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Falacias raciales

Las cuestiones raciales y étnicas han generado opiniones apasionadas en diversas épocas y regiones del mundo. Estas opiniones han variado desde el determinismo genético, promovido en Estados Unidos a principios del siglo XX, que proclamaba que «la raza lo es todo»1 como explicación de las diferencias grupales en los resultados económicos y sociales, hasta la opinión opuesta, que surgió a finales de ese siglo, según la cual el racismo era la causa principal de las desigualdades económicas y sociales.

Que personas diferentes tengan creencias distintas no es inusual en la historia de la humanidad. Lo verdaderamente inusual y preocupante es 1) el grado en que tales creencias prevalecen sin ser sometidas a pruebas de hechos o lógica y 2) el grado en que las personas que presentan evidencias empíricas contrarias a las creencias predominantes son objeto de ataques personales y esfuerzos por suprimir sus pruebas, por medios que van desde la censura hasta la violencia, especialmente en entornos académicos.

No se trata simplemente de riesgos para individuos o puntos de vista particulares. Son riesgos que amenazan el funcionamiento básico de una sociedad libre compuesta por seres humanos falibles cuyas creencias divergentes deben estar sujetas a algún escrutinio. De lo contrario, una sociedad libre puede socavar su propia libertad o desembocar en un conflicto interno destructivo. Ambas cosas han sucedido con demasiada frecuencia, en demasiados lugares, a lo largo de los siglos.

Afirmaciones frente a pruebas

La cuestión fundamental no radica en si la discriminación por parte del empresario —o la discriminación empresarial en general— puede ser la causa de las disparidades en los resultados económicos y sociales entre grupos raciales o étnicos. Puede serlo, lo ha sido, y no existe una razón para descartarlo como una posibilidad en los tiempos que vivimos. No obstante, tampoco debemos descartar ninguno de los otros muchos factores que a lo largo de la historia, en todo el mundo, han contribuido a generar desigualdades en los resultados entre todo tipo de grupos.

Dado que las disparidades más debatidas en Estados Unidos han sido las diferencias entre negros y blancos, éste es un buen punto de partida. La cuestión es si estas diferencias entre negros y blancos son excepcionales o si son de una magnitud inusualmente mayor en comparación con las diferencias entre otros grupos en Estados Unidos o en otras partes del mundo. También es importante considerar si hay muchas otras razones discernibles para esas diferencias más allá de la raza —es decir, la genética— o el racismo.

El ingreso medio de las familias negras estadounidenses ha sido inferior al ingreso medio de las familias blancas estadounidenses durante generaciones. En cuanto a la magnitud de esta disparidad, los datos oficiales del gobierno disponibles desde 1947 muestran que la diferencia no ha superado una proporción de 2 a 1 en ninguno de esos años.2 ¿Cómo se comporta esta disparidad específica en comparación con las disparidades entre otros grupos de Estados Unidos u otros países?

Dentro de Estados Unidos, el ingreso medio por habitante de los grupos étnicos asiáticos como los chinos, japoneses, indios y coreanos es más del doble que el de los estadounidenses de origen mexicano.3 Además, estos grupos asiáticos presentan un ingreso medio per cápita superior al de la población blanca.4 Los indios tienen un ingreso medio per cápita casi tres veces mayor que el de los estadounidenses de origen mexicano y una renta media por habitante superior a 15.000 dólares al año sobre el ingreso medio per cápita de los blancos.5 En el caso de los hombres que trabajan a tiempo completo durante todo el año, los hombres indios ganan más de 39.000 dólares al año más que los hombres blancos que trabajan a tiempo completo durante todo el año.6

¿Se trata de la «supremacía blanca» de la que tan a menudo se nos advierte en algunos círculos? Incluso entre los grupos no-blancos con ingresos bajos, hay una coincidencia considerable con los ingresos de la población blanca. Por ejemplo, los datos del censo de 2020 muestran que más de 9 millones de personas negras tienen ingresos superiores al ingreso medio de las personas blancas.7 Además, existen miles de familias negras millonarias8 e incluso varios negros milmillonarios, como Tiger Woods y Oprah Winfrey.9

Por mucho que difiera esta situación de la imagen que se proyecta de los negros en la retórica política, en gran parte de los medios de comunicación y en el ámbito académico, una imagen que a menudo se parece más a la que existía hace un siglo, la situación actual no debe llevar a la autocomplacencia. Por el contrario, debería servir como motivación para las generaciones jóvenes de negros para educarse y aprovechar las oportunidades que claramente están a su alcance, para avanzar aún más que las generaciones anteriores de negros.

Sin embargo, las diferencias económicas entre distintos grupos se vuelven especialmente relevantes cuando se abordan las diferentes tasas de pobreza. Por ejemplo, en Estados Unidos la tasa de pobreza en las familias negras en su conjunto ha sido durante mucho tiempo superior a la de las familias blancas en su conjunto,10 pero, a lo largo de más de un cuarto de siglo, desde 1994, en ningún año la tasa anual de pobreza en las familias compuestas por parejas casadas negras ha alcanzado el 10 por ciento. Y en ningún año durante más de medio siglo, desde 1959, la tasa de pobreza nacional en Estados Unidos en su conjunto ha alcanzado un porcentaje tan bajo como el 10 por ciento.11

En cambio, las familias monoparentales, independientemente de que sean blancas o negras, tienen una tasa de pobreza superior a la de las familias compuestas por parejas casadas. Las familias monoparentales cuyo cabeza de familia es una mujer blanca han experimentado una tasa de pobreza que ha sido más del doble de la de las familias negras formadas por parejas casadas en cada año desde 1994 hasta 2020, el último año del que se disponen datos.12 Si los «blancos supremacistas» son tan poderosos, ¿cómo ha podido suceder esto?

Tanto en las familias monoparentales negras como en las blancas, es menos común encontrar un hombre como cabeza de familia que una mujer. Las familias monoparentales blancas encabezadas por un hombre han experimentado una tasa de pobreza más baja que las dirigidas por una mujer. No obstante, las familias monoparentales blancas encabezadas por un hombre también han tenido una tasa de pobreza más alta que las familias negras formadas por una pareja casada todos los años desde 2003 hasta 2020.13

Las diferencias estadísticas entre grupos raciales no pueden atribuirse automáticamente a la raza, sea por causas genéticas o como resultado de la discriminación racial. Hay varias cosas que influyen en la desigualdad de ingresos, entre ellas, las diferencias en la proporción de familias monoparentales de distintos grupos raciales. También influyen las diferencias en la edad media y el nivel educativo, entre otros factores.

Del mismo modo que las disparidades de ingresos no son exclusivas de los grupos raciales o étnicos estadounidenses, tampoco las disparidades dentro de esos grupos son necesariamente menores que las que se registran entre unos y otros.

En la ciudad de Nueva York, por ejemplo, durante el año escolar 2017-2018 se dieron numerosas situaciones en barrios de minorías con bajos ingresos en los que las escuelas públicas concertadas y las escuelas públicas tradicionales, que prestaban servicio a la misma comunidad local, compartían el mismo edificio. Cuando los estudiantes negros e hispanos en ambos tipos de escuelas hicieron el mismo examen de matemáticas del estado, se observó que los alumnos de las escuelas concertadas obtuvieron el nivel oficial «avanzado» en matemáticas en una proporción seis veces superior a la de los niños de las mismas escuelas públicas tradicionales ubicadas en el mismo edificio.14 Hay disparidades notables dentro de los mismos grupos, de modo que ni la raza ni el racismo pueden explicar estas diferencias tan significativas15 ni puede decirse que las pruebas estén sesgadas culturalmente.

