Capítulo Tres

 

 

 

 

 

¿Qué clase de música le gustaría? V. J. tomó la bolsa y rebuscó en su interior.

Estaba tocando las cosas de Kris Demetrious, pensó, como una adolescente. Había un cepillo de dientes verde, un desodorante, un cepillo para el pelo con una cinta elástica en el mango. Nunca lo había visto con el pelo recogido y esperaba no verlo. Le encantaba que lo llevara suelto.

–¿No lo encuentras? –le preguntó él al ver que olía el desodorante.

–En realidad, soy reportera de una revista de cotilleos y estoy escribiendo un artículo sobre famosos directores de cine y lo que llevan en su equipaje –bromeó V. J.–. Me has pillado.

Vio entonces una cajita de terciopelo. Debía ser un anillo de compromiso, pensó. Y le dolió. Sería mejor aceptar de una vez que aquel hombre no estaba a su alcance.

–¿Qué ocurre?

–Nada –respondió ella, sacando el aparato–. Ya lo tengo. A ver qué tienes… ¿cómo se enciende esto?

–¿Nunca has usado un MP3? Toca la pantalla y se despierta.

–¿Está dormido? –fascinada, V. J. tocó la pantalla–. ¿Ronca también?

Kris rio.

–Hay una lista de canciones. Elige una.

Ella miró la pantalla.

–No conozco a ninguno de estos artistas. ¿No tienes a Kenny Chesney o Miranda Lambert?

–No hay música country y no la habrá nunca –respondió él, tomando el MP3 para ponerlo en el salpicadero. Pulsó la pantalla dos veces y, de repente, empezaron a sonar las notas de una guitarra. Era una melodía tan emocionante que le robó el aliento. Nunca había imaginado que alguien pudiese poner tanta pasión en unas cuantas notas.

–Se llama Johannes Linstead. ¿Te gusta?

–Es maravilloso, se me encoge el corazón. ¿Es raro que me den ganas de llorar?

–A mí también me hace sentir eso –respondió Kris, girando la cabeza para mirarla por encima de sus gafas de sol.

Y en esa mirada… había un mundo en el que V. J. querría entrar.

–Será nuestro secreto –dijo él entonces, volviendo a mirar la carretera.

El corazón le latía a tal velocidad que era un milagro que él no pudiese oírlo. V. J. lo miró. ¿Qué había pasado? Había sido un momento cargado… de algo. Emocionante para ella al menos.

–¿Por qué a veces parece como si estuvieras flirteando conmigo?

–Porque es así.

–¿Por qué? –insistió V. J.

–Me gustas, eres divertida, guapa. ¿Qué hay de malo? Es inofensivo y no contiene calorías. Además, tú también flirteas conmigo.

«Inofensivo». Nada más que un deporte para la gente guapa.

–Claro que también flirteo. Conduces tú y no quiero que me dejes tirada en la carretera.

Kris no respondió a la broma.

–Las mujeres no flirtean conmigo. Me dan la llave de su casa o me siguen al servicio en los bares. Flirtear contigo es todo lo contrario a eso… me gusta. No hay expectativas, es seguro.

Ah, era «segura». Qué horror.

Tenía que dar marcha atrás, pensó. Distanciarse, o al final Kris se le metería en el corazón aplastándolo sin piedad.

–Háblame de Kyla. ¿Dónde os conocisteis?

Él apretó los labios.

–No quiero hablar de Kyla.

La referencia a su futura prometida fue como un jarro de agua fría. El ambiente en el interior del coche pareció helarse. Fantástico. Exactamente lo que ella pretendía para no pensar en ese momento cargado de no sabía qué.

–Bueno, entonces háblame de tu próxima película.

–Prefiero no hablar durante un rato.

V. J. lo miró, sorprendida.

–Como quieras.

Cuanto menos hablasen mejor, porque su acento, tan sexy, le rodaba por la espina dorsal como si fuera una caricia.

Apenas se conocían. Eran dos extraños que pronto se despedirían para siempre y que estaban juntos por casualidad. ¿Qué podían ser el uno para el otro?

Kris suspiró unos segundos después.

–¿Te he dicho cuánto me gustas?

–Sí, pero deberías decírmelo otra vez.

Tal vez empezaba a ser una experta en el deporte del flirteo. El truco era no dejar que Kris se diera cuenta de que esas frases iban directamente a un sitio entre sus muslos.

