Capítulo catorce

El timbre volvió a despertarla. La alegre melodía resonó en la habitación de invitados y la sorprendió cuando estaba durmiendo profundamente.

Lentamente, Louise giró sobre la cama y se quedó echada un momento, mirando al espacio. Tenía la boca seca, pero saboreó el tranquilo rumor de su organismo aún adormecido. La melodía volvió a sonar. Sacudió el cuerpo y bajó las piernas. Se estiró y caminó hacia la ventana para abrir las cortinas. De inmediato, retrocedió de un salto y derribó la mesita de noche, pero, cuando quiso gritar, no pudo emitir ningún sonido.

Mona estaba ahí fuera, con el rostro pegado al cristal, mirando fijamente a Louise. El pelo casi blanco le colgaba sobre los hombros.

El corazón de Louise daba tumbos. Con los ojos completamente abiertos, la miraba sobrecogida.

El timbre sonó otra vez y Louise, confundida, salió al pasillo a abrir la puerta.

Flemming Larsen alzó las cejas al verle el cabello en tal desorden y el camisón arrugado. Por muchos años, ella había trabajado con este médico forense de dos metros de altura. Eran buenos amigos.

—Hola. ¿Acabas de ver un fantasma? ¿Has sufrido una conmoción?

Pasó un momento antes de que Louise descifrara a quién tenía enfrente.

—Ambas cosas. —De inmediato, sintió la necesidad de cerciorarse de que era real, así que le tendió la mano.

—Escuché que estabas en casa. —Traía consigo una botella de calvados y un paquete de cigarrillos, el equipo convencional de supervivencia.— También me enteré de lo de tu hermano. ¿Por qué no llamaste?

Louise se sintió abrumada por su aparición. Se imaginó a todo el mundo en Homicidios, a todos los técnicos forenses y a cada trabajador del Departamento de Medicina Legal cotilleando acerca de cómo habían internado a su hermano, hablando entre ellos de que Mikkel era sospechoso de haberse deshecho de su pareja. Al mismo tiempo, la visión de Flemming la tranquilizaba. Una presencia familiar, una roca. Varias veces habían estado cerca de convertirse en algo más que amigos, pero eso nunca había llegado a ocurrir. Y varias veces ella se había dicho a sí misma que así estaba mejor. Flemming era una de las personas en las que más confiaba. De pronto, no podía entender por qué no lo había llamado.

—Dame un segundo. —Se puso las zapatillas.

—¿Qué está pasando? —dijo él cuando ella pasó dándole un codazo y corrió hacia la esquina de la casa.

—Entra, ahora vuelvo —gritó sobre el hombro.

Pasó como un rayo por delante de los cuatro arbustos de lilas que había en un extremo de la terraza; luego fue hacia el patio trasero, donde no vio ni rastro de Mona. Corrió entonces a la entrada de coches y, de ahí, a la carretera, pero no había señales de la pálida mujer. Confundida, se apresuró a rodear la clínica de Trine. Mona no había tenido intenciones de esperarla, eso estaba claro.

Louise se sintió un poco mareada. ¿De verdad había visto a la mujer? Era bochornoso, pero quizás la había soñado. Tal vez, los somníferos tailandeses la estaban afectando. Entonces, un reflejo del sol llamó su atención. El papel blanco estaba encajado en el arbusto, justo fuera de la habitación donde había estado durmiendo. Era como una banderita ondeando en el espeso arbusto de flores amarillas.

Lo habían doblado varias veces. Cuando lo desplegó, reconoció la vieja foto del colegio. Además de los anillos que rodeaban a Trine, Pia, Susan y Nina en la copia de Trine, había otra cara destacada y con un nombre al lado: «Mona».

Por primera vez, Louise reconoció el rostro pálido de la niña. El pelo era el mismo: largo y casi blanco. Se quedó un buen rato estudiando la vieja fotografía de los rostros juveniles de la clase 1.º C. Caras felices y expuestas, excepto la de Mona.

* * *

Sentía náuseas mientras caminaba de regreso a la entrada principal, con la foto de la clase en la mano. Flemming ya estaba como en casa, haciendo café, a pesar de que era su primera vez ahí. Había puesto sobre la mesa la botella de calvados y los cigarrillos.

—¿Dónde están las tazas? —No dijo nada de la escapada de Louise por el exterior ni de toda su carrera, confundida, alrededor de la casa.

Señaló con el dedo.

—En el aparador. —Sacó una silla y se desplomó. Lo dejó ganarse los honores con el café.— ¿Quién te llamó?

—Kim.

