A la mañana siguiente de su llegada a Italia, Bruce, Tony y sus amigos dormían plácidamente a las seis de la madrugada, cuando la madre de Klaudia pasó a despertar a los hombres uno a uno, levantándose de sus camas con las sábanas aún pegadas a los ojos por el sueño.
—Venga, vamos, Angelo Rafaelo está al venir —decía la madre en voz baja, procurando no despertar a las chicas aún.
—Pero si todavía no es de día —protestó Bruce en voz baja, dándose media vuelta en la cama antes de levantarse todos los chicos uno a uno y bajar donde Sofía les tenía preparado el desayuno.
—¿Siempre os levantáis tan temprano en Italia? —protestó Fede en broma sentándose a la mesa.
—Ya es de día. ¿No oyes a los gallos cantar? —replicó Sofía sirviendo el desayuno.
—Sí mamá, pero nosotros no somos gallos —protestó Tony con sorna—. No sabes cuánto echo de menos Nueva York, allí no hay ni pájaros. Allí los únicos pájaros que ves, son los tipos que se ponen en la estación de metro para robarte la cartera, pero te puedes levantar a las doce de la mañana. Ah, adoro Nueva York.
—¿Alguno de vosotros sabe dónde está la cámara oculta? —preguntó John, que acababa de bajar sentándose a la mesa mientras se restregaba los ojos –—. Porque esta broma se estará grabando por algún lado.
—¿No te acuerdas ya que anoche nos dijo Angelo Rafaelo que nos invitaba a los chicos a un día de caza? —recordó Bruce sonriendo.
—¡Ah, qué horror, cazar animales! ¿No me oíste que yo no iría?
—Vamos, John —dijo Fede—. No puedes hacerle este feo, seguro que te diviertes.
—¡Oh, que diversión más grande! Un puñado de machotes armados con escopetas, que liberan testosterona pegando tiros para matar a débiles animalitos. ¡Oh, sí, es muy divertido! –comentó John con ironía cuando entraba por la puerta Angelo Rafaelo.
—¿Qué, estáis listos? —exclamó Angelo Rafaelo nada más entrar.
—Cuando quieras primo —contestó Bruce—. ¿Traes las escopetas?
—Una para cada uno —contestó Angelo Rafaelo.
—Para vuestra información, no pienso participar de una acción salvaje y troglodita —expuso John.
—Vamos, hombre, si solo vamos a cazar conejos. Después te gustará comértelos.
—Yo no me he comido un conejo en toda mi vida. Y no pienso asesinar indefensos animalitos —replicó John muy serio.
—Pues entonces puedes coger el conejo con la mano —expresó Angelo Rafaelo divertido—. Así no lo lastimarás.
—¿Yo? ¡Que asco, con la de pelos que tienen! —espetó John echándose todos a reír—. Yo prefiero quedarme con las chicas e ir de compras, por algo soy un profesional de la moda.
Salieron todos menos John al exterior de la vivienda, donde los esperaban dos tipos con las armas y los perros. Empezaron la batida por entre las viñedos, donde los conejos se habían reproducido exageradamente, y roían las raíces de las viñas, secando las plantas, por lo que era necesario mantenerlos a raya.
No tardaron mucho en aparecer los primeros conejos, que a esas horas de la mañana salían de sus madrigueras para comer. Los chicos efectuaron los primeros disparos, y los perros corrieron hacia las primeras piezas, que recogían los chicos echándolas en el zurrón.
—Buenos días don Angelo Rafaelo —le dijeron un grupo de campesinos con los que se encontraron al cruzar de finca.
—¿Cuánto te apuestas a que cazo más conejos que tú, primo? —lo desafió Tony.
—Pues será la primera vez que me ganas —contestó Angelo Rafaelo divertido.
—Dame una ametralladora M-Z y a los perros no les dará tiempo de coger los conejos que cacemos —dijo Fede en broma.
—Sois todos unos fantasmones. Si sabéis que el mejor tirador soy yo —comentó Bruce divertido mientras agudizaba su vista, empezando a distanciarse unos de otros para peinar una finca de Angelo Rafaelo en la que acababan de entrar.
Sobre las diez de la mañana, ya que iban algo cansados y con los zurrones repletos de caza, se pararon junto a un venero que manaba agua muy fresquita del interior de la tierra, donde bebieron y se refrescaron un poco.
