Capítulo diez
El plan de Camilla era pasar a ver a Nina Juhler saliendo de estar con los padres de Pia, pero, cuando llegó a la casa de Nina, en Birkede, no pudo entrar. Aparcó junto a la zanja, diez metros más adelante por la estrecha calle, y miró la casa estucada en blanco. La ropa colgaba de una cuerda en el patio, la puerta de la terraza estaba abierta.
Se sentía aturdida, sobrecogida por la profunda sensación de haber pertenecido a este lugar alguna vez. Y gran parte de ella seguía arraigada aquí; ella había sido moldeada por su infancia, por los amigos de entonces. Se daba cuenta de que, por muchos años, se había distanciado de la muerte de su hermano. En los tiempos posteriores al accidente, el dolor había dominado su vida y la había hecho profundamente infeliz, pero, como adulta, apenas pensaba en ello. Él era una fotografía enmarcada que su madre tenía en el armario, en Skanderborg, y nada más. Camilla no tenía fotos de él; la verdad era que ni siquiera estaba segura de que Markus supiera cómo era su tío. Por supuesto, ya le había hablado de Lasse. Su hijo y su hermano, de hecho, se parecían. Ese pensamiento se le había metido muchas veces en la cabeza, pero siempre lo reprimía. No quería que Markus sintiera que debía reemplazar a alguien que ni siquiera había conocido.
Encontrarse de nuevo a Søren también la había hecho pensar en su padre. Y en el divorcio, unos cuantos años después de la muerte de Lasse.
Un día, el vendedor de coches usados de Osted simplemente descolgó el cartel.
Habían puesto los coches en un tráiler para llevárselos de ahí, y eso había sido todo. La fanfarronería y las bromas, el ruido y la seguridad de aquel charlatán, de aquel pesado, desaparecieron cuando los dejó. Ella no recordaba el rompimiento de sus padres como algo traumático. Fue algo triste, pero no un verdadero problema. Más tarde, preguntándose sobre eso, había llegado a la conclusión de que la muerte de Lasse la había vaciado de emociones. Nada podía ser más doloroso, ninguna pérdida podría ser más grande, así que el divorcio no había sido más que una alteración de la cotidianidad. Lo había asimilado, e incluso había tenido la sensación de que podría cargar con más. Fue entonces cuando empezó a salir con Søren. Para ella, la vida de adolescente y las fiestas eran mucho más importantes que las consecuencias del amor extinto de sus padres.
Siempre había sido más cercana a su madre, así que jamás dudó de dónde se quedaría a vivir. Camilla incluso se negaba a visitar a su padre y a su nueva novia en Køge, y eso significó que se vieran muy pocas veces en los años siguientes. Cuando trató de revivir la relación, a partir del nacimiento de Markus, su padre estaba demasiado ocupado; no había funcionado. Y eso le había dolido. Más tarde, él se había ido a vivir a Præstø, a hacerse cargo de la propiedad de sus propios padres, y prácticamente habían perdido todo contacto. Y por muchos años, eso no llegó a incomodarla. Aunque ahora lo echaba de menos. Añoraba tener una familia.
Se sentía sola, y ahí, en esa casa, Nina Juhler vivía una vida que fácilmente pudo haber sido la de Camilla. Le escribió un mensaje a su padre para decirle que llevaría la tarta si él hacía el café.
La casa de granja tenía vista al fiordo de Præstø, con campos que se extendían por detrás. El hombre aún tenía unos cuantos coches sobre la carretera, frente al granero. Seguía metido en el negocio, aunque escasamente. Cuando se mudó aquí, su novia se quedó en Køge. Camilla había pensado, muchas veces, que podría estar un poco solo.
Conducía un BMW que había visto mejores días, un coche ancho al que le colgaba el parachoques trasero. Estaba aparcado cerca de la casa, a un lado de donde ella se detuvo. Su padre salió a la puerta principal en zapatillas, con los brazos abiertos, para recibir un abrazo. Ella apagó el motor y sacó la caja de la tarta, que estaba a su lado, en el asiento delantero.
—¡Vaya sorpresa! —dijo su padre mientras ella se dejaba engullir en sus brazos, apartando la cara del cigarro que él llevaba en la mano izquierda. La condujo a través del pequeño pórtico frente a la entrada. Ella no había estado en esa casa desde la muerte de su abuela, pero el lugar lucía igual. El opaco pórtico delantero atiborrado de sus cosas, las tenues cortinas de encaje en las ventanas.
—Entra —dijo su padre—. Vayamos a la cocina a ver qué hay en esa caja.
