Angelo Rafaelo

Por la tarde estuvieron charlando, cantando un poco viejas canciones napolitanas que hablaban de amor y bailando hasta poco antes de oscurecer, momento en el que todas las mujeres de la reunión empezaron a recoger cosas y a limpiar en la cocina para dejarlo todo como si nada, marchandose todos acto seguido, y quedándose en la casa solo los padres con los recién llegados de Nueva York, a los que la escena les parecía un tanto pintoresca, sobre todo a Olivia, que no había vivido nunca nada parecido, ni siquiera en las películas y videojuegos, y estaba encantada de ver cómo una familia tan numerosa se quería de verdad y derrochaba el amor que a ella le había faltado siempre.

Ya al oscurecer, la luna lucía brillante en el cielo de San Valentino, mientras se escuchaba el sonido de los grillos, y una suave brisa fresca empezaba a sustituir los momentos calurosos del día. Klaudia y Bruce, que se encontraban en el porche sentados en un romántico columpio de dos plazas, se prodigaban palabras de amor como dos enamorados, mientras se mantenían cogidos de las manos en la penumbra de la noche.

—Esta es la sorpresa más bonita que he tenido en mucho tiempo —confesó Klaudia a su marido—. Después de todo lo que he sufrido en el último año buscándote, necesitaba reencontrarme con mi familia.

—Y yo, después de todo lo que sufrí en la cárcel, necesitaba empezar a vivir de nuevo. Tener una nueva vida contigo. Y tú me has dado la felicidad que buscaba —le dijo Bruce dándole un beso.

—Ah, por cierto. —recordó Klaudia que deseaba saciar su curiosidad—. ¿Qué era eso que cuchicheaba mi padre contigo todo el día.

—Tu padre se ha empeñado en que me haga agricultor, para cultivar sus vides y que vivamos con ellos para que puedan jugar con sus nietos.

—¿Y qué le has dicho? —preguntó Klaudia intrigada.

—Yo no me veo de agricultor, a pleno sol pegando golpes a la tierra. No es lo mío.

—Pero sí te ves golpeando a la gente.

—La vida me ha enseñado a eso, a pelear desde niño. Pero si tú quieres, estoy dispuesto a quedarme y a cambiar de trabajo. Me gusta mucho este sitio y me gusta mucho tu familia. Creo que aquí nuestros hijos crecerían felices y tarde o temprano aprendería a hacer buen vino.

—Mi padre te enseñaría, tiene experiencia.

—¿Es eso lo que quieres? –le preguntó Bruce muy serio.

—Es posible —admitió ella—. Pero ahora no, no quiero echar por tierra mi carrera, con todo el sacrificio que me ha costado llegar donde estoy. Por ahora prefiero vivir en Nueva York, y respirar su aire contaminado.

—Como quieras —dijo él dándole un beso—. Ah, por cierto, háblame del tipo con el que conversabas tan acarameladamente cuando hemos llegado, el de la chaqueta blanca y el pelo engominado.

—Ah, Salvatore —dijo ella quitándole importancia.

—¡Ese!, precisamente –dijo él celoso haciendo hincapié.

—Bah, jugábamos juntos cuando éramos niños, eso es todo.

—No jugaríais a los médicos, ¿no? —dijo tan celoso y un poco irritado—. Y ahora el doctor, le va a hacer un reconocimiento completo a la enferma, que está malita. Váyase bajando las braguitas, que le voy a meter mano.. –dijo sin poder reprimir los celos, provocando la risa de Klaudia.

—No seas tonto —protestó ella besándolo.

—¿Tú crees? ¿Tú crees que soy tonto?

—El más tonto del mundo, pero te adoro. —Le besó apasionadamente en los labios mientras que el columpio se movía levemente al moverse sus cuerpos.

En el interior de la casa, Cristina, Fede, Carol, Tony, Olivia y John terminaban de jugar una animada partida de cartas en la mesa del salón.