Louise asintió. Su exnovio, quien ahora dirigía la unidad de Delitos Graves en Holbæk. Los hombres cercanos a ella se habían reunido con las mejores intenciones; de eso no había duda. Querían protegerla, demostrarle que era importante para ellos. En este momento, sin embargo, se sentía sofocada de saber que hablaban de ella, de saber que se daban cuenta de lo que había ocurrido, incluso antes de que ella entendiera del todo en qué estaba metida.

Sonó el timbre. Fue un timbrazo hostil, a pesar del esfuerzo que la brillante melodía hizo por parecer alegre. Flemming se volvió a ella con cara de signo de interrogación, pero Louise se quedó mirando el pasillo sin mover un solo músculo.

—Iré a ver —dijo él.

Ella asintió. Oyó cómo giraba la cerradura, escuchó el vago y agitado murmullo de muchas voces, hasta que las palabras profundas de Flemming se abrieron paso:

—Sin comentarios.

Así que era un hecho. La prensa había rastreado el nombre de Mikkel. Louise maldijo aquellas fuentes de la policía que eran más leales a la prensa que a la gente implicada en el caso.

—Gracias —le dijo a Flemming cuando este volvió. Él se encogió de hombros.

Sonó el teléfono de Louise.

—Su nombre ha salido a la luz —dijo Camilla—. Alguien lo filtró a la prensa. Saben que lo trajeron bajo sospechas razonables y que lo interrogaron. También saben que su casa ha sido registrada.

—Lo sé —le dijo Louise.

—También saben que es tu hermano. Tal vez deberías mudarte conmigo por un tiempo, huir de esa casa donde estás.

Flemming le puso una taza de café enfrente y le preguntó si quería leche. Ella negó con la cabeza.

—¿Es tu padre?, ¿te está ayudando? —preguntó Camilla.

—Es Flemming. Los primeros reporteros ya aparecieron.

—¡Hijos de puta!

Louise rio.

—¿Los acabas de llamar hijos de puta? Tú también estarías aquí si no tuvieras mi número ni supieras que hablaría contigo en el momento en que me llamaras.

—No lo han acusado, simplemente lo han interrogado. —Camilla sonaba indignada, como si defender al hermano de Louise fuera su trabajo.

—Pero la policía tiene la esperanza de sacarle algo. Van a revisar su ordenador, su teléfono, el teléfono de Trine... Eso probablemente ocurrirá hoy.

Louise sabía que no estaba siendo fácil de consolar, pero tenía demasiada experiencia en este tipo de casos como para no preocuparse. Mikkel podría quedar detenido en caso de que apareciera algo que convenciera al juez de que había suficiente material para una acusación.

Oyeron que un vehículo se detenía en el exterior, una especie de camión. Cuando sonó el timbre, segundos después, Flemming ya iba de camino a la puerta. Louise prometió llamar a Camilla más tarde y colgó.

—Técnicos forenses —dijo Flemming cuando volvió—. Quieren las llaves del coche de tu hermano.

Louise se levantó. Por supuesto, pensó, lo desmontarían por completo. Buscarían sangre en todos los pequeños pliegues y recovecos. Habían traído una grúa, por si aparecía algo que mereciera un examen más minucioso. Ella ni siquiera había abierto el maletero.

Fue al pasillo a por las llaves. Cruzó los dedos, con la esperanza de que la prensa ya no estuviera ahí cuando los técnicos empezaran a trabajar. De verdad, deseaba que se llevaran el coche. Si no, los vecinos verían a los técnicos forenses arrastrarse por dentro y por fuera.

* * *

—¿Qué tal el viaje? —preguntó Flemming, tras entregar las llaves a los dos técnicos. Sugirió que se sentaran en el porche a disfrutar del buen tiempo, ahora que el verano por fin se hacía sentir, pero Louise no quiso exhibirse ante los vecinos y los curiosos.

Sintió los ojos de Flemming encima, así que levantó la mirada.

—Crees que él tuvo algo que ver con lo que ocurrió —le dijo el forense. La leía como si fuera un libro.

Por un momento, ella se quedó con la mirada fija al frente. Luego negó moviendo lentamente la cabeza.

—No creo que lo hubiera hecho. Pero me es difícil entender su manera de afrontar todo esto. Tenía que haberse puesto en contacto con la policía de inmediato, desde el momento mismo en que Trine desapareció. Tenía que haber hecho todo lo posible para encontrarla. No entiendo por qué no lo hizo, por qué simplemente pareció aceptar que lo habían vuelto a abandonar.

—Aunque quizás sí lo hizo. Dejarlo, quise decir.