Cuando ella era más joven, detestaba esos puros. Él la hacía pasar vergüenzas delante de sus amigos. Se sentaba fuera, en el solárium, metido en una nube de humo, y hablaba a través de la puerta abierta. Esto era cuando estaba en casa, pues la mayor parte del tiempo la pasaba en Hovedvejen, vendiendo y comprando coches, poniéndoles precio. De vez en cuando, en el aparcamiento guardaba una camioneta o una caravana. A los chicos más grandes les gustaba pasar por ahí, y él disfrutaba de la compañía. En ocasiones, dejaba que los amigos de Lasse rebuscaran en los coches viejos para rescatar repuestos, y ellos se ponían a jugar en la cochera, detrás de las oficinas. A los amigos de Camilla les encantaba pasar por ahí con ella.
En el momento en que dejó sobre la mesa la caja con la tarta de ciruelas con nata, sonó su teléfono. En la pantalla apareció una fotografía de Marcus.
—Hola —dijo, contenta de que él la llamara por su propia iniciativa. En esos tiempos, casi siempre era ella la única que llamaba—. Estoy con tu abuelo, acabo de llegar. Sí, se lo digo de tu parte, y sí, le recordaré que el año que entra cumples dieciocho años.
Rio y miró a su padre. Él le había prometido a Markus pagarle el carné de conducir. Sin condiciones, había añadido. Antes, Camilla se había quejado con su padre de que Markus estaba fumando. Y de nada habían servido los gritos ni las lamentaciones para hacer entrar a su hijo en razón. Su padre le dijo que se tranquilizara, que el chico lo dejaría en cuanto conociera a una chica cansada de besar ceniceros. Lo recordaba diciendo eso sumergido en su nube de humo de cigarro, pero tenía razón. Cuando Markus comenzó a salir con Julia, dejó los cigarrillos. Sabía que no estaba siendo justa, pero no podía evitar pensar que algo bueno estaba dejando esa relación.
—Iré a cenar a casa esta noche —le dijo Markus. No le preguntó cuándo regresaría ni si tenía otros planes. Ella se quedó con el teléfono en la mano un momento antes de despedirse.
—¿Problemas? —preguntó su padre.
Camilla se encogió de hombros.
—No ha sido la forma habitual de decirme que viene a casa, para nada. —Volvió a poner el móvil en el bolso.
—¿Problemas de chicas? —Él llevó la cafetera y dos platos de postre al salón.
—Tal vez. —Asintió. Desde el punto de vista práctico, pensó, si han roto, las vacaciones no serían ningún problema. Inmediatamente se sintió avergonzada por pensar lo bien que le caería que Julia no fuera con ellos a Hawái.
Le contó a su padre lo de las vacaciones. También le habló de lo molesta que se sentía de que su hijo, aparentemente, no fuera capaz de hacer nada sin la novia.
Abrió algunas ventanas para refrescar la habitación.
—Tú no eras mucho mejor —gruñó el padre de buen talante.
Camilla lo miró sorprendida.
—¿A qué te refieres?
—Aquel chico alto a quien siempre llevabas a rastras. Te negaste a ir a las bodas de plata de Kirsten y Erik si no lo invitaban. Y lo mismo cuando nos quedamos en la casa de vacaciones de Rørvig.
Mencionó otras ocasiones, varias, que ella había olvidado por completo.
—Unas bodas de plata habrían sido terriblemente aburridas para alguien de mi edad —alegó ella.
Recordaba aquella noche en el edificio comunitario. Las canciones escritas para la pareja, la comida de tres platos... Pero bailaron con todos los viejos en cuanto el tipo del órgano comenzó a tocar. Y el asunto de Rørvig... También era verdad, pero solo porque tenían que ir a la discoteca. Cada verano, muchos de sus amigos, que estaban de vacaciones con sus padres, se reunían ahí.
—Así son las cosas cuando eres niño —dijo su padre—. Quieres salir con otros de tu edad.
Ella le sonrió y raspó el plato con la cuchara hasta pescar el último trozo de nata batida. Le prometió que pronto traería a Markus de visita.
—¿Sabes?, podrías venir conmigo a la ciudad. Quedarte algunos días en mi casa. Sería divertido.
En una reacción instantánea, él negó con la cabeza.
—Hay un tipo que viene a echarle un vistazo al Mazda grande. Y es jueves, noche de bridge. Se sentirían muy mal si me ausentara sin permiso.
