Capítulo tres

El café se derramó por el borde de la taza y quemó los dedos de Camilla Lind, que trotaba por el pasillo en dirección del despacho de Terkel Høyer. La reunión editorial acaba de empezar. Ella había reunido todos los recortes que pudo imprimir y se sentía armada y lista para luchar por su artículo.

Cuando abrió la puerta, el editor en jefe ya estaba repasando las ideas que le habían presentado.

—Qué gusto que te pases por aquí —le dijo él, con una expresión de evidente fastidio, mientras ella cerraba la puerta.

Høyer había sido su jefe durante todo el tiempo que ella estuvo trabajando para las páginas de sucesos del Morgenavisen. Él la había puesto después en el equipo de correctores, cuando Camilla regresó de un largo y autoimpuesto paréntesis. Después de presenciar de cerca una ejecución en el mundo criminal de Suecia, para lidiar con el trauma había tenido que pasar algún tiempo en un pabellón psiquiátrico. Algunos creyeron que no se recuperaría de esa experiencia, que no tendría la capacidad para lograrlo.

Pero se equivocaron.

Mientras estuvo lejos, la vida intentó meterle varios goles, y eso la hizo descubrir sus deseos de volver al trabajo. Y tener un curro de tiempo completo le venía muy bien, ahora que su esposo, Frederik, estaba en los Estados Unidos, trabajando en una serie de televisión para una compañía cinematográfica.

—Bornholm —dijo Camilla después de que Terkel terminara con lo suyo y echara un vistazo a los papeles que ella había puesto sobre la mesa—. Hablé con la policía de Rønne. Aún no deciden si la muerte de Susan Dahlgaard fue un homicidio. Pero me enteré de que el cuerpo se momificó y estuvo escondido detrás de unas rocas y debajo de un árbol caído. Es casi seguro que ha estado ahí desde el día de su desaparición, que eso es casi seguro. Cuando el árbol se pudrió lo suficiente, entonces apareció. Alguien que iba caminando por el cañón del Eco lo reportó a la policía. —Cogió sus notas.

»Las rocas y el árbol la tenían tan estrechamente encerrada que ningún animal pudo llegar a su cuerpo.

—Eso ya está en el sitio web —dijo Jakob, un joven reportero que empezó como becario en la sección de sucesos. Aunque los recortes presupuestales habían afectado a todo el periódico, él había sido contratado mientras Camilla estaba ausente.

Ella sacó una silla y se sentó.

—Fui a la escuela primaria en Osted. Estaba unos cuantos cursos por delante de Susan —dijo, sin hacer caso a Jakob—. A ella no la conocí, pero sí a su maestra. Susan estaba en una excursión del colegio. Revisé la lista de los alumnos de su clase y reconocí unos cuantos nombres.

—¿Y tienes acceso a alguno de ellos? —preguntó Terkel.

—Yo salía con el hermano mayor de una. Pero, de vez en cuando, me encuentro con otra de esa clase. Vive cerca de la escuela. Estoy segura de que ella podría conducirme a los otros que estuvieron en Bornholm.

Høyer interrumpió.

—Vamos a ver. Ni siquiera sabemos si ha habido un delito.

—¿Lo que estás diciendo es que nos quedemos aquí sentados a esperar, mientras otros periódicos y semanarios copan a los que podrían contarnos lo que aconteció?

Le miró fijamente. Casi nada enfadaba tanto a su jefe como esas veces en que la competencia se les adelantaba con las fuentes. Llegaban, incluso, a asegurarse de que los informadores no hablaran con los otros medios.

—Fuimos al mismo cole. Yo también fui a Bornholm, al mismo lugar, al mismo hotel, en Svaneke. Quizás hasta dormí en la misma litera que Susan Dahlgaard. Puedo hacer un reportaje desde allí, describir qué pudo haber sucedido antes de su desaparición.

—Pero ¿no es un caso viejo? —Jakob miraba a Ole Kvist, el reportero que llevaba más tiempo trabajando para el periódico.

El veterano colega de Camilla asintió. En los últimos tiempos, apenas mostraba una pizca de interés por las ideas que se planteaban en las reuniones editoriales.

Camilla sintió ganas de arrancarle la cabeza a Jakob.