Él se mordió entonces el labio inferior y V. J. tuvo que apartar la mirada de esos dientes perfectos.

–El problema es que Kyla será la protagonista de mi próxima película, Visiones en negro. Necesito financiación y, sin un inversor, el proyecto está muerto. Es lo malo de no estar afiliado a ningún estudio.

–¿Y lo que exige el inversor merece la pena?

Kris apretó el volante con fuerza y V. J. le puso una mano en el brazo. Quería consolarlo, aunque no sabía por qué.

Pero sí sabía una cosa: aquel hombre no era ni sería nunca un extraño. Había algo entre ellos, un reconocimiento, una atracción que no podía estar imaginando.

–¿Que si merece la pena? –Kris exhaló un suspiro–. ¿Tener la oportunidad de dirigir esta película que cimentará mi carrera y me pondrá en la lista de los directores más buscado? Sí, desde luego que sí. Llevo años trabajando para esto.

V. J. tragó saliva, sintiendo una punzada de deseo que intentó disimular.

–Eso es mucho para una sola una película, ¿no? Por curiosidad, ¿qué te ha pedido que hagas a cambio?

Kris apretó la mandíbula.

–Anunciar públicamente que Kyla y yo estamos comprometidos.

 

 

Kris podría haber seguido al menos cien kilómetros más sin mencionar el tema porque iba a tener que contarle que todo era un asunto publicitario, uno que sospechaba era idea de Kyla. Seguramente habría roto con Guy Hansen y estaba buscando otro hombre, pero conociendo a Kyla podría tener cualquier otro motivo. Y hasta que lo descubriese, lo mejor sería dejar el tema.

Tener a Kyla como protagonista de su película era fundamental, de modo que tenía que aceptar. Sin ella y sin la publicidad que eso conllevaría, Abrams retiraría la inversión. Y sin la experiencia de Abrams y su dinero, su carrera no llegaría donde él quería que llegase. Punto.

–Ah, vaya.

Fascinada, V. J. miró por la ventanilla el paisaje que había visto un millón de veces. No sabía qué decir.

–¿Tienes hambre? –le preguntó él.

–No, gracias.

–¿Eso lo dice tu bolsillo o tu estómago? –Kris la miró, seguro de que era lo primero. Nunca había conocido a nadie más decidido a no aceptar ayuda.

–¿Estás practicando tu percepción extrasensorial?

–Sí, mi próximo truco será levitar.

Era una broma sobre su última película, pero V. J. no sonrió. ¿Dónde estaban la diversión y el flirteo? Desde que apareció entre una nube de polvo, su persistente mal humor había desaparecido y no quería que volviese.

Después de unos minutos de silencio, V. J. dijo:

–Kyla es una chica con suerte. Seguro que seréis muy felices juntos. ¿Cómo vas a pedir su mano? ¿Vas a meter el anillo en una copa de champán?

Su tono era falsamente despreocupado. Kyla la asustaba, estaba seguro. Inexplicablemente, abrió la boca para decirle que Kyla y él habían roto mucho tiempo atrás, pero la cerró sin decir nada. Valoraba su relación con Jack Abrams y esperaba asociarse con él para muchas más películas. V. J. probablemente no lo sabía, pero su trabajo era conseguir inversores, no poner una sonrisa en el rostro de un espejismo del desierto.

–No lo he pensado, pero seguramente le daré el anillo, sin más.

–¡No puedes hacer eso! –exclamó ella–. ¿No vas a pedirle que vaya a cenar contigo?, es una proposición de matrimonio. Seguramente ella lo habrá soñado toda su vida, así que tiene que ser perfecto. Algo que pueda contarle a vuestros hijos y nietos, algo que sea muy romántico.

–Lo dirás de broma.

–No, hablo en serio.

–Sé que no conoces a Kyla, pero no pensarás que ha soñado con una sola proposición de matrimonio para toda su vida.

¿Una sola? Kyla ya había estado casada con un actor australiano, un hecho que habían omitido las revistas de cotilleos.

–No lo sé, pero de todas formas…

–¿Y tú?

–¿Yo qué?

–¿Has soñado con la proposición ideal?

–Pues claro, un millón de veces.

Cuando su rostro adquirió la alegría que había echado de menos, se le encogió el estómago. Aunque las relaciones sentimentales no eran precisamente su tema favorito, si con eso conseguía hacerla sonreír, lo daba por bueno.