—Cuanto daría por estar ahora mismo en mi apartamento de Nueva York y darme una buena ducha de agua fría —dijo Tony secándose las gotas de sudor de su frente.
—El ser humano necesita el aire puro del campo —contestó Angelo Rafaelo divertido.
—¿Aire puro? —replicó Tony—. Yo necesito respirar el aire viciado del metro, y el humo del tubo de escape de los coches. ¡Eso es vida!
El argumento Tony levantó las carcajadas de su primo, que los dirigió a todos acto seguido, a la hacienda abandonada y medio en ruinas de los Siferone, la cual podían ya divisar a lo lejos.
—Rafaelo, cuando nos dijiste que nos íbamos a descansar a la sombrita creíamos que sería en casa de mis suegros, no en un cobertizo de cabras medio en ruinas —opinó Bruce.
—Es que acabo de comprar estas tierras y quería que las vieseis. —Angelo Rafaelo los llevó a todos en dirección al cobertizo.
A lo lejos se encontraba un muchacho que pastoreaba un rebaño de cabras, y que al verlos alzó su brazo izquierdo moviéndolo tres veces por el aire, a lo que Angelo Rafaelo contestó haciéndole gentilmente el mismo saludo. Un poco más allá, junto a la antigua vivienda, un cazador que paseaba por allí escopeta en mano, al verlos, alzó su brazo derecho como el pastor, haciéndole a Rafaelo la misma señal, quedando ya los invitados un poco intrigados.
—Es que son muy educados la gente de por aquí, y les gusta saludarme —argumentó Rafaelo.
—No, si yo me he criado también aquí, y ese saludo no lo conozco —dijo Tony.
—Venga, pasad, que estáis en vuestra casa —les invitó Angelo Rafaelo abriendo la puerta de la ruinosa casa, para ver todos como por encanto, el impresionante y lujoso interior de la misma, con un bonito patio con jardines, sobre los que destacaba una magnífica piscina llena de preciosas chicas en bikini con algunos amigos más, y que nada más entrar gritaron al unísono—. ¡Sorpresa!
Empezó a sonar la música por los altavoces mientras las chicas bailaban a su ritmo.
Algo estaba preparando la madre de Klaudia, que esparcía su aroma por toda la casa. Eran rosquillas de San Dionisio, que tanto le gustaban a Klaudia de pequeña, y que su madre, al estar ella en casa, no había dudado en hacer para el desayuno, encontrándose todas las chicas, incluido John, sentadas como siempre alrededor de la enorme mesa de madera de la cocina, que tantos recuerdos le traía a Klaudia de cuando era niña.
—¡Ah!, mire que es usted malvada —le dijo John a Sofía, que servía las rosquillas en la mesa para el desayuno –—. Ponernos estas rosquillas deliciosas…, pero yo no las puedo digerir, porque en vez de ir al estómago, se bajan directamente aquí, a los michelines, y ¡puf!, adiós a ponerme el bañador sin que parezca una foca. Tendré que bajar a la playa en albornoz, tapado hasta los tobillos —dijo John al tiempo que todas se reían.
—Klaudia, dime, siempre he tenido la curiosidad… ¿por qué si tú eres italiana, tu nombre empieza por k? —inquirió Cristina, que aunque la conocía de hacía tiempo, nunca le había dado por preguntarlo.
—Eso fue cosa de John, cuando aceptó ser mi representante. Me aconsejó que me cambiara el nombre por otro más comercial, pero yo estaba bien con el mío, y solo acepté que me cambiara una letra si él creía que eso me podía ayudar en mi profesión.
—No ayuda nada tener un nombre vulgar en la pasarela —señaló John—. Claudia, con c, me recordaba a las ciruelas claudias o a un emperador romano, pero Klaudia, con k, solo está ella en el mundo de la moda, y ella es única, la mejor, un punto superior a las demás compañeras, y tenía que definir sus diferencias.
Olivia mientras tanto, no prestaba mucha atención a lo que se estaba diciendo, mientras mojaba unas rosquillas en la leche con mirada soñadora.
