Capítulo quince

Camilla aparcó en el colegio Osted. Se las había arreglado para concertar una cita con Steffen Dybvad. Se detuvo por un momento y miró alrededor. Había algo extrañamente distante y, sin embargo, familiar en esto de regresar a su viejo colegio.

Sus tacones resonaron cuando pisó el vestíbulo vacío y silencioso.

El colegio estaba cerrado por vacaciones de verano.

Al principio, Dybvad se había resistido, pero finalmente aceptó hablar. Resultó que había comenzado a enseñar biología en Osted al poco tiempo de que Camilla se fue, así que era relativamente nuevo cuando acompañó al grupo 1.º C en aquella excursión. Ella no se acordaba de él. Habría preferido ponerse en contacto con Lena, quien fuera su maestra de historia. Pero la profesora de Susan se había ido a vivir a Groenlandia y trabajaba en un colegio de Nuuk.

Se dieron la mano.

—Sígame —le dijo Dybvad. Algo en su voz revelaba que tal vez se sentía más afectado por el caso de lo que le había hecho creer por teléfono. El profesor también le explicó que no recordaba los detalles del viaje—. Fue hace un largo tiempo —clamó—, y han pasado muchas excursiones desde entonces. —Camilla se daba cuenta de eso, pero, de seguro, se le habrían quedado grabados muchos detalles de un viaje en que una de las niñas desapareció sin que nunca pudieran encontrarla.

»Siempre tuve la teoría de que Susan había escapado —admitió cuando estaban sentados uno frente al otro y Camilla ya había activado su móvil para grabar la conversación—. Sinceramente, nunca creí que le hubiera sucedido algo. Pero me equivoqué. —Cuidadosamente, juntó las manos frente a él y se la quedó mirando.

»De algún modo extraño, es un alivio saber, finalmente, lo que le ocurrió, pero también es horrible pensar que ella estuvo tirada en ese sitio por tanto tiempo. —Camilla asintió, con la esperanza de que él continuara. El profesor seguía entretejiendo los dedos, metiéndolos y sacándolos.

»La policía vino la semana pasada. Querían saber si se me había ocurrido algo que no estuviera en mis declaraciones de entonces. Me preguntaron cuándo la vi por última vez y si había ocurrido algo significativo en los días anteriores a su desaparición. Pero, en realidad, no podía ayudarlos».

—¿Estaría dispuesto a repasar la historia completa una vez más, aunque ya la haya relatado?

Era obvio que la idea no lo entusiasmaba, pero, después de unos instantes, accedió.

—Esas niñas eran un grupo de benditos terrores. Una de las primeras noches, varias de ellas se escaparon por la ventana después de que se apagaron las luces. Las pillamos y las pusimos bajo supervisión. Susan Dahlgaard era una de ellas. En ese momento, ya llevaba varias advertencias. Estaba por delante de sus compañeras. Era más madura, tanto física como mentalmente, y tenía ese imán invisible que algunos chicos poseen. Todos se sentían atraídos hacia ella, y no solo los varones. Las chicas la rodeaban, querían estar cerca, pero, al parecer, ella no era consciente de su magnetismo. No era que lo aprovechara; simplemente lo tenía. Muchas veces, una clase tiene una líder y las otras niñas la siguen. Así era Susan. Era buena estudiante, también, a pesar de que no siempre hacía los deberes.

—Esas advertencias que acaba de mencionar, ¿a qué se debían?

—Hacía novillos. Susan era una buena chica, pero siempre estaba presionando, calculando hasta dónde podía llegar. Creció en un orfanato de Roskilde y las cosas no siempre fueron fáciles para ella, por decir lo menos. Tenía un hermano que estudiaba en un internado de Amager para chicos problemáticos. De vez en cuando, ella huía a Copenhague para estar con él. Su hermano era unos cuantos años mayor. Se juntaba con chicos de quienes la mayoría de los padres quieren que sus hijas se mantengan alejadas. —Camilla asintió.

