nunca he vivido con otra chica en el mismo apartamento. —John saludó a Olivia con un beso en la mejilla.

—Seguro que saldrá bien, creo que seremos buenas amigas. O amigos… —rectificó Olivia—. O lo que sea –dijo la chica que ahora comprendía el porqué le dijo Klaudia que con este chico no corría peligro.

Después de esto, le explicaron a John la situación en la que se encontraba Olivia.

—Os advierto que yo no guardo ningún traje de superhéroe en el armario, y que si vienen unos matones a buscarla, me limitaré a gritarles señalándola con el dedo. ¡Allí está, esa es, cogedla a ella, pero a mí no me hagáis daño!

—No seas fantasma —dijo Klaudia riendo, tú nunca has sido así.

—Ya ha pasado el peligro —indicó Olivia—. Mis padrastros están en la cárcel.

—Y si notas algo extraño, lo más mínimo, no dudes en llamarme —dijo Bruce.

—No te olvides de que esta noche estamos invitados a la fiesta del magnate Peter Wilson, donde es posible que consigamos el contrato de Victoria´s Secret, puede que tú seas su próximo Ángel.

—¡Ay! ¡Qué emoción! —exclamó Olivia—. ¿Tú serás el Ángel de Victoria’s Secret?

—¿Y qué tiene eso de especial? —preguntó Bruce, que no sabía por qué era tan importante el secreto de esa tal Victoria.

—Ay, Bruce, no estás en el mundo —dijo John—. Victoria´s Secret es una de las firmas más importantes a nivel mundial de ropa –expuso John hasta que Klaudia le tapó la boca.

—De ropa de alta costura —prosiguió diciendo Klaudia.

—¿Y qué es eso de Ángel? —dijo Bruce algo confundido.

—Pues que te ponen unas alitas blancas para salir en la foto, eso es todo —explicó Klaudia, que sabía lo celoso que era Bruce, mientras Olivia reía divertida de ver como su ya amiga Klaudia, no se atrevía a explicarle a su marido que las fotos serían en ropa interior.

Después de esto, Olivia se fue con John hacia su apartamento, quedando Bruce y Klaudia a solas.

—Parece que tenías interés en endosarle el mochuelo a John —comentó Bruce algo divertido por la actitud de su esposa.

—Creo que donde hay dos, no caben tres. Dos es compañía y tres son multitud. ¿Crees que no he hecho bien? ¿Que todavía puede correr algún peligro? Porque si es así, los llamo para que vengan de nuevo —dijo Klaudia un tanto dubitativa.

—El peligro ya ha pasado —contestó Bruce—. Sus padrastros están entre rejas y ya se les ha descubierto el juego.

—Es que si le pasara algo, me atormentaría la conciencia.

—Tranquila, cariño, no le pasará nada. —la serenóBruce dándole un beso—. Me tengo que ir para la oficina, me espera el duro trabajo de la agencia. manifestó en tono de broma.

—¿Me dejas con el coche en el centro? —dijo Klaudia levantándose diligentemente para darse el último retoque antes de salir.

—Venga, date prisa, que te llevo. — esperándola unos minutos antes de coger el coche.

John, por su parte, llevaba a Olivia a su apartamento mientras conducía su flamante coche de color amarillo chillón.

—Tenemos que llegarnos por mi casa, bueno, por casa de mis padres —comentó Olivia a John mientras conducía.

—¡Ah! ¡Eso sí que no! ¡Allí no te llevo ni loca! ¡Eso no estaba en el contrato!.

—¿Pero qué contrato? —preguntó Olivia extrañada.

—Yo firmé que te quedarías unos días en mi casa, no que te sirviera de chófer para ir donde tú quisieras –dijo John convencido.

—Pero es que necesito coger mi ordenador personal, y aunque desde que salí de mi casa para entrar en la comuna, no lo he utilizado, ahí es donde tengo metidos a todos mis antiguos amigos.

—¡Ah! ¡Tienes los amigos más chicos del mundo! ¡¿Qué son, liliputienses para que te quepan todos metidos en el ordenador?!

—Vamos, John, por favor —dijo Olivia en tono meloso—. Si no, voy a pasar unos días muy aburridos, y yo cuando estoy aburrida soy insoportable —soltó de sopetón.