Yo he decidido quedarme a vivir en Italia —les dijo a todas de repente—. Lo he decidido anoche mientras veía la luna llena con mi maleta. ¿No sería maravilloso que pudiera encontrar aquí el amor? —añadió risueña. Los demás se quedaron en silencio y la miraban algo sorprendidos por la repentina decisión de la chica, que la noche anterior quería marcharse de allí a toda costa, pero en el fondo adivinaron cuál había sido el motivo que hacía que se quedara.
—Por cierto Klaudia, me han llamado de Victoria’s Secret, para comunicarnos que anulan la campaña a nivel mundial que acordaron con nosotros en Nueva York. –dijo John acordándose de improviso, cuando se acercó hasta ellas la madre de Klaudia poniendo sobre la mesa, otro plato de rosquillas recién salidas del horno.
—Acaban de llamar los amigos paracaidistas de Bruce para informar de que llegarán todos esta tarde. —comunicó Sofía en ese momento.
—¡Ah! ¡Los paracaidistas! ¡Me encantan! —expresó John—. Eso de ver a un hombre suspendido en lo alto tuya, que va cayendo poco a poco sobre ti, hasta tomar tierra… ¡eso es un sueño!
—La verdad es que eso de caer así por el aire debe de ser maravilloso —dijo Klaudia—. Le he prometido a Bruce que algún día me tiraré en paracaídas con él. A mí eso me haría mucha ilusión, pero tendría que aprender bien primero.
—Eso es fácil, yo me he tirado muchas veces con Fede y es alucinante, te lo prometo —explicó Cristinase gura de sí misma.
—Sí, pero me da un poco de miedo —dijo Klaudia.
—¡Bah! —replicó Cristina—. Los chicos saben donde alquilar un avión para saltar cerca de Nápoles. Te damos un cursillo de media hora antes de saltar para que estés tranquila y saltamos todos del avión para que tengas la experiencia, y así al siguiente día, ya sabrás saltar con Bruce y le das una sorpresa.
—Me parece maravilloso que seáis unas chicas tan valientes —dijo Sofía—. ¡Ojalá yo pudiera saltar también con ustedes!
—Es que la vida son sensaciones, que es lo que recordarás siempre, y si no las tienes, es como si no hubieras vivido —señaló sensatamente Carol.
—Que sensata eres Carol, y cuánta razón tienes —afirmó Sofía.
—Eso es muy fácil —expuso Olivia—. Yo una vez salté en paracaídas en un campamento de verano en Massachusetts y no me daba miedo.
—Sí, pero es que tú estabas loca, tu opinión en esto no cuenta —apuntó John a la chica.
—Creo que sí, que voy a aprender a saltar con vosotras —le dijo Klaudia a Cristina—. Espero que no me dé miedo saltar desde tan alto.
—¡Qué va! —repuso Cristina—. Si eso es como saltar del escalón de tu casa, igual.
Al día siguiente, los paracaidistas excompañeros de Bruce alquilaron un avión como había dicho Cristina, y tras darle unas leves explicaciones de cómo saltar a Klaudia, iniciaron el vuelo sobre los campos napolitanos, ofreciendo a Klaudia el honor de ser la primera en tirarse del avión, la cual fue diligentemente ante la puerta abierta, y una vez allí, sintió vértigo de ver las cosas tan pequeñas y recibir el viento en la cara con el paracaídas en la espalda y un casco en la cabeza, agarrada con ambas manos a la puerta del avión.
—¡Que no! ¡Que no salto! —gritó Klaudia de forma repentina.
—Tú saltas —insistió Cristina—. No hemos subido aquí para nada –mientras Olivia, Fede, y los cinco compañeros de Bruce, esperaban todos para saltar.
—Que no, que tengo miedo –dijo Klaudia tan aterrorizada sin querer soltarse.
—¡Que te tires, leche! —objetó Cristina en un arrebato, empujándola con el pie en el culo hasta que cayó al vacío.
—¡Socorro! ¡¿Cómo se abre esto?! —gritaba Klaudia con todas sus fuerzas mientras caía tan rápidamente que el aire le daba fuertemente en su cara sin apenas dejarle respirar—. ¡Socorro, me voy a matar! —gritaba aterrorizada al tiempo que vio cómo del avión caía como un bólido hacia ella una persona, que pronto se puso a su lado—. ¡Bruce, ¿cómo es que estás aquí?, ayúdame! —le dijo a su marido, que quería darle una sorpresa a su mujer y había permanecido hasta ese momento escondido en la cabina del piloto para que no lo viera.