—Este es el tipo de casos que siempre han fascinado a las personas, porque nunca nadie ha descubierto las causas de la desaparición. Es como un asesinato no resuelto. Queremos saber qué ocurrió. Susan acababa de cumplir catorce años cuando desapareció, en 1995. Todos hemos estado en una excursión del cole, todos podemos identificarnos con esto.

—Nunca estuve en Bornholm —respondió Jakob.

Camilla lo fulminó con la mirada. Él apenas había nacido en ese entonces, pensó. Notó que Ole estaba a punto de decir algo, pero se contuvo.

—Anoche hubo un tiroteo en Tagensvej —dijo Terkel mientras miraba a Camilla.

Ella se apoyó en el respaldo de la silla y cruzó los brazos.

—¡Un encargo más relacionado con las pandillas y renuncio!

Ole rio.

—Acabas de reincorporarte. —Parecía disfrutar del espectáculo.

—Cubriré la excursión de la clase. Puedo llegar a quienes viajaron con ella. Averiguaré qué pueden recordar, dónde están ahora. Podrán contarnos quién era Susan, tal vez tengan alguna idea de lo que sucedió entonces.

—Pero alguien debió de haber escrito algo acerca de eso —dijo Jakob—. Seguramente, otros hablaron con ellos cuando todo ocurrió.

—Yo no he escrito nada acerca de eso —espetó Camilla—. Yo no he hablado con ellos.

De hecho, daba la impresión de que Høyer estaba de acuerdo con ella. Asintió.

—Jakob, encárgate de lo de Tagensvej. Camilla, ocúpate de los compañeros de clase de la niña. Si resulta que no hubo crimen, concéntrate en lo que sientan con respecto a la reapertura del caso. Las viejas heridas abiertas.

Camilla asintió satisfecha. Le tomaría cuarenta minutos llegar a Osted, y sabía bien por dónde comenzar.

* * *

La lluvia veraniega golpeaba el parabrisas mientras Camilla dejaba la autopista. Después, pasó por delante de Glim y Øm, ya en la carretera a Osted. Pensó en Frederik, quien pasaba unos días en la casa de Hawái; y en su suegro, que también estaba ahí, de visita. Ella ya había estado en esa casa, pero solo antes de casarse. En repetidas ocasiones, Frederik le había pedido que se uniera a ellos, pero el hijo de Camilla estaba a punto de comenzar los cursos de verano en el internado. Ella no quería hacer ese viaje sin Markus, mientras que Markus prefería quedarse en casa para estar con su novia, Julia.

Qué locura, pensó Camilla. Miró a través de los campos la granja donde había vivido una de sus amigas del instituto en Roskilde. No tenía ni idea de cómo su hijo se había convertido en alguien que no daría saltos ante la oportunidad de ir a Hawái.

Pero, en realidad, ¿ella se diferenciaba en algo? Después de todo, prefería estar aquí con él.

Aquí, en pleno verano danés.

Markus y Julia habían comenzado a salir a principios del curso. Y Camilla estaba muy sorprendida de que esto estuviera durando tanto. Markus no quería hacer nada sin Julia. Y ella era una chica encantadora; ese no era el problema. Lo que irritaba a Camilla era no tener nunca a su hijo para ella sola.

Sus pensamientos se desviaron de vuelta a Frederik. Segundos después sonó el teléfono. Había doce horas de diferencia entre ellos, pero su voz se oía como si estuvieran sentados uno al lado del otro.

—Estoy de camino a Osted —contestó ella cuando él le preguntó qué estaba haciendo.

—¿Al concesionario de coches usados, eh? —Él rio. El padre de Camilla vendía coches de segunda mano en un solar de Hovedvejen, la autopista que pasaba por Osted. Hileras de vehículos con pegatinas de precios en los parabrisas.

Frederik no lo conocía. La relación de Camilla con su padre no había comenzado a descongelarse hasta después del matrimonio.

—Difícilmente. Han pasado veinticinco años desde que cerró el negocio, ¿recuerdas? Pero, de hecho, almorcé con él ayer. Pasó por la ciudad y quiso verme.

La familia de Frederik se había dividido después de la muerte de la madre. Por eso, Camilla creía que para él tenía tanto significado mantener unida su propia familia. Pero el padre de Camilla era un gilipollas; o, por lo menos, eso había sido.

—Todavía no está dispuesto a hablar de su divorcio —dijo—. Cada vez que saco el tema, se limita a decirme que las cosas no fueron fáciles tras la muerte de mi hermano. No fueron jodidamente fáciles para ninguno de nosotros. Nunca son fáciles cuando muere un chico de dieciséis años.

