Capítulo ocho
Camilla había escrito a toda velocidad un puñado de noticias: breves llamadas a todos los distritos policíacos del país, con informes actualizados de los sucesos del día. Había entregado todo antes del almuerzo.
Terkel Høyer no estaba especialmente impresionado, por decir lo menos, cuando, al regresar de Osted, ella tuvo que admitir que no había podido ponerse en contacto con Trine Madsen. En consecuencia, no tenía nada para el periódico, salvo la historia de un tipo de la clase de Susan Dahlgaard que andaba por ahí dando patinazos. Carsten Iversen pasaba la mayor parte de sus horas de vigilia en un tugurio para borrachos frente a la tienda de comestibles. Fue muy poco lo que pudo sacarle. Él confirmó que había asistido a la misma clase de la chica desaparecida. Y se acordaba de ella.
Incluso recordó que Susan no había estado con ellos en primero. No podía decir, en cambio, si se había incorporado a la clase en tercero, cuarto o quinto. Pero estaba bien, alegó. Ella vivía con unos padres de acogida en Osager y solía salirse con la suya en la escuela. En la clase, nadie, salvo ella, podía tirarse un pedo sin que lo mandaran a la dirección.
Camilla había tratado de indagar un poco más. Sabía que Susan había crecido en un orfanato de Roskilde. Mucho se había escrito al respecto cuando desapareció. Huyó en numerosas ocasiones y nunca fue fácil de controlar. Pero pasó los últimos años de su vida con sus padres de acogida, Inge y Lars, con quienes, al parecer, sentó cabeza.
Iversen no tenía contacto con los otros de su clase. Algunos de los chicos pasaban por ahí y se detenían de vez en cuando; pero, por lo demás, se mantenía casi siempre al margen.
Qué triste, pensó Camilla. Lo reconoció en la vieja fotografía de la clase que Louise le había enviado, y era deprimente observar el rostro de ese chico entonces feliz y lleno de esperanza, después de saber cómo le había ido en la vida.
—Voy a Osted —dijo, mientras dejaba una copia de la fotografía sobre el escritorio de Høyer—. Me reuniré con Pia Bagger. Ella también estaba en la clase de Susan y Trine.
Su editor la miró con fastidio, pero asintió después de contemplar la foto. Los otros periódicos también estaban cubriendo la historia de la colegiala que había aparecido en el valle del Eco. Todos especulaban acerca de si la chica estaba viva cuando se quedó atrapada en la caverna bajo el árbol o si alguien había escondido su cuerpo ahí dentro.
—Pia era una de sus amigas más cercanas. Ella y Susan compartieron la habitación dormitorio durante la excursión del colegio. Fue una de las tres últimas en verla.
Camilla le mostró la fotografía con los tres rostros encerrados en círculos. No le mencionó que tendría que ir a la casa de los padres para localizar a Pia. Ya la había investigado, pero no hubo nada que la convenciera de que había encontrado a la Pia correcta.
Høyer asintió y le preguntó si tendría material para una página entera. De inmediato, Camilla le dijo que sí, y añadió que se pondría en contacto con él en caso de necesitar más espacio.
* * *
Recordaba que los Bagger vivían en el otro lado de Osted, cerca de Jonsrupgården, los establos donde, por un corto tiempo, había tomado clases de equitación. Atravesó Kirkebjerg y miró los campos. Las señales de carretera que indicaban el camino a Mannerup le trajeron recuerdos de lo que sentía al ir en bicicleta a ver a Søren. Redujo la velocidad y puso el intermitente. Él había estado en la misma clase que el hermano mayor de Camilla. Ella tenía quince años cuando comenzaron a salir, después de la muerte de Lasse. Lo conocía de tiempo atrás. A menudo, él aparecía por su casa los fines de semana, antes de salir de fiesta con Lasse. Camilla había empezado a acompañarlos desde los catorce; pero entonces vino lo del accidente. Søren, por supuesto, estuvo en el funeral, pero transcurrió algo de tiempo antes de que volvieran a encontrarse en una fiesta, en el gimnasio. Al final de la fiesta, la acompañó a casa. Él jugaba al fútbol, ella iba al club, pero las cosas se fueron enfriando lentamente. Desde entonces, no había pensado mucho en él.
Después de dejar atrás algunas granjas y varias casas, alcanzó a vislumbrarla. Estaba apartada de la carretera, después de la curva. Era una casa de piedra roja con un alto seto al frente.
Tomó la desviación hacia el camino de entrada, pero se detuvo al ver todos los coches. Cuatro, para ser exactos, ocupando la pequeña área de aparcamiento delante de la casa. Por un momento, se quedó mirando la puerta principal. Había una fiesta de cumpleaños o alguna clase de reunión familiar. «Sería un tanto incómodo irrumpir», pensó, pero cogió el bolso que llevaba en el asiento delantero y se apeó.
Apartó los ojos de la ventana del salón mientras se dirigía a la puerta lateral y tocaba el timbre. Un segundo más tarde, escuchó a alguien dentro. Dio un paso atrás, lista para presentarse. La cerradura hizo clic, la puerta se abrió.