—Solo quería darte una sorpresa. —La abrazó mientras caían.
—¡Pues me la has dado! —dijo ella un tanto histérica, mientras se agarraban por las manos para darle un largo y apasionado beso, al tiempo que sus cuerpos caían por el aire y sus amigos, que habían saltado todos ya del avión, formaban un corro cogidos de las manos alrededor de ellos dos.
—¡Si llegamos vivos abajo, te mato! —le gritó Klaudia a su esposo.
—¡Agárrate bien! —solicitó Bruce en un instante.
—¡¿A dónde?! —preguntó ella extrañada mientras caía.
—¡Donde puedas! —le dijo él pegando un tirón de la anilla de Klaudia abriéndose de repente el paracaídas.
Bruce seguía bajando unos cientos de metros alejándose de ella. Todos abrieron los paracaídas en ese momento, mientras Klaudia, que había sufrido un fuerte tirón para arriba cuando se abrió su paracaídas, ahora iba disfrutando cayendo lentamente, mientras veía el maravilloso paisaje que había bajo sus pies, pensando que esa era la experiencia más maravillosa que había tenido en su vida.Bruce se acercó a ella después de tomar tierra para desprenderla del paracaídas y darle un beso.
—No me digas que tú lo habías organizado todo —preguntó Klaudia a Bruce una vez en tierra.
—Solo quería darte una sorpresa. —susurró Bruce manteniéndola entre sus brazos.
—Es la sorpresa más excitante que he tenido en mi vida —exclamó Klaudia mientras se entregaba en sus brazos, y sus labios se fundían en un beso largo, apasionado, dulce… En el momento que su madre se acercaba a ella que estaba tan a gusto dormida en la cama abrazando a su almohada.
—Despierta Klaudia, que tenemos que ir de compras —le dijo Sofía zarandeándola un poco en la cama para que despertara. Mientras, Klaudia seguía oliendo el aroma de los dulces de su madre, que impregnaba toda la casa y que había estado oliendo mientras dormía.
—Bruce, te quiero —pronunció ella entre sueños dándole un beso a la almohada.
—¿Pero de qué porras estás hablando? Vamos para arriba de una vez —exclamó la madre divertida.
Poco después, bajaron todas a desayunar alrededor de la mesa de la cocina, donde Sofía les tenía preparados unos dulces típicos de la zona, que ella misma había horneado momentos antes, y que llenaban el aire con un apetitoso aroma.
—Carol, al tercer dulce que coja me apartas el plato para que no coja más —dijo Cristina—. Después se juntan todos aquí. —Se señaló el trasero mientras las demás reían.
—Ni hablar —dijo Sofía escuchándola—. Puede ser que lo deseéis porque lo necesite el bebé. Las tres estáis embarazadas, y estos dulces tienen huevos, leche, queso y mantequilla, ingredientes buenos para los huesos.
—Entonces, ¡qué diablos! Comeré hasta hartarme, aprovecharé mi embarazo para comer todo lo que quiera. Soy golosa —confesó Cristina, riendo todas de nuevo.
—Deberíamos ser como Klaudia —dijo Carol—. Que coma lo que coma tiene un tipito.
—Eso es el metabolismo —apuntó Olivia con la boca llena y que ya iba por el tercer pastelito -—. Que aunque algunas personas coman más, no engordan.
—Me encanta el metabolismo —expresó Klaudia metiéndose un dulce en la boca.
—Olivia, ¿se puede saber qué mosca te picó anoche? —preguntó Cristina—. Haces la maleta para irte, después vuelves a entrar con ella para quedarte, ¿Qué fue lo que te hizo cambiar de opinión?, le preguntó Cristina a la que tampoco se le había escapado cual había sido la causa de que no se fuera.
—Lo pensé mejor —repuso Olivia sin querer dar explicaciones.
—¿Y ese pensamiento que tuviste, tenía la piel morena, ricitos dorados y los ojos verdes? —volvió a insistir Cristina.
—Puede —dijo Olivia sonriendo divertida.
—Tú no les hagas caso —le dijo la madre a Olivia—. Que están todas locas. Todas menos Carol, que es la más cuerda. Y John, por supuesto. –admitió Sofía volviendo para traer más leche.
—Menos mal que no me has incluido entre las locas —exclamó John comiendo mientras todas reían.