De manera similar, un estudio realizado en la década de 1930 sobre la comunidad negra de Chicago reveló que la tasa de delincuencia en esta comunidad oscilaba desde un valor de más del 40 por ciento en algunos barrios negros hasta inferior al 2 por ciento en otros.16 De nuevo, estas disparidades se observaban dentro del mismo grupo racial, en la misma ciudad y en el mismo período.

De igual modo, dentro de la población blanca, ha habido disparidades internas tan importantes como las diferencias encontradas entre negros y blancos. En 1851, por ejemplo, cuando la población blanca del sur representaba aproximadamente la mitad de la población blanca de las demás regiones, sólo el 8 por ciento de las patentes otorgadas en Estados Unidos provinieron de residentes en los estados sureños.17 Los blancos del sur llevan también mucho tiempo a la zaga de otros blancos en diversas habilidades laborales. Por ejemplo, aunque en 1860 el sur tenía el 40 por ciento de las vacas lecheras del país, solamente producían el 20 por ciento de la mantequilla y el 1 por ciento del queso de todo el país.18 Este retraso de la industria láctea del sur continuó durante el siglo XX.19

Además de las diferencias cuantificables, como la mayor tasa de analfabetismo entre los blancos del sur en la época anterior a la guerra civil en comparación con sus coetáneos blancos del norte,20 muchos observadores notaron un nivel de esfuerzo laboral visiblemente inferior entre los blancos del sur. Entre estos observadores se encontraban Alexis de Tocqueville, autor de la clásica obra La democracia en América,21 y Frederick Law Olmsted, autor del conocido relato El reino del algodón, sobre sus viajes por el sur antes de la guerra civil.22 Incluso entre los propios blancos del sur, realizaron observaciones similares el general Robert E. Lee,23 el escritor de la época anterior a la guerra Hinton Helper24 y los historiadores del siglo XX U. B. Phillips25 y Rupert B. Vance.26

Incluso en la actualidad, en pleno siglo XXI, hay condados en las regiones de los Apalaches de Kentucky —los de Clay y Owsley— cuya población está compuesta por un 90 por ciento de blancos y donde la renta media de los hogares no sólo es la mitad de la renta media de los hogares blancos en todo Estados Unidos, sino que también se sitúa miles de dólares por debajo de la renta media de los hogares negros del país.27 Un estudio de la Oficina del Censo descubrió que, en 2014, el condado de Owsley, con un 99 por ciento de población blanca, tenía los ingresos más bajos del país.28

No se trata de disparidades aisladas en un año en concreto. Estos mismos condados presentaron el mismo patrón de ingresos en cinco encuestas diferentes realizadas a lo largo de más de medio siglo, entre 1969 y 2020.29

En 2014, un artículo publicado en el New York Times Magazine evaluó los condados en términos económicos y encontró que seis de los diez condados con peor situación económica estaban en el este de Kentucky.30 Aunque el artículo no hizo referencia a la composición racial de los habitantes de esos condados, los datos del censo muestran que cada uno de estos seis condados tenía una población con más del 90 por ciento de personas blancas.31

Tampoco en este caso fue cosa de un año específico. Los datos para estos seis condados, recopilados durante los mismos años de 1969 a 2020, revelan un patrón muy similar de ingreso medio por hogar consistentemente muy por debajo de la media del ingreso por hogar de los blancos en todo el país, así como un ingreso medio por hogar consistentemente inferior al ingreso medio de los hogares negros en toda la nación.32

En cierto sentido, estos patrones se remontan incluso más atrás. Hace más de cien años, en un tratado académico sobre geografía, se destacó que las personas de la misma raza que viven en diferentes ubicaciones pueden tener resultados económicos y sociales radicalmente diferentes (tomando las comunidades de Kentucky entre los ejemplos). Este tratado se refería a la «región montañosa de la meseta de Cumberland», con sus «cabañas de una sola habitación» y «una población atrasada surgida de la misma cepa inglesa pura que la gente del bluegrass».33 Esta pauta tampoco fue exclusiva de Estados Unidos.

Según la autora, la respetada geógrafa Ellen Churchill Semple, tales «influencias del entorno» son un fenómeno que se manifiesta «en cualquier parte del mundo, en cualquier raza y en cualquier época».34 Su extensa investigación, y la de otros estudiosos desde entonces, demuestra que la población que vive en montañas y estribaciones —hillbillies en la terminología estadounidense—, por lo general, se ha quedado rezagada tanto en términos económicos como de desarrollo social.35 Los altos niveles de abandono escolar y los bajos niveles de titulados universitarios son ejemplos obvios del desarrollo social ignorado.

Lo que aprendemos de la pobreza persistente y severa en las comunidades hillbilly puede ayudarnos a determinar los factores que contribuyen al proceso de pobreza y retraso de otros pueblos, incluyendo a las minorías raciales. Si, por algún milagro, pudiéramos eliminar por completo el racismo, no podemos estar seguros del efecto que eso tendría. La gente que reside en los condados hillbilly de bajos ingresos en Estados Unidos ya están expuestas a un racismo nulo, ya que estas poblaciones son virtualmente todas blancas. Sin embargo, sus ingresos son inferiores a los de las personas negras.

Contrariamente, en un mundo en el que no se ha erradicado el racismo por completo, las parejas casadas negras han tenido de manera constante una tasa de pobreza inferior al promedio nacional y menos de la mitad de la tasa de pobreza de las familias monoparentales blancas encabezadas por una mujer. Esto quiere decir que algunos patrones de comportamiento parecen generar resultados positivos, más que la ausencia de racismo.

Un énfasis excesivo en el racismo puede ser incluso contraproducente. El presidente Barack Obama relató una experiencia en la que habló con un joven que pensó en un principio alistarse en las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos para formarse como piloto, pero luego cambió de opinión porque se dio cuenta de que las Fuerzas Aéreas «nunca dejarían a un negro pilotar un avión».36 Esto ocurrió décadas después de que existiera un escuadrón completo de pilotos de caza negros estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial y años después de que dos pilotos negros se convirtieran en generales en las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos.37 Quien adoctrinó a este joven le hizo más daño del que podría haberle hecho un racista, pues le impidió convertirse en piloto o intentarlo siquiera.

Hay muchas razones por las que distintas personas se encuentran en la pobreza, y estas razones no se limitan sólo a las que están de moda en la actualidad, como la discriminación racial o de género. No podemos asumir automáticamente el impacto de la discriminación, o de cualquier otro factor, sobre el progreso económico o de otro tipo de un grupo determinado, ya que puede variar en diferentes momentos o condiciones. Sin embargo, los datos objetivos de la historia pueden, al menos, ayudarnos a evitar sacar conclusiones automáticas basadas en la retórica y la repetición de consignas como «el legado de la esclavitud», «el supremacismo blanco» y «culpar a la víctima».

Alexis de Tocqueville sentó un desafortunado precedente, a principios del siglo XIX, cuando atribuyó las diferencias entre los blancos del sur y los blancos del norte a la existencia de la esclavitud en el sur,38 perspectiva de la que se hicieron eco tanto Frederick Law Olmsted39 como Hinton Helper.40 Sin embargo, lo cierto es que esas mismas diferencias existieron entre los antepasados de los blancos del sur y los de los blancos del norte cuando vivían en distintas regiones de Gran Bretaña, antes de que cualquiera de ellos hubiera visto siquiera a un esclavo.41 Esta suposición infundada se ha perpetuado en el siglo XX, y hasta nuestros días, como forma de explicar las diferencias de comportamiento entre negros y blancos, atribuyéndolas a «un legado de esclavitud».

