Capítulo once

El miedo explotó en ella mientras luchaba por despertarse. El hedor de la orina y la mierda la tenía atosigada. Pasó un momento antes de que entendiera que el olor venía de ella misma. Sentía el frío húmedo en la espalda, el corazón retumbándole en el pecho. Su cuerpo estaba tenso, como si se hubieran activado las alarmas antes de tiempo. Su estado de alerta no era suficiente para que ella pudiera percatarse de lo asustada que estaba.

Parpadeó lentamente y trató de enfocarse en un objeto frente a ella. Por un largo rato, se quedó mirando la botella roja de agua. Estaba segura de que no había estado ahí antes. Alzó los ojos y los dejó reposar un momento en la ancha roca que tenía sobre la cabeza. Miró entonces otra, y la siguiente, hasta descubrir una abertura, una grieta de luz.

Tardó un rato, pero finalmente se dio cuenta: ¡había una salida! Luchó por alcanzar la luz, pero fue incapaz de moverse.

Tenía la boca seca; la lengua como papel de lija. Quizás había bebido, no podía recordarlo. Quiso gritar, pero no alcanzó a emitir más que un gemido ahogado, un movimiento de la boca, un estiramiento de la garganta. Alguien había estado ahí. Alguien sabía dónde estaba.