—Creí que se había escapado a causa de su hermano. Parecía inquieta, como si estuviera buscando algo, como extraviada. Supuse que se habría alejado de las otras chicas, que había cogido el ferry y que ya estaba en Copenhague cuando la policía empezó a buscarla. —Al parecer, al profesor le pesaba el cargo de conciencia.— Creí que se había ido a Copenhague.

—¿Qué ocurrió la primera noche, cuando las niñas huyeron? ¿Estuvieron solas o se encontraron con alguien?

Él alzó la mirada.

—Se encontraron con algunos chicos locales. Como podrá imaginarse, por allá suenan tambores de la selva cada vez que llega una clase nueva en una de esas excursiones. Los chicos siempre se las arreglan para encontrarse unos con otros. Siguen haciéndolo. Y esto vale tanto para ellos como para ellas. —Camilla asintió nuevamente.

—De hecho, toda la atención la acapararon las huidas nocturnas. Desde el principio, nosotros y la policía pensamos que Susan había escapado. Por supuesto, se organizó una gran búsqueda, pero todos los rastros acababan en el muelle Svaneke, donde Susan dejó a sus amigas.

Camilla había leído acerca del caso antes de venir. Las cuatro niñas se escabulleron a las once de la noche y cogieron dos de las bicicletas del albergue juvenil. Al llegar al muelle, se encontraron con los chicos con quienes habían estado la primera noche. Las otras tres niñas alegaron que Susan quería quedarse con ellos, así que regresaron al albergue en las bicicletas. Sin ella.

—Esos chicos eran un grupo rudo —dijo el profesor—. Se metían en las propiedades, robaban coches. Alegaron que Susan no estuvo con ellos aquella noche, aunque tuvieron que admitir haberse encontrado con las niñas en el quiosco del puerto, donde hablaron de verse más tarde. Pero eso no llegó a suceder. Robaron un coche y lo chocaron.

Dydbal hizo una pausa y se quedó mirando a Camilla, que garabateaba notas.

Por algunos viejos artículos, ella sabía que los chicos, durante mucho tiempo, fueron sospechosos de haber estado involucrados en la desaparición de Susan. Pero la policía no encontró pruebas de su culpabilidad. Los pillaron por otras razones, sin embargo, en cuanto la policía comenzó a investigarlos. No se encontró ningún rastro de Susan en el coche robado que chocaron entre Svaneke y Ronne, pero estaba lleno de objetos y alcohol que habían robado en un atraco en Aakirkeby.

—Los chicos fueron sentenciados. El que venía conduciendo incluso fue enviado a prisión.

—¿Qué ocurrió más temprano, el día de su desaparición? —preguntó Camilla.

Le tomó unos instantes recuperar los recuerdos de aquel día.

—Después del desayuno, fuimos en bicicleta a la iglesia de Østerlars a ver los murales medievales. Pasamos una hora ahí. Aprovechamos para almorzar en ese lugar. Fuimos entonces a Almindingen. Empezamos en Sydmasteren, donde hay una pícea noruega gigantesca que una tormenta desarraigó y de la cual han brotado siete árboles nuevos. —Camilla asintió rápidamente, esperanzada en que el profesor no siguiera dándole lecciones.

»Pedaleamos entonces a Basta Bog y, de ahí, al valle del Eco. Uno siempre tarda un poco más de lo que cree. No falta quien se cae de la bicicleta o va a dar entre las ortigas y cosas así. Pero ese día tuvimos suerte con el tiempo. —Así que, después de todo, el tipo recordaba los detalles. Qué suerte.

