Capítulo treinta y dos

Camilla estaba sentada a la mesa de su espaciosa cocina cuando la llamó Louise. Markus acababa de despertarse. Lo había dejado dormir hasta tarde. Su padre apareció por la puerta.

La noche anterior, ella lo había llamado para contarle acerca del aborto de Julia y de lo terriblemente mal que Markus se estaba sintiendo. Y, en un momento de reconocimiento de sí misma, le había pedido que viniera a hablar con su hijo. Se había quedado lívida por la forma tan tosca y gamberra en que Julia había tratado a Markus. Difícilmente podría decir una sola cosa buena de ella. En un momento dado, estuvo a punto de llamar a los padres de Julia para sermonearlos por la falta de responsabilidad, honradez y valores esenciales de su hija. Pero entonces recordó que la chica ni siquiera les había dicho a sus padres que estaba embarazada. Y, a la mitad de la tercera cerveza, le llegó la idea: quizás ni siquiera se había embarazado. Estaba poniendo a prueba a Markus, midiendo cuán lejos estaría él dispuesto a ir por ella; y, cuando a la chica le quedó claro que él estaba, de verdad, listo para comprometerse, para llegar a fondo, tal vez se aburrió y lo desechó.

—Las cápsulas de café están en la lata —dijo a su padre. Señaló la máquina de Nespresso y le pidió disculpas con un gesto por tener que hablar con Louise. Markus acababa de salir de la ducha y llegó a saludar a su abuelo con una toalla enrollada por la cintura. Camilla cerró la puerta de su despacho.

Al instante, se dio cuenta de que algo andaba mal. Reconoció el tono de voz reducido, entrecortado, de aquellas veces que interrumpía a Louise en medio de un caso importante. Pero ahora era Louise quien la había llamado. Camilla esperaba pacientemente.

—Mona no ha recuperado la conciencia. —Louise le habló del intento de suicidio de la mujer.

—Pero ¿está viva?

—Está viva, sí, y sus padres están con ella. Al salir de la comisaría, fui al hospital a decirles que Gerd había muerto. —Camilla ya había cogido una libreta de apuntes. La costumbre.— Resulta que Gerd había alejado a Mona de su familia, más o menos. Se responsabilizó por ella y su salud mental a tal grado que los padres llegaron a sentirse inadecuados. Tenían miedo de no ser suficientemente buenos para captar cómo estaba Mona, para entender sus señales. No creían poder ayudarla en caso de que surgiera algún problema. Así que dejaron que Gerd se hiciera cargo. No creo que nunca hayan entendido lo que sucedió en Bornholm, lo que desencadenó la enfermedad emocional de su hija. Pocos años antes de que obligaran a Mona a ir a la excursión, su hermana se suicidó. Quizás por eso tenían tanto miedo de equivocarse con ella.

—Pero ¿el padre no la rechazó por su interés en las cosas espirituales? —preguntó Camilla.

—Esa no es la impresión que me quedó cuando me hablaron de ello. Me parece, más bien, que él quiso convencerla de dejar de creer en premoniciones y cosas así. Se preocupaba, sentía que era el tipo de cosas que llevaron a la hermana mayor a suicidarse. Lo único que él quería era protegerla, pero ese no era el caso de Gerd.

—¿Cómo se encuentra Mikkel?

—Me parece que está mucho más entero. Ahora estamos en su casa, esperando noticias de la policía. Nymand me ha mantenido informada. En realidad, el viejo gruñón es un buen tipo.

—Te llevas bien con los jefes viejos y gruñones —le recordó Camilla.

—Sí, tal vez tengas razón.

Camilla estaba ansiosa por ir a la cocina y escuchar lo que su padre y Markus estaban hablando, pero presentía que su amiga tenía otros asuntos.

—La madre de Trine acaba de llegar. En fin, que han encontrado bolsas para congelar y botellas de agua en la parte trasera del coche de Gerd. Eso apunta a que las tenía encerradas en algún lado; juntas o en lugares separados. Quizás su intención era recrear lo que Susan había sufrido en la caverna de Bornholm.

—Pero ella no sabe qué le sucedió a Susan —dijo Camilla—. Nadie sabe cómo murió.

—Quizás no. O, probablemente, es solo que nadie nos lo ha contado, todavía.

—¿Crees que Trine, Pia y Nina supieron lo que pasó?

—Creo que dijeron o hicieron algo. Como sea, Mona, a raíz de eso, pensó que sí sabían.

Camilla los oyó reír en la cocina. Una parte de ella se relajó. En la pantalla apareció un correo electrónico de Frederik. «Llego a las 22.30». No decía más.

La noche anterior, le había hablado de Markus y Julia y se había puesto a llorar porque lo echaba de menos. Pero no recordaba haberle pedido que viniera a casa. Y estaba sorprendida.

—Frederik viene en camino —dijo.

Silencio. De pronto, Louise le gritó al oído:

—¡Creen que la encontraron!

Camilla se quedó con el teléfono en las manos por un largo rato. Estaba ansiosa por ir allá y cubrir la historia; pero, después de pensarlo un momento, fue a reunirse con los demás en la cocina. Le preguntó a su padre si quería quedarse unos días, ahora que Frederik venía a casa.