—En este caso, te llevaré —aceptó convencido—. Pero yo te esperaré en el coche y nos iremos en lo que tardes en coger el ordenador y meterte en el auto.

—Además, tendré que coger algo de ropa, al salir de la comuna me fui con lo puesto—comentó Olivia más tranquila, después de ver que había convencido a su amigo.

John aparcó el coche en unos aparcamientos frente a la casa de Olivia, bajándose esta a toda prisa para dirigirse a la puerta de su casa, donde se encontró a Elisabeth Brown, la asistenta que tenía la familia, que acababa de cerrar la puerta de la casa con la llave para marcharse.

—¡Ay, señorita Olivia, qué alegría de verla de nuevo! —afirmó la asistenta con lágrimas en los ojos, abrazándose a ella con cariño—. Creía que le había pasado algo. ¿Por qué no nos llamó en todo este tiempo?

—He estado muy ocupada —comentó Olivia, sin dar explicaciones para no preocuparla—. Yo también te he echado de menos, querida Elisabethexpresó Olivia dándole un beso en la mejilla.

—A sus padres los detuvo ayer la policía y no hay nadie en la casa. No sabe usted el disgusto que me llevé ayer.

—Me lo imagino.

—Entre. —Le abrió con la llave—. Su habitación está arreglada, como siempre, no tiene ni una mota de polvo.

—Te lo agradezco Elisabeth, pero hoy es tu día libre, y te mereces un descanso. Yo solo voy a estar aquí unos minutos para coger unas cosas, después cerraré con llave. —declaró Olivia, que tras despedirse entró en su casa mientras Elisabeth, unos cuantos metros más para allá, cogía su teléfono móvil en la calle para realizar una llamada.

—Ya está la chica en casa, corred, dice que estará aquí solo unos minutos —avisó Elisabeth a los matones que la buscaban para matarla.

Olivia entró en la casa y fue directa a su habitación, donde acudió poco después John, tras abrirle la puerta, harto ya de esperarla en el coche.

—Hija mía, ya podías ser un poquito más rápida, que eres más lenta que un desfile de cojos.

—John, ven, pasa a mi habitación.

—¡Ah! —John soltó un chillido histérico—. ¿Pero esto qué es? ¡Es el colmo de la desorganización! – dijo viendo la arbitraria decoración y alocada distribución de muebles y enseres que tenía dispuesta Olivia en el cuarto.

—Así es como me gusta mi habitación —dijo Olivia—. Desordenadamente ordenada.

—¿Qué hace esta enorme mesa de ordenador con ruedas justo en medio del cuarto?

—Esta es la joya de la corona y, aunque es enorme y pesada, ahí es donde tengo todo lo que me importa, mi ordenador, escáner, impresora, equipo de música, televisión, radio…

—¿Y tiene que estar justo en medio para que alguien tropiece con ella.

—Pues sí, está en medio porque me gusta que esté en medio —dijo Olivia con determinación.

—¿Y esos montones de ropa que sacas del armario? —hizo notar John.

—Esa es la ropa que me voy a llevar —contestó Olivia.

—Todo eso no cabe en mi coche, que no es una furgoneta, te llevarás la mitad de la mitad.

—Ya verás como sí cabe – contestó Olivia tranquilamente mientras empacaba la ropa.

—¡Estás loca! —exclamóJohn pasó a la cocina para beber algo de agua y humedecer su garganta, que con los problemas de esta niña se le había quedado reseca.

En ese instante entraron en la habitación de Olivia dos tipos con cara de pocos amigos y mirada dura en sus ojos.

—¡Ah! —gritó Olivia al verlos, grito que oyó perfectamente John, que se encontraba escondido tras el tabique de la cocina, sin atreverse a moverse.

—Hola, Olivia, nos has dado mucho trabajo hasta poder encontrarte —dijo uno de los tipos, sacando una navaja del bolsillo—. Pero ahora te mataremos de una manera rápida para que sufras lo menos posible. — mientras John agudizaba el oído—. A menos que te resistas y te tengamos que dar una muerte lenta y dolorosa.

—¡Bruce, Fede, John! —gritó Olivia, inmovilizada por el miedo—. ¡Venid todos, que hay aquí dos delincuentes! – reclamó Olivia con la intención de amedrentar a los matones, y pedir ayuda a John, que se encontraba con un ataque de miedo horrible mientras se le descomponía el vientre por momentos por el pánico, sin saber si podría lograr contener su esfínter por más tiempo.

