Capítulo veintidós

Bornholm, 1995

Mona cumplió su palabra. No les dijo a los profesores que había descubierto a Trine escabulléndose por la ventana para decirles a los chicos que, después de todo, las otras no llegarían. Lena, tras haber dormido una noche con las niñas para vigilarlas, regresó a su propia habitación.

Todo el tiempo, Susan había estado diciendo que Lena y Steffen follaban, y ahora pensaba que ese era el motivo por el que la profesora había vuelto a mudarse. Trine los había estado observando y creía que Susan podía tener la razón.

Todos estaban cansados. Incluso Carsten permanecía tranquilo, después de un salvaje día de carreras por todo Brændesgårdshaven, el parque de diversiones de Bornholm: tirolinas, botes de remos. Mona, sin embargo, se había mantenido aislada la mayor parte del día. Otros chicos de la clase les habían echado bronca a las niñas por escaparse de noche. Que las hubieran pillado era un placer, aunque también se sentían cabreados. A los profesores los enfadaba que las niñas rompieran las reglas, y toda la clase pagaba por ello. Pero las chicas estaban de acuerdo con Pia cuando esta decía que los demás les tenían envidia, que ellos también habrían deseado escaparse.

Después de la cena, mientras todos escribían en sus diarios, no se dijo mucho en las mesas. Alguien había dejado su chaqueta de mezclilla en el autobús; alguien más había olvidado su bolsa. En realidad, Trine no estaba poniendo atención. Trataba de descansar, porque ahora Lena dormiría en su propia habitación, así que tenían planes para otra noche de aventuras.

La noche anterior, cuando Trine fue a ver los chicos, estos le habían dicho que se comunicarían colgando notas en el pilar de anuncios del puerto. De regreso del parque de diversiones, Pia había ido en bicicleta con un mensaje:

11:30, colegio privado

Habían dibujado varios corazones y un ciclomotor apenas reconocible. Pero, cuando llegó al puerto, entre los anuncios privados de gente que vendía el cortacésped o regalaba gatitos, había un mensaje para las chicas:

Reunión: Multideportivo. 11:30. Traed la bebida.

Todas colaboraron, y, como Susan parecía la mayor, tomó prestada una bicicleta y fue a comprar una botella de ron junto con un paquete de cigarrillos. Escondieron todo bajo el colchón.

Trine les contó a las demás que, la noche anterior, Mona había estado sentada junto al cobertizo de las bicicletas. Les dijo cuán espeluznante había sido aquello. Acordaron, entonces, rodear el albergue para que Mona no pudiera detenerlas, en caso de que de nuevo estuviera allí.

—¿Nos está espiando o algo así? —susurró Nina. Frunció el ceño al mirar a Mona, sentada sola en el fondo del salón y encorvada sobre su diario.

—¿A quién le importa? Que se la folle un pez —dijo Susan—. Está loca. Nadie se cree todas esas cosas que va diciendo por ahí. Simplemente cerraremos con llave nuestra puerta para que nadie pueda entrar cuando nos hayamos ido.

—¡Pero no tienes la llave! —dijo Pia.

—Claro que la tengo. La de la puerta de Kirsten también funciona en la nuestra. Es posible que abra todas las puertas.

—¿Se la robaste?

—La tomé prestada.

Nina y Pia se quedaron dormidas cuando se apagaron las luces. Las chicas se retrasaron un poco debido a que había ruidos donde los chicos dormían. Varias veces, Lena y Steffen fueron a gritarles. Ahora, finalmente, había silencio.

Mientras las demás abrían la ventana, Trine cogió su chaqueta de la litera y se quedó escuchando un momento, por si había señales de alguno en el vestíbulo. Pia y Susan se encaramaron para salir. Titiritaban mientras mantenían la ventana abierta. Nina sacó las piernas por el alféizar y se pasó los dedos por el pelo corto. Segundos más tarde, Trine saltó fuera y cerró la ventana.