Camilla tenía catorce años cuando su hermano mayor, Lasse, se mató conduciendo su motoneta. El accidente sucedió a menos de doscientos metros de Hestehaven, donde vivían. Él arrancó de Hovedvejen y, en ese momento, apareció el coche.

—El dolor es muy difícil de manejar, todos reaccionamos de manera diferente —dijo Frederik.

Lo había dicho muchas veces, pero eso no funcionaba; no de verdad. El padre de Camilla había sido una persona muy importante en Osted. Un hombre lleno de entusiasmo y con una gran red de amigos y conexiones de negocios. Dejó todo después de la muerte de Lasse. A menos de un mes del divorcio, ya estaba viviendo con una mujer más joven a quien Camilla detestó a primera vista.

—Pero, obviamente, sabes que eso no es todo —dijo ella. Redujo la velocidad y se quedó mirando las casas al otro lado de la calle—. Nunca ha estado pendiente de Markus. Nunca se ha ofrecido a hacer nada, nunca se ha ofrecido para cuidarlo; ni para recogerlo, ya que estamos. No ha sido alguien con quien uno pueda contar. Pero... —Puso el intermitente.— Lo hemos pasado bien. Me ha gustado verlo de nuevo. Es como si ahora, más viejo, tuviera en su vida un poco más de espacio para los demás, ya no solo para sí mismo. Nos reuniremos otra vez esta semana. Hace mucho tiempo que no voy a Præestø.

Su padre se había hecho cargo de la granja de los abuelos. Por muchos años, había vendido coches usados también en esa parte de Selandia del Sur, pero ahora estaba jubilado. Hacía mucho que su joven novia se había marchado, y Camilla tenía la sensación de que, a veces, los días para él se estaban haciendo terriblemente largos.

—Eso está muy bien —dijo Frederik. Ella podía notar cómo él se esforzaba en no sonar demasiado entusiasta con esa reconciliación.— ¿Y cómo está mi suegra?

—Bien. Da clases de interpretación de sueños y pilates. Eso la mantiene ocupada. Es como si su vida social allá, en Skanderborg, hubiera hecho explosión. Ya no puede dedicarle todo el tiempo a su nieto. Se le ha puesto demasiado viejo para eso.

Frederik rio.

—Hace un rato hablé con él por Skype. Me preguntó si podía usar el bote este fin de semana.

¡Típico de Markus! Ir directamente a Frederik, porque sabía que la combinación de un adolescente de diecisiete años, una lancha, una tarde de verano y un montón de amigos a bordo serían, para ella, una preocupación mayor.

—Y le diste permiso, supongo.

A Camilla le estaba costando trabajo acostumbrarse, de repente, a tener una lancha. A tener dinero. La preocupaba que eso no fuera bueno para Markus. Su hijo disfrutaba de todo eso, era obvio. Lo disfrutaba mucho más que ella.

—Sí, le di permiso, pero con una condición.

—¿Y esa condición es...?

—Que te convenza de tomarte unos días de vacaciones de verano y volar aquí para estar con nosotros.

—No sin él —replicó Camilla. Ya habían hablado de eso.

Frederik sabía muy bien cómo se sentía ella.

—Dos semanas. Vendrá contigo por dos semanas. Pero solo después del festival de Roskilde.

—¡De verdad? —Trató de recordar si alguno más de la sección de sucesos estaría de vacaciones a principios de julio. En su estómago revoloteaban mariposas de felicidad y, de pronto, echaba mucho de menos a su esposo. Pero se dominó. Antes de entusiasmarse demasiado, necesitaba averiguar si era posible.

—Epa, esta es la casa. Tengo que colgar —dijo. Los planes de las vacaciones tendrían que esperar para más tarde—. Te llamaré mañana. Dale un saludo a tu padre, y gracias por todo esto con Markus.

Camilla le mandó algunos besos rápidos y dejó caer el móvil en el asiento. Detuvo el coche.

No recordaba gran cosa de Trine de los tiempos de la escuela, pero, en los últimos años, la había visto en las fiestas de cumpleaños de Louise. La cuñada de su amiga había estado también en la confirmación de Jonas. Cada vez que se encontraban, hablaban del colegio de Osted y de los viejos maestros de la primaria. Y de las fiestas escolares y de hacer novillos y de ir a la tienda de comestibles o de pasar el rato en el campo de fútbol.