—No te molestes, muñeca. Cuando Elisabeth nos avisó de tu llegada nos dijo que venías sola.

—¿Ella también? —murmuró Olivia con todo el dolor de su corazón ante esta nueva traición.

—Venga, no te resistas, dentro de un minuto todo habrá terminado —dijo el otro tipo sacando una pistola de la chaqueta y colocándole el silenciador, al tiempo que Olivia, al ver su final, se fue hacia un rincón de la habitación dando un enorme grito de terror, que también escuchó su amigo John, pegado al tabique de la cocina como una lapa inseparable, y que en un arrebato de valor entró en la habitación de Olivia como un ciclón, echándose sobre la enorme mesa de ordenador con ruedas, que empujó en un segundo contra dos tipos que se encontraban cerca de la terraza y que traspasaron los cristales de la terraza como una exhalación, cayendo entre cristales rotos. John cogió de la mano a Olivia para salir corriendo los dos de allí.

—¡Vamos! —Olivia cerró la puerta de la casa mientras escapaban—. ¡Espera, voy a coger la llave!

—¿Qué es que se te ha olvidado algo? —dijo John totalmente exasperado al ver a Olivia parada ente la puerta.

—Esta es la única salida. —expresóOlivia echando la llave de la puerta.

—Eres más infantil que las braguitas de Betty Boop —dijo John nervioso—. Esos tipos no necesitaron llave para entrar y tampoco la necesitaran para salir. —al tiempo que se oía desde el interior de la vivienda cómo zarandeaban la puerta de madera.

—¿Vámonos! —dijo metiéndose los dos en el coche para salir de allí a toda velocidad, mientras que John llamaba al teléfono móvil de Bruce con sus manos libres.

—¿Sí, dígame? —contestó Bruce mientras John circulaba a toda velocidad con su esposa.

—¡Muchas gracias por el paquete que me habéis endosado! Ha sido muy considerado por vuestra parte —dijo John totalmente enojado—. ¡Ahora mismo hay dos tipos pistola en mano que nos persiguen para matarnos!

—¿John? ¿Eres John? —le dijo Bruce que no lo escuchaba con claridad.

—¿Y quién va a ser? ¿Conoces a otro tonto por ahí? ¡Ah, por cierto! Le dices a la bruja de mi amiga, que es tu esposa, que hoy ha perdido un amigo para siempre.

—Calma, John. ¿Dónde te encuentras? Vamos para allá.

—En la carretera que va desde casa de los padres de Olivia al viejo cementerio de coches —dijo, al tiempo que dos disparos impactaron atrás, en el maletero del coche.

—¡Ah! —dijo John por teléfono—. ¡Que nos disparan! —Aceleró aún más su vehículo, al tiempo que Bruce daba un volantazo en el coche, cambiaba de dirección en la carretera y avisaba por teléfono a la policía y a su amigo Fede para que se personaran en el lugar al que acudía a toda velocidad en compañía de Klaudia, que se encontraba nerviosa en el asiento del copiloto.

Los dos matones continuaban disparando desde atrás, esta vez sin impactar en el coche por suerte, al tiempo que John lograba algo de distancia acelerando.

—¡Venid aquí si os atrevéis! ¡Cabrones, matones de mierda! —gritaba Olivia viendo cómo ganaban algo de espacio.

—No los insultes, que si los cabreas es peor —dijo John atemorizado mientras circulaba a toda velocidad por esa estrecha carretera en la que se veían unas luces intermitentes a lo lejos, en mitad de la carretera.

—¡La policía, estamos salvados! —exclamó John al ver las luces en medio de aquella carretera.

—¡Venga, no queríais cogernos! ¡Asesinos! ¡Vais a ir derechos al trullo! —gritaba con ganas Olivia, al tiempo que le hablaba John.

—¡No es la policía! ¡Es una enorme cosechadora que ocupa toda la carretera y no podemos pasar! —dijo John horrorizado, frenando al tiempo que la cosechadora se apartaba por un camino y dejaba el paso libre, mientras el coche de los matones impactaba por detrás con el coche de John.