No parecía tan solitario, después de todo, pensó Camilla, mientras él la acompañaba a la salida y le daba un billete de quinientas coronas para Markus. Para helados. Eso fue lo que dijo, y le dio las gracias por venir. Había sido una visita corta, muy corta. Pero ella se sentía contenta de haber venido.
* * *
De camino a casa, Camilla se detuvo en el Sticks n’ Sushi por comida para llevar. Acababa de dejar las bolsas en la encimera de la cocina cuando llamó Terkel Høyer.
—La policía de Roskilde ha interrogado a un tipo relacionado con la mujer desaparecida, Trine Madsen. Y acabo de darme cuenta de que es aquel con quien fuiste a hablar.
Podía oírlo enfadado, y estaba a punto de defenderse, de explicarle que Trine había abandonado a su familia antes, pero Terkel no estaba en modo escucha.
—Irás allá a averiguar quién está dirigiendo las investigaciones y a enterarte de lo que está sucediendo. Hemos publicado una noticia breve en el sentido de que la policía la está buscando, pero no hemos hecho un seguimiento. Envía el artículo tan pronto como hayas hablado con ellos para ponerlo en el sitio web.
Contempló el espacio por unos instantes y colgó. Fue entonces a su despacho y encendió la grabadora antes de llamar a las policías de Selandia Central y Occidental. En Roskilde, pidió hablar con el capitán Nymand. Mientras esperaba, revisó el sitio web del periódico y leyó la noticia acerca de Trine.
La policía busca a una mujer de treinta y ocho años llamada Trine Madsen, quien desapareció de su casa en Hovedvejen, en Osted, el 19 de junio, entre las cuatro y las seis de la tarde. Fue vista por última vez ese mediodía. Trine Madsen mide 1,69 y es de complexión normal. Posiblemente vestía una camiseta blanca con un logotipo azul en el pecho, del lado izquierdo, y pantalones azules sueltos. Si tiene alguna información relacionada con su paradero, por favor, póngase en contacto con la policía en el número 114.
El periódico de Roskilde, el Roskilde Dagblad, había escrito:
La policía sospecha que podría haber un acto criminal relacionado con la desaparición de Trine Madsen. Están dispuestos a hablar con cualquiera que la hubiera visto desde el momento de su desaparición.
La voz de Nymand irrumpió:
—¿Sí?
Camilla se identificó rápidamente y le explicó que lo llamaba para preguntarle sobre el nuevo giro en el caso de Trine Madsen.
—¿Nuevo giro? —dijo él.
—Vosotros habéis interrogado a un hombre relacionado con el caso. ¿Le habéis presentado cargos? ¿Está detenido?
El capitán guardó silencio por un instante. Después, carraspeó y dijo que debía haberse esperado su llamada.
—Normalmente, te habría enviado con nuestro jefe de prensa. —Sonaba casi efusivo, lo que dejó a Camilla desconcertada.— Dispara —continuó.
Ella le preguntó qué podía decir, en general, sobre el caso.
—Hemos estado investigando la desaparición de Trine Madsen desde que fuimos notificados, cuatro días después de que fuera vista por última vez en su casa de Osted. La madre de Trine fue quien denunció la desaparición. Como resultado de lo que hemos podido averiguar, hace unas horas trajimos a un hombre para interrogarlo. También hemos hecho un registro en la casa de este sospechoso. Por el momento, estamos revisando su teléfono y su información bancaria. También recogimos algunos objetos personales de la mujer desaparecida. Están siendo examinados.
El móvil y la tarjeta de débito, pensó Camilla.
—Qué os hace creer que ha habido un crimen? —Podía escuchar su propia tensión.
—Varios aspectos de nuestras pesquisas apuntan en ese sentido. En este momento no podría entrar en detalles.
—¿Estáis investigando esto como un asesinato?
—Sí —contestó. Sin dudarlo—. Tenemos en marcha una investigación por homicidio.
Lo que significaba, simplemente, que la policía dedicaría más recursos y que, de esa manera, ampliaría las indagaciones, recordó Camilla.
Escogió las palabras con cuidado:
—¿Sabéis algo acerca de dónde podría estar el supuesto cadáver de la mujer?
—No, por el momento no tenemos nada al respecto. Lo único que podemos decir es que no ha aparecido.
—¿El sospechoso está relacionado con Trine? —En el otro lado de la línea, el silencio fue ominoso.
—Creí que por eso me habías llamado directamente. Supuse que habrías tenido noticias de Rick.
Silencio. Los pensamientos de Camilla corrían a toda velocidad y, de pronto, entendió por qué Nymand no la había mandado directamente a la oficina de prensa.
