Capítulo nueve

En el lavabo, Louise se quitó las zapatillas de correr y metió la cabeza bajo el grifo. Había pasado corriendo por Søster Svenstrup, y luego, de regreso a casa, por las carreteras secundarias. Sudaba a chorros. Llevaba mucho tiempo sin correr. Era algo que se había propuesto hacer durante el viaje, pero siempre surgían demasiadas cosas que hacer. Esta vez había llevado su cuerpo al límite, con la idea de aclarar la maraña de pensamientos que le hacían imposible concentrarse.

Escribió otro mensaje de texto a Jonas para decirle que su pelo corto se veía fetén. Después del breve mensaje de ayer, no quería darle a pensar que no le importaba. También escribió a Kim, quien les cuidaba el perro en Holbæk mientras estaban de viaje. Le dijo que ya había regresado, pero que le agradecería mucho que se quedara con el perro un poco más. Y eso fue todo. No estaba por la labor de explicar cada cosa; y resultó que no hacía falta. Él le contestó a los pocos segundos que estaba bien. Sin preguntas. Louise no le había escrito a Eik, pero él tampoco le había escrito a ella. En principio, estaba enfadada por el hecho de que el rompimiento pareciera tan fácil para él; a tal grado que, de un instante al otro, Eik ya estaba poniendo todo su ser en la creciente relación con su hija. Pero ahora ella sentía que la tristeza se había instalado en su interior. De vez en cuando, estaba a punto de avasallarla, si no era capaz de apartarla lo suficientemente rápido ni era lo bastante ágil para recordarse a sí misma que nunca dejaría que nadie más la destruyera.

Se limpió la cara y fue a la cocina con los pies sudorosos. Tenía el pulso acelerado y un amargo sabor metálico por toda la boca. Acalorada, empapada en sudor y sin aliento, se dejó caer en una silla de la cocina. Ya era tarde, casi las doce, cuando decidió que tenía que hacer algo para recuperar el control de su cuerpo. El sol matutino había sacado al exterior a mucha gente, a echarse en las tumbonas de sus patios. Las piernas le temblaron cuando se levantó por un vaso de agua. Físicamente, se sentía extenuada, pero con la cabeza despejada y el corazón en paz. Una verdadera bendición.

Cerró los ojos. Por primera vez en años, no estaba deprimida. Se sentía liberada.

Tomó otro vaso de agua y decidió llamar a Camilla para averiguar si había podido ponerse en contacto con las otras niñas señaladas en la fotografía de la clase. Fue a su dormitorio a buscar el teléfono.

Su madre la había llamado cinco veces. También había un texto, uno muy breve: «Ha dejado un mensaje».

Al principio, Louise apenas podía entender una palabra, pero, momentos después, la voz de su madre empezó a fluir pausadamente. Mikkel lo había vuelto a intentar. Durante la noche, había colgado una sábana en el cuarto de baño del hospital y había tratado de colgarse.

Sus rodillas flaquearon y se dejó caer al suelo. Reprodujo el mensaje una y otra vez, y con cada repetición, sintió que el corazón se le partía. Lo habían pillado. La enfermera del turno de la noche había intuido que algo iba mal cuando descubrió que Mikkel no estaba ni en su habitación ni en el baño. Abrieron la puerta de la ducha y ahí lo encontraron, subido en la silla de la ducha y con una sábana enredada en el cuello.

La voz de su madre se oía débil y llena de desdicha.

—Quiere morir, Louise —no dejaba de decir—. Ya no quiere estar aquí.

Se preguntaba si sus padres también habían sido contactados por la policía; si eran conscientes de lo que podía ocurrir. Seguramente, su madre habría dicho algo, de haber sabido que Mikkel podía quedar señalado como primer sospechoso en un caso criminal.

Por un largo rato, se quedó sentada en el suelo, tratando de recuperar el control antes de devolver la llamada.

—¿Cómo está en este momento? —empezó.

—Tu hermano está internado bajo vigilancia. Representa un peligro para sí mismo y para los demás. Sin duda, se está haciendo daño. Necesita ayuda.

—¿Está en San Hans? —San Hans, el extenso hospital psiquiátrico del bosque de Boserup. Louise conocía el procedimiento. Primero, en el hospital se aseguraban de contar con una cama; después, se ponían en contacto con un jurisperito que debía aprobar el internamiento forzoso. Enseguida llamaban a la policía, que era la responsable de llevar el paciente al hospital. Los agentes permanecían en el lugar hasta asegurarse de que el paciente estuviera detrás de una puerta cerrada.