Tanto le habían hablado a Olivia de las bondades de Angelo Rafaelo, que ella se lo imaginaba como un fraile de unos cuarenta años, con barba, coronilla y hábitos franciscanos, que se dedicaba a hacer obras de caridad a los pobres, pagando las medicinas de los enfermos, pero tenía interés en conocerlo en persona, y le extrañaba mucho que un hombre así, les hubiera dado plantón el primer día, y no hubiera ido ni siquiera a recibirlos.

—Caramba, John —dijo Tony—. ¿Qué te ha pasado en el ojo? Parece como si te hubiera dado una patada un mulo.

—Eso ha sido una broma de tu queridísimo cuñado, que me mandó con salvatore —explicó John con ironía— . Pero ya me lo pagará. Si no fuera porque Klaudia es mi mejor amiga, lo mandaría a la porra ahora mismo. Está muy bonito reírse de uno, porque yo no me río de nadie –expresó disgustado.

—No será para tanto hombre, seguramente habrá sido un error.

—Sí, sí, un error… Pues la próxima vez que tenga el error contigo y te pongan el ojo como a mí.

—¿No debía de haber llegado ya Angelo Rafaelo?, dijeron que vendría hoy a recogerme —preguntó Olivia un tanto extrañada.

—Es un tipo muy ocupado, estará terminando algún importante negocio —respondió Fede.

—¿A qué se dedica? —preguntó Olivia.

—Angelo Rafaelo es uno de los más exitosos empresarios de Nápoles, un triunfador. Sus negocios se cuentan por éxitos —comentó Tony mientras su mujer, que estaba sentada a su lado, lo miraba con sorpresa callando prudentemente.

—¿Y por qué creéis que un hombre de negocios en Italia me puede proteger mejor que unos detectives en Nueva York?

—Porque Angelo Rafaelo es un hombre muy familiar, para él la familia es lo primero —dijo Tony en tono convincente.

—Sí, la familia… —dijo John con sarcasmo—. La Cosa Nostra —Quedándose Olivia totalmente perpleja.

—¿Me estáis queriendo decir que es un mafioso? —inquirió Olivia indignada.

—No, él es una buena persona, te lo aseguro —dijo Tony intentando convencerla.

—Una buena persona de la Camorra —indicó John con retintín.

—John, a ver si nos callamos un poquito, que cada vez que hablas sube el pan —le recriminó Fede.

—La chica tiene derecho a saber la verdad —indicó Cristina—. De todas formas, tiene que irse a vivir con él y se terminaría enterando –opinó aportando una nota de sensatez.

—¡¿Todos lo sabíais y me lo habéis estado ocultando?! ¡¿Queríais que yo me fuera a vivir a casa de un mafioso?! ¡Esto es indignante!.

—Olivia, pequeña, ¿qué pasa? —preguntó el padre, que había acudido al oír las voces.

—¡Lo que pasa es que me han traído engañada como una tonta! ¡Pero no os preocupéis, que esta tonta ha despertado y ahora mismo hago las maletas para marcharme de nuevo a América! —Olivia Salió enfadada hasta el porche, donde encontró a Bruce y Klaudia sentados en el balancín en actitud romántica.

—¡¿Creíais que no me iba a enterar del engaño que habíais tramado para mí?! —bramó Olivia en tono acusador—. ¡Sois unas personas despreciables, me dais asco! ¡Yo había confiado plenamente en ustedes como si fueseis mi familia, y resulta que solo sois unos embaucadores!

—¿Pero de qué estás hablando? —preguntó Bruce sin saber muy bien lo que pasaba.

—¡Pensabais llevarme a vivir con un mafioso a su casa! ¡¿Qué pensabais? ¿Secuestrarme y pedir por mí un rescate?! ¡Porque nadie pagaría ni un céntimo por mí! ¿O que el mafioso hiciera negocio conmigo en la trata de blancas? !. Sois despreciables –—espetó finalmente Olivia con lágrimas en los ojos, dándose media vuelta con la intención de subir corriendo para su cuarto a hacer las maletas.

—Olivia, espera, no es como tú crees —dijo Bruce tratando de sujetarla, sin conseguirlo.