–Cuéntame.

–¿Mi proposición ideal?

–La has soñado un millón de veces. Debería ser fácil.

V. J. se hundió en el asiento de piel, casi como si quisiera desaparecer en él.

–Te va a parecer una tontería.

–No, seguro que no –dijo Kris. Y era cierto, sentía curiosidad–. Quiero saberlo. Me interesa todo de ti.

Ella lo miró a hurtadillas.

–No te rías, ¿eh?

–No.

V. J. respiró profundamente.

–Quiero que guarde el anillo de compromiso en una caja enorme, para que yo no sepa lo que es. Cuando la abra, encontraré una cajita dentro. Entonces me daré cuenta de lo que significa.

¿Esa era la proposición con la que había soñado un millón de veces?

Muy aburrida. A él se le ocurrían cien ideas mejores. Por ejemplo, una escena con luz suave y… V. J. había vuelto a hacerlo. Había vuelto a sacarlo de detrás de la cámara.

–¿Alguien te ha propuesto matrimonio?

–Walt Phillips –respondió ella–. Bueno, en realidad no fue una proposición, más bien un simple comentario. Como si casarnos fuera lo más lógico porque llevábamos saliendo desde el instituto. ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos Kyla y tú?

–No lo sé –respondió Kris–. No me preocupo demasiado por ese tipo de cosas.

–¿No celebras aniversarios?

–¿Hay que celebrar más de uno?

–El aniversario de tu primera cita, del primer beso, de la primera vez que hicisteis el amor, la primera vez que… –V. J. no terminó la frase–. ¿Por qué me miras así?

–Por nada. ¿Estás segura de que no quieres desayunar?

–¿Estás seguro de que quieres casarte con alguien de quien no estás enamorado?

Esa pregunta lo pilló tan desprevenido que dio un volantazo. La razón por la que le gustaba estar detrás de la cámara era precisamente para que nada lo pillase desprevenido.

–Parece que eres tú quien está practicando la percepción extrasensorial. ¿Por qué crees que no estoy enamorado de Kyla?

–Por favor… –V. J. hizo una mueca–. No necesito percepción extrasensorial para saber que no estás enamorado de ella. Aunque vivas en Hollywood, no estarías tonteando conmigo si la quisieras de verdad.

–¿Por qué no?

–Porque recordarías la primera vez que la besaste, la primera vez que la abrazaste durante toda la noche. No podrías soportar estar separado de ella. Y, sin embargo, este coche puede ir a más de doscientos por hora y tú apenas rebasas el límite de velocidad. No hay que ser un genio para sumar dos y dos.

Él contuvo una risita nerviosa.

–¿Quieres conducir tú ya que yo lo hago tan mal?

–Ah, ahora cambias de tema. No te gusta hablar de Kyla, ¿eh?

–Tal vez porque mis relaciones son privadas.

–O porque no tienes relaciones –dijo ella–. El matrimonio es para siempre. Solo deberías casarte con alguien de quien estás locamente enamorado, una persona sin la que no puedas vivir.

–Eso no es amor, es pasión. Y la pasión es una simple cuestión de hormonas que muere tarde o temprano. No se me ocurre una razón peor para casarse.

–El amor y la pasión van unidos y es la única razón para casarse con alguien. Evidentemente, te falta educación en cuanto al romance.

Kris esbozó una sonrisa. V. J. lo mantenía interesado, tocaba algo elemental dentro de él. La atracción siempre le había llevado a la satisfacción sexual, no a aquel extraño anhelo… de algo más.

–Ah, ya veo. Tú eres una experta en romances.

–Pues sí, lo soy. Y, como tenemos varias horas de aquí hasta Dallas, si quieres puedo darte unas clases.

–¿Y cómo te has convertido en una experta? ¿Walt Phillips?

–Para nada. Novelas románticas.

–¿Novelas?

–Los libros son un método legítimo de aprendizaje, por eso los usan en los colegios.

Kris imaginó a V. J. en un aula, con uniforme, llevando una novela con un vikingo medio desnudo en la portada. Y luego la imaginó a ella medio desnuda. A la cámara le encantaría el color de su piel, su rostro, su sonrisa. Tanto como a él.

–Venga, inténtalo –la animó–. Estoy deseando saber qué es el romance según V. J.