—No, lo llaman Pabellón Psiquiátrico de Emergencia. Pero está cerca de ahí. Dicen que necesita cuidados urgentes.

—Voy allá enseguida —dijo Louise.

Oyó que su madre hablaba con alguien.

—Va a pasar algún tiempo antes de que lo admitan —dijo finalmente—. En este momento, está a la espera de hablar con un médico.

—Ya voy —repitió Louise, y después le preguntó a qué hora había que recoger a los niños.

—Están en casa con tu padre. Yo vine aquí en cuanto me llamaron.

—¿Necesita algo? ¿O hay algo que necesiten los niños y que les pueda llevar?

Su madre no hizo caso a la pregunta.

—Creo que tu hermano está sufriendo una depresión profunda. Es como si yo no lo conociera. Él nunca había tenido pensamientos tan sombríos como estos.

Louise tampoco le respondió. Todas sus sensaciones luminosas después de la carrera se habían extinguido con un enfado que prácticamente la dejaba sin aliento. Explotó contra Mikkel, pero un poco más contra Trine.

* * *

—¡Malditos seáis, malditos seáis todos! —siseó mientras daba marcha atrás para sacar de la cochera el coche de su hermano. Se sentía incapaz de ser útil, se sentía impotente; en parte, por el creciente malestar de la víspera, cuando revisaba las cosas de su cuñada. Nada en absoluto apuntaba a que Trine tuviera planes de abandonar a su hermano. Todas sus cosas estaban ahí. Pero, si había huido, lo había hecho atemorizada. Eso encajaría. No le habría dado tiempo más que de coger unas cuantas prendas limpias. Louise se concentró en los posibles escenarios; especialmente en uno en que Trine no se había marchado de su casa por su propia voluntad.

Louise no podía soportar la idea. No podía imaginarse qué cosa habría empujado a su hermano tan dentro del negro pozo en que estaba metido. Algo se había tronchado en su cabeza, eso sí que Louise podía entenderlo. Pero ¿un estallido así de grave? Se obligó a salir del bucle de los pensamientos oscuros. De ninguna manera, su hermano no le había hecho daño a la mujer de sus amores. Louise se sentía culpable por haberlo considerado, siquiera. Le dolían los músculos, pero, en ese momento, lo único que quería era salir corriendo como loca, obligarse a poner todos sus pensamientos bajo control. Su hermano era profundamente infeliz y eso era lo único que debía preocuparla.

Condujo hasta el pequeño edificio amarillo que albergaba el Pabellón Psiquiátrico de Emergencia. Había dos coches en un pequeño aparcamiento rodeado por una cerca. Uno era un coche patrulla. Subió a paso veloz los pequeños escalones de piedra. Después de pasar por una puerta corredera electrónica, tuvo que aguardar a que se cerrara para que se abriera la siguiente. Fue de prisa al mostrador de una recepción cubierta por cristales, donde se levantó una mujer de cabello corto. Louise le dijo que era la hermana de Mikkel y que quería verlo.

La mujer parecía compasiva.

—Lo lamento, pero en este momento no puede recibir visitas. La policía está aquí, esperando a que el jefe de psiquiatras determine si su hermano puede ser llevado a la comisaría o si debe ser interrogado aquí mismo.

Louise asintió y, a través del cristal, echó un vistazo a la estancia vacía detrás de la recepción. Era posible que el médico no diera permiso a la policía de hablar con Mikkel. Lo primero era el bienestar de un paciente de internamiento forzoso. De momento, eso era un consuelo.

—Creí que mi madre estaría aquí —dijo a la mujer, quien asintió.

—Está en la sala de pacientes, hablando por teléfono con su esposo.

Louise asintió y se relajó un poco. Sorprendentemente, lo que más le preocupaba era su madre. Podía imaginarse muy bien cómo la destrozaba sentir esa preocupación por Mikkel. Lo más probable es que se hubiera sentido conmocionada al ver que la policía llegaba a hablar con él.

—¿Quiere un café? —le preguntó la mujer. Señaló un grupo de sillas y le dijo a Louise que podía quedarse a esperar.

Louise le dio las gracias y aceptó la taza. Acababa de sentarse cuando se abrió la puerta corredera de cristal. Reconoció a la mujer que entraba cargando un saco de plástico.