—Ahora nos vamos a divertir —dijo uno de los esbirros poniendo su coche en paralelo con el vehículo de John y dándole pequeños choques laterales mientras se reían. John pisó fuerte el freno y dejó que pasaran para adelante los perseguidores, colocándose el coche de John detrás de ellos.

—¿Ahora qué, criminales? —dijo Olivia exaltada—. Os vamos a dar por el culo —mientras John hacía que chocara su coche con el de los matones.

—¡Toma! —dijo Olivia haciéndoles un corte de mangas mientras uno de los matones se asomaba por la ventanilla de su vehículo riendo y sacando un arma los apuntó directamente a ellos desde tres metros más adelante.

—¡Olivia, que nos disparan! —dijo John echando la cabeza de la chica sobre su asiento y echándose él también acachando la cabeza, mientras que cerraba los ojos y apretaba fuertemente el pedal del acelerador, empujando el coche de delante, al que no le bastaban los frenos, saliéndose en una curva de la calzada, y cayendo campo a través hasta chocar con el tronco de un árbol, mientras John frenaba su coche en la calzada, al tiempo que acudía la policía y el vehículo de Bruce.

—¡Klaudia! —gritó John con todas sus fuerzas al verlos allí—. ¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! —decía John acercándose a ellos para abrazarlos.

—¡Gracias a Dios que estáis vivos! —dijo Klaudia abrazándolos.

—¡Sí, pero no gracias a ti, mala pécora! —expresó John enfadado—. Ni a ti tampoco —le dijo a Bruce—. Ahora, que esta me la pagáis.

Poco después llegaba Fede y, tras tomarles la policía declaración a todos, se fueron a almorzar algo a un bar-restaurante cercano.

—No me lo explico —dijo Klaudia—. Si ya han detenido a los padrastros, ¿qué pueden ganar ahora matándola? Se lo cargarían en su contra.

—Precisamente por que los han detenido tienen más interés en matarla. —dijo Fede—. Todavía no ha salido el juicio, y para quedar libres necesitan buenos abogados y untar con dinero a fiscales y jueces. Ahora mismo, legalmente son sus padrastros, y si algo le pasara a Olivia, su fortuna iría íntegramente para ellos dos, que tendrían millones más que de sobra como para que los declarasen inocentes y quedar libres con una fortuna de miles de millones.

—Pues vaya regalito —dijo John—. La próxima vez que me quieras regalar una mascota, me compras un loro.

—Olivia necesita protección —dijo Bruce—. Y no me explico cómo la policía no se la da.

—Yo quiero que me protejáis vosotros —dijo Olivia—. No me fío de la policía.

—Yo podría ser tu guardaespaldas —dijo Fede—. Te podrías venir a vivir a mi casa hasta que todo esto se tranquilice.

—Me encantaría —dijo Olivia.

—Claro que eso lleva un coste —comentó Fede de forma sugerente.

—Pagaré lo que me pidáis —indicó Olivia un tanto angustiada.

—No seas rata, Fede, es nuestra obligación protegerla, ya cobramos el dinero, ¿no te acuerdas?. —le dijo Bruce a su amigo—. Esto por un par de días está bien, pero tenemos que buscar un sitio seguro hasta que salga el juicio.

—El primo Angelo Rafaelo —exclamó Klaudia, feliz de haber tenido una buena idea.

—¡¿El primo Angelo Rafaelo?! ¿Estás loca? —le dijo Bruce a su esposa.

—¿Por qué no? A ella le encanta Italia y mi primo es un ángel —repuso Klaudia mientras Bruce la miraba con cara de incredulidad—. Y, además, con él podemos estar seguros de que no intentarán nada contra ella.

—¡Me encanta la idea! —dijo Olivia—. Siempre quise viajar a Italia.

—Pues no hay más que hablar —dijo Bruce muy serio—. Esta noche la pasarás con Fede, y nosotros te llevaremos en cuanto podamos en un vuelo a Italia a presentarte al primo de Klaudia, donde estarás segura.

—Gracias, John —dijo Klaudia—. Te has portado como un hombre. No sé si tendrás traje de Superman en tu armario, pero eres mi superhéroe –le dijo Klaudia dándole un beso.

—Quita, quita —dijo John restregándose el beso con la mano—. Que uno tiene su reputación, no quiero que vean que me besuquea una chica.