En el albergue, todas las ventanas estaban oscuras. Las chicas se quedaron inmóviles y aguzaron el oído en el silencio hasta asegurarse de que no había moros en la costa. Trine se sentía mareada y ligera por la excitación nerviosa; salvaje, eufórica, a sabiendas de que estaban rompiendo las reglas. Se habían escapado y estaban solas.

Se agazaparon y corretearon por una serie de senderos, entre casas vacacionales idénticas de color marrón rojizo, riendo todo el camino mientras trataban de no chocar ni tropezarse con alguna cosa en la oscuridad. Finalmente, llegaron al límite del conjunto de casas y divisaron la esquina del gran multideportivo.

—¿Oís algo? —susurró Trine. La oscuridad la ponía nerviosa.

Hicieron un alto y, por un momento, se sintieron tragadas por la inmensa quietud de la noche. Con más cuidado ahora, se dirigieron al frente del estadio. Susan venía a la cabeza. Trine enlazó su brazo con el de Nina, apretándolo con fuerza mientras se acercaban al edificio. No había voces. No había ciclomotores.

La decepción invadió a Trine cuando se dio cuenta de que habían llegado demasiado tarde y los chicos ya no estaban ahí. Había fantaseado, temblado de emoción de sentarse con ellos junto al fuego. Incluso guardaba la esperanza de que Susan se hubiera olvidado de Skipper; pero, si no, iría tras Daniel, que también era guapo. Se quedó un poco rezagada con respecto a las demás y sus lágrimas empezaron a brotar. De pronto, no podía soportar la idea de no verlos nunca más.

—¡A la mierda con ellos! —dijo Susan, después de rodear el estadio y regresar a las casas de vacaciones. Decididamente, desenroscó la tapa del ron y alargó la mano para coger uno de los refrescos de cola que llevaba Pia—. Si se han ido, simplemente...

* * *

De repente, oyeron los ciclomotores por la calle y vieron las luces de los faros que rompían la oscuridad. Trine corrió tras las demás, riendo mientras las luces la cegaban. Se cubrió los ojos con la mano.

—Vámonos —gritó uno de los chicos en la oscuridad. Las otras niñas ya se estaban subiendo en la parte trasera de los ciclomotores. Trine se apresuró, encantada de rodear con los brazos la ancha espalda de Daniel.

Los chicos ya habían encendido la hoguera. Todos se sentaron en la pequeña playa de Hullehavn, contemplando el muelle de natación. Trine tomó un gran trago del ron con cola que Susan había mezclado. Mientras tanto, Skipper se acercó a su amiga y la rodeó con el brazo.

—Verdad o atrevimiento —gritó Pia, y repasó el grupo con una mirada desafiante. Los rostros ambarinos brillaban al resplandor del fuego crepitante. Trine se sentó junto a Daniel, que sostenía una botella semejante a las que la madre de Trine usaba cuando preparaba zumo de saúco.

—Small Gray —dijo él, y le quitó la tapa—. Vodka casero con regaliz picante.

—¿Es muy fuerte?

Daniel sonrió irónico y le aseguró que estaría bien para ella.

El trago de vodka pasó cortante por la garganta de Trine, pero ella se resistió al ardor y sonrió mientras le devolvía la pringosa botella a Daniel.

—Verdad o atrevimiento —volvió a gritar Pia, apuntando insistentemente a Susan, quien estaba sentada entre las piernas de Skipper, con la espalda apoyada en el pecho del chico y sus propias piernas cruzadas—. ¡Verdad o a tragar!

El vodka llegó a Susan, quien se incorporó un poco y cogió la botella. Había una calidad natural en todos los movimientos de esa chica; de hecho, en todo lo que hacía. Como si estuviera segura de que conseguir todo lo que se proponía fuera un derecho natural; como conseguir, por supuesto, que Skipper, el más interesante de los chicos, le pasara el brazo por la cintura.