Había aumentado un poco de peso. Bastante, notó Louise. Su postura distinguida y erecta se había hundido e inflado. Pero Louise reconoció el rostro y el cabello blanco grisáceo que le llegaba a la cintura. También vestía el mismo tipo de pantalones sueltos de harén que cuando Louise la conoció. Pero había algo de pachorra en sus movimientos, como si estuviera bajo el efecto de medicamentos. O, tal vez, simplemente había perdido la energía vital.

Mucho tiempo había pasado desde que tuvo algo que ver con Mona Ibsen. Tres o cuatro años. Louise trató de recordar: estaba trabajando en Homicidios, en un caso especial con la unidad de negociaciones.

—Hola —dijo Mona un tanto titubeante. Louise estaba tan perdida en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que Mona la estaba mirando.

Había algo de apastelado en Mona Ibsen. Algo delicado y frágil, en fuerte contraste con su macabro pasatiempo de coleccionar insectos. Los encontraba en el bosque. Después, los dejaba secar y los aplastaba, antes de clavarlos con un alfiler para ponerlos en su colección. Había ayudado a la policía en algunas ocasiones, porque tenía un talento especial. No era que Louise fuera una gran creyente en las habilidades psíquicas; pero, en aquella ocasión, sintió que no le haría ningún daño escuchar lo que Mona tuviera que decir. Buscaban a una pequeña que había sido secuestrada, y Mona los había conducido en la dirección correcta.

Después llegaron a intercambiar algo de correspondencia, pero eso había cesado tiempo atrás.

—¡Hola! —Louise le sonrió. Sin poder evitarlo, notó las cortas cicatrices blancas que le cubrían ambos antebrazos. Tenía un corte reciente bajo el codo izquierdo.

Louise levantó la mirada cuando Mona dejó caer los brazos a los costados.

Las puertas correderas se abrieron y entró Gerd. Se quedó sorprendida de ver a Louise.

—¿Trabajo? —preguntó la psicóloga de colegio jubilada. Echó un vistazo por el pabellón.

Louise negó con un movimiento de cabeza y dijo que acababan de ingresar a su hermano.

—Estoy a la espera de que me dejen verlo.

Qué extraño era decir esas palabras: que su hermano había sido internado en un pabellón psiquiátrico. Pronunciarlas en voz alta las hacía parecer más reales aún. La propia Mona llevaba una larga historia de tratamientos psiquiátricos, y Gerd la había ayudado desde que estaba en el colegio. Gerd era muy delgada, pero sus brazos nervudos parecían fuertes. Daba la impresión de tener un efecto sedante en Mona. Ella fue quien le contó a Louise las intensas reacciones que Mona sufría cuando desaparecía la gente. Y, ahora, en cuanto el caso de Susan Dahlgaard empezó a aparecer en todos los medios de comunicación, Louise casi pudo haber predicho que se encontrarían aquí. Mona estaba sacudida emocionalmente. Se estaba internando de nuevo por su propia voluntad.

Las convulsiones aumentaban cuando Mona se sobrecalentaba emocionalmente, según le había explicado Gerd. Se volvía temerosa e insegura, así como proclive a hacerse daño en su intento de luchar contra la ansiedad. Louise había notado antes aquellas cicatrices, y algo en los ojos de Gerd le dijo que las cosas no habían ido muy bien para Mona. Aunque, en este momento, parecía en paz. La mayor parte del tiempo, sus ojos apuntaban al suelo, pero, de vez en cuando, alzaba la mirada hacia Louise. Gerd la sujetó por el brazo, y entonces Mona le dijo a Louise que esperaba que su hermano mejorara pronto. Caminaron hacia la puerta del pabellón.

Una vez que Mona desapareció al fondo del vestíbulo, Louise llamó a Gerd.

A regañadientes, la mujer del cabello canoso se volvió y retrocedió unos pasos hacia ella.

—¿Está aquí por la niña que encontraron en Bornholm?

La antigua psicóloga de colegio negó con la cabeza.

—Los últimos años han sido muy duros para ella, me temo. —Hablaba en voz baja para asegurarse de que Mona no pudiera oírla.— Ya no queda mucho de mi niña, ahora. Pasa aquí la mayor parte del tiempo, aunque, a veces, sin decirle a nadie, desaparece en el bosque para buscar insectos. Por lo visto, ahí es donde se siente más tranquila. Hoy es su cumpleaños. Acabamos de ir al pueblo a por tarta y chocolate.