—Sospecháis de Mikkel. Supongo que lo habéis interrogado. Solo espero que los detectives que lo interrogaron estén enterados de que Trine ya dejó a su esposo una vez, que lo dejó con el marrón, con dos pequeños y las facturas por pagar. Espero que tu gente se haya tomado la molestia de averiguar cuán afectado quedó aquella vez, cuánto se esforzó Mikkel en mantener unida a su familia. —Hizo una pausa por un momento para contener su ira, pero la voz le temblaba cuando remató—: Os equivocáis con él.
—Siempre es difícil aceptar algo así, cuando se trata de gente que conoces. —Camilla no podía soportar su tono compasivo.— Acabo de hablar con Louise Rick. Su hermano ha tratado de suicidarse dos veces en las últimas cuarenta y ocho horas. Eso dice bastante de nuestra sospecha, me parece.
Camilla se controló.
—¿Encontrasteis algo en el registro de la casa? ¿Qué pruebas tenéis contra él?
—No haré comentarios en este momento. —Ella oyó que una llave giraba en su puerta.— Quiero que tu periódico publique una nota —continuó Nymand—. Estamos pidiendo a quienquiera que hubiera visto a Trine Madsen...
—¿Tenéis algo en contra de Mikkel? ¿Algo concreto que lo relacione con la desaparición?
Nymand no contestó. Camilla colgó. Se sentía mareada cuando se levantó y fue a abrazar a Markus.
* * *
Estudió a su hijo, que estaba sentado en el banco del pasillo, con el cabello alborotado, quitándose los zapatos. Simplemente no podía recordar ninguna ocasión en que él se hubiera autoinvitado a cenar de esa manera. Por lo general, solo le comunicaba que iría a casa a comer, pero esto parecía un acto planeado. Quizás había algo relacionado con el internado y sus exámenes finales, alguna cosa de la que él quería hablar antes de enseñarle sus calificaciones.
Ella abrió la puerta doble de la terraza y le dijo que tenía que enviar algo al periódico antes de la cena. Pensaba que no le quitaría mucho tiempo. Unas cuantas líneas acerca de que aún no había ninguna señal de la mujer desaparecida de Osted. Eso era todo lo que Nymand lograría sacarle.
No pudo leer gran cosa en la expresión de su hijo. Parecía un poco nervioso, pero no como si estuviera avergonzado de algo, y eso la aliviaba.
Encontrar las palabras adecuadas resultó más complicado de lo que esperaba. No quería señalar a Mikkel, pero Terkel no la dejaría en paz si ella no revelaba que la policía había interrogado a un sospechoso relacionado con el caso. Trató de comunicarse con Louise varias veces, pero o ella estaba hablando con alguien más o tenía el teléfono enlazado directamente al correo de voz. Finalmente, envió el artículo y un mensaje de texto a Terkel. Entonces se levantó y fue a reunirse con Markus.
Lo encontró sentado en una de las tumbonas, con un refresco de cola en la mano, admirando las azoteas de Frederiksberg. Ella, con delicadeza, le pasó los dedos por el cabello.
—¿Así que estás disfrutando de tus vacaciones de verano o echas de menos el internado?
Él trató de sonar normal.
—Está bien. —Le habló de un fin de semana en Humlebæk con Tue.— Así que no es como si no nos estuviéramos viendo ni nada de eso. —No parecía particularmente entusiasmado.
—Vayamos a cenar, ¿vale? —dijo Camilla, aunque sabía que él no sería capaz de probar un solo bocado.
El chico la siguió a la cocina y la miró sacar los platos y los vasos de la alacena. Algo en sus ojos la detuvo. Aguardó a que él hablara y, por una vez, Markus le preguntó si podía ayudar en algo.
—Busca en mi bolso —dijo ella—. Hay algo para ti de parte de tu abuelo.
No era que su hijo no recibiera una asignación decente. Ella sentía que Frederik había sido más que generoso la última vez que acordaron la suma, pero Markus se iluminó cuando encontró el billete en el compartimento delantero del bolso.
—Lo invité a venir conmigo a la ciudad, solo que no pudo escaparse. —Puso todo en una bandeja y después sacó unas bebidas de cola del frigorífico, las colocó junto a los platos y levantó la bandeja para llevársela fuera.
—Voy a ser padre —dijo Markus.
La bandeja dio de lleno contra la encimera de la cocina, derribando una de las colas.
—¡Padre! ¿Qué quieres decir? ¡Tú no vas a ser padre, eres un crío!
—Lo sé —balbució.
Ella lo miró incrédula.