—Déjala, Bruce —le dijointervino Klaudia—. Quizá tenga razón, debimos haberle explicado bien quién es Angelo Rafaelo antes de traerla.

—Pero si se lo hubiéramos dicho, no hubiera venido. Lo hemos hecho por su bien.

—Sí, pero quizás en contra de su voluntad. —Klaudia entró en la casa tras Olivia para hablar con ella.

Cuando Klaudia entró en la habitación, se encontró a Olivia cerrando su maleta, que tenía encima de la cama.

—Olivia, recapacita, lo hemos hecho todo por tu bien —explicó Klaudia., siguiendo unos momentos de silencio sin obtener respuesta.

—Tú eres igual que todos los demás —le echó en cara Olivia, poniendo su maleta en el suelo—. Ahora mismo pediré un taxi por teléfono para que me lleve al aeropuerto.

—Escucha, Olivia, no tienes por qué irte ahora mismo, puedes hacerlo mañana por la mañana.

—¿Qué es que me lo vas a impedir? —preguntó Olivia en tono arrogante, poniéndose delante de Klaudia con la maleta para salir por la puerta.

—Tú has sido libre para entrar en mi casa, pero más libre eres para salir de ella —dijo Klaudia con dignidad—. Solo he intentado ayudarte.

—No necesito tu ayuda —dijo Olivia tan enfadada, apartando a Klaudia de su caminomientras pasaba con su maleta hasta el exterior de la casa.

Se sentó a esperar a el taxi en un poyete de piedra, junto a unas macetas de geranios y unos jazmines plantados en el suelo que habían junto a ella, y que impregnaban la noche con su aroma, al tiempo que las luces de un coche se veían a lo lejos acercarse por el camino. Realmente el servicio de taxis era muy eficiente, porque no habían pasado más de un par de minutos desde que llamó Olivia.

El vehículo se fue acercando en la oscuridad de la noche, y en unos minutos estaba delante de la casa. Era un moderno Ferrari rojo descapotable, que en nada se parecía a un taxi, y del que bajó un joven de unos veinticinco años, de tez morena tostada por el sol, con el cabello tirando a rubio que le llegaba casi por los hombros, con algunos mechones sueltos por el aire de venir conduciendo en el descapotable, y una incipiente barbita que le daba si cabe, un toque aún más atractivo, con su flamante camisa blanca de algodón, y una bonita sonrisa. Se acercó a ella al verla allí sentada para dirigirle unas palabras.

Olivia se quedó realmente impresionada al ver a aquel tipo tan terriblemente atractivo, que no sabía por qué motivo, se dirigía hacia ella después de salir del coche, olvidando por un momento el motivo por el que estaba allí esperando. Fueron solo un par de segundos, un par de segundos hasta que se acercó a ella, un par de segundos sintiendo cómo le temblaban las piernas, un par de segundos sintiendo latir su corazón, un par de segundos hasta que le dirigió la primera palabra, la primera sonrisa, un par de segundos fueron suficientes para saber, que estaba cayendo enamorada.

Él cuando bajó del coche, no sabía muy bien, de dónde había salido esa chica tan tremendamente atractiva que estaba allí sentada, como una aparición, como un sueño. Tan guapa como una virgen del renacimiento sacada de un cuadro, con su larga melena y su piel blanca como la luna. «No puede ser posible, parece un ángel», pensó el joven mientras se acercaba a la chica. «¿Cómo puede ser posible que exista algo tan bonito en el mundo?», se preguntaba a sí mismo gratamente sorprendido mientras se dirigía hacia ella para decirle unas palabras.

—¿Esperas a alguien? —preguntó aquel tipo tan irresistiblemente atractivo mientras las luces del exterior de la casa iluminaban su rostro.

—¿Quién?... ¿Yo?... —dijo Olivia titubeante, sin saber ni lo que estaba diciendo, mientras notaba cómo le fallaban las piernas.

—No hay nadie más con nosotros. —Él sonrió mientras ella reparaba en sus profundos ojos verdes, que brillaban como enormes esmeraldas con la luz de la farola, y de los que no podía apartar su mirada, atrayéndola como un imán—. ¿Eres una de las amigas de Klaudia?