La mayor incidencia de nacimientos de hijos de mujeres solteras entre la población negra se atribuye, entre otras cosas, al legado de la esclavitud. No obstante, cabe señalar que durante más de un siglo después del fin de la esclavitud, la mayoría de los niños negros nacen de mujeres casadas y se crían en hogares biparentales. En la década de 1960, Daniel Patrick Moynihan mostró su preocupación porque, en 1963, el 23,6 por ciento de los niños negros nacían de mujeres solteras, mientras que en 1940 esa cifra era del 16,8 por ciento.42

Aunque estas tasas eran más altas para la población negra que para los blancos estadounidenses, cabe decir que la tasa de nacimientos de mujeres solteras también aumentó repentina y bruscamente entre los blancos en la década de 1960, después de haber sido, durante décadas, una pequeña fracción de la que llegó a ser después de 1960.43 Este patrón, tanto para los negros como para los blancos, no parece estar relacionado con un «legado de esclavitud», ya que este repunte de los nacimientos de mujeres solteras coincidió con la expansión del estado del bienestar en los años sesenta. Este nuevo patrón se ha mantenido durante más de medio siglo. En 2008, los nacimientos de mujeres solteras entre los blancos estadounidenses alcanzaron casi el 30 por ciento.44 Esta cifra superaba los niveles de 1963 entre los negros que habían inquietado a Daniel Patrick Moynihan.45

La proporción, del 68,7 por ciento, de nacimientos de mujeres negras solteras a finales del siglo XX,46 todavía supera ampliamente la proporción entre el grupo de madres blancas solteras. Pero es destacable que entre las madres blancas con menos de doce años de formación la tasa de nacimientos fuera del matrimonio en los primeros años del siglo XXI estaba cerca de superar el 60 por ciento.47

Al igual que otras disparidades, las diferencias entre grupos raciales no se deben necesariamente a factores raciales, ya sea en el sentido de ser causadas por los genes o por la discriminación racial. Algunos patrones de comportamiento producen resultados similares en grupos que difieren por raza, lo que significa que las disparidades en los resultados reflejan diferencias en el comportamiento, al margen de la causa, sin que se deban al determinismo genético ni a la discriminación social. A nivel internacional, en el siglo XXI, hay varios países europeos en los que al menos el 40 por ciento de los nacimientos son de mujeres solteras48 y esos países no tienen un «legado de esclavitud», sino que han ampliado los estados de bienestar.

El juez Oliver Wendell Holmes dijo, hace más de un siglo, que los eslóganes pueden «retrasar el análisis durante años».49 Demasiados eslóganes han retrasado el análisis más que años y continúan haciéndolo en la actualidad.

El determinismo genético

En las primeras décadas del siglo XX, cuando el progresismo emergía como una fuerza importante entre los políticos e intelectuales estadounidenses, uno de sus postulados centrales era el determinismo genético, es decir, la creencia de que las razas menos exitosas eran genéticamente inferiores.

Posteriormente, en las décadas finales del siglo XX, los progresistas que tenían una opinión similar sobre otras cuestiones como el papel del gobierno, la protección del medioambiente o la filosofía legal, comenzaron a adoptar una postura opuesta respecto a las cuestiones raciales. Las razas que tienen menos éxito se consideran ahora automáticamente víctimas del racismo, igual que antes se las consideraba automáticamente inferiores. Las conclusiones eran distintas, pero la forma en que se presentaban las pruebas y se pasaban por alto las opiniones y pruebas en contra era muy similar.

Ambos grupos de progresistas expresaron una confianza absoluta en sus conclusiones, tanto en este tema como en otros, y tacharon a los críticos de desinformados en el mejor de los casos y de confusos o deshonestos en el peor.50

El progresismo era un movimiento estadounidense, pero al otro lado del Atlántico había opiniones y actitudes similares a las que se llamaba de distinta forma. También allí, los puntos de vista predominantes sobre la raza a principios del siglo XX eran opuestos a los que hubo a finales de ese siglo hasta nuestros días.

El progresismo inicial

El determinismo genético no comenzó con los progresistas. En el pasado, muchas personas se consideraban intrínsecamente superiores a los demás, sin basarse ni en la realidad ni en la pretensión de pruebas científicas.

Algunos individuos se consideraban superiores por su clase social, raza, linaje real o por lo que fuera. En Gran Bretaña, sir Francis Galton (1822-1911) escribió un libro titulado Hereditary genius [‘Genio hereditario’], basándose en el hecho de que muchos logros destacados se concentraron en familias concretas. Esta conclusión podría haber tenido más peso como prueba si otras familias hubieran tenido oportunidades similares, pero en aquel entonces era difícil cumplir ese requisito y tampoco es seguro que pueda cumplirse ahora.

Una evidencia empírica importante surgió durante la Primera Guerra Mundial, cuando los soldados del Ejército de Estados Unidos fueron sometidos a pruebas mentales. Los resultados de las pruebas mentales de una muestra de más de 100.000 soldados indicaron que los soldados negros obtuvieron peores puntuaciones que los blancos. Esto se consideró una prueba irrefutable de que el determinismo genético era un hecho probado.51 Sin embargo, un desglose más detallado de los datos de las pruebas mentales reveló que los soldados negros de Ohio, Illinois, Nueva York y Pensilvania obtuvieron una mayor puntuación que los soldados blancos de Georgia, Arkansas, Kentucky y Misisipi.52

La causa de las diferencias en los resultados globales no puede ser genética, pues los genes de las personas no cambian al cruzar una frontera estatal. En cambio, es cierto que algunos estados tienen escuelas de mejor calidad que otros.

Incluso una persona moderadamente bien informada en esa época difícilmente podría evitar darse cuenta de que había diferencias palpables entre las razas en el sur, ya que los políticos sureños dejaban muy clara su determinación de mantener las desigualdades. Esto iba más allá de la falta de voluntad de invertir por igual en escuelas para blancos y negros. Ya al final de la Guerra Civil, cuando miles de voluntarios blancos del norte fueron al sur para enseñar a los hijos de los esclavos recién liberados, estos maestros, la mayoría mujeres jóvenes, no sólo fueron condenados al ostracismo por los blancos del sur, sino que incluso fueron acosados y amenazados.53

Fue una época en la que muchos blancos del sur se oponían a que los negros recibieran educación, y las políticas educativas puestas en práctica por los gobiernos de los estados sureños reflejaban esa actitud.54 Cuando ricos filántropos blancos como John D. Rockefeller, Andrew Carnegie y Julius Rosenwald enviaron fondos para crear escuelas para los niños negros del sur,55 el estado de Georgia aprobó una ley que gravaba las donaciones a estos colegios realizadas por personas de una raza distinta a la de los alumnos.56

El problema más importante de las conclusiones a las que llegaron los deterministas genéticos de esa época, y las conclusiones opuestas de los progresistas en una época posterior, radicaba en la forma en que utilizaron la evidencia empírica. En cada era, los progresistas partían de un prejuicio y dejaban de examinar las pruebas en cuanto encontraban datos que parecían confirmar sus prejuicios. Esta manera de proceder podría bastar para generar un debate, aunque, si el objetivo es descubrir la verdad, la búsqueda debe continuar, con el objetivo de observar si hay otros datos que puedan entrar en conflicto con la creencia inicial.