Louise asintió.

El médico forense ya había servido calvados en dos hueveras que encontró en el aparador. Brindó por ella para hacerla tomar un trago. Louise bebió antes de admitir, muy a su pesar, que ya no estaba tan segura.

—Mikkel cree que sí. —Dejó la huevera sobre la mesa.— Parece totalmente infeliz, destrozado por dentro. De verdad, creo que tiene miedo de quedarse solo con Kirstine y Malte. Miedo de no poder cuidarlos, por lo destruido que está. Y quiere escabullirse por la puerta trasera, supongo que así podría decirse. Lo trágico es, sin embargo, que no es capaz de ver el peor mal que podría hacerles. Ha tocado fondo.

Movió la cabeza tristemente y vació su huevera. No podía recordar la última vez que había bebido alcohol tan temprano. Escondió la cara entre las manos.

—¿Sabes? ¡Ya tendrías que mover ese culo! —Ella alzó la mirada. Sin duda alguna, estaba molesta.— Necesitas encontrar a cada persona que pudiera saber algo de tu cuñada. ¿Qué pasa aquí? ¿Dónde está la Louise que conozco? Tienes una unidad de investigaciones entera detrás. Y a Homicidios, para el caso. Y estás aquí sentada sin hacer absolutamente nada. ¡Venga, hala!

Louise miró fijamente sus ojos fulgurantes. Sentía como si lo estuviera defraudando. Movió la cabeza lentamente.

—No puedo. —Su voz sonó apenas.

Flemming se inclinó sobre la mesa.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que no estoy trabajando en este momento. De hecho, no lo haré por un buen tiempo. Me quedan otros dos meses de permiso.

—Vale, vale, estás de baja —dijo, más tranquilo ahora—. No estoy diciendo que deberías volver al trabajo para ayudar a tu hermano. Pero, fácilmente, podrías montar tu propia investigación. Podrías encontrar a tu cuñada, si te lo propusieras. ¿Dónde quedó tu energía? ¿Dónde está la pugilista que llevas dentro? —Se hundió en la silla y la estudió por un momento.— ¿Dónde estás, Louise?

De nuevo, todo empezó a brotar de ella. En un largo torrente, le habló del rompimiento con Eik, de aquel día en que los demás se habían quedado sin ella.

—Estaba ahí de pie, despidiéndome de ellos con la mano, y era como si mi vida se fuera volando, la vida que creía tener. Seguían adelante sin mí. Como si me hubieran enviado de vuelta al momento justo en que Klaus acababa de morir.

Nunca pensó que le diría algo así a nadie, excepto a Camilla, que se abriría de una manera tan vergonzosa, pero ya no podía parar.

Sin embargo, Flemming no pareció avergonzarse ni tomar partido por la amistad. Negó con la cabeza y contestó cortante:

—Ya basta. Cuando tu novio murió, eso no tuvo nada que ver contigo. Fueron esos capullos de sus amigos quienes te tuvieron todos estos años viviendo con sentimiento de culpa. Debes olvidar eso y seguir adelante. Tienes todo el derecho de culpar a Eik, lo entiendo. Ha sido un pequeño imbécil egocéntrico, alguien que no es capaz de mirarse más que el ombligo y que mete el rabo entra las patas cuando las cosas se ponen difíciles. —Louise alzó la mirada, un poco desarmada al sentirse interrumpida en su diatriba de autocompasión.— Que le den por culo —dijo él.

—Íbamos a casarnos —dijo ella, un poco lastimosamente.

—Y quizás os caséis, cuando él haya vuelto. Pero es muy cobarde de su parte darte la espalda solo porque, de repente, ha creído que no puede manejar dos tipos de amor.

Flemming arrugó disgustado la nariz.

Se quedaron en silencio por unos instantes antes de que él se inclinara hacia delante otra vez.

—Tienes que recomponerte —le imploró—. Ponte en contacto con Kim Rasmussen. En marcha, para que puedas averiguar qué le sucedió a tu cuñada.

Tenía que estar satisfecha con su bronca, pensó, pero, en ese momento, todo parecía demasiado abrumador. Después de unos momentos, se enderezó.

—No vamos a involucrar a nadie más en esto.

—Podrías necesitar la ayuda de la policía —replicó él—. Tendrás que hablar con los amigos y la familia.

—¡Nosotros somos la familia! —le recordó Louise—. La madre de Trine vino de España. Ella fue quien notificó la desaparición de Trine.

—Ve a buscarla, entonces.

—No sé si querrá hablar conmigo, puesto que ella fue quien puso a la policía tras el rastro de Mikkel.