–Bueno –ella se irguió en el asiento, más animada–. El romance tiene varios pasos, es una progresión. No te puedes meter en la cama con la persona que te gusta inmediatamente.

¿Ah, no? ¿Quién ha dicho eso? Tal vez era V. J. quien necesitaba unas clases.

–Primer paso: no meterse en la cama inmediatamente –repitió, irónico.

–El objetivo no es aprender los pasos sino entenderlos. Creer en ellos y reconocer que son ciertos. Así veras que no estás enamorado de Kyla.

Kris enarcó una ceja.

–¿Ese es el objetivo?

Entonces le llevaba ventaja porque ni una sola vez había confundido sus sentimientos por Kyla. Sus talentos eran legendarios y apreciados dentro y fuera de la pantalla, pero nunca había estado enamorado de ella. Ni siquiera recordaba bien esos «talentos». Tal vez no eran tan espectaculares.

–Cuando haya terminado de explicarte los pasos, tendrás que admitir que no estás enamorado de Kyla.

Era un juego tonto, porque él no se hacía ilusión alguna sobre su relación con Kyla, pero V. J. era tan divertida, tan natural.

El amor y el matrimonio tenían poco que ver entre sí y nada que ver con él. Y aquel espejismo del desierto no tenía ninguna posibilidad de convencerlo de otra cosa.

–¿Y si lo admitiera ahora mismo?

V. J. se quitó las gafas de sol para mirarlo.

–No entiendes las reglas de este juego. Se supone que yo debo explicarte los pasos y tú debes admitir que tengo razón. ¿Por qué vas a casarte con Kyla si no estás enamorado de ella?

–No he dicho que vaya a casarme. He dicho que vamos a anunciar nuestro compromiso, nada más.

–Ah, perdona por suponer que un compromiso lleva a una boda –V. J. soltó un bufido–. Ese es tu problema. Crees que estas cosas van por separado y no es así. Necesitas instrucciones sobre el amor, está claro.

Kris no podía dejar de sonreír.

–Puede que ya no haya esperanza para ti –V. J. se echó hacia delante–. ¿Vas a casarte con ella o no?

–Es… –Kris no terminó la frase. «Complicado» había estado a punto de decir–. Mira, sé que he dicho que preguntes en lugar de sacar conclusiones, pero esta es una excepción. Vamos a anunciar nuestro compromiso, pero Kyla sabe perfectamente que no estoy enamorado de ella. Dejémoslo ahí, ¿de acuerdo?

–Muy bien –asintió ella.

–Bueno, ¿cuál es el primer paso para el romance?

–La atracción. Tal vez son dos personas que se conocen desde hace años, pero un día ocurre, así de repente. Te fijas en que tiene unos ojos muy bonitos o en lo sexy que está con un vestido en particular. Tal vez se trata de dos extraños cuyos ojos se encuentran en una fiesta y sientes como una descarga eléctrica en la espina dorsal.

O un camión naranja que aparece de repente y del que sale un girasol con el pelo de color canela, pensó Kris.

–Hormonas, como he dicho antes.

–Bueno, si quieres verlo así –V. J. frunció el ceño–. La realidad es mucho más compleja. ¿Por qué las hormonas reaccionan ante una mujer y no ante otra? Por ejemplo.

Una pregunta interesante.

–Tal vez esa mujer resulte ser insoportable.

–Aún seguimos en el paso de la atracción, así que no sabrías nada de la personalidad de esa mujer. Ese sería el segundo paso. Una vez que has reconocido ese deseo fundamental por ella, llega el segundo paso.

–¿Y es?

–Atención.

V. J. se había acercado un poco más y, al hacerlo, Kris le rozó el pecho con el brazo. Un pecho cubierto solo por una delgada camiseta y sin la protección de un sujetador.

–¿Atención a qué? –le preguntó, después de aclararse la garganta.

–Le prestas atención a las cosas que le gustan, los libros que lee, por ejemplo. Notas las variaciones en el color de sus ojos, le pones un sobrenombre, recuerdas detalles que le gustan.

Ella le gustaba y sus pulmones ardían por el esfuerzo de no tomar una bocanada de oxígeno. De hecho, era un milagro que la cremallera de los vaqueros no le hubiese estallado.

–¿Cuántos pasos hay? –le preguntó.

–Seis –respondió–. El romance no es sencillo.

