Capítulo treinta y tres

—¡Dónde? —susurró Louise mientras cerraba la puerta.

Sus padres estaban en el patio con Kirstine, Malte y Liselotte cuando recibió la llamada de Nymand. Habían inflado y llenado con agua una piscina de plástico. Los gritos corrían por toda la casa.

—En el dolmen que está a las afueras de Bregnetved. Tenemos ahí una patrulla canina. El perro está seguro, pero nadie entrará hasta que lleguemos. También hay un equipo médico en camino.

—¿Bregnetved?, ¿ese lugar que está un poco más allá de Osted?

—Ese. En este momento estamos pasando por Glim. Ya casi llegamos.

—Ya voy —dijo Louise.

—Y está a medio camino entre Osted y Birkede, donde vive Nina Juhler.

Por un momento, Louise permaneció situada junto a la barra de la cocina, pensando si debía informar a los demás de lo que estaba ocurriendo, pero decidió dejar una nota en la encimera. Les decía que pronto estaría de regreso.

No le parecía bien dejar a Mikkel, pero tenía que enterarse de cualquier noticia acerca de Trine antes de que se la dijeran a él.

Mientras se acercaba al lugar, alcanzó a distinguir el coche de la patrulla canina y al perro echado junto a él. Un perro feliz, probablemente, con todos los elogios que habría recibido, además de agua y golosinas. Se detuvo a un lado y aparcó junto a la cuneta. mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad, varios coches fueron acercándose por detrás. Nymand saltó del que iba delante y pasó a grandes zancadas junto a ella, campo a través. Louise reconoció al médico que venía en el vehículo de los servicios de emergencia. Era el mismo que había recogido a Mona horas antes. Seguramente, su turno estaba por terminar, pensó.

Desde donde Louise lo contemplaba, el dolmen no parecía gran cosa. Solo un montículo cubierto de hierba alta, amarilla y marchita. Un árbol cercano de amplia copa proyectaba una sombra encima. Ella siguió a los demás hacia lo que parecía un muro bajo hecho de grandes rocas escondidas tras la hierba silvestre. El adiestrador del perro y dos agentes apuntaban hacia el otro lado, a la apertura del montículo, para que Nymand la mirara. Cuando Louise llegó allí, alcanzó a distinguir una hendidura profunda entre las enormes rocas. Parecía conducir a un pasadizo bajo el montículo. Nymand no podría arrastrarse por ahí, pensó, cuando uno de los agentes trajo una linterna frontal y se puso en cuclillas ante la abertura. Corrían los segundos y el hombre seguía sin moverse. Aparentemente, los pasajes estrechos no eran su fuerte, pensó Louise. Por otra parte, el compañero era demasiado alto y fornido para ayudarlo.

—Yo lo haré —gritó. Todos se volvieron hacia ella.

Louise se acercó y se puso en la cabeza la linterna frontal. Entonces se dirigió a los agentes:

—¿Ha habido algún signo de vida?

—Creímos haber oído algo cuando gritamos dentro. Posiblemente alguien que se movía o respiraba.

—Pero ¿tuvisteis la sensación de que alguien os oyó?

—Hemos percibido una reacción.

—¡Trine! —gritó Louise mientras se arrodillaba y comenzaba a arrastrarse con cautela. El techo de piedra se inclinaba más hacia el interior del pasaje estrecho y mohoso. Se sentó.

Las piedras estaban frías y pegajosas. Una vez más, gritó el nombre de Trine. También el de Nina. Hablaba con calma. Les decía que estaba entrando y que la ayuda esperaba fuera. Su voz resonaba en la fría oscuridad. De pronto, algo grande se lanzó sobre su mano. Louise la apartó de un tirón.

Probablemente, Gerd habría podido mantenerse agachada en ese lugar, pensó Louise. Podría haber drogado a alguien ahí dentro. Louise se esforzaba por no perder la concentración.

Ahí... Algo se movió. Y se oyó un gemido bajo... O un suspiro. El cono de luz de la linterna reveló una botella roja de agua. Louise alcanzó a distinguir una especie de abertura en el pequeño espacio semejante a una caverna, un círculo de piedras con un pequeño cráter en el centro. Una cesta y un cubo bloqueaban la entrada, pero Louise ya los había detectado.

Medio metro más abajo, Trine estaba echada sobre su costado, con los brazos sobre la cabeza.

No se movió ni reaccionó cuando Louise dijo su nombre.

Nina la miraba fijamente. Su cabeza, apoyada en una roca, estaba en un ángulo muy incómodo, como si, después de haber permanecido sentada, ya con las fuerzas totalmente perdidas, se hubiera deslizado por la pared de tierra.

—Nina. —Louise se quitó la linterna frontal para no cegarla.— Esto ya terminó. Vais a salir.

Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas sucias de Nina.

Louise habló lenta y claramente:

—Voy a gritar a la gente de allá fuera que os he encontrado. Después saldré para que puedan entrar. La siguiente persona que veréis será un médico o un rescatista. Ellos os ayudarán. ¿Trine está viva?

Nina no reaccionó por un momento, pero, entonces, esforzándose mucho, asintió. Louise no pudo evitar las lágrimas. Miró a su cuñada antes de arrastrarse hacia la salida.

Cuando estuvo al alcance de los demás, gritó:

—¡Las he encontrado! —Fuera, ya al aire libre, dejó que Nymand le pasara el brazo por el hombro mientras ella le decía que ambas estaban vivas.— Pero Trine está inconsciente.

* * *

Mikkel se paseaba por el suelo de linóleo gris mientras Louise y él esperaban a que les dieran permiso para entrar. Llevaban dos horas en el hospital y aún no habían visto a Trine. Los médicos estaban tratando de estabilizarla; la habían encontrado deshidratada y famélica. Al parecer, en las últimas dos semanas había comido alguna cosa, pero estaba extenuada y fuertemente sedada. Un poco más temprano, el médico le había dicho a Louise que Trine no parecía estar herida: no tenía golpes ni cortes. Estuvo bañada en orina y heces y, después de dos semanas de permanecer tumbada, su tono muscular era extremadamente débil; sin embargo, no había lesiones físicas. Se le hicieron pruebas e incluso llegaron a plantearse darle un antídoto. La hipótesis era que habían tenido a Trine en un estado comatoso mediante inyecciones de benzodiazepina y un somnífero médico de alguna clase. Una anestesista había recetado una reducción gradual de la dosis para evitar el síndrome de abstinencia.

Pero lo más importante era que estaba viva y que gradualmente volvería con ellos, pensó Louise. Sin embargo, le era difícil concebir qué tendría que hacer su hermano para manejar el retorno de su esposa mientras se ocupaba del suyo propio. Trine tenía por delante un dilatado período de rehabilitación antes de ser capaz de funcionar con normalidad.

Finalmente, la puerta se abrió. El médico y dos enfermeras salieron y les dijeron que podían entrar. Louise se asomó a ver a Trine, que estaba acostada mirando directamente al techo. Mikkel entró primero. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras se acercaba a su esposa dando algunos tumbos.

Louise miró cómo se hundía en una silla junto a la cama, cogía la mano de Trine e inclinaba el rostro hasta esconderlo en ella.

El médico vino a ver a Louise.

—Tendrán que estar preparados. Va a estar traumatizada por mucho tiempo. Tendrá problemas con los espacios pequeños y la oscuridad.

—Pero ¿se recuperará?

Al principio, se quedó con las manos metidas en los bolsillos de su bata blanca y los ojos puestos en la habitación de Trine, pero terminó asintiendo.

—Es demasiado pronto para decir gran cosa acerca de su hígado y sus riñones, pero, ahora mismo, no creo que los medicamentos que le dieron le hayan ocasionado ningún daño permanente.

Trine tenía los ojos cerrados. Mikkel presionó su frente contra la de ella, le acarició el cabello y le dijo algo en susurros. Louise se limpió algunas lágrimas. También se sentía doblegada por su propia pérdida, por una oleada de su pena personal. Se tambaleó un poco mientras buscaba una silla. Se sentó y agachó la cabeza hasta las rodillas.

No supo cuánto tiempo estuvo así sentada. De repente, sintió que una mano se posaba suave en su hombro. De algún modo, supo que era Mikkel quien estaba de cuclillas a su lado. Él le pasó el brazo por los hombros, la atrajo y la abrazó con fuerza.

—Gracias —susurró.

—¿Cómo está? —Louise habló en su hombro.

Él carraspeó y se apartó un poco.

—Trine no se llevó el dinero de no fumar para usarlo ella misma —dijo con una voz cargada de emoción—. Vació el tarro porque quería poner el dinero en el banco para pagar la casa de vacaciones que hemos alquilado. El dinero sigue en su bolsillo.

—Vuelve con ella —musitó Louise. Lo dejó ir. Necesitaba estar a solas un momento mientras se esforzaba por recuperar el control de sí misma. Bajó otra vez la cabeza, se puso a mirar el suelo. En esa postura estuvo hasta que una mano firme la cogió del brazo. Entonces oyó a Nymand decir que era hora de marcharse.

Volcó su vaso al ponerse de pie. El agua se desparramó por el linóleo mientras Nymand se la llevaba consigo.

No volvió a la vida hasta que estuvieron sentados en la cafetería, con un café negro y un sándwich de queso enfrente.

—Come —dijo él.

Por un segundo, Louise se preguntó cómo este hombre podía tener tiempo para estar ahí sentado. Tendría que estar en la comisaría, celebrando el éxito.