—Sigue el dinero —dijo Flemming sin inmutarse.

Ella le explicó que las tarjetas de crédito y débito de Trine se habían quedado en la casa.

—Averigua, entonces, qué hizo tu hermano el día en que ella desapareció. ¿Es posible que hubiera llegado aquí, a la casa, más temprano? ¿Estuvo en contacto con ella en algún momento del día? ¿Iban a reunirse en algún sitio?

—La policía ya está averiguando todo eso —dijo ella, ya enfadada. Sus pensamientos comenzaban a desviarse de las cosas obvias que la policía tendría que investigar—. Quizás valga la pena buscar por otros lados —dijo.

Le habló de la foto de la clase, y eso la hizo pensar en el pasado de Trine. Algo o alguien podía haber aparecido. Un viejo amigo, tal vez, alguien que necesitaba ayuda y vino a pedírsela. Eso podría explicar por qué se fue de la casa con tanta prisa. Alguna persona fuera de su círculo de amigos; no Mikkel ni nadie de quien la policía tuviera conocimiento.

—Pero no durante toda una semana, no sin decirle a nadie —dijo Flemming.

—Pero algo pudo haberle sucedido cuando se fue. —Louise reflexionó sobre eso por un momento. Recordó un trágico suceso en que un hombre murió en un accidente de trabajo. Cuando notificaron a su esposa, esta salió corriendo al hospital, tuvo un accidente y se mató. Dejó dos niños pequeños.

—Tenemos que dar por hecho que la policía ya ha buscado en los hospitales y las salas de urgencias —dijo Flemming.

Ella estuvo de acuerdo. Por supuesto que lo habrían hecho.

—¿Quién es esa mujer que casi te da un susto de muerte justo antes de que yo apareciera? —preguntó después de rellenar de calvados las dos hueveras. Extendió el brazo para coger la copia de la fotografía de la clase.

—Mona. La conocí en Roskilde hace varios años, mientras estaba en un caso. Tiene manía por los desaparecidos. Cuando fui a ver a Mikkel, nos encontramos por casualidad en el hospital psiquiátrico. Ha padecido problemas emocionales desde muy joven. Reacciona cuando se publican en los medios casos de personas desaparecidas. Yo esto no lo sabía, pero, por lo visto, participó en aquel viaje a Bornholm. Estaba en la misma clase que la niña que acaban de encontrar en el valle del Eco, la que desapareció en aquella excursión. Tal vez, Mona tiene esperanzas de que me dé el tiempo de hablar con ella.

—Es una historia muy triste, muy trágica. —Flemming le dijo que había volado a Bornholm con un equipo técnico, poco después de que el cadáver hubiera sido descubierto, y que habían traído a Susan Dahlgaard de regreso a Copenhague.

—Mona es bastante agradable, no es eso. Solo que es un poco rara, está en una longitud de onda distinta a la de la mayoría. —Le habló del interés obsesivo y un tanto repelente de Mona por los insectos.

—Insectos.

Flemming describió cómo, cuando llegó a la caverna, encontró el cuerpo de Susan cubierto por un sudario de insectos. Los primeros en encontrarla habían puesto huevos, y del cuerpo momificado habían surgido nuevas generaciones.

Cogió su pequeña copa y la vació.

—¿Tú hiciste la autopsia?

Flemming asintió.

—De lo que quedaba. El interior de la caverna estaba relativamente seco y la ventilación era lo suficientemente buena como para inhibir la descomposición. Rara vez he visto un cadáver tan bien preservado. La piel estaba endurecida y curtida, como era de esperar, pero aún quedaba una buena parte de la ropa. Supimos de inmediato que habíamos encontrado a Susan.

Louise ya había visto algo así. La piel marrón, tan dura como la mesa que la separaba de Flemming; unas uñas que parecían largas y torcidas, dado que los dedos se habían secado y retraído. Visualizó las fotografías de la chica, las que nunca debían darse a la prensa.

—¿Estaba herida? ¿Tienes alguna idea de lo que ocurrió?

—Es difícil decirlo, pero la policía de Bornholm está tratando esto como un asesinato. Encontré en su sien izquierda una fractura que le provocó daño cerebral.

Louise estaba sorprendida.

—¿De verdad puedes detectar algo así, después de tantos años?

Flemming le explicó, con palabras y gestos, que al cadáver le quedaba, aproximadamente, un tercio del cerebro.

—Pero ¿cómo fue a dar a esa cueva?