El día que la conoció, Louise tuvo la sensación de que Mona sufría de alguna clase de anorexia nerviosa. Como si se hubiera quedado atrapada en algún momento de su adolescencia temprana. Su voz era infantil y su expresión, inocente.

—¿Qué pasa con sus padres?, ¿están en todo esto?

Gerd negó con la cabeza.

—No pueden soportarlo; nunca han podido. Y no es que yo quiera culparlos, pues no todo el mundo es capaz de entender las enfermedades mentales. Solían aparecer con cierta regularidad, antes de que su enfermedad se hiciera permanente. Yo sigo pensando que podemos ayudar a Mona, solo que esta vez nos va a llevar más tiempo. Y los tranquilizantes que está tomando no están haciéndole ningún beneficio. Has de recordar lo bien que estaba la última vez que nos visitaste.

Gerd sonaba descorazonada, su mirada la nublaba el desánimo. Louise sintió pena por ella. De pronto, podía identificarse con el hecho de estar cerca de alguien que se desmoronaba sin poder evitarlo, con esa sensación de total impotencia. Pidió a Gerd que le deseara a Mona un feliz cumpleaños. Entonces volvió a sentarse. Un poco después, apareció Mikkel. Lo llevaban al mostrador de la recepción dos uniformados. Uno de ellos se dirigió a la ventanilla, mientras el otro aguardaba unos pasos más allá, con el brazo de Mikkel firmemente agarrado.

—¡Mikkel! —gritó Louise. Su hermano levantó la cabeza.

Quiso dar un paso hacia ella, pero el agente lo sujetó y levantó una mano para evitar que Louise se acercara.

—¿Qué está pasando aquí? —dijo enojada por la forma tan dura en que lo estaban tratando—. Es mi hermano, quiero saber por qué se lo llevan.

El oficial que estaba en la ventanilla se volvió a ella.

—Nos vamos a llevar a su hermano a la comisaría para interrogarlo.

—¿Está detenido?

—Por el momento, no ha sido acusado —dijo, aunque Louise podía leer en sus ojos que querían ponerlo bajo custodia.

—La cartera de Trine Madsen está todavía en su casa —dijo ella—. ¿Qué pasos han dado para poner en marcha su búsqueda?

—Su hermano nos acaba de dar permiso para registrar su casa. También para revisar su teléfono y sus cuentas bancarias. En este momento estamos esperando una orden judicial.

—Yo no le hice nada —susurró Mikkel. Estaba llorando. La miraba suplicante mientras lo llevaban hacia la puerta. Sobre los vaqueros llevaba una bata de hospital. Era obvio que había dormido muy poco en los últimos días. Tenía los ojos vidriosos y parecía estar un poco desorientado. Pero el jefe de psicólogos había decidido que la policía podía llevárselo, lo cual tranquilizó un poco la muy atribulada mente de Louise. Por lo menos, su hermano estaba suficientemente bien como para ser interrogado.

Apenas habían atravesado la primera puerta de cristal cuando la madre llegó trotando desde el otro extremo del pabellón.

—¿Qué pasa? ¿A dónde lo llevan? —gritó.

Estaba pálida. Llevaba puesto el delantal de alfarera, sucio de arcilla y lleno de manchas multicolores. Cuando llegó a la recepción, se encontró con Louise, quien fue a abrazarla. Juntas contemplaron cómo la policía escoltaba a Mikkel hasta el exterior.

—No entiendo por qué tienen que llevárselo —susurró la madre—. ¿Por qué no hablan con él aquí?, tal como dijeron que harían cuando llegaron.

—Volverá.

—Quiero llevármelo a casa. No soporto verlo así.

—Necesita ayuda —le dijo Louise.

La madre asintió de mala gana.

—Sé que la necesita, pero ¿qué va a pasar si no lo vigilan de cerca? ¿Y qué, si lo intentara otra vez? —Parecía perdida, con la mirada fija en la puerta de salida.

—Lo cuidarán, te lo prometo —dijo Louise. Sabía que Mikkel sería observado constantemente, dado el alto riesgo de suicidio. Después, irían a verlo cada cinco minutos, y, poco a poco, los tiempos se irían alargando. Lo soltarían solo si consiguiera empezar a disociarse de los pensamientos suicidas. —Tenemos que confiar en que sabrán qué hacer —añadió. La llevó a las sillas.