—Eso creía, hasta que me enteré que habían tramado abandonarme en casa de un mafioso. Ahora no tengo amigos, solo espero que venga un taxi para volverme a Nueva York —dijo Olivia, a la que le acudieron dos lágrimas a los ojos mientras hablaba—. Ahora solo pienso en irme de Italia antes de que llame a la policía y metan a todos estos mafiosos en la cárcel. —diciéndolo tan seria que provocó una carcajada del muchacho, al tiempo que daba una palmada en el aire divertido.

—Tú debes de ser Olivia, ¿no es cierto?

—¿Y tú quién eres? —dijo ella un tanto extrañada de que supiera su nombre.

—Yo soy Rafaelo, el mafioso. Venía para llevarte a mi casa, aunque me dijeron que eras una niña. No sabía que eras una mujer tan guapa.

—¿Tú eres Angelo Rafaelo? —preguntó Olivia totalmente extrañada.

—Así me llaman.

—No puede ser, te imaginaba diferente.

—¿Cómo de diferente?

—No sé, más mayor, más… de otra manera.

—Espero que no te haya desilusionado. Pero ¿por qué te quieres ir si acabas de llegar? ¿Y a estas horas de la noche? Bruce y mi prima me dijeron que corrías peligro, que alguien quería hacerte daño.

—Es verdad, pero me da miedo meterme sola en casa de un mafioso —comentó ella reparando al instante de en lo que había dicho—. Bueno… Tú ya me entiendes.

—Lo entiendo, pero no soy como tú te crees. Yo no le hago daño a las mujeres, y menos a una chica tan preciosa como tú. Si mi prima te ha traído hasta aquí, es porque cree que yo te podía proteger, pero si quieres, puedes pensártelo unos días antes de venirte a mi casa. Aquí en la comarca nada se mueve sin que yo lo sepa, aunque en mi casa estarás más segura hasta que se resuelva tu problema.

—No sé, lo pensaré —aceptó Olivia, al tiempo que Angelo Rafaelo entraba en la casa y empezaba a saludar y a abrazar a sus primos y sus amigos, mientras desde el exterior Olivia escuchaba las voces, las bromas y las risas en un ambiente cálido y familiar, cuando por fin llegó el taxi hasta ella.

—Tenga —le dijo Olivia al taxista nada más llegar dándole un billete en la mano –—. Vuélvase de vacío, ya no hace falta, muchas gracias. —Y, tomando Olivia su maleta de nuevo, entró en la casa muy seria con la mirada gacha, sin querer dar su brazo a torcer, arrastrando la maleta hasta las escaleras para subir de nuevo a su habitación.

—¿No decías que te ibas a ir? —preguntó Klaudia al pasar junto a ella.

—Lo he pensado mejor —dijo escuetamente Olivia con voz enfadada subiendo de nuevo las escaleras, mientras Klaudia pensaba divertida qué habría sido lo que le había hecho cambiar de opinión.

Angelo Rafaelo se llamaba en realidad Rafaelo Fabrichi, aunque la gente humilde del pueblo le dio el sobrenombre de Angelo por la cantidad de buenas obras que hacía a la gente, y que corrían de boca en boca, por lo que en toda la comarca de San Valentino, era conocido popularmente por Angelo Rafaelo, por lo bueno que era, como un ángel protector para todas las personas.

Angelo Rafaelo era hijo de Gaetano Fabrichi, hermano de Franky y tío de Klaudia, un agricultor honrado y trabajador que solo había sacado de su duro trabajo enfermedades y dolores de huesos, y el dinero justo para dar de comer a su familia.