Søren Bagger estaba igual. O era, tal vez, el aspecto que ella había imaginado que tendría. El cabello ondulado, peinado hacia atrás, tal como lo recordaba.
Alto y delgado, de camiseta descolorida. Pero la sonrisa feliz de aquellos tiempos había desaparecido.
Tenía los ojos enrojecidos y el rostro ceniciento.
La miró sorprendido.
—¡Camilla!
—Hola.
De pronto, se había quedado sin palabras. Por un momento, se miraron fijamente. Ella se arrepintió de no haber llamado con antelación. Este rostro no mostraba más que tristeza. Ella pensó en los padres de Søren, que eran de la misma edad que los suyos. Uno podría haber caído enfermo.
—Lamento mucho aparecer así —llegó a decir—, pero he venido a preguntarles a tus padres por la dirección de Pia. Quiero hablar con ella de cuando estábamos en el cole, preguntarle acerca de la desaparición de Susan Dahlgaard. ¿La recuerdas? —Søren asintió.— Estoy segura de que ya lo habrás oído: la que acaban de encontrar. En Bornholm. —Pudo notar que el tema no le interesaba.
»Puedo regresar otro día. Pero ¿sabes dónde vive Nina Juhler? ¿En algún lugar cercano?».
Él retrocedió un paso hasta el lavabo y le hizo señas de que entrara.
Cuando estuvieron dentro, él se quedó quieto, con la mano torpemente extendida.
—Pia está muerta.
Camilla se detuvo en seco, aturdida por las palabras.
—¿Muerta?
Se asomó al salón y vislumbró la espalda de una mujer corpulenta. Seguramente era la madre.
Søren cerró la puerta del salón y señaló una mesa redonda en la cocina. Habían hecho café, y, sin preguntarle, le sirvió una taza y se sentó frente a ella.
—El pastor acaba de llegar. —Señaló la puerta con el rostro.
Ocultó la cara entre las manos y se tapó los ojos con las palmas, como tratando de poner un dique a las lágrimas. Entonces sacudió la cabeza y la miró.
—No lo entiendo. No puedo creer que se haya ido.
—¿Qué ocurrió? —Camilla quería abrazarlo, consolarlo. Era desgarrador ver desmoronarse a este hombre a quien conocía de hace tanto tiempo.— ¿Estaba enferma?
—Se ahogó. En el lago, en Dyndet. Uno que trabaja en el restaurante de Borup la encontró esta mañana.
Agachó la cabeza. Dejó caer los brazos pesadamente sobre la mesa. La miró con ojos tristes, sin dejar de mover la cabeza de un lado al otro.
—La policía llegó a las diez a comunicárselo a mis padres. Ya habían levantado el cuerpo. Dijeron que le harán una autopsia. Llevaba puesto el mono que usaba en los establos y se había llenado los bolsillos con ladrillos. Simplemente se metió al lago caminando.
Camilla conocía el lago. Inconscientemente, desvió la cara con el recuerdo repentino de una noche en que ella, él y algunos más habían ido a nadar ahí. Los chicos tenían ciclomotores y ella había montado en el de Søren. Otras chicas también habían viajado así. Aparcaron los ciclomotores cerca del lago, corrieron por la corta pendiente, y, bajo la luz de la luna, se desnudaron y saltaron al agua. Ella y Søren se habían quedado más tiempo que los demás. Después, caminaron por la larga escalinata hasta la colina cercana. Se echaron de espaldas a ver las estrellas. Esa fue su primera vez.
Era difícil creer que no se acordara. Tenía olvidado que él había sido el primero.
—Conduje directo a su casa cuando mis padres me llamaron —continuó—. Ella tiene a los perros, como sabes, y no estábamos seguros de cuánto tiempo había estado ausente. —Camilla no sabía nada de ningún perro, ni de la vida de Pia, para el caso. Tomó un sorbo de café y lo escuchó hablar de su hermana.— Se mudó a Viby justo en cuanto terminó la carrera de veterinaria. —Miró a Camilla.— ¿Recuerdas cómo le gustaban los animales? Salvaba ranas, pichones con las alas rotas. Aquí, en la casa, tenía su propio hospital para animales.
Camilla no se acordaba, aunque asintió con entusiasmo, con la esperanza de que él siguiera hablando. Pero eso fue todo. Søren se quedó en silencio, mirando la ventana, como si los recuerdos siguieran rondando por su cabeza.
—¿Tu hermana tenía hijos?
Él abandonó sus ensoñaciones y negó.
—Solo los animales. Los perros y un gato, y también los dos caballos, pero están alojados en el establo de un vecino. Siempre creí que le interesaban más los animales que los humanos. De hecho, nunca se casó.
Camilla echó un vistazo al dedo de Søren. El anillo desgastado hablaba de un largo matrimonio. Él siguió su mirada y trató de sonreír.
—Me casé con Connie.
Por un momento, lo observó sorprendida.
—¿Mi Connie?