Entre ella y Trine, casi todo era palique. En una ocasión, Camilla le había comentado a Louise que la esposa de su hermano era una pesada. Su amiga simplemente había fruncido el ceño y había respondido que su hermano estaba contento con ella.

Y eso había sido todo.

Pero Trine Madsen era aburrida. Madsen. Antes de dejar a Mikkel para después divorciarse de él, se apellidaba Rick, pero, cuando Mikkel la recibió de vuelta, ya no volvieron a casarse.

No había coches aparcados frente a la construcción, lo cual era buena señal, pensaba Camilla mientras abría la puerta y se apeaba. Trine era podóloga y tenía su propia clínica en la parte de atrás, en un anexo, y, por lo visto, en ese momento no estaba con ningún cliente.

* * *

El timbre reverberó por toda la casa, una melodía incesante que poco a poco fue sacando a Louise del sueño profundo. La habitación estaba a oscuras y ella no tenía ni idea de dónde se encontraba. Fue volviendo en sí en un goteo minúsculo y doloroso. El viaje de regreso desde Tailandia, el intento de suicidio de Mikkel. Y, después, todo lo relacionado con Eik y Jonas. Rodó hasta ponerse de cara a la pared y se echó el edredón sobre la cabeza. El timbre sonó una vez más. De pronto, el miedo se apoderó de ella y la hizo salir de la cama de un salto. ¿Y si alguien estuviera tratando de localizarla mientras ella seguía durmiendo? ¿Y si fueran malas noticias de Mikkel y alguien hubiera venido a decirle en persona algo que no podía decirle por teléfono?

Corrió a la entrada principal. El timbre sonó otra vez antes de que pudiera abrir la puerta de golpe y, enseguida, estupefacta, retroceder un paso.

Su voz brotó ronca cuando balbució «¡hola!». Un diluvio de preguntas se precipitaba dentro de ella.

—¿Qué haces aquí? —atronó la voz de Camilla.

El somnífero seguía dando vueltas por el cuerpo de Louise. Sentía un aturdimiento surrealista, hasta el punto de no poder concentrarse. No era capaz de hacer otra cosa que mirar a su mejor amiga sin poder pronunciar una sola palabra, mientras ella seguía gritándole.

—¿Por qué no me llamaste? ¿Cuándo llegaste? ¿Hace cuánto que estás aquí? ¿Por qué coño nadie me había dicho que estabas en Dinamarca?

En lugar de contestar, Louise fue a ella con los brazos extendidos mientras sentía desbordarse en lágrimas de fatiga.

—Mikkel trató de suicidarse —susurró en el hombro de su amiga.

—Oh, no —Camilla le dio un abrazo apretado.

—Llegué ayer por la tarde.

Se quedaron abrazadas por un momento. Entonces Louise condujo a su amiga a la cocina y regresó a la habitación de invitados para ponerse algo de ropa limpia. El cabello se le había secado en la almohada, después de la ducha de la víspera, y lo llevaba extrañamente aplastado en un costado de la cabeza.

La casa estaba en silencio. Louise no había oído a sus padres ni a los niños cuando se levantaron, y solo ahora se daba cuenta de que eran las doce y cuarto. Se había quedado dormida.

Tenía varios mensajes de su madre.

Visita a M a primera hora esta noche. Terapia conversacional. Esperando al médico.

La madre nunca había sido de mensajes de texto largos. Y, aunque Louise estaba ansiosa por ver a su hermano, para ella también era un alivio saber que los efectos de la pastilla habrían pasado antes de su visita al hospital. Tal como se sentía en ese momento, no sería de mucha ayuda para Mikkel. Ni siquiera para sí misma.

Le respondió con un «vale» y le preguntó si lo habían visto y que cómo se encontraba.

«Sí. Muy triste —fue la respuesta—. Me da miedo que lo intente otra vez».

Louise cerró los ojos y se imaginó a su hermano. Tenían el mismo cabello oscuro y rizado. Él lo llevaba corto y bien pegado a la cabeza. Los dos también tenían la nariz ligeramente puntiaguda y los ojos azules.

Se enrolló los rizos en un moño y los sujetó con un elástico. Luego se reunió con Camilla en la cocina y bajó la tetera de un estante. Su amiga le preguntó cómo había sucedido.