—Mikkel dice que la policía cree que él mató a Trine. ¿Por qué dirían algo tan terrible? Creo que está sufriendo alucinaciones. ¿Oirá voces?, ¿tú qué crees?

Louise la cogió de la mano y habló con toda la calma de que pudo hacer acopio.

—La policía está investigando si Mikkel ha tenido algo que ver con la desaparición de Trine.

—Pero ¿por qué diablos habría tenido algo que ver? Está completamente pulverizado, tiene el corazón roto.

Louise seguía sujetándole la mano cuando se sentaron una frente a la otra.

—Mamá, escucha. No hay ninguna señal de que Trine hubiera planeado dejarlo. No se llevó ninguna de sus cosas: la tarjeta de débito, el carné de conducir ni el pasaporte; nada de lo que esperarías que se llevara alguien que tuviera planes de marcharse.

La madre apartó las manos.

—¿Qué me estás queriendo decir?

Louise mantuvo la compostura mientras la miraba a los ojos.

—Que no creo que lo haya dejado.

—¿Y?

—Si eso es verdad, algo pudo haberle sucedido, y deberíamos estar preparados para esa posibilidad. También, es posible que la policía quiera presentar acusaciones contra Mikkel, en caso de que encontraran algo que insinuara su implicación en lo que ha ocurrido.

—Si...

Louise asintió.

—Si resultara que él le hizo algo.

La madre explotó.

—¡Vaya disparate! ¡Por supuesto que no, absolutamente no! ¿Cómo puedes venir a decirme semejantes cosas? ¡Escúchate! Estás hablando de tu hermano. ¡Nuestro Mikkel! —Apoyó la espalda en el respaldo de la silla y miró a Louise.— ¿Tú lo crees? ¿Crees eso de tu propio hermano!

—No, no lo creo. Pero estoy tratando de prepararte, porque eso es lo que sospecha la policía. Y no me sorprende que tengan planes de registrar su casa. —De hecho, se preguntaba por qué no lo habían hecho aún. Estarían hablando con todos los amigos de Mikkel y Trine. De eso sí podía estar segura.— Querrán saber todo acerca de cómo era la relación con Trine, si tenían problemas matrimoniales, si peleaban, si alguno habría encontrado a alguien más.

La madre seguía muy molesta.

—Mikkel no, eso te lo puedo asegurar.

—La policía hablará con sus colegas de Volvo. Revisarán las cuentas del banco en busca de algo inusual en su situación financiera.

—No hay nada fuera de lo normal, excepto que ella se largó con el dinero que había en la cocina.

—Mamá, ¿quieres escucharme, por favor? Estoy tratando de decirte lo que está sucediendo, qué podemos esperar.

La madre alzó la voz.

—¡Escúchate!

Louise la dejó desahogarse. Después, se quedaron unos instantes en silencio, sin mirarse una a la otra. Entonces, la madre dijo:

—¿Y los niños? Necesitan volver a casa, seguir con sus vidas.

De pronto, Louise se sintió abrumada con sus temores. La historia estaría en las primeras planas de todo el país.

Kirstine y Malte también estarían en el centro del escenario. Eso sería inevitable.

Todo el mundo sabría quiénes eran sus padres. Quedarían expuestos, se hablaría de ellos, habría murmullos. Los señalarían.

—Probablemente, lo mejor sería que se quedaran contigo —dijo, después de pensarlo un poco—. Al menos, por el momento.

La madre no estaba dispuesta a ceder.

—Pero él no le hizo nada.

Louise negó con la cabeza.

—No, pero tendremos que encontrar pruebas antes de que se decidan a acusarlo. Lo que no sabemos es qué le dijo su suegra a la policía. Deben tener algo de lo que no nos hemos enterado, algo en qué basar sus sospechas.

La madre se inclinó hacia delante y apoyó la frente en el hombro de Louise.

Por un largo rato, lloró en silencio.

Louise le puso una mano en la espalda. Ansiaba decirle toda clase de cosas para consolarla, pero, al mismo tiempo, después de todos esos años como agente de la policía, sabía exactamente lo que iba a suceder. Y eso no iba a tranquilizar a su madre. Todo lo que tuviera que ver con Mikkel Rick sería examinado minuciosamente. Pondrían todo al derecho y al revés hasta encontrar a Trine.

No era fácil estar de este lado de la ecuación. No tenía la menor experiencia, y la única cosa que le quedaba meridianamente clara era que del otro lado se estaba mejor. Del lado de la policía.