Las personas con opiniones contrarias suelen estar impacientes por aportar pruebas opuestas, por lo que la dificultad no estriba en encontrarlas, sino en si se examinarán esas pruebas. Por ejemplo, ¿existieron otros grupos de blancos, además de los soldados de ciertos estados durante la Primera Guerra Mundial, que en los test mentales obtuvieran puntuaciones tan bajas como los negros, o más bajas, en el siglo XX? Resulta que sí existieron, entre ellos los blancos que vivían en algunas comunidades de las montañas y estribaciones de Estados Unidos.57

También ha habido personas blancas que vivían en las islas Hébridas, frente a Escocia,58 y personas blancas que residían en comunidades de barqueros en Gran Bretaña con puntuaciones en los test de inteligencia similares a las de los afroamericanos.59 Lo que todos estos blancos tenían en común era el aislamiento, ya fuera geográfico o social. Este aislamiento social también ha sido común durante mucho tiempo entre la población afroamericana.

Si bien los afroamericanos del Ejército de Estados Unidos obtuvieron puntuaciones ligeramente inferiores a las de algunos miembros de grupos inmigrantes europeos recién llegados durante la Primera Guerra Mundial, otros afroamericanos que vivían en comunidades del norte a menudo puntuaban en las pruebas mentales igual o ligeramente por encima de esos mismos grupos de inmigrantes. Entre los inmigrantes había niños italoamericanos en una evaluación realizada en 1923 del coeficiente intelectual.60 Se encontraron resultados similares en una muestra de coeficiente intelectual para eslovacos, griegos, españoles y portugueses en Estados Unidos.61 Durante ese período, la mayoría de los inmigrantes europeos se asentaron fuera del sur, y los negros que no provenían del sur tenían un coeficiente intelectual promedio más alto que los negros que vivían en el sur.62

Los blancos que viven en comunidades aisladas en las montañas representan un grupo especialmente destacado en cuanto a pobreza y aislamiento tanto del mundo exterior como de otras comunidades similares en esas mismas montañas y estribaciones. Hemos observado lo sorprendentemente bajos que han sido los ingresos de estas personas en los condados de los Apalaches en el siglo XXI.63 En 1929, se evaluó el coeficiente intelectual de los niños de la región de la cordillera Azul y se comparó con el coeficiente intelectual promedio de los negros, que fue de 85 a nivel nacional. El coeficiente intelectual promedio de estos niños blancos de las comunidades de la cordillera Azul varió entre un máximo de 82,9 y un mínimo de 61,2 en función de la prueba realizada.64

En 1930, los niños blancos en las escuelas de las montañas del este de Tennessee presentaban un coeficiente intelectual promedio de 82,4. Al igual que sucedía con los niños negros que tenían un coeficiente intelectual similar, estos niños blancos de las montañas mostraban un coeficiente intelectual más alto cuando eran jóvenes —un 94,68 a la edad de seis años, que descendía a 73,5 con dieciséis—.65 Una década más tarde, en 1940, después de muchas mejoras tanto en el entorno local como en las escuelas, los niños de estas mismas comunidades, y aparentemente de varias de las mismas familias,66 alcanzaban un coeficiente intelectual promedio de 92,22. Ahora bien, su coeficiente intelectual medio a los seis años era de 102,56 y se reducía a 80,00 a los dieciséis.67

Claramente, este coeficiente intelectual, inferior a la media, no se debía al grupo racial, pero, antes de 1940, estos niños estaban al menos tan por debajo del coeficiente intelectual medio nacional de 100 como los niños negros. Estos resultados parecen respaldar lo que dijo la geógrafa Ellen Churchill Semple en 1911, que afirmó que el avance humano «afloja el paso» en las estribaciones y «se detiene» en las montañas.68 Otros estudios sobre la vida en las comunidades aisladas en las montañas y las estribaciones de todo el mundo muestran un patrón similar tanto en lo que respecta a la pobreza como al retraso en el desarrollo humano.69

Los años posteriores proporcionaron pruebas adicionales incompatibles con el determinismo genético. Un estudio realizado en 1976 demostró que los huérfanos negros criados por familias blancas tenían un coeficiente intelectual promedio significativamente más alto que otros niños negros y ligeramente superior a la media nacional.70 Se da la circunstancia de que uno de los primeros científicos negros destacados, George Washington Carver, a principios del siglo XX, fue un huérfano criado por una familia blanca.71

El determinismo genético a principios del siglo XX no se limitaba a la cuestión de los blancos y los afroamericanos. La creencia de que los negros eran genéticamente inferiores estaba ya tan arraigada que la mayor parte de la literatura sobre determinismo genético de aquella época se centraba en argumentar que la gente del este y sur de Europa era genéticamente inferior a la población del oeste y norte de Europa. Constituía un problema importante en aquella época, ya que la emigración a gran escala desde Europa había pasado de ser predominantemente occidental y del norte en épocas anteriores a ser predominantemente del este y del sur a partir de las últimas dos décadas del siglo XIX.

Entre la nueva oleada masiva de inmigrantes había judíos del este de Europa. Una autoridad destacada en pruebas mentales en esa época, Carl Brigham, creador de la Prueba de Aptitud Académica (SAT, por sus siglas en inglés), dijo que los resultados de las pruebas mentales del Ejército tendían a «refutar la creencia popular de que los judíos son muy inteligentes».72 Otra autoridad en pruebas mentales, H. H. Goddard, que evaluó a los hijos de estos inmigrantes del este y sur de Europa en el centro de recepción de inmigrantes de la isla Ellis, declaró que «estas personas no saben manejar conceptos abstractos».73

El destacado economista de la época Francis A. Walker describió a los inmigrantes del este y del sur de Europa como «hombres golpeados de razas empobrecidas»74 y una «reserva de población sucia y estancada en Europa», originada en lugares donde «hace siglos que no ha habido signos de vida intelectual».75

El profesor Edward A. Ross, miembro tanto de la American Economic Association [‘Asociación Estadounidense de Economía’] como de la American Sociological Association [‘Asociación Estadounidense de Sociología’], acuñó el término «suicidio racial» para describir la perspectiva de una sustitución demográfica a lo largo del tiempo de los europeos occidentales y del norte, que eran la mayoría de la población estadounidense, por europeos del este y del sur, debido a que estos dos últimos grupos tenían una tasa de natalidad más alta.76 Calificó a estos nuevos inmigrantes de «hombres parecidos a bueyes» y descendientes de pueblos atrasados, cuyo aspecto físico «denota su “inferioridad de clase”».77

El profesor Ross lamentó un «resultado imprevisto» del acceso generalizado a los avances médicos, a saber, «la mejora de las perspectivas de supervivencia de los ignorantes, los sórdidos, los descuidados y los más pobres».78

Ross fue el autor de más de dos docenas de libros, con un gran número de ventas.79 La introducción de uno de ellos incluía una carta de elogio de Theodore Roosevelt.80 Entre los colegas universitarios del profesor Ross se encontraba Roscoe Pound, que más tarde sería decano de la Facultad de Derecho de Harvard. El profesor Pound atribuyó al profesor Ross el mérito de haberlo puesto «en el camino en el que se mueve el mundo».81 Este sentido de la misión y la asunción de que la historia está de nuestro lado marcaron los influyentes escritos de Roscoe Pound a lo largo de su dilatada carrera, ya que promovió el activismo judicial para liberar al gobierno de las restricciones constitucionales, dejando a los jueces un papel más amplio en la promoción de las políticas sociales progresistas.82

Las personas que lideraron la cruzada por el determinismo genético a principios del siglo XX no eran de clase baja mal educadas. Entre ellas estaban las personas intelectualmente más prominentes de esa época a ambos lados del Atlántico.

