Capítulo dos
Por un largo rato, se quedó completamente quieta, mirando la oscuridad sin entender nada. El cuerpo le dolía; lo sentía pesado, como si perteneciera a alguien más. Notaba un picor en la nariz por el olor rancio a humedad y a tierra mohosa. La quietud que la rodeaba era claustrofóbica.
Escuchaba con toda su atención el más leve de los sonidos, aunque en vano. Entró en pánico; hizo el intento de incorporarse, pero su cuerpo rehusó moverse. Cuando quiso gritar, de su boca no salió ningún sonido. Era como si el aire alrededor se hubiera quedado quieto, como si el aire fresco estuviera muy, muy lejos.
El dolor ardiente de la nariz le llegó hasta los senos paranasales. Apretó los ojos y sintió que las lágrimas corrían hasta sus orejas. No podía ponerse de lado, pero se las arregló para inclinar la cabeza un poco cuando un espasmo violento le revolvió el estómago, obligándola a vomitar. La fina baba corrió por su rostro. Quiso limpiarse, pero las manos no le respondían. Pasaron segundos; minutos, tal vez, hasta que lentamente logró entender que le era imposible moverse. Desesperadamente, envió señales a sus pies. Quiso mover los dedos, pero no pasó nada.