Él asintió.
«Mi» había sido una exageración. Estuvieron en la misma clase, en tercero de secundaria, y habían sido amigas, pero, cuando Camilla y su madre se mudaron a Roskilde, dejaron de estar en contacto. Y, en realidad, desde entonces no había pensado mucho en Connie.
—Tenemos tres hijos. El mayor ya está en el segundo año de la carrera.
—Por favor, salúdala de mi parte. Era una chica encantadora.
—Sigue siéndolo. De hecho, me parece que viene hacia acá.
Camilla sintió una repentina sacudida de celos, pero ¿por qué? No porque se arrepintiera de no haberse quedado con Søren, viviendo en Selandia Central. Era la calidez de sus ojos cuando hablaba de Connie. Todo un aguijonazo.
Decidió marcharse antes de que ella llegara. Se apresuró a seguir adelante.
—¿Pia dejó alguna carta de despedida o algo por el estilo?
—No. En realidad, no.
Una voz femenina gritó desde el salón.
—¿Quién ha venido?
Søren se levantó y abrió la puerta.
—Es Camilla, la hermana menor de Lasse. Ella también conocía a Pia.
Qué fácil es volver al redil, pensó Camilla. Era la hermana pequeña del amigo de su hijo y había conocido a su hija, y eso era todo lo que se necesitaba para ser bienvenida. La sensación de pertenencia volvió a invadirla; este regreso a aquellos que alguna vez fueron su gente.
—¿Por qué no venís? —preguntó la madre, pero Søren le dijo que solo estaban tomando una taza de café.
Cerró la puerta.
—Perdona. Simplemente no podemos entenderlo. No parece real que Pia hubiera hecho algo así.
—Claro. Ya no te molesto más. Lamento mucho haber interrumpido esto.
—No, por favor, quédate otro rato.
Pensó que para él podría ser útil hablar con alguien que recordara a su hermana.
Él se recompuso.
—¿Y cómo has estado? Perdona que haya sido tan indolente para mantenerme en contacto, ahora que, con Facebook, todo es tan fácil. Tu hermano era mi mejor amigo y estoy seguro de que nunca he superado su muerte. —A ella no se le había ocurrido buscar a Søren en Facebook.— ¿Así que te mudaste a Roskilde y fuiste al instituto?
Ella asintió, y entonces recordó que él era aprendiz de herrero cuando salían juntos.
De pronto, él sonrió.
—¿Te acuerdas de las fiestas en la bodega Borup?
Ella asintió y le devolvió la sonrisa. La discoteca Twiggy’s y montones de cerveza. Fácilmente pudo haberse quedado y convertido en parte de la comunidad. ¿Quién sabe qué habría sido de su vida?
—¿Qué acabaste haciendo después del instituto? —le preguntó.
—Fui a la escuela de periodismo. Trabajé en el periódico de Roskilde hasta que me fui a vivir a Copenhague. Ahora estoy en las páginas de sucesos del Morgenavisen.
—Me acuerdo de Susan, de aquellos tiempos. Ella y Pia salían juntas. Venían a la casa después del cole y se encerraban en la habitación de Pia. Pero eran mucho más jóvenes que yo. En realidad, no llegué a conocerla. Pia quedó desbaratada cuando Susan desapareció. Me dio la impresión de que había cambiado mucho. Como si no hubiera podido quitarse eso de encima; estaba diferente, más seria. Ya no era tan alegre. Los incentivos por las cosas que se le atravesaban, el estar dispuesta a todo... Todas esas cosas que la distinguían se habían ido. Y dejó de salir con las otras chicas. Estaba encerrada en sí misma y lo único que la interesaba eran los animales que trataba de salvar. Mis padres lo intentaron, pero nunca consiguieron que se reuniera de nuevo con sus viejos amigos. Simplemente se encerró más en su caparazón. Le vino bien la escuela veterinaria; de hecho, le vino bien alejarse de casa. Necesitaba recomenzar. De verdad, en aquellos tiempos teníamos que haber tenido terapias de crisis en el cole.
—¿No se mantuvo en contacto con ninguna de las otras? —Camilla se figuraba un alma solitaria y un tanto perdida que había decidido acabar con su propia existencia.
—No, pero hizo algunos nuevos amigos en la universidad. Eso la ayudó un poco. Acudir a clases. Volvió a ser más extrovertida, le encantaba jugar con nuestros niños. Qué mal que nunca tuvo hijos propios. Los míos adoraban a su tía.
Se atragantó un poco y carraspeó.
—¿Y no dejó ninguna clase de carta o explicación? —preguntó Camilla otra vez.
Él negó con la cabeza y se levantó.
—En realidad, no. Encontré esto en la mesa de su comedor, pero, para que quede claro, no he revisado toda la casa.
Desplegó una hoja de papel. Antes de que él pudiera colocarla en medio de los dos, Camilla ya había notado que era una copia de la fotografía de la clase.
En el reverso, escrito en letras gruesas y oblicuas, aparecían dos palabras:
LO SIENTO