Algunos de ellos eran los fundadores de organizaciones académicas como la American Economic Asociation [‘Asociación Estadounidense de Economía’]83 y la American Sociological Association [‘Asociación Estadounidense de Sociología’],84 un rector de la Universidad de Stanford y un rector del MIT,85 así como eminentes profesores de las principales universidades de Estados Unidos.86 En Inglaterra, John Maynard Keynes fue uno de los fundadores de la sociedad eugenésica en la Universidad de Cambridge.87 La mayoría de estos intelectuales pertenecían a la izquierda política en ambos países,88 pero también había algunos conservadores, entre los que se encontraban Winston Churchill y Neville Chamberlain.89

Hubo cientos de cursos sobre eugenesia en colegios y universidades de todo Estados Unidos,90 al igual que hoy en día existen cursos de ideología similar en los colegios y campus universitarios de todo el país. Estos cursos promueven ideologías muy diversas en lo que respecta a la raza, pero comparten un sentido similar de la misión y muestran una intolerancia semejante hacia aquellos que no comparten su ideología o su misión.

El término eugenesia fue acuñado por sir Francis Galton para describir un programa destinado a reducir o impedir la supervivencia de las personas consideradas genéticamente inferiores. Afirmaba que «existe un sentimiento, en su mayor parte bastante irracional, contra la extinción gradual de una raza inferior».91 Por su parte, el profesor Richard T. Ely, uno de los fundadores de la American Economic Association [‘Asociación Estadounidense de Economía’], decía de las personas que consideraba genéticamente inferiores: «Debemos proporcionar a las clases más desfavorecidas que han quedado rezagadas en nuestro progreso social, cuidados de custodia con el desarrollo más alto posible y segregarlas por sexo y confinarlas para impedir que se reproduzcan».92

Otros académicos contemporáneos de gran renombre expresaron opiniones muy similares. Por ejemplo, el profesor Irving Fisher, de la Universidad de Yale, considerado el economista monetario estadounidense más destacado de su época, abogaba por la prevención de la «reproducción de lo peor» mediante «el aislamiento en instituciones públicas y, en algunos casos, mediante una intervención quirúrgica».93 Asimismo, el profesor Henry Rogers Seager, de la Universidad de Columbia, afirmó que «debemos cortar con valentía las líneas hereditarias que han demostrado ser indeseables», aunque eso requiera «el aislamiento o la esterilización».94

Frank Taussig, un prominente profesor de economía de Harvard, dijo de una serie de personas a las que consideraba inferiores que, si no era factible «cloroformarlas de una vez por todas», «al menos se las puede segregar, recluir en refugios y manicomios e impedir que propaguen su especie».95

La facilidad con la que los eruditos más importantes de su época podían abogar por encarcelar de por vida a personas que no habían cometido ningún delito y privarlas de una vida normal es un recordatorio dolorosamente aleccionador de lo que puede ocurrir cuando una idea o visión se convierte en un dogma dominante que anula todas las demás consideraciones. Un libro muy leído de aquella época, The passing of the great race [El paso de la gran raza], escrito por Madison Grant, declaraba que «la raza es la base de todas las manifestaciones de la sociedad moderna»96 y lamentaba «la creencia sentimental en la sacralidad de la vida humana» cuando ésta se utiliza «para impedir tanto la eliminación de los bebés defectuosos como la esterilización de los adultos que carecen de valor para la comunidad».97

Este libro fue traducido a otras lenguas, incluyendo el alemán, y Adolf Hitler lo refirió como su «Biblia».98

Los progresistas de principios del siglo XX no tenían ninguna relación con el nazismo. Se enorgullecían de promover una amplia variedad de políticas orientadas a la mejora social, en sintonía con las que defenderían otros progresistas en los últimos años del siglo XX hasta nuestros días.

El destacado economista Richard T. Ely, por ejemplo, rechazaba la economía de libre mercado porque veía el poder del gobierno como un instrumento que debía ser utilizado «para mejorar las condiciones en las que la gente vive o trabaja». Lejos de ver el poder gubernamental como una amenaza a la libertad, decía que «la regulación por parte del Estado de estas relaciones industriales y otras relaciones sociales existentes entre los individuos es una condición para la libertad».99 Estaba a favor de la «propiedad pública» de los servicios municipales, carreteras y ferrocarriles, y sostenía que «los sindicatos deberían ser respaldados legalmente en sus esfuerzos por conseguir jornadas más cortas y salarios más altos», además de abogar por «una extensión generalizada de los impuestos de sucesiones y sobre la renta».100 Para él, la eugenesia no era más que otro beneficio social que quería que proporcionara el gobierno.

Es evidente que el profesor Ely era un hombre de izquierdas, y ha sido reconocido como «el padre de la economía institucional»,101 una corriente económica que se opone desde hace mucho tiempo a la economía de libre mercado. Uno de los discípulos de Ely, John R. Commons, se convirtió en un destacado economista institucional en la Universidad de Wisconsin. El profesor Commons se oponía a la competencia del libre mercado porque creía que «la competencia no respeta a las razas superiores», de modo que «la raza con menores necesidades desplaza a las demás».102

Woodrow Wilson, icónico presidente progresista de Estados Unidos, fue otro de los alumnos de Ely.103 El presidente Wilson también consideraba a ciertas personas como inferiores. Aprobó la anexión de Puerto Rico por el presidente William McKinley antes que él, diciendo que los anexionados «son niños y nosotros somos hombres en estos asuntos de gobierno y justicia».104 Su propio gobierno segregó a los empleados negros de las agencias federales en Washington105 y proyectaba en la Casa Blanca, a sus invitados, la película El nacimiento de una nación, que ensalzaba al Ku Klux Klan.106

Como otros progresistas de su tiempo y de épocas posteriores, Woodrow Wilson no consideraba que la expansión del poder gubernamental representara una amenaza para la libertad, ya fuera mediante la creación de nuevas agencias federales, como la Comisión Federal de Comercio y el Sistema de la Reserva Federal durante su propia administración,107 o mediante el nombramiento de jueces federales que «interpretarían» la Constitución para mitigar lo que el presidente Wilson consideraba una restricción excesiva de los poderes del gobierno.108

En su libro The new freedom [La nueva libertad], Wilson definió los beneficios del gobierno arbitrariamente como una nueva forma de libertad,109 desviando verbalmente la preocupación por que la ampliación de los poderes del gobierno pudiera representar una amenaza para la libertad de las personas. Esta reinterpretación de la libertad ha persistido entre varios defensores posteriores de la expansión de los poderes del estado de bienestar en el siglo XXI.110

Entre los destacados académicos de la primera época del progresismo que se situaban claramente en el espectro político de la izquierda, además de abogar por la eugenesia, se encontraba el ya mencionado profesor Edward A. Ross, considerado uno de los fundadores de la sociología en Estados Unidos. El profesor Ross se refería a «nosotros, los liberales» como personas que defendían «el interés público frente a poderosos intereses privados egoístas» y denunciaba a quienes discrepaban de sus opiniones como indignos portavoces «mantenidos» por grupos de presión, a quienes calificaba como un «cuerpo de mercenarios» en contraposición a «nosotros, los campeones del bienestar social».111

En su mente, al menos, estos progresistas de principios del siglo XX abogaban por la justicia social, y Roscoe Pound utilizó esa frase específica.112 No hay necesidad de cuestionar la sinceridad de Ross, como él cuestionaba la de los demás. La gente puede ser muy sincera cuando presupone su propia superioridad.