Gaetano Fabrichi, después de una larga enfermedad, quedó impedido para trabajar, y tuvo que ser su hijo Rafaelo, con solo dieciocho años, quien se hiciera cargo de la familia, trabajando en el campo, para pagar las deudas de su casa, y aceptando el dinero que le daba el tío Franky y el resto de la familia para que salieran adelante sin problemas, pero Rafaelo había pensado mucho sobre eso, y no quería que su vida terminara como la de su padre, con una enfermedad y dolores de huesos después de toda una vida de trabajo, así que a los diecinueve años, cogió el poco dinero que tenía ahorrado y se había marchado a Marruecos, donde encontró la manera de pasar hachís congelándolo dentro de cajas de pescado, y pasar la aduana con España conduciendo un tráiler de treinta mil kilos. Una vez en España había llegado sin problemas hasta Francia e Italia, pasando los Pirineos y Los Alpes, atravesando Italia hasta llegar a Nápoles para vendérselo a Flavio Donatelli, un capo de la camorra napolitana a quien prometió que le suministraría uno igual cada mes o cada semana.

Angelo Rafaelo ganó con estas operaciones una fortuna, y perfeccionó el sistema de entrada acortando el recorrido de los camiones en España hasta el puerto de Algeciras, y recibiendo las cargas en el puerto de Nápoles por mar, mientras repartía algún que otro dinero entre ciertas personas para que hicieran la vista gorda, se hizo con el control de la entrada en Italia de hachís, tabaco de contrabando y objetos falsificados, entre otras cosas, lo que le daba cada vez más dinero, millones de euros.

Rafaelo era una persona sencilla, familiar, a quien le gustaba la vida en el campo con su familia y sus amigos, y una persona con un corazón de oro, a quien no le importaba gastar su dinero en ayudar a alguien que lo necesitara, y al que acudían a menudo personas desesperadas, suplicándole ayuda para comprar medicinas que no podían pagar, alimentos para sus hijos, un abogado para alguien que estaba en prisión… Todo el mundo en la comarca sabía que había una persona a la que recurrir cuando en la desesperación nadie encontraba ninguna ayuda. Y sabían, que una persona de buen corazón, estaba dispuesta siempre a ayudarlos, derramando su misericordia y su bondad, por lo que el pueblo llano, desde la gratitud, y con la devoción que se le profesa a un santo, comenzó a llamarlo Angelo Rafaelo, porque era para todos ellos un ángel..

Una vez había entrado en su casa un matrimonio joven al que acababan de desahuciar de su casa.

—Por favor, don Angelo Rafaelo, ayúdenos. —había dicho el hombre poniéndose de rodillas para suplicarle—. Esa casa era todo lo que teníamos, y al quedarnos los dos en paro y no poder pagar la hipoteca, el banco nos echó a vivir a la calle y se quedó con ella –dijo el hombre poniéndose de rodillas para suplicarle.

—Levántate, no seas tonto. —expresó Angelo Rafaelo levantándolo de la mano—. ¿Dónde pasareis la noche?

—Debajo de un puente, con una manta en el suelo, el banco nos dejó sin nada —había contestado la mujer llorando.

—Pues esta noche la vais a pasar bajo techo. Tengo una casa vacía que la podéis ocupar el tiempo que necesitéis. Ahora Salvatore os dará las llaves y os llevará en coche a vuestro nuevo hogar —había explicado Angelo Rafaelo mientras los dos empezaron a llorar, acercándose la esposa a besarle la mano mientras les daban las gracias de todo corazón.

—No tiene importancia. —Angelo Rafaelo retiró la mano para que no la besara—. ¿De quién es la casa ahora?

—De un parlamentario comunista que vivía enfrente de nuestro piso —había explicado el esposo—. Antes de que nos embargara el banco fuimos a ofrecérsela a él para que nos la comprara por cuarenta y ocho mil euros, y dijo que no le interesaban más viviendas, pero después de embargárnosla, se la compró al banco por dieciocho mil y nosotros nos quedamos viviendo debajo de un puente hasta ahora.

Angelo Rafaelo despidió a los jóvenes esposos, y al día siguiente, había acudido con Salvatore y varios de sus hombres a hacerle una visita al político, al que habían logrado convencer sin mucho esfuerzo de que vendiera de nuevo al joven matrimonio la vivienda por dieciocho mil euros.

—Pero ese precio es regalarla —protestó el político.