»Naturalmente, todos los chicos tienen que gritar para oír el eco en el valle del Eco. De ahí nos fuimos al punto más alto de la isla, Rytterknægten, y subimos a la torre de vigilancia. Los chicos tuvieron tiempo para comprar chuches. Luego terminamos el paseo del día en Rokkestenen, la piedra basculante, donde todos intentaron mover la enorme roca. Ese día recorrimos casi cincuenta kilómetros en las bicicletas, así que, cuando regresamos, los estudiantes estaban agotados. Después de cenar y antes de dormir, tuvieron un rato libre para hacer lo que quisieran».

—Así que Susan ya había estado en el valle del Eco —dijo Camilla.

—Sí, y también en Brændesgårdshaven, los jardines, y las ruinas del castillo de Hammershus. El plan del jueves era que iríamos en las bicicletas hasta Dueodde. Cuando descubrimos que Susan se había ido, decidimos que Lena se quedaría en el albergue esperando su regreso, así que me llevé a los chicos yo solo. —Se inclinó para acercarse un poco más a Camilla.— Creímos que regresaría, de verdad que lo creímos —recalcó, evidentemente conmovido. Ella asintió.

»Pero, cuando regresamos del paseo, aún no estaba ahí. Lena ya había llamado a los padres de acogida de Susan y ellos estuvieron de acuerdo en que Lena se pusiera en contacto con la policía, por más que eso pudiera llegar a tener consecuencias graves para la chica. Susan vivía feliz con esa familia, le gustaba la escuela. Todos estábamos al tanto de que había un riesgo de que el distrito la pusiera bajo supervisión, si la policía llegaba a involucrarse. Pero Lena sentía que no podíamos quedarnos de brazos cruzados, y yo estuve de acuerdo con ella al ciento por ciento. Un profesor no puede responsabilizarse por algo así, por más que pensáramos que aparecería en cuestión de horas».

—¿Y las otras tres niñas no decían nada?

Él negó con la cabeza.

—Al principio, nos dijeron que no la habían visto salir del albergue. Sin embargo, esa tarde, cuando la policía llegó a hablar con ellas, se derrumbaron y admitieron que se habían escabullido la noche anterior y que se habían llevado dos de las bicicletas. Dijeron que habían visto a Susan por última vez en el puerto.

—¿Alguno de ustedes salió a buscarla? —preguntó Camilla.

—La policía nos pidió que no lo hiciéramos. No querían que les arruináramos el rastro, por si tenían que echar mano de los perros. Después reunimos a todos los estudiantes y les dijimos que la policía quería hablar con ellos. Les dejamos muy claro que tendrían que decirles todo lo que supieran o hubieran visto hasta la noche en que Susan desapareció.

—¿Y eso convenció a las chicas de hablar?

—En efecto. No estaban fascinadas, precisamente, de que sus padres supieran que se habían vuelto a escapar. En particular, Nina tenía pavor de que su padre la descubriera, pero, como dije, se lo confesaron a la policía y señalaron el último lugar donde habían visto a Susan. La mañana siguiente, trajeron a los perros policía e interrogaron a los chicos de Bornholm. No recuerdo cuántos días pasaron antes de que la policía lo hiciera público, pero, de todos modos, fue entonces cuando las cosas se pusieron en marcha.

Ninguno de los dos habló por un momento mientras Camilla revisaba sus notas.

—¿Ha tenido contacto con las amigas de Susan, es decir, con las tres chicas, desde entonces?

—Después de los sucesos, las cosas fueron muy duras para todos, naturalmente, porque ella no regresó —dijo, esquivando la pregunta—. Trataron de encontrar al hermano, pero él había abandonado el internado y las autoridades locales le habían perdido la pista. Años después, la policía lo localizó finalmente. Había muerto de una sobredosis en Vesterbro.

—Así que ninguno de ustedes supo nunca que ella no había ido a buscarlo. —Camilla empezaba a hacerse la idea de una chica joven y desarraigada que no encajaba en ningún lado; una intrusa incluso antes de la excursión de la clase. Una chica que no era ajena a los conflictos.