—Lo que supongo es que sufrió un hematoma epidural por el golpe en la cabeza. —Retrocedió un poco cuando notó que Louise se había perdido.— Hubo una hemorragia entre la duramadre y el cráneo. Aquí, justo bajo la sien, tenemos una arteria. —Apuntó con el dedo.— Después de un golpe bastante duro, la arteria comienza a sangrar, pero pasa algo de tiempo hasta que sobreviene la muerte. Eso es lo que le aconteció a la esposa de Liam Neeson, el actor, cuando se cayó mientras esquiaba. Se alejó sin ayuda del lugar del accidente; pero, dentro de una hora o dos, el sangrado produce alta presión en el cerebro y empiezas a sentirte mal. Puedes tener una jaqueca y vomitar. Finalmente, pierdes el conocimiento. Si eso es lo que le sucedió a Susan, no podría decirte cuánto tiempo pasó entre el momento del golpe y la muerte. Pudo haberse sentido bien y completamente consciente durante varias horas.

—¿Crees que se habría escondido en la caverna después de haber recibido el golpe?

Flemming apartó la huevera vacía, como si quisiera evitar rellenarla. Dudó por un instante.

—Es probable. En consideración a los padres adoptivos y otras personas cercanas a la chica, la policía no reveló que se encontraron varias astillas de madera tanto en las manos como en uno de los hombros de la chica. También le faltaba la uña del cuarto dedo de la mano derecha.

—Así que Susan estaba viva cuando se quedó atrapada dentro de la caverna —dijo Louise.

Él asintió.

—Eso diría yo. El tronco de árbol que bloqueaba la entrada se pudrió. No queda nada de su corteza, así que no pudimos buscar marcas. Pero los técnicos encontraron una uña a un lado del cadáver. Esa sección del árbol fue cortada y llevada a analizar más a fondo. Los restos ya han sido entregados a los padres adoptivos. No sé cuándo será el funeral, pero apuesto a que atraerá una multitud, ¿no crees? —Louise asintió. Se hizo un silencio entre los dos.

»Habla con Kim», dijo Flemming en voz baja y con ojos suplicantes.

Ella se estremeció. La conmovía notar cuán duro era para su amigo verla dando tumbos y sin pedir ayuda a quienes la rodeaban.

—Lo pensaré —dijo en voz igual de baja.

Aunque compartía un perro con su exnovio, le costaba trabajo decidirse a pedirle ayuda. Si se tratara de un asunto laboral, no habría problema. Pero lo de Mikkel era una historia distinta. Kim era teniente de detectives en Holbæk, una parte de la policía de Selandia Central y Occidental, y no había ninguna duda de que tenía a la mano información relacionada con las indagaciones. Pero la verdad era que ella no se sentía tan nerviosa por la investigación policial sobre su hermano. Tenía la certeza de que la policía de Roskilde daría prioridad al caso, ahora que lo estaban tratando como un posible homicidio. La preocupaba más el estado mental de Mikkel, que no lo estuvieran vigilando de cerca, que intentara otra vez suicidarse. Eso era lo que de verdad la tenía asustada. Mikkel había estado a su disposición en tiempos en que ella se sentía desesperada, y ahora tenía que ayudarlo a superar todo esto. Era lo menos.

Llegó un mensaje de texto de su padre:

Hola, cariño. Estoy con Mikkel. Pasó una buena noche. Aparentemente, Liselotte fue quien convenció a la policía de que Mikkel le hizo daño a Trine. Él dice que eso es obvio, a partir del interrogatorio de ayer. No sabe por qué está enojada con él. ¿Podrías hablar con ella y preguntarle por qué le está haciendo esto? Abrazos. Papá.

El timbre volvió a sonar y Flemming fue a abrir la puerta. Los técnicos habían terminado con el coche. No encontraron nada que justificara llevárselo para estudiarlo a profundidad.

—Puedes seguirlo usando —le dijo Flemming—. Dejé las llaves en el pasillo.

Louise le dio las gracias y leyó el texto de su padre en voz alta.

Aún no había terminado de leerlo cuando él le dijo:

—Ve. ¿Quieres que te acompañe? Estoy de guardia. No tengo que volver a Copenhague hasta que me necesiten.

Ella negó con la cabeza. Prefería enfrentarse a la suegra de su hermano ella sola.

Ya fuera, antes de despedirse, él la acercó y le dio un abrazo, tan largo, que Louise comenzó a relajarse.

—Prométeme que me llamarás —le ordenó, aunque en un susurro—. Por lo menos, una vez al día.

Ella asintió.

—Vale, pues. Te llamaré esta noche, a más tardar.

Ella sonrió y asintió de nuevo, dominada por el instinto protector de su amigo.