¿Qué era sencillo en la vida? Su compromiso con Kyla debía parecer real para que el público lo creyese. Y si el compromiso era una treta para que volvieran a estar juntos como sospechaba, Kyla vería a V. J. como competencia.

Kris suspiró. Las razones para despedirse de aquella chica eran infinitas. Y, por si la situación no fuera ya lo bastante extraña, había transformado a V. J. en la fruta prohibida.

–Todo eso es fascinante, pero yo no creo en los cuentos de hadas.

–¿Quién ha dicho nada de cuentos de hadas? –replicó V. J., pasándose las manos por las perneras de los vaqueros para que no viera que estaba nerviosa.

–Tú misma has dicho que eras aficionada a las novelas románticas.

–Pero ahora estoy hablando de la vida real.

–¿Qué vida real, la tuya?

–Sí, claro, algún día –V. J. se encogió de hombros–. Por eso le dije que no a Walt Phillips. Walt y el romance no hablan el mismo idioma. De hecho, es como si hablara en griego.

Mirándola por encima de sus gafas de sol, Kris dijo algo en griego.

–¿Qué significa?

–Te lo traduciré más tarde.

Aún sentía un cosquilleo donde la había rozado con el brazo y el sonido de su voz lo multiplicaba por mil.

 

 

 

Poco después pasaron frente al cartel que anunciaba el límite de Van Horn.

–Bueno, ahora sí tengo hambre –dijo V. J., aunque no era verdad–. Podemos parar para desayunar, si te apetece.

Sin decir nada, Kris entró en el aparcamiento de un restaurante de carretera y aparcó el Ferrari.

–¿Te importa pedir por mí? Voy a lavarme las manos –dijo V. J.

–¿Café, huevos revueltos y tostadas?

–Muy bien.

Una vez en el servicio, se miró al espejo y vio que tenía un hematoma bajo el ojo. Era lógico que Kris se hubiera asustado…

Él no creía en cuentos de hadas, pero ella tenía que creer. ¿Cómo si no iba a pensar que la vida podía ser diferente a la pesadilla de la que había escapado?

Desayunaron en silencio, pero su cercanía le provocaba un cosquilleo en el vientre.

–¿Me prestas tu móvil? –le preguntó.

–Sí, claro. Está en el coche.

–Tengo que llamar a alguien para decirle que estoy bien. Solo tardaré un minuto.

Kris asintió con la cabeza mientras se dirigía a la barra.

–Te espero aquí.

En lo único que debía pensar era en llegar a Dallas y empezar el resto de su vida. Y no había sitio para Kris en ella. Él era de Hollywood, ella de un sitio en medio de ninguna parte.

Después de unos segundos intentando descifrar cómo funcionaba el móvil, consiguió marcar el número de Pamela Sue.

–Soy yo.

–V. J., gracias a Dios. Tu padre ha estado aquí dos veces. Dice que te has ido de casa.

Ella sintió que le ardía la cara.

–Estoy bien, voy de camino a Dallas.

–¿Dallas? ¿Y cómo…?

–Estoy con Kris.

–¿Kristian Demetrious? ¿Ese Kris?

–Sí, ese Kris.

–¿Pero estás con Kris o estás con Kris? Espera, deja que me siente.

–Me lleva a Dallas en su coche, nada más. Kris está siempre rodeado de mujeres guapas y no tiene tiempo para camareras de pueblecitos perdidos.

–Oye, que tú fuiste Miss Little Crooked Creek un par de veces. Eres tan guapa como cualquier actriz de cine.

V. J. sonrió ante la lealtad de su amiga. Pamela Sue no había visto su cara y, por lo tanto, no sabía que parecía un mapache en ese momento.

–Te quiero, aunque estés mintiendo.

–Pues yo te odio. ¿Cómo te atreves a marcharte con el chico sexy en un Ferrari? Nunca te lo perdonaré, a menos que tengas una ardiente aventura con él y me cuentes todos los detalles.

–Trato hecho –dijo V. J.–. Pero no se lo cuentes a nadie, ¿de acuerdo? Es un secreto. Ya sabes, por los reporteros y todo eso.

Estaba segura de que su padre no iría a buscarla hasta Dallas, pero era mejor tomar precauciones.

–Sí, claro, los reporteros me persiguen a todas horas –bromeó Pamela Sue–. ¿Qué ha pasado?