—¡Por Dios santo, Markus! ¡Solo tienes dinero para comprar helado!
—Julia está embarazada. Fue al médico esta mañana.
Al menos, no se había andado con rodeos, había que reconocérselo.
Camilla se giró hacia el otro lado y contó hasta diez, mientras miraba por la ventana de la cocina. Entonces se volvió y, con la mayor frialdad posible, le sugirió que fueran al salón.
Se sentaron en los sofás, uno frente al otro.
—Tendrá que deshacerse de él —dijo ella.
Él movió la cabeza de un lado al otro.
—Eres increíble —dijo, con los ojos húmedos—. Nunca has aceptado a Julia en la familia ni hecho el menor intento de que se sienta en casa. Nunca te has interesado por ella, nunca has dicho que te gusta.
—Eso no es cierto —protestó Camilla, pero sin convicción en la voz. Hasta ella podía notarlo.
—Es como si hubieras tratado de alejarla desde el principio. ¿Sabes siquiera lo mal que la haces sentir? Y es verdaderamente duro, también para mí, que actúes de esa manera.
—¡Basta! —cortó Camilla—. Prácticamente, lo único que he hecho es haceros saber que ambos sois bienvenidos aquí, pero ella actúa como si detestara la idea. Como si prefiriera que os quedarais con sus padres.
—¡Es como si no te gustara! —gritó Markus. Ahora estaba llorando—. Es mi novia. Nunca he tenido nada en contra de Frederik, pero ¿alguna vez, tan siquiera, me has preguntado qué siento por él? He sido amable, porque sabía que tú lo querías, y puedo notarlo. He tratado de que se sienta bienvenido en nuestra familia.
—¿Cuándo coño te convertiste en el adulto de aquí? —gritó ella.
—Lo he sido por mucho tiempo —replicó Markus. Enfadado, se secó unas lágrimas con el dorso de la mano, tal como hacía cuando era niño.
Habría querido abrazarlo, pero estaba conmocionada, temblando. Trataba de calmarse, y, sin embargo, su furia, una cólera incontrolable que apuntaba a Julia por haber puesto a Markus en ese predicamento, no la abandonaba. No podía contenerse.
—No es muy difícil entender por qué Frederik te cae bien —le escupió con voz estridente—. He oído que te prestará el bote este fin de semana.
Markus la miró con ojos de hielo, se puso de pie y esperó.
—Lo siento —susurró Camilla—, lo siento de veras, eso estuvo de más. Por favor, solo siéntate, ¿vale?
Markus dudó, pero terminó por sentarse. Su mirada, no obstante, seguía siendo fría, y madura, de un modo que la preocupó.
—Me malinterpretaste al creer que Julia no me cae bien —dijo ella, decidida a convencerlo—. Me gusta, pero tienes diecisiete años. Teníais dieciséis cuando comenzasteis a salir. Todavía no tienes dieciocho años, y, tienes que entenderlo, esto os arruinará la vida.
—Te equivocas —dijo en voz baja.
—Ni siquiera sabes si ella es la persona adecuada para ti. Cuando tenía tu edad, tuve un novio a quien quise mucho. De hecho, acabo de encontrarme con él. Se casó con otra chica de mi clase. Esto es lo que pasa, que otros aparecen. Julia es la primera chica con quien tienes una verdadera relación.
—La quiero.
—Esto no va a funcionar, Markus. Te vas a arrepentir.
—Así que ¿qué planes tienes?
—Hacerte entrar en razón. Frederik y yo estamos pensando en tener un bebé. ¿No te das cuenta de lo extraño que sería? ¿Llevar a ambos a la misma guardería?
Él ya estaba gritándole antes de terminar de escuchar.
—¿Así que ese es tu problema? ¡Otra vez! ¿Se trata de lo que tú quieres! Bien, pues esto es un asunto de Julia y mío y de nuestras vidas. Queremos a nuestro bebé y tú no tendrás nada que ver con esto. Ni conmigo. Puedo cuidarme solo, sin ti ni Frederik.
Dejó caer al suelo el billete de quinientas coronas, se dio la vuelta, salió a grandes pasos de la habitación y cerró la puerta principal de un portazo. Ella escuchó el estrépito de sus pasos bajando por las escaleras.
Camilla se quedó sentada por varios minutos, tratando de asimilar lo que había sucedido. Entonces se dio cuenta de que estaba temblando. Un viento frío se colaba por la puerta abierta de la terraza. Se levantó, fue a la cocina, cogió las bolsas de sushi y las tiró a la basura.