Madison Grant, a cuyo libro Hitler llamó su «Biblia», fue asimismo un acérrimo progresista de principios del siglo XX. Aunque no era un erudito académico, distaba de ser un ignorante. Procedía de una familia acomodada de Nueva York y estudió en Yale y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia. Fue un activista de las causas progresistas, como la conservación, la preservación de especies en peligro de extinción, la reforma municipal y la creación de parques naturales.113 Fue miembro de un exclusivo club social fundado por Theodore Roosevelt114 y durante los años veinte mantuvo correspondencia amistosa con Franklin D. Roosevelt, a quien se dirigía como «Mi querido Frank», mientras que FDR le correspondía llamándolo «Mi querido Madison».115

En resumen, los progresistas de principios del siglo XX compartían algo más que un nombre con sus sucesores de épocas posteriores, lo cual llega hasta nuestros días. Aunque estas diferentes generaciones de progresistas llegaron a conclusiones opuestas sobre las causas de las disparidades raciales en los resultados económicos y sociales, compartían puntos de vista muy similares sobre el papel del gobierno en general y de los jueces en particular. También tenían prácticas similares en el tratamiento de la evidencia empírica. Ambos permanecieron en gran medida impermeables a las pruebas o conclusiones que contradijeran sus propias creencias.

Al abordar uno de los problemas centrales de los Estados Unidos de principios del siglo XX, el aumento masivo de la inmigración procedente del sur y del este de Europa que comenzó en la década de 1880, los progresistas no se limitaron a afirmar que la generación actual de inmigrantes era menos productiva o menos avanzada que las generaciones anteriores procedentes de Europa occidental y del norte. Los progresistas sostenían que los europeos del este y del sur eran intrínseca y genéticamente, y por tanto permanentemente, inferiores, tanto en el pasado como en el futuro.

Irónicamente, la civilización occidental que todos estos europeos compartían se originó miles de años antes en el sur de Europa, concretamente en la antigua Grecia, situada en el Mediterráneo oriental. Las palabras que escribieron los deterministas genéticos se plasmaron con letras creadas en el sur de Europa por los romanos. En aquella época, los europeos del sur eran los más avanzados. En tiempos del Imperio romano, Cicerón advirtió a sus compatriotas romanos que no compraran esclavos británicos porque eran muy difíciles de educar.116 Resulta difícil entender cómo podría haber sido de otra manera, cuando alguien procedente de una tribu analfabeta de la antigua Gran Bretaña era llevado como esclavo a una civilización altamente compleja y sofisticada como la antigua Roma.

En lo que respecta a la afirmación de que los niños inmigrantes del sur y el este de Europa examinados en la isla Ellis «no pueden manejar conceptos abstractos»,117 difícilmente puede considerarse como prueba de una incapacidad genética de las personas de estas regiones. Los antiguos griegos no se limitaron a aprender matemáticas: fueron pioneros en el desarrollo de las matemáticas (Euclides, en geometría, y Pitágoras, en trigonometría).

Tampoco tenemos por qué asumir que existiera una superioridad biológica de los antiguos griegos en el sureste de Europa. El profesor N. J. G. Pounds, en su serie de tratados geográficos sobre la historia del desarrollo socioeconómico de Europa, ofrecía una explicación completamente diferente de por qué los primeros avances de la civilización occidental comenzaron donde lo hicieron.

La mayoría de los avances significativos en la cultura material del hombre, como la agricultura y la metalurgia, se habían originado en Oriente Próximo y se propagaron a Europa a través de la península de los Balcanes. Desde allí se extendieron al noreste, a Europa central y luego a Europa occidental.118

A lo largo de miles de años de historia documentada, el liderazgo mundial en varios avances importantes de la humanidad ha cambiado repetidamente de manos. El hecho de que la Europa occidental y del norte estuvieran más avanzadas a principios del siglo XX no implicaba que los deterministas genéticos perpetuaran esa relación con el pasado y el futuro.

Entre los pueblos de distintas razas de países de todo el mundo, los grupos que obtienen peores resultados en las pruebas mentales suelen ser los mismos que obtienen peor puntuación en cuestiones abstractas.119 Esto no resulta sorprendente, ya que las abstracciones no desempeñan un papel preponderante en la vida de todas las personas, especialmente entre las de clase trabajadora y bajos ingresos, que constituían la mayoría de los inmigrantes del sur y el este de Europa examinados en la isla Ellis.

La historia fue muy distinta entre las antiguas élites griegas, cuyos logros incluían no sólo las matemáticas, sino también la filosofía, la literatura y la arquitectura. Los antiguos griegos erigieron magníficos edificios en la Acrópolis que han servido de inspiración para icónicos edificios en numerosos países, incluso milenios después. El Capitolio de Estados Unidos y el edificio del Tribunal Supremo, situado frente al Capitolio, son ejemplos de ello. Cualquier persona que haya visto el monumento a Lincoln en Washington y el Partenón en la antigua Atenas no puede dejar de apreciar el parecido. Los antiguos griegos, además, esculpieron exquisitas estatuas y bustos de seres humanos que continúan maravillando y cautivando a los visitantes de los museos de varios países en la actualidad.

Por el contrario, la estructura rudimentaria y los burdos intentos de representar retratos humanos por parte de los antiguos britanos, contemporáneos de los griegos, no generan admiración ni ansias de imitación. Los nombres de antiguos pensadores griegos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Euclides y Pitágoras siguen resonando hoy en día. Sin embargo, no encontramos ni un sólo británico de la Antigüedad cuyo nombre perdure en las páginas de la historia.120

No obstante, en los siglos XVIII y XIX, los británicos lideraron la revolución industrial. Además, los avances científicos de los británicos en los siglos anteriores a dicha revolución, incluidos los logros científicos de sir Isaac Newton, que también fue uno de los creadores del cálculo, sobrepasan todo lo logrado por los contemporáneos griegos de los británicos del siglo XXI. El Imperio británico del siglo XIX abarcaba una cuarta parte de la superficie terrestre y de la población mundial. Un autor italiano del siglo XX planteó la cuestión: «Ante todo, ¿cómo es que una isla periférica pasó de la miseria primitiva a la dominación mundial?».121

Estos hechos innegables de la historia constituyen un argumento en contra del determinismo genético, ya que demuestran que los pueblos de diversas partes de Europa estaban más avanzados en distintos siglos. Los cambios tan drásticos a lo largo de milenios sugieren desigualdades recíprocas a gran escala en épocas históricas muy diferentes.

En la actualidad, algunas personas imparciales podrían resistirse a afirmar que las capacidades de los griegos o los británicos eran superiores, pero esto no es más que una forma de evadir verbalmente la pura realidad de que unos tenían capacidades superiores en épocas diferentes. Lo que estos cambios en las capacidades relativas de una época a otra ponen en tela de juicio es si estas diferencias eran de naturaleza genética.

Admitir sinceramente las notables disparidades en las capacidades específicas de distintos pueblos en distintas épocas y lugares no supone ceder ante el determinismo genético. La comparación entre distintos grupos europeos tampoco compone la única prueba en contra de una explicación genética. Hace miles de años, los chinos estaban más avanzados que los europeos en muchas disciplinas,122 pero, varios siglos después, esos roles se invirtieron y no hay pruebas de que la composición genética de los chinos o los europeos haya cambiado.

Además, se han encontrado disparidades igual de significativas dentro de los distintos segmentos de una misma raza. En 1994, por ejemplo, los millones de chinos que vivían en el extranjero generaban una riqueza equivalente a la producida por los más de mil millones de habitantes de China.123 En este caso, la raza era la misma, pero la producción de riqueza por persona era radicalmente diferente. En la actualidad, se puede encontrar un patrón similar en Estados Unidos, donde varios de los condados más pobres del país tienen una población predominantemente blanca, con unos ingresos medios por hogar inferiores a los de las familias negras.124 Sencillamente, no han producido tanto.