—El escape del coche. —Reconoció el tono profesional en su propia voz, la que la detective Rick usaba para informar de una muerte a los familiares. Compasiva, pero profesional.— Estaba en la cochera. Puso el motor en marcha. Mamá lo encontró.

—Qué pena. ¿Cuándo sucedió?

—Anteayer. Vine a casa tan pronto como me enteré, pero tardé un día en llegar hasta aquí.

—¿Lo has visto?

—Aún no, pero iré alrededor de las seis. Se supone que debe hablar con un médico esta tarde, así que tendré que esperar.

—¿Pero está bien?

Louise se encogió de hombros. No podía imaginarse cómo podría estar bien. Sabía que su amiga le preguntaba eso porque se sentía preocupada, pero, en realidad, nadie que hubiera querido acabar con su vida podía estar bien.

—¿Mi madre te llamó para decirte que yo había llegado? —Louise encontró una lata de té en el aparador.

Camilla parecía confundida.

—Nadie me dijo que estabas aquí, yo no tenía ni idea. Por eso, casi me da un infarto allá fuera. Eres, quizás, la última persona a quien esperaba encontrar.

Louise se volvió sorprendida.

—Entonces, ¿qué diablos haces aquí?

La tetera expulsó una espesa nube de vapor a la ventana mientras Camilla sacaba una silla y se sentaba a la mesa de la cocina.

—He venido a hablar con Trine. Lo mejor será que sea yo quien escriba la historia. Me aseguraré de que se relate tal como ella quiera.

—¿De qué hablas? ¿Sabes dónde está! —De un solo paso, Louise ya estaba apoyada sobre la mesa, ansiosa.— ¿Has sabido algo de ella? ¿De qué historia hablas?, ¿qué es lo que sería mejor que tú escribieras?

Se miraron una a la otra por un momento. Entonces, Camilla, desconcertada, movió la cabeza de un lado al otro.

—No sé dónde está. Simplemente supuse que estaría aquí.

Louise retrocedió.

—Trine se ha ido —dijo, más tranquila ahora—. Lo abandonó.

Camilla alzó las cejas.

—¿Se ha ido?

—Por eso Mikkel tocó fondo. ¿Qué es esa historia de la que estás escribiendo? ¿Ella hizo algo?

—No sé de qué hablas. He venido para hablar con ella acerca de lo que sucedió en Bornholm, cuando se fueron de excursión con la clase.

—¿Bornholm?

—Tu cuñada estaba en la misma clase de la niña que se perdió allá en 1995. Acaban de identificar el cadáver que apareció la semana pasada. Es el de ella.

Louise asintió y dijo que había escuchado algo al respecto.

—De camino hacia aquí —continuó Camilla—, escuché en la radio que la policía cree que Susan pudo haber estado en esa pequeña cueva cuando se rompió un saliente encima de ella. Al parecer, eso provocó que un árbol se cayera y bloqueara la entrada.

—¿Así que nadie que anduviera caminando por los bosques podía verla?

Camilla asintió.

—Quiero hablar con Trine acerca del viaje. Solo escuchar lo que recuerde, para que así yo pueda reconstruir los sucesos que llevaron a la desaparición de Susan.

—Parece que tienes mala suerte con Trine.

Louise sirvió el té. No tenía ni idea de que su cuñada hubiera estado en esa clase y, por ahora, le importaba un bledo. Su madre había dejado algo de pan en una bolsa sobre la encimera de la cocina y, de repente, se sentía muy hambrienta. Sentía la urgencia de embutir algo suave y que la llenara en ese vacío que llevaba dentro.

Le dio a Camilla una taza de té.

—¿Qué es esto de que se marchó? —dijo Camilla.

—Volvió a dejar a Mikkel. Otra vez. —Louise sacó mantequilla y queso del frigorífico.— No sabemos dónde está. Nadie ha sabido nada de ella, así que, como te dije, esto no tiene buena pinta para tu historia.

—Pero ¿se mudó? —Camilla echó un vistazo alrededor de la cocina, como buscando alguna señal de que se hubiera ido.— ¿Cuándo?

Louise se sentó y untó mantequilla en una porción de pan.

—Hace una semana. Los niños todavía no saben nada. Es tan perverso de su parte. Sabe bien lo duro que fue para todos la otra vez que se marchó.