—Acaban de llamar los compañeros de Bruce para anunciar que esta tarde llegarán a la casa desde la base que tienen en España —comentó Sofía sentándose en la mesa junto a las chicas.
—¿Queréis saber una cosa asombrosa? —les dijo Klaudia—. Todo esto que estamos hablando lo he vivido antes –les dijo quedándose todas con cara de perplejidad al escucharlo –Sí, lo he soñado esta noche, toda esta situación, aquí, alrededor de la mesa, comiendo los dulces de mamá.
—¿Pero qué estás diciendo? —preguntó Cristina sorprendida.
—Sí, Cristina, te lo voy a demostrar —dijo Klaudia muy resuelta—. Tú me vas a insistir para que salte mañana contigo en paracaídas, aunque esta vez no te pienso acompañar, creo que es una locura en nuestro estado. Y tú, mamá, deberías pensar más en tu nieto, y no animarme a que salte desde un avión.
—Klaudia, a ti se te ha tenido que caer un tornillo mientras dormías —opinó Cristina—. ¿Cómo te voy a decir que saltemos de un avión estando las dos embarazadas?.
—Hija, ¿estás bien? ¿Te pasa algo? ¿Por qué dices que yo quiero que saltes de un avión? Y menos en tu estado.
—No me hagáis caso —dijo Klaudia rectificando.
—Ah, por cierto —dijo John—. Han llamado de Victoria’s Secret para informarnos de que ya han empezado la campaña de publicidad a nivel mundial, y de que ya te han ingresado el primer pago en tu cuenta corriente.
—Que callado te lo tenías —dijo Bruce divertido a Rafaelo en el interior de su lujosa y discreta mansión, mientras veían al fondo, junto a la piscina, una enorme pancarta que ponía: BRUCE, HAZ A MI PRIMA FELIZ—. ¡Que cabrito eres! –le dijo Bruce divertido dándole una palmada en la espalda.
—Solo has visto una parte —comentó Angelo Rafaelo—. ¡Chicas, dadle la vuelta a la pancarta! —Lo que hicieron rápidamente, dejando ver otras letras que ponía: O TE CORTO EL PIRULI.
—Serás cabrón —expresó Bruce riendo.
—Es mi prima, eso es lo que hay.
—¡Chico, esto es el paraíso! —comentó Fede dándole un empujón a Tony y tirándolo a la piscina para tirarse él de cabeza acto seguido.
—Toma una copa, primo —le ofreció Angelo Rafaelo a Bruce, descorchando una botella de vino de sus bodegas. Brindaron ambos chocando sus vasos, mientras la música sonaba y subían a una especie de escenario, tres preciosas chicas mulatas cubiertas con bañadores color oro con lentejuelas, que empezaron a cantar música cubana mientras bailaban en el escenario. Tony y Fede empezaban a bailar con las impresionantes chicas de la piscina, que cariñosamente entre risas le daban un beso en los labios.
—Primo, puedes escoger la chica que quieras, esta es tu despedida de soltero —indicó Angelo Rafaelo a Bruce después de que se hubieran tomado a medias la primera botella de vino.
Primo, te olvidas de que yo ya estoy casado, tengo esposa —replicó Bruce con el habla un poco afectada por el alcohol.
—¡¿Y qué más da, un día es un día?! —contestó riendo mientras desde la tumbona donde estaba, Bruce vio en la distancia a Salvatore, cuchicheando con una hermosa chica de grandes pechos, que por lo visto iba a actuar ahora, haciéndole la chica un guiño a Bruce al verlo y tirándole un cariñoso beso.
—¿Ese tal Salvatore trabaja para ti? —preguntó Bruce al verlo.
—Sí, es mi lugarteniente, de él fue la idea de agasajarte con esta fiesta e invitar a todas estas preciosas chicas.
—Pues es un cabrón —dijo Bruce con su habla un poco ebria, mirando hacia donde estaba Salvatore sin lograr verlo, al tiempo que la chica tan atractiva que hablaba con él, empezó un número de baile erótico agarrada a una barra metálica delante de ellos, quitándose finalmente el pequeño sujetador que llevaba arrojándolo al suelo y mostrando sus pechos tan espectaculares y divinos, ante los que ningún hombre se podría resistir, sentándose en las piernas de Bruce, de manera que sus atractivos pezones quedaban a milímetros de su boca, mientras Angelo Rafaelo, medio borracho, los miraba divertido.