Los deterministas genéticos de principios de la era progresista tomaron una muestra notablemente reducida de las pruebas de que disponían. La historia de la antigua Grecia y Roma ya era bien conocida como los orígenes de la civilización occidental y estaba varios pasos por delante del resto de Europa en la Antigüedad. Cualesquiera que fuesen las posiciones relativas de las distintas regiones de Europa durante la era progresista, asumir que esas posiciones estaban determinadas genéticamente implicaba que permanecerían inmutables tanto en el futuro como en el pasado. Pero las pruebas históricas disponibles indicaban lo contrario.

Incluso la evidencia puramente contemporánea utilizada durante la primera era progresista no era concluyente. Responder a las preguntas de una sección de las pruebas mentales del Ejército requería conocer datos como el color del zafiro, la ubicación de la Universidad de Cornell, la profesión de Alfred Noyes y la ciudad en la que se fabricó el automóvil Pierce Arrow.125 Por qué se esperaba que los negros estadounidenses o los inmigrantes recién llegados a Estados Unidos debieran conocer esa información es un enigma. Y por qué conocer esa información indicaría el grado de inteligencia innata de una persona es un enigma aún más grande.

No todas las preguntas de los exámenes mentales del Ejército planteaban dudas como las mencionadas, pero para quienes no podían responder preguntas más válidas, el hecho de que los encarcelaran o no dependiendo de si tenían esos conocimientos tan variados resulta grotesco.

El pionero de las pruebas mentales, Carl Brigham, afirmó en 1923 que los exámenes mentales del Ejército proporcionaban un «inventario» de la «capacidad mental» respaldado por una «base científica».126 No fue ni la primera ni la última vez que se empleó la palabra científica sin los procedimientos ni la precisión propios de la ciencia. Sin embargo, Brigham fue uno de los pocos que más tarde se retractó. En 1930, reconoció tardíamente que muchos de los inmigrantes sometidos a las pruebas del Ejército habían crecido en hogares donde no se hablaba inglés. Declaró con franqueza que sus conclusiones previas, según sus propias palabras, «carecían de fundamento».127

Cuántos de los que están hoy en día totalmente convencidos, con creencias opuestas, seguirán los pasos de Carl Brigham en el futuro, sólo el tiempo lo dirá.

Con el paso de los años, se acumularon cada vez más pruebas que socavaban las conclusiones de los deterministas genéticos de la era progresista. Por ejemplo, los judíos que habían obtenido puntuaciones bajas en las pruebas mentales del Ejército en 1917 empezaron a obtener puntuaciones superiores a la media nacional en diversas pruebas de coeficiente intelectual y admisión a la universidad128 a medida que se convertían en un grupo más anglófono. Éstas y otras pruebas, como el coeficiente intelectual de los niños negros criados por familias blancas,129 pusieron en entredicho la premisa central de determinismo genético, su justificación para instar a la adopción de medidas drásticas que impidieran la reproducción en algunas razas, partiendo del supuesto de que las tasas de natalidad más altas en esas razas conducirían a una disminución del coeficiente intelectual de la nación con el tiempo.

Las últimas investigaciones llevadas a cabo por el profesor James R. Flynn, estadounidense expatriado en Nueva Zelanda, asestaron un golpe decisivo a este argumento. Sus estudios demostraron que, en más de una docena de países de todo el mundo, el rendimiento medio en las pruebas de coeficiente intelectual aumentó sustancialmente, en una desviación estándar o más, en el transcurso de una o dos generaciones.130

Esta tendencia había existido años antes de que la investigación de Flynn la sacara a la luz. La razón por la que no era evidente para otros antes que él era que los resultados de las pruebas de coeficiente intelectual se ajustaban repetidamente para mantener el promedio de respuestas correctas en su nivel de referencia de 100.131 A medida que más personas acertaban las preguntas de los exámenes a lo largo de los años, un coeficiente intelectual de 100 suponía ahora contestar correctamente más preguntas que antes. Gracias a que el profesor Flynn recuperó las puntuaciones brutas originales de las preguntas de las pruebas de coeficiente intelectual contestadas correctamente, este progreso en los test salió a la luz.132

Aunque la media del coeficiente intelectual de la población negra, por ejemplo, se mantuvo en torno a 85 durante años, esta estabilidad ocultaba el hecho de que los negros, como los demás grupos, respondían correctamente un mayor número de preguntas de los test de coeficiente intelectual que en el pasado. El número de preguntas que los negros acertaron en las pruebas de 2002 les habría dado un coeficiente medio de 104 según las normas utilizadas en 1947-1948. Esto representaba un rendimiento ligeramente superior al promedio de los estadounidenses en general durante el período anterior.133

En resumen, los resultados de la población negra en las pruebas de coeficiente intelectual habían aumentado considerablemente con el tiempo, al igual que los resultados de otras personas en Estados Unidos y en otros países, a pesar de que la recalibración de los test ocultaba estos cambios. Los datos posteriores publicados por Charles Murray en 2021 indican que el coeficiente intelectual de los negros es ahora de 91,134 superior a los 85 habituales en épocas anteriores. Esto significa que la mejora de los negros en las pruebas de coeficiente intelectual no sólo ha seguido el ritmo de mejora de los demás grupos, sino que incluso lo ha superado.

El efecto devastador de la investigación del profesor Flynn fue tal que desarticuló el pilar central de las conclusiones de los deterministas genéticos progresistas de principios del siglo XX, que habían proclamado la necesidad urgente de impedir que las personas con un coeficiente intelectual inferior se reprodujeran, partiendo del supuesto de que esas personas eran genéticamente incapaces de alcanzar el nivel intelectual medio vigente en ese momento. Por lo tanto, partiendo de esa suposición, creían que la inteligencia de la nación en su conjunto disminuiría con el tiempo. Pero incluso si asumimos, por el bien del argumento, que los resultados de las pruebas de coeficiente intelectual son una medida perfecta de la inteligencia, la evidencia objetiva demuestra que las personas en múltiples países han acertado más preguntas de los test en los últimos años, no menos.

El determinismo genético del progresismo de principios del siglo XX implicaba algo más que la idea de que existía un techo determinado genéticamente en la inteligencia de algunos grupos, lo que hacía imperativo evitar que se reprodujeran. Ya en 1944, Gunnar Myrdal afirmaba, en su libro pionero An American dilemma [Un dilema americano], que creer que la inteligencia de los afroamericanos tenía un techo bajo era común entre la población blanca estadounidense de la época.135

Sin embargo, tan sólo una generación después, incluso el principal académico que investigaba el efecto de los genes sobre el coeficiente intelectual, el profesor Arthur R. Jensen, de la Universidad de California en Berkeley, rechazó la idea del techo del coeficiente intelectual y planteó la pregunta: «¿Por qué debería sorprender a alguien que haya niños negros con un coeficiente intelectual de 115 o más o que se concentren en los barrios acomodados e integrados de Los Ángeles?».136

Con la suposición implícita de un techo bajo en el coeficiente intelectual por parte de los primeros deterministas genéticos de la era progresista, suposición que ahora ha sido refutada por el aumento generalizado en los resultados de las pruebas en generaciones posteriores, como descubrió la investigación del profesor Flynn,137 esa era es un capítulo de la historia de la humanidad que ahora se cierra misericordiosamente, aunque no antes de que proporcionara una justificación para el genocidio. Su significación duradera para nuestra época es la de una advertencia dolorosamente urgente contra las embestidas de las ideologías intolerantes, incluso cuando están dirigidas por destacados académicos e intelectuales y difundidas por una amplia gama de instituciones.