Trine la miraba, y aunque la cabeza ya le daba vueltas, se daba cuenta de que, tratándose de chicos, nunca sería tan segura de sí misma como Susan. A ella nunca le habría parecido natural ser escogida por el más guapo y agradable. Pero Daniel no estaba mal, pensó. Se apoyó en él.

De repente, Susan habló fuerte y claro.

—¿Cuándo y dónde lo hiciste por primera vez? —Miró a través del fuego a Trine, con la cabeza ligeramente ladeada. Fijó los ojos en su amiga para provocarla y le sonrió con malicia mientras sostenía una cerveza en las manos.

Trine sintió que el brazo de Daniel se apartaba de su espalda mientras el chico se volvía a ella.

Se dio cuenta de que estaba reteniendo la respiración, atrapada en la tensión chisporroteante del fuego. Pero, entonces, unos cuantos chicos comenzaron a reír.

—¡Venga, venga! —gritaron.

La sonrisa de Susan no desapareció. Su larga melena color miel caía alrededor de la sudadera ajustada. Skipper encendió un cigarrillo para Susan y, lentamente, ella se lo llevó a la boca. Tonny fue a apagar a Nirvana, quien, junto con Pearl Jam, los tenía aislados de la quietud de la noche, envolviendo la charla alrededor del fuego con una frenética cortina de sonido.

—Mi primera vez fue...

La voz de Trine surgió ronca en el silencio repentino. La moza se volvió suplicante a Nina, que era la única que no la estaba mirando. Todas las chicas sabían que Trine todavía no había estado con ningún chico. Se inclinó desesperada hacia delante, cogió la botella y tomó otro largo trago mientras observaba de nuevo a Susan.

—Nooooo —gritó Stretch—, queremos oír cuándo fue tu primera vez.

—Detalles —aulló Tonny.

Pia acudió al rescate.

—Me toca —gritó, ahogando a los demás. Las mejillas de Trine se enrojecieron de vergüenza, mientras el vodka y los duros caramelos triturados le quemaban la garganta.

—Verdad o atrevimiento —dijo Pia. Se inclinó hacia delante y atravesó a Susan con la mirada—. ¿Qué prefieres, desnudarte o contarnos tu infancia?

Trine se sobresaltó. Ahora, el silencio alrededor del fuego era grave. Aunque los chicos no sabían nada acerca del orfanato ni de las familias de acogida, sentían que algo gordo estaba ocurriendo, algo que superaba la humillación de Trine.

Durante lo que pareció una eternidad, Susan y Pia intercambiaron miradas salvajes.

Entonces Susan se levantó, se puso detrás de Skipper y se bajó la cremallera de la sudadera. Lentamente, se pasó la blusa por encima de la cabeza y se desabrochó el sujetador. Así se quedó un momento, desnuda desde la cintura, con los pechos brillando bajo la fría luz de la luna. La piel de los brazos se le puso de gallina. Los chicos se quedaron atónitos, mientras Trine, incómoda, cambiaba de postura. Sin poder evitarlo, miraba a Susan aflojarse los vaqueros y, con un movimiento ondulante, deslizarlos por toda la cintura y las piernas. Se los quitó de una patada, retrocedió otro paso, se bajó rápidamente las bragas, las agitó sobre su cabeza y gritó casi con lascivia:

—¡El último en llegar al agua es un pringado!

Corrió hacia las aguas negras con todos los demás chicos siguiéndola ansiosos. Silbaban y aplaudían mientras se quitaban la ropa a toda velocidad.

Trine, Pia y Nina se quedaron sentadas junto a la hoguera.

—Creo que me vuelvo ahora mismo —dijo Nina. Se puso de pie y Trine se le unió.

Se sentía mareada, confundida.

Pia permaneció sentada.

—¿No deberíamos esperarla? No podemos dejarla aquí.

—No —dijo Nina—, nos iremos en este momento.

Trine estuvo de acuerdo, se marcharían. Ella, Nina y Pia habían estado en la misma clase desde primero. Susan llegó después, no era una de ellas. No estaba ni siquiera cerca, y menos después de lo que acababa de suceder.