—Cariño, ¿quieres ver cómo mis pechos bailan sobre tu cara? —ofreció la chica con voz dulce y sensual.
—Lo que quiero ver es como te levantas de mis piernas, quitas tus tetas de mi boca y te marchas a freír espárragos —espetó Bruce coherentemente a pesar de estar bebido -—. ¿No sabes que es un delito intentar provocar a un hombre casado? —La chica se retiró ante las carcajadas de Rafaelo—. ¿Todo esto es cosa tuya? –le preguntó un tanto enfadado a Angelo Rafaelo.
—No, lo de la chica ha sido idea de Salvatore. ¿A que es genial? —dijo medio borracho.
—Pues entonces sois los dos iguales de cabrones. —Bruce se levantó tambaleándose un poco por el alcohol—. ¿Por qué lo has hecho?
—Para saber si el oro es bueno, hay que probarlo primero —dijo Angelo Rafaelo divertido—. Pero no te preocupes, has pasado la prueba, el oro es de dieciocho quilates, ya te puedes casar con mi prima.
Bruce le dio un puñetazo que lo dejó sentado en una silla.
—Sabes que estoy casado con tu prima, te debería de dar una paliza —exclamó mientras los hombres de Angelo Rafaelo lo miraban expectantes esperando una orden.
—La idea de Salvatore de probar tu amor me pareció buena idea, yo solo quiero lo mejor para mi prima.
—Cuando encuentre a Salvatore lo voy a colgar —afirmó Bruce muy enfadado, con el habla típica de haber bebido demasiado-—. ¿De qué conoce Salvatore a mi mujer?
—Él y ella fueron antiguamente novios —contestó Angelo Rafaelo tan bebido.
—Pues trata de quitarme a mi mujer —dijo Bruce enfadado.
—Eso no es posible, él me tiene un respeto, nunca le haría eso a mi prima, porque si eso fuera así, el que lo iba a matar iba a ser yo, eso no es posible.
—¿A, no? ¿Dónde está Salvatore?
—Dijo que había quedado con las chicas para llevarlas en el coche de compras a Nápoles.
—¿Ves lo que te decía? —insistió Bruce—. Ese Salvatore me quiere quitar a mi mujer. —Los dos se levantaron a toda prisa, cogieron un coche y se marcharon rápidamente hacia la casa de los padres de Klaudia.
Tony y Fede seguían en la piscina sin percatarse de nada mientras que Angelo Rafaelo, por los efectos del alcohol, iba haciendo eses por la carretera. A medio camino los detuvo un control de carretera de los carabinieri.
—Como estén borrachos, a estos los vamos a fundir —dijo el sargento dándoles el alto y percatándose de quien conducía.
—¡Por Dios, don Angelo Rafaelo! ¿Cómo se le ocurre conducir el coche en este estado? Puede provocar un accidente —dijo el sargento de los carabinieri.
—Es que vamos a una urgencia —explicó Angelo Rafaelo con su tono de embriaguez—. Es muy importante —dijo colocándose el índice sobre sus labios—. Asunto de cuernos.
—Pero así no puede usted seguir —señaló el sargento—. Pase al asiento trasero, que yo conduciré el coche donde haga falta –poniéndose el sargento en la parte del conductor e iniciando la marcha.
Antes de que ellos llegaran a casa de los padres de Klaudia, había llegado Salvatore, con la intención de llevarla a la fiesta sorpresa de su primo, y que pudiera ver allí a su esposo rodeado de esas chicas tan cariñosas.
—¿Y Klaudia? —preguntó Salvatore.
—Se acaban de ir todos para Nápoles a hacer unas compras —contestó Franki.
—No puede ser, si quedamos en que yo las llevaría con el coche.
—Sí, pero al final John no ha ido a la cacería y se ha ofrecido para llevarlas a todas.
Salvatore se marchó de allí muy contrariado. Bruce y Angelo Rafaelo llegaron con el sargento de los carabinieri unos minutos después. Franky les contestó lo mismo.
—Cuando venga John, recuérdame que me disculpe con él, porque es un buen amigo —le dijo Bruce a Angelo Rafaelo mientras ambos se abrazaban contentos en su embriaguez.