Progresismo posterior

En las últimas décadas del siglo XX y en el siglo XXI, la nueva corriente progresista reemplazó la teoría de los genes por la de la discriminación racial como explicación automática de las diferencias grupales en los resultados económicos y sociales. Los test mentales, en otro tiempo ensalzados como encarnación de la «ciencia» y que supuestamente demostraban el determinismo genético, ahora se descartaban automáticamente como sesgados. Esto ocurrió cuando los resultados de las pruebas de admisión universitaria SAT y ACT entraron en conflicto con la nueva agenda de justicia social, que buscaba garantizar la representación demográfica de diversos grupos en instituciones y empresas.

En esta nueva era progresista, las disparidades estadísticas entre negros y blancos, en cualquier ámbito, se han atribuido principalmente a la discriminación. A menudo también se cuenta con datos estadísticos sobre los asiático-americanos en estos mismos ámbitos, pero estos datos casi siempre los omiten no sólo los medios de comunicación, sino incluso los académicos de universidades de élite porque podrían suponer un desafío a las conclusiones a las que llegan los progresistas de última generación.

En el mercado laboral, por ejemplo, es común decir que los negros son «los últimos en ser contratados y los primeros en ser despedidos» cuando hay una recesión económica. De hecho, los trabajadores negros pueden ser despedidos antes o en mayor medida que los blancos en caso de recesión económica. Pero los datos también indican que a veces se despide antes a los empleados blancos que a los asiático-americanos.138 ¿Puede atribuirse esto a la discriminación racial contra los blancos por parte de los empresarios, que suelen ser blancos? ¿Debemos aceptar los datos estadísticos como prueba cuando estos datos concuerdan con las condiciones previas, pero rechazarlos cuando contradicen esas mismas condiciones previas? ¿O vamos a librarnos de estos problemas gracias a quienes optan por omitir los hechos que contradicen su visión o programa?

Uno de los factores clave en el auge y declive del mercado inmobiliario, que condujo a una crisis económica en Estados Unidos a principios del siglo XXI, fue la creencia generalizada de que existía una discriminación racial rampante por parte de los bancos y otras instituciones crediticias hacia los negros que solicitaban un préstamo hipotecario. Diversas estadísticas de varias fuentes mostraban que, aunque la mayoría de las solicitudes, tanto de negros como de blancos, de un préstamo hipotecario convencional eran aprobadas, los solicitantes negros eran rechazados en mayor proporción que los blancos. Lo que se omitió casi universalmente fueron los datos estadísticos que revelaban que, en el caso de estos mismos préstamos, los blancos eran rechazados con mayor frecuencia que los asiático-americanos.139

Las razones no tenían nada de misterioso. La calificación crediticia promedio de los blancos era superior a la de los negros y la de los estadounidenses de origen asiático era superior a la de los blancos.140 Tampoco era ésta la única diferencia económicamente relevante.141

Sin embargo, en los medios de comunicación, en el ámbito académico y en la política se exigió con indignación que el gobierno «tomara medidas» contra la discriminación racial por parte de los bancos y otros prestamistas hipotecarios. El gobierno respondió tomando muchas medidas cuyo resultado en conjunto fue que obligó a los prestamistas hipotecarios a reducir sus criterios de concesión de préstamos.142 Esto hizo que los préstamos hipotecarios se volvieran tan arriesgados que muchas personas, incluido el autor de este libro, advirtieron que el mercado de la vivienda podría «derrumbarse como un castillo de naipes».143 Cuando lo hizo, toda la economía colapsó144 y afectó sobre todo a las personas con bajos ingresos, como la comunidad negra.

La pregunta sobre las pautas de aprobación de hipotecas puede compararse con la cuestión de la contratación y el despido en el mercado laboral. ¿Eran los prestamistas hipotecarios, en su mayoría blancos, los que discriminaban a los solicitantes blancos? Si eso parece muy improbable, también lo es que los bancos de propiedad negra discriminaran a los solicitantes negros de un préstamo hipotecario. Sin embargo, estos últimos fueron rechazados en un porcentaje aún mayor por los bancos de propiedad negra.145

Lo mismo ha ocurrido con la disciplina de los alumnos en las escuelas públicas. Las estadísticas demuestran que los estudiantes negros han sido castigados por mala conducta con más frecuencia que los blancos. Debido a la imperante idea preconcebida de que el comportamiento de los distintos grupos no puede diferir, esto se convirtió automáticamente en otro ejemplo de discriminación racial y, literalmente, en un asunto federal. En una declaración conjunta de los Departamentos de Educación y Justicia de Estados Unidos, se advirtió a los responsables de las escuelas públicas que debían poner fin a lo que describían como patrones de discriminación racial.146

Los datos estadísticos de un estudio histórico sobre la educación en Estados Unidos titulado No excuses: Closing the racial gap in learning [Sin excusas: cerrando la brecha racial en el aprendizaje], de Abigail y Stephan Thernstrom, revelaron que los alumnos negros eran castigados dos veces y media con más frecuencia que los blancos, que a su vez eran castigados dos veces con más frecuencia que los asiáticos.147 ¿Tenían los profesores, en su mayoría blancos, prejuicios contra los alumnos blancos? Tampoco se observó correlación entre las medidas disciplinarias aplicadas a los alumnos negros y el hecho de que los profesores fueran blancos o negros.148

Aunque analicemos todas estas estadísticas por grupos raciales, eso no significa necesariamente que los empresarios, prestamistas o profesores tomaran sus decisiones en función de la raza. Si los empleados negros, blancos y asiáticos tenían otra distribución de los puestos de trabajo o estaban distribuidos de otra forma en distintos niveles dentro de la misma ocupación, entonces las decisiones sobre qué tipos de trabajo —o desempeños laborales— se consideraban prescindibles durante una recesión económica podrían dar lugar a las disparidades raciales observadas.

Es poco probable que los responsables de los bancos encargados de decidir qué solicitudes de hipotecas se aceptan o rechazan hayan interactuado con los solicitantes. Lo más probable es que esos solicitantes fueran entrevistados por empleados bancarios de nivel inferior, empleados que transmitirían la información de los ingresos y otros datos —incluidas las calificaciones crediticias individuales— a los responsables de mayor rango, que aprobarían o rechazarían las solicitudes. En las escuelas públicas es evidente que los profesores tenían contacto con los alumnos cuyo mal comportamiento denunciaban, pero el hecho de que tanto los profesores negros como los blancos hicieran denuncias similares sugiere que la raza tampoco fue probablemente el factor clave en este caso.

Tal vez el momento de la historia estadounidense en el que se logró el consenso más amplio sobre cuestiones raciales, más allá de las líneas raciales, fue con motivo del histórico discurso de Martin Luther King en el monumento a Lincoln en 1963. Fue cuando dijo que soñaba con un mundo en el que las personas «no serán juzgadas por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter».149 Su mensaje abogaba por la igualdad de oportunidades para los individuos sin importar su raza, pero esa agenda, y el amplio consenso que la respaldaba, empezaron a erosionarse en los años siguientes. El objetivo pasó de la igualdad de oportunidades para los individuos, sin importar su raza, a la igualdad de resultados para los grupos, independientemente de que éstos se definieran por la raza, el sexo u otros criterios.

Lo que hoy en día se ha impuesto es la agenda de la justicia social, que aboga por la igualdad de resultados en el presente y la reparación del pasado. Esta nueva agenda se basa en la historia, o en los mitos presentados como historia, así como en afirmaciones que se presentan como hechos, a veces con un espíritu que recuerda la convicción y el desinterés por la evidencia de la era del determinismo genético.