Louise no pudo dar más que un bocado antes de que el estómago se le acalambrara.

—Markus estará encantado de saber que Jonas ha vuelto a casa. Se han estado escribiendo y hablando por Skype, pero sé que lo echa de menos.

Los dos chicos habían ido al colegio juntos desde pequeños. También Louise había notado que, de vez en cuando, Jonas echaba de menos a su amigo, al igual que a Melvin, su vecino.

—Tienes un aspecto de mierda —dijo Camilla en cuanto Louise apartó el plato—. ¿Qué tal el viaje? ¿Los demás se quedaron en Copenhague?

Louise se quedó quieta por un momento, mirando la mesa, antes de mover la cabeza de un lado al otro.

Habían salido de Suramérica para ir a África, el lugar que Louise soñaba con visitar: Botsuana, Zambia, Tanzania y, de ahí, a Madagascar. Entonces llegó el turno de Eik. Él había viajado mucho por la India y quería que los demás conocieran el país.

A la hija de Eik, varios chicos de su clase le habían mostrado fotografías de Phuket, y el viaje de sus sueños era ir allá. Tailandia era, supuestamente, solo su primera parada en Asia. Stephanie, la hija de Eik... su hijastra... Louise trataba de asimilar que eran una familia que viajaba junta. Ya no consideraba a Jonas como un hijo adoptivo, porque era mucho más que eso. Incluso se había estado amoldando a la idea de que, en seis meses, Eik había pasado de ser su nuevo novio al hombre con quien se casaría, y también a la idea de que Stephanie —o Steph, como ella prefería que la llamaran— encajaba increíblemente bien en esa, su pequeña familia, a pesar de que Eik apenas empezaba a conocer a su hija.

—Siguen en Asia. —No pudo evitar que se le cayeran las lágrimas ni contener los sollozos. Escondió el rostro entre las manos y comenzó a mecerse lentamente hacia delante y hacia atrás, tratando de dominarse y poner freno a la desesperación.

—Madre santa. —La voz de Camilla parecía provenir de otro mundo.— Serénate, tranquila. ¿Qué diablos sucedió?

Gentilmente la ayudó a levantarse de la silla, y pronto Louise estuvo sentada en el sofá de su hermano, envuelta en una manta y con las piernas recogidas.

Seguía llorando, aunque más quedo y suave.

—Calma, calma. —Camilla empujó un poco los pies de Louise para hacerse sitio y sentarse.— Está muy mal que no hayan regresado ellos también. Eik debería estar aquí, contigo. Así es como las cosas deben ser cuando te vas a casar. Estáis el uno para el otro. Y Mikkel es su cuñado, así que, sin duda, debería estar aquí.

Seguía hablando, tratando de consolarla, pero Louise ya no la estaba escuchando. Para detener por fin el torrente de palabras, dijo:

—Él lo terminó.

Camilla se enderezó y dejó su taza.

—¿Qué quieres decir?

—No nos vamos a casar. Ya no estamos juntos, ya no somos pareja.

Ninguna de las dos habló. En absoluto silencio, Camilla parecía estar tratando de resolverlo todo.

—Pero fue él quien te lo propuso —dijo, como si se tratara de un error. Un malentendido.

Louise asintió.

—Y ha sido él quien lo ha terminado. Retiró su propuesta. Rompió conmigo. —Sintió como si de repente tuviera que dar explicaciones por él.

Louise se echó atrás, exhausta. Ya no corrían las lágrimas, pero se había abierto el nudo interior, el que la atormentaba desde la noche en que ella y Eik se quedaron en el balcón, después de despedirse de Jonas y Steph.

Él había dicho que, sencillamente, no estaba listo para casarse, después de todo. Que, tal y como se sentía en ese momento, no podía compartir su vida con ella.

Louise se había quedado azorada. Al principio, creyó que era de cachondeo, pero no. No podía recordar cómo había pasado esa noche. No se lo había contado a nadie, no lo había dicho en voz alta hasta ahora, y, aunque las palabras hacían que la ruptura fuera un hecho, es decir, algo más real, eran también un alivio.

—¿Qué coño ocurrió? ¿Tuvisteis una pelea muy gorda o qué? —Louise negó con la cabeza, y, antes de que pudiera decir nada, Camilla continuó.— Porque, para mí, todo parecía marchar estupendamente; como si estuvierais muy contentos juntos. Los cuatro. Y, por las fotos que enviaste, parecíais muy enamorados.