—Eso es lo que a ti te costó —le había espetado Angelo Rafaelo muy serio—. Y otra cosa, para pagarte ese dinero, te abonarán cada mes solo el veinte por ciento del sueldo que ellos ganen.

—Pero si están parados —había vuelto a protestar el político.

—Pues te esperas a que tengan trabajo. —Sonrió Angelo Rafaelo—. Estoy seguro de que lo encontrarán pronto. —Comentó, marchándose de allí y dejando atrás a Salvatore para que hablara con el político.

—Mira, mequetrefe, de que hemos estado aquí, ni una palabra a nadie. —Lo había cogido de la solapa—. O te retiraremos de la política antes de tiempo vistiendo un traje de madera y sin cobrar tu pensión vitalicia.

En otra ocasión, había acudido hasta la casa de Angelo Rafaelo, un cabo de los carabinieri. El cabo tenía una hija de nueve años que se estaba muriendo lentamente sin remedio de una rara enfermedad que le provocaba un tipo de leucemia. Se había tratado en Italia por los mejores médicos sin éxito, viendo como su enfermedad avanzaba. Finalmente los médicos le habían dicho, que la única solución era que se trasladaran con su hija a Houston, donde había unos médicos que la podían operar y ponerle un costoso tratamiento, que por su puesto el padre, con un sueldo pequeño del gobierno y sin más bienes, no podría pagar. El hombre había llegado a una auténtica desesperación, después de tratar de reunir dinero entre familiares, compañeros y amigos, sin conseguir el suficiente y teniendo la certeza de que su hija moriría sin duda alguna, y sin poder hacer nada por evitarlo. Así que no lo pensó dos veces y, aunque le costaba la misma vida tener que pedir ayuda a un delincuente, se dirigió a casa del primo de Klaudia, pidiendo hablar con don Angelo Rafaelo, el cual lo recibió había recibido en su despacho.

—Don Angelo Rafaelo, usted sabe que soy carabinieri, y que entre nosotros no hay mucho afecto, pero hoy no he venido a verle como policía, sino como padre —le había dicho el hombre, dejándose caer de rodilla—. Don Angelo Rafaelo, mi hija se me muere. –Explicó el padre echándose a llorar –solo tiene nueve años, y es todo lo que tengo en el mundo.

—Tranquilo, hombre. Levántate del suelo y siéntate en el sillón mientras me cuentas lo que pasa.

—Los médicos me han dicho que se va a morir en un mes, y que lo único que la puede salvar es un tratamiento que le pueden dar en América. Pero vale cincuenta y tres mil euros, y solo he podido conseguir seis mil. Por favor, don Angelo Rafaelo ayúdeme —Empezó a llorar desconsoladamente.

—Ahórrate esas lágrimas, porque estoy seguro de que la vida a partir de ahora solo te dará alegrías. —Expresó Angelo Rafaelo mientras abría una caja fuerte encastrada en la pared detrás de un cuadro, y metía un fajo de billetes en un sobre—. Ahí tienes, son sesenta mil euros.Manifestó entregándole el sobre en mano.

—Pero esto es mucho dinero. —Expresó el padre que no se podía creer lo que estaba viendo, llenándose de felicidad por eso.

—Lo que te sobre, para los gastos de viaje. Estoy seguro de que tu hija se curará pronto.

—Dios lo bendiga don Angelo Rafaelo, Dios lo bendiga —había dicho el carabinieri cogiendo su mano para besarla mientras Angelo Rafaelo le retiraba la mano para que no lo hiciera—. Le agradeceré siempre lo que ha hecho –dijo con lágrimas de felicidad. –Solo deseo poder pagarle algún día esta deuda.

—No digas eso hombre, tú no tienes ninguna deuda conmigo, la salud de tu hija vale más que el dinero que te he dado. Solo te pongo una condición.

—¿El qué? —había preguntado el padre dispuesto a cumplir la condición que le pidiera.

—Que me llames alguna vez para ver como sigue tu hija –despidiéndose ambos dándose un fuerte abrazo.