—Sus padres adoptivos se lo tomaron muy mal. Estaban desolados, de verdad que se preocupaban por ella, a pesar de que no era su hija biológica. Estuvieron en contacto con la policía durante años, siempre con deseos de saber si había habido alguna novedad.

Uno de los otros periódicos acababa de publicar una larga entrevista con los padres de acogida, quienes ya no vivían en Osted. Era cierto: les había dolido muchísimo la pérdida de Susan, y nunca más acogieron a ningún otro chico, según decía el artículo.

—He buscado a Susan en Facebook muchas veces. Fue hace mucho tiempo, han pasado un montón de años, pero una cosa como esta se te pega. Sigues con la esperanza de que algún día vuelva a aparecer. Como le dije, supuse que se había ido de la isla. Igual que huía del orfanato y de alguna otra de las casas de acogida. Pensé que estaba bien; era una chica dura. Y, definitivamente, no era tonta.

—Y las otras chicas, ¿ha tenido contacto con ellas desde entonces? —preguntó Camilla otra vez.

La expresión del profesor cambió. Era obvio que la pregunta lo había molestado. Negó con la cabeza como si no entendiera a dónde quería llegar.

—Todos los chicos estaban perturbados por lo que había pasado. Se sentían terriblemente mal. Quizás debimos haber suspendido la excursión, pero nos quedamos hasta el último día. Tal vez porque teníamos la esperanza de que Susan aparecería.

—Pero ¿no ha hablado con ellas acerca de esa noche, cuando dejaron a Susan por su cuenta? ¿Alguno de ustedes las oyó cuando regresaban sin ella?

Se quedó mirando la mesa por unos momentos antes de negar con la cabeza.

—No, no las oímos. Lena y yo estábamos durmiendo juntos, mucho más ocupados en nuestros asuntos que en asegurarnos de que los chicos estuvieran en sus camas. Por supuesto, se lo dijimos a la policía, pero los padres no lo descubrieron. Y yo le agradecería mucho que no lo publicara.

Camilla tomó nota de eso, pero no podía prometerle nada.

—La única que dijo que las había visto regresar fue Mona Ibsen. Decía que habían entrado a la mañana siguiente, temprano, pero, según las niñas, fue alrededor de la medianoche.

—Pero eso se comprobó, ¿no?

Él movió la cabeza de un lado al otro.

—Mona era una niña especial. Se imaginaba un montón de cosas. Tenía visiones y sueños... No sé cómo llamar esa clase de asuntos espirituales.

»Era una niña dulce, activa y alegre, solo que muy imaginativa, y, de vez en cuando, la arrastraban sus visiones y premoniciones. Algunos pensábamos que simplemente quería llamar la atención. Al principio, yo ni siquiera notaba su presencia, pero, de repente, comenzó a actuar de manera extraña. De improviso, ya no quería ir a la excursión; tenía miedo de que algo sucediera. «Algo malo», decía. Unas semanas antes de que nos fuéramos, vino a la sala de profesores a insistir en que canceláramos el viaje. Por suerte, sus padres nos apoyaron cuando dijimos que no podía faltar nadie; después de todo, eran días de clases, aunque no estuviéramos en el colegio. De hecho, yo creí que le haría bien alejarse. Después vino este asunto de Susan, y, para Mona, las cosas empezaron a rodar cuesta abajo. Les dijimos a todos los chicos que, a nuestro regreso, podrían hablar con nuestra psicóloga, solo que para ella todo era mucho más complicado. Y así siguió siendo el resto del tiempo en que estuvo en el colegio.

—¿Así que nadie tomó en serio sus declaraciones porque era un poco diferente?

Volvió a inclinarse hacia delante.

—Eso no es verdad. Escuchamos lo que dijo y la policía habló con ella. Estoy seguro de que su testimonio fue parte del caso, pero, con toda franqueza, las tres niñas que estuvieron con Susan eran más dignas de crédito.