—Es verdad, éramos felices. Jonas y Steph se llevan muy bien, pero creo que Eik se siente culpable de no haber estado con ella mientras crecía. Siente que la ha fallado y que se perdieron muchas cosas juntos.

—Pero él ni siquiera sabía que tenía una hija, ¡madre santa! ¡No puedes estar a disposición de alguien que ni siquiera sabes que existe! Y, para Steph, también es enteramente nuevo esto de descubrir a su padre biológico.

—Eik siente que debe concentrarse en su hija, ponerse al corriente de todo lo que se han perdido. También tiene miedo de que Steph reaccione mal en algún momento, después de haber presenciado el asesinato de su madre. Y eso lo entiendo; por supuesto que lo entiendo. Jonas vivió la misma experiencia. Para él fue durísimo, y por mucho tiempo.

Camilla asintió pensativa. Ella misma había estado ahí, en Suecia, mientras al padre de Jonas, el pastor Henrik Holm, lo asesinaban enfrente. Había conocido al chico y a su padre porque Markus y Jonas jugaban juntos en la casa del pastor, en Frederiksberg.

—Vale, pero si hay alguien que puede lidiar con lo que Steph está viviendo en este momento, esos deberíamos ser nosotros —dijo Camilla, como si todos fueran una gran familia.

Louise asintió.

—Creo que Steph habla con Jonas de vez en cuando. —Su hijo le había hablado de pesadillas que despertaban a Steph y con las cuales él podía identificarse. A él le había sucedido lo mismo.— Pero, cuando le pregunto, se encierra. No me deja entrar en el espacio que se han hecho juntos. Sería como una intromisión en su mundo de confidencias. Lo respeto. Lo importante es que ella tenga alguien con quien hablar.

—Vale, pero es totalmente enfermizo que Eik os esté alejando.

—No a todos. Solo a mí. —La voz se le volvió a atascar. Tuvo que aclararse la garganta.— Creo que, de algún modo, todavía desea estar conmigo, solo que no quiere casarse ni que tengamos una vida en común. Por ahora, quiere comprometerse con Steph, nada más.

—Venga, vale, ¡que así sea! Tú misma dijiste que era extraño que a él, así, de la nada, le diera por casarse. Sigue con lo que tenías antes.

Louise negó con la cabeza.

—No se trata de casarse. El problema es que, por lo que parece, no cree que valga la pena comprometerse conmigo.

Esa última oración le costó mucho trabajo. Y, en cuanto la dijo, se miró las manos para evitar los ojos de Camilla. Pero su amiga la entendió. Louise podía sentirlo en el silencio que se coló entre las dos.

Se conocían desde los tiempos en que Louise pensaba que su novio se había ahorcado. Durante la mayor parte de su vida adulta, Louise había creído que no merecía ser amada.

—No puedes comparar esto con lo de aquel entonces —le dijo Camilla con voz firme—. Y Klaus no se suicidó, eso no tuvo nada que ver contigo.

Louise negó con la cabeza. Por supuesto, ella era consciente de eso. Ahora. Pero, durante casi veinte años, había vivido con una autoestima disminuida. Y no era nada difícil revivir ese sentimiento.

—Sin embargo, entiendo cómo se siente Eik —dijo Louise—. Solo que no puedo pasar por lo mismo otra vez: la inseguridad.

Pensó en Mikkel. Quizás era un asunto familiar eso de no ser capaz de sobrellevar el abandono. Por un momento, incluso pensó que ella misma podría ser la que estuviera acostada en una cama de hospital. Solo fue un pensamiento fugaz. Ella no era así. Era de las que se cierran y se cabrean, solo que la ira aún no terminaba por surgir.

Camilla trajo la tetera de la cocina y sirvió té en las dos tazas.

—Entonces, en realidad, has sido tú quien rompió con Eik. —Louise apenas podía creer lo que acababa de escuchar. Frunció el ceño y negó con la cabeza.— Sí, sí, has sido tú. Él dice que no está listo para casarse todavía, pero que quiere seguir contigo, y entonces tú decidiste romper. —Louise abrió la boca para discutir, pero Camilla se le adelantó.— Y, en primer lugar, tú ni siquiera tenías ganas de casarte. Cuando se puso de rodillas, te pareció una absoluta ridiculez. Tú misma lo dijiste.