—No es cierto. —Se inclinó sobre la mesa.— ¡Lo que me dijiste no es verdad! —Ella, desconcertada, frunció el ceño y le dio un gran mordisco al sándwich de queso, como si fuera un escudo protector.— No has renunciado. Crímenes Personales espera tu regreso este 15 de agosto.

—Eso no va a suceder —dijo ella cuando terminó de masticar—. Es solo que no se lo he dicho.

Él la estudió por un momento.

—Te sugiero que hables con Søren Velin. Me gustaría recomendarte para que dirijas la futura unidad móvil de la región.

—¡No pienso dirigir nada! —dijo ella. Aunque se sintió sorprendida de que él mencionara a su primer compañero de Homicidios. Louise había trabajado junto con Velin por un año, antes de que a él lo transfirieran a la antigua unidad móvil, donde permaneció hasta que esta desapareció. Actualmente era capitán del Centro de Investigaciones de la Policía Nacional, pero ella había perdido el contacto con él.

—Será una unidad especial de expertos. Ayudarán a los distritos policiales en los casos más difíciles.

Louise sabía muy bien lo que tendría que hacer la nueva unidad especial. Los dirigentes de la policía nacional se habían visto obligados a admitir que desmantelar la antigua unidad y echar al viento a los mejores investigadores de homicidios había sido un error.

—Y no se trata solo de homicidios —continuó Nymand—. La unidad también intervendrá en desapariciones complicadas, con las cuales estás familiarizada por tu experiencia en el Departamento de Personas Desaparecidas. Si, por ejemplo, no hubiéramos encontrado a Trine y a Nina nosotros mismos, habríamos solicitado su ayuda. —Ella lo sabía.— Tienes que estar ahí. Cubrirías el país entero.

—En este momento, no estoy trabajando —dijo Louise, con la esperanza de que Nymand parara ahí.

—Eso de sentarte detrás de un escritorio... No, no es lo tuyo. Necesitas salir, hacer trabajo de campo. —En eso estaban de acuerdo.— Vas a necesitar tres cartas de recomendación. Me encargaré de que las tengas.

—¿Cartas de recomendación?

Él asintió.

—De jefes: una de Flemming Larsen, del Departamento de Medicina Legal, una del teniente detective Kim Rasmussen y una mía.

Louise tenía ganas de levantarse e irse de ahí, pero estaba demasiado cansada.

—Pensémoslo —dijo ella cuando su silencio empezó a inquietar al capitán. Y asintió para convencerlo de que lo tomaría en cuenta.

»¿Qué ha dicho Nina Juhler?», preguntó.

Nymand dejó caer los hombros, pareció relajarse. Louise tuvo la engañosa sensación de que él había prometido a los demás convencerla. Eso la molestaba. La molestaba mucho. Respiró hondo, pero no dijo nada.

El capitán revolvió el azúcar de su café.

—No parece que Gerd hubiera tenido intenciones de matarlas. Nina tampoco tiene esa impresión. Fue, más bien, una forma de decirles a Trine y Nina lo que había ocurrido la noche en que Susan murió. Pero ellas insisten en que no saben nada, porque, cuando se marcharon, Susan seguía viva. Pero Gerd no creyó que estuvieran diciendo toda la verdad.

—¿Así que las hizo vivir el mismo suplicio que Susan en un intento de sacarles una confesión?

Él asintió.

—Cuando la llevaban al dolmen, Nina despertó. Gerd le había aplicado éter. Después, la ató y la transportó en una carretilla de mano.

Louise pensaba en esa anticuada forma de anestesia mientras Nymand le explicaba que Gerd había ordenado el éter en línea e impreso el recibo.

Recordó haber visto la carretilla frente a la casa de Gerd; y el Berlingo, que tenía un maletero bajo. Eso le había posibilitado sacar a Nina y a Trine del coche y ponerlas en la carretilla.

—Qué extravagante —murmuró.

—Cierto. Y ambas mujeres son delgadas y no muy altas. Eso hizo todo más fácil.

—Pero ¿crees que Gerd, de verdad, planificó todo esto? —preguntó Louise.

Él negó con la cabeza.

—Creo que esto se fue desarrollando con el paso del tiempo. Al principio, las emociones la dominaron. Estaba preocupada de que el trastorno de Mona empeorara cuando apareció el cuerpo de Susan. Nina dice que Gerd quería que dieran un paso al frente y declararan qué había sucedido en el valle del Eco, para que la gente supiera que Mona siempre había dicho la verdad. Pero, cuando se dio cuenta de que Nina y Trine no lo sabían, algo debió romperse en ella. De otra suerte, no habría tenido a las mujeres cautivas por tanto tiempo.