–No ha pasado nada. Era mi hora. Me encontré con Kris esta mañana y se ofreció a llevarme a Dallas. ¿Cómo iba a decirle que no? Dallas está muy lejos y, además, era una oportunidad para ayudarlo a olvidarse de todas esas mujeres guapas de Hollywood.

Pamela Sue rio y una lágrima le rodó por la mejilla a V. J.

Nunca se habían mentido la una a la otra, pero no quería que nadie la viese como una víctima… bueno, solo Kris, pero porque no había podido evitarlo.

Se preguntaba si sus hermanos harían algo o si se pondrían del lado de su padre.

–¿Vas a quedarte en casa de la prima de Jenny Porter? –le preguntó Pamela Sue.

–Sí, claro.

A Beverly no le importaría que durmiese en el sofá de su apartamento hasta que la casa estuviera terminada. O eso se decía a sí misma.

–Llámame cuando llegues a Dallas. Y ten cuidado.

–Sí, señora. No hablaré con extraños.

–Me refiero a que uses preservativo.

V. J. soltó una risita.

–Adiós, Pamela Sue.

Cuando volvió al restaurante, Kris estaba mirando la pared con los labios fruncidos.

–¿Ya estás lista?

Había algo raro en su expresión.

–¿Qué ocurre?

–Nada, estoy listo para volver a la carretera –su expresión seria le recordó al inaccesible Kristian Demetrious que se había enfrentado con sus hermanos. Pero en aquella ocasión el enfado iba dirigido a ella y no entendía por qué.

–Si quieres hablar, estoy dispuesta a escuchar –le dijo cuando estaban de nuevo en el coche.

–He dicho que no me pasa nada.

–No, has dicho que estabas dispuesto a volver a la carretera, pero pareces enfadado.

La expresión de Kris se relajó.

–Tengo muchas cosas en la cabeza.

–Sí, claro –asintió ella–. Ser responsable de toda una película debe ser una carga muy pesada.

–Sí, lo es. Aunque la mayoría de la gente no lo ve así.

–¿Por qué?

Sentados en el coche, con el aire acondicionado encendido, los rizos de color canela se movían alrededor de su cara.

–Por ahora, es un lienzo en blanco, pero tengo una historia en mi cabeza con millones de planos para capturarla. Hasta que está montada del todo puedo convertirla en lo que quiera. Es emocionante comprometer mi visión de una manera o de otra, pero hay muchos nervios porque va a ser interpretada desde el punto de vista de otras personas.

–¿Y cuál es el primer paso para empezar una película? Espera… –V. J. alargó una mano para quitarle las gafas de sol–. Ya puedes hablar. Tus ojos hacen una cosa cuando te apasionas por algo y quiero verlo.

V. J. podría haber jurado que no se había movido, pero de repente estaban muy cerca el uno del otro. A punto de besarse.

–¿Qué les pasa a mis ojos cuando hablo de una película?

–Pues… –V. J. no sabía qué decir. Le gustaría acercarse más, olvidarse del espacio y del tiempo y sentir la presión de sus labios.

Pero el claxon de un coche hizo que se apartaran de golpe.

–Se encienden. Es como si tuvieras la pasión embotellada y escapara poco a poco a través de tus ojos.

–Tienes mucha imaginación –dijo por fin–. Yo veo el cine como una forma de arte, pero es importante mantener la distancia. Dejarse llevar por las emociones puede ensuciar una película.

–A mí no me engañas, Lord Ravenwood.

–¿Cómo?

–Lord Ravenwood –repitió ella–. Es el duque de El abrazo del bribón, la mejor novela romántica que se haya escrito nunca. Él también esconde sus emociones.

–No me digas –murmuró Kris, sarcástico–. ¿Eso es lo que crees que hago?

–Estoy segura. Dices no creer en cuentos de hadas, pero ahora veo que no es verdad.

–Como veo que me conoces tan bien, ¿cuál es mi problema?

Aquel hombre asombroso y sensual parecía contentarse con un compromiso frío estilo Hollywood con alguien de quien no estaba enamorado, todo para conseguir un inversor para su película.

Tenía que saber que estaba a punto de cometer un grave error.

Necesitaba que ella lo liberase de su prisión. Si su relación con Kyla fuese verdadera se echaría atrás, pero él mismo le había dicho que no era así.

Deliberadamente, estaba convencida.

–Quieres creer desesperadamente, pero te da miedo.

Un diablillo en su hombro le susurraba al oído: «Es hora del paso número tres».