—Vale. Pero no quiero un novio con quien no pueda contar —espetó Louise.

—¿Y qué pasa con Jonas?

—Se quedó. Al principio, quería venir a casa conmigo, pero Eik dijo que, si quería, era bienvenido a quedarse con él y Steph.

Camilla se indignó.

—¿Me estás diciendo que Eik simplemente aceptó que no los acompañaras?

Louise lo meditó por un momento antes de asentir.

—Eso hizo, de hecho. Después de que le dije que yo ahí lo dejaba, eso fue todo.

Louise notó que su amiga estaba a punto de decir algo, pero se contuvo.

Momentos después, Camilla dijo:

—Debe de haber sido una situación muy difícil para Jonas.

—Sin duda, él tenía que quedarse con ellos. Es una experiencia increíble, y los tres se llevan estupendamente. Pero creo que lo estaba afectando que yo pareciera tan infeliz. No está acostumbrado. Y casi todos los días me escribe para preguntarme si me encuentro bien.

Louise sonrió y, por un momento, la calidez de ese recuerdo sofocó su melancolía.

—Es un chico maravilloso, de verdad —dijo Camilla. Le contó a Louise que Markus pasaba la mayor parte del tiempo con los padres de Julia en Vanløse, donde les habían puesto una habitación en el sótano—. O sea, tenemos un piso enorme, una terraza gigante en la azotea, estamos en el centro de Frederiksberg, él mismo tiene dos habitaciones y su propio baño, maldita sea, un lujo, pero ¿crees que tiene ganas de estar conmigo?

Camilla quería ser graciosa, pero, con toda claridad, lo dijo con amargura. Y con dolor.

—Frederik y yo hemos hablado de una incorporación de última hora. A la familia. —Los ojos de Louise se abrieron de par en par.— Siempre quise uno más, y Frederik no tiene hijos propios.

—¡Tienes más de cuarenta años!

—Sí, y el tipo de allá, el de Hollywood, más de cincuenta, así que tengo mucho tiempo. —Camilla rio.

—Con toda franqueza, ¿lo habéis pensado muy bien? ¿Frederik vendrá a casa o tú tienes planes de mudarte allá?

—El plan es que, al principio, me haga cargo de mi embarazo yo sola. La mayoría de las mujeres lo hacemos, de cualquier modo, incluso cuando los esposos creen que están muy comprometidos con todo. Y, cuando nazca el bebé, Frederik estará de vuelta con tanta frecuencia como pueda. Y yo podré ir con él durante mi baja por maternidad. Todo depende de lo que me apetezca hacer entonces.

Louise movió la cabeza de un lado al otro. Aunque nunca había estado embarazada, esto parecía casi una irresponsabilidad. Podía ser que funcionara, teóricamente, pero, al toparse con la realidad, su amiga se arrepentiría. Eso no lo dijo, sin embargo.

Sonó el anuncio de un mensaje. Se levantó y salió de la habitación.

Estamos recogiendo a los niños y los llevaremos a casa con nosotros. Escríbenos cuando hayas visto a Mikkel. Tal vez se abra un poco más contigo. Te quiero. Papá.

Su padre era mucho más locuaz que su madre en los mensajes de texto.

—No creen que yo pueda hacerme cargo de los niños —dijo Louise cuando Camilla se unió a ella en la cocina—. Ni siquiera se atreven a dejarme recogerlos.

Negaba con la cabeza ante esa alusión a sus padres sobreprotectores. Jonas tenía once años cuando llegó a su vida, así que Louise nunca tuvo mucha experiencia con niños más pequeños. Ninguna experiencia, por lo menos, en su propia vida, aunque ya había cuidado de sus sobrinos y todo había salido bien.

—Supongo que será mejor que intente localizar a otros de la clase de Susan Dahlgaard, para no regresar al periódico con las manos vacías. ¿Necesitas que te lleve al hospital?

Louise negó con la cabeza.

—Me llevaré el coche de Mikkel. Está allá fuera.

Justo allá fuera, donde su hermano había tratado de acabar con todo. Pero apartó de inmediato ese pensamiento.

—Llama después de que hayas estado con él —dijo Camilla mientras su amiga la seguía a la salida.

Se abrazaron. Louise miró a Camilla, que retrocedía y se alejaba.