—Me parece más probable que haya sido una mujer profundamente infeliz —dijo Louise—. Durante los últimos años, Mona ha empeorado; cada vez pasa más tiempo en el pabellón psiquiátrico, toma más medicamentos. Tal vez Gerd ya estaba pensando cuánto podría durar Mona a ese ritmo. La vio reaccionar cuando apareció el cuerpo de Susan. Seguramente eso enloqueció a Mona de tristeza; tanto, que Gerd trató de obligar a las tres mujeres a confesar.

—Quizás. Y eso aterró a Pia Bagger hasta el punto en que se suicidó. Gerd tendría que enfrentarse a una causa criminal si estuviera viva.

—Pero no lo está.

—No, no lo está. Y tenía razón de que las tres mujeres guardaban un secreto. Un secreto que debieron de haber admitido hace mucho tiempo.

—¿Nina dijo algo? —preguntó Louise.

Él asintió.

—Admitió que mintieron en aquel entonces. Juraron no decirle nunca a nadie que esa noche habían estado en el valle del Eco. A modo de justificación, explicó que eran unas niñas, que no se daban cuenta de las consecuencias que eso llegaría a tener, pero que dejaron a Susan sola. Relató que simplemente estaban haciendo el tonto, esperando a que aparecieran sus nuevos amigos de Bornholm. Se dirigieron al aparcamiento del valle del Eco para tratar de meterse en la tienda de chuches. La alarma se activó y salieron corriendo a esconderse en el bosque. Dice que quizás fueron un poco rudas con Susan, que se burlaron de ella. En cierto momento, Susan se cayó y se dio un golpe en la cabeza. Trataron de ayudarla, pero ella no las dejó. La chica las alejó a empujones y se fue corriendo.

—¿Así que se pusieron de acuerdo para mentir?

—No se atrevieron a confesar que habían estado fuera toda la noche, no querían que las enviaran a sus casas. Por eso inventaron que habían dejado a Susan en el puerto y que su llegada al albergue había sido más temprano. No sabían que las habían visto. Y cuando Mona dijo que mentían, ellas reafirmaron sus votos, podría decirse: se aferraron a la historia que ya habían creado. Sentían que no podían cambiarla. La búsqueda de Susan ya había comenzado, mintieron a la policía. Pero Nina dice que se convencieron mutuamente de que no habían hecho nada malo, porque Susan había corrido bosque adentro.

—Pero sí pudieron haber hecho algo —dijo Louise—. De haber dicho la verdad, la policía habría enviado patrullas de perros al valle del Eco y salvado a Susan.

Nymand asintió.

—Eso es de lo que Nina se culpa a sí misma, también. Pero, una vez más, alega que no tenían ni idea de lo serio de su mentira. Pensaban que Susan se había ido a Copenhague, pues eso les había dicho que iba a hacer. O, por lo menos, tenían la esperanza de que eso hubiera hecho. Nina presionó a las demás para guardar el secreto. Le tenía terror a su padre. Aparentemente, las tres le tenían miedo.

Louise no había oído hablar del padre; solo de la madre que cuidaba de la casa de Nina cuando esta salía de viaje.

—Murió hace varios años. —Nymand hizo una breve pausa.— Nina empezó a llorar mientras hablaba de todo esto, de cuán grave había sido para ella que él se enterara de que se habían escabullido, de que ella y las otras habían entrado a la fuerza en la tienda de las chuches. Parece que era un hombre muy estricto y que ya la había amenazado con enviarla a un internado. Algo así como un tirano. Las chicas rompieron el contacto cuando salieron del cole. Nina dice que aquellos sucesos se le quedaron grabados, que muchas veces, a lo largo de los años, pensó en el alivio que supondría decir la verdad. Pero eso fue antes de que apareciera el cadáver de Susan. Y, como fue ella quien presionó a las demás para que no dijeran nada, no sería ella quien rompiera el juramento. Las tres habían terminado con buenas vidas; Nina no estaba por la labor de arruinárselas.

—Tenían trece años, ¡no eran unas pequeñas! Eran lo suficientemente grandes como para besar chicos y, ciertamente, tenían la edad suficiente para asumir responsabilidades.

Él asintió lentamente.

—Pero no lo hicieron. Mintieron para evitarlo.

—Gerd quiso presionarlas para que hicieran eso: para que se responsabilizaran. Solo quería un final justiciero para lo que, según ella, había arruinado la vida de Mona.

Él asintió.

—Y, en cierto modo, lo logró.

Louise pensó en lo paradójico de que Gerd, en su afán por reclamar justicia para Mona, la hubiera dejado expuesta a lo que más temía: había hecho desaparecer a sus viejas amigas.

—Sí, en cierto modo.

Le dio las gracias por el café, se levantó y regresó con Mikkel y Trine.