COLOFÓN

Que yo recuerde, siempre quise ser periodista. Por un golpe del destino pude serlo muy pronto. He publicado en medios como El País o The Guardian. Ahora lo hago en CTXT, una publicación fundada por un grupo de amigos que ha superado los límites culturales españoles. Es fácil, pero nadie lo había intentado. Estoy muy satisfecho de mi trabajo como periodista. Me ha permitido algo improbable en el punto en el que nací. Viajar por todo el mundo, entrar en todas partes, ser libre, ampliar, cambiar o confirmar mis puntos de vista, y disponer de la posibilidad de hablar de las cosas fabulosas, o no, que veía. El periodismo es poco más. Pero no es menos. Empecé a escribir estos artículos –libro ahora– en 2016. Sabía que mi vida profesional –es decir, gran parte de mi vida– transcurriría en breve en la descripción de la beligerancia política española que venía. Sabía que lo descrito sería balcánico. Sabía que mis puntos de vista serían raros. Sabía que la erosión personal, en los Balcanes y frente a lo raro, sería colosal. Y sabía que corría el riesgo de volverme majara. Por todo ello empecé a escribir esos artículos semanales. Si en mis artículos en día laborable hablaba de lo que había detrás de la realidad, en los de los domingos hablaba de lo que había detrás de esos artículos que hablaban del detrás. Yo. Esos artículos dominicales me sometían a tensión, pero me limpiaban. Suponían un esfuerzo íntimo grande, que con el tiempo ha llegado a ser descomunal, grave. Pero demoledor. Es decir, también liberador. Se han convertido en un hecho semanal determinante en mi vida y en mi cerebro. Una suerte de compromiso esperado por mí, y agradable. Los escribo los lunes y, a lo largo de la semana, los voy reduciendo y depurando, hasta que el domingo son, en ocasiones, un suspiro. Como los suspiros, esa acción de expulsar el aire para que entre más aire, me hacen sentir vivo. Por lo demás no dejan de ser periodismo. A veces camuflado tras otros autores u otros objetos, para evitar cierta pornografía, cierta recreación ante los charcos de mi propia vida. Creo que este libro, y esto es importante, es un compendio de lo mejor que he escrito. El periodismo, sea lo que sea, también es una región de la literatura. Por eso agradezco a las personas que, en el tiempo, han decidido editar mi periodismo, esa región de esa región, en libros. Editores como Claudio López de la Madrid, Joan Díaz, María Casas, Jorge Lago y, hoy, Jorge Herralde y Silvia Sesé. Agradezco sobremanera a Ignacio Echevarría su amistad a prueba de rayos X y la edición y selección de estos textos, una organización del todo que apenas he variado o ensuciado. La apuesta de este libro se parece, en ese sentido, a mi apuesta vital en que también es una apuesta relajada y absoluta por la amistad. La selección de Ignacio permite ver cómo una idea, una sección, se depura a lo largo del tiempo. Tipo luminoso, le importa cómo las cosas nacen. Mis cuatro intervenciones en la colección, anecdóticas, obedecen a que a mí me obsesiona más cómo viven y mueren. Agradezco a Lourdes Miquel –fundamental en este festival de entrega y amistad, y en la recopilación y en otras teorías del orden de este volumen– su participación en todo este todo.

Ha sido una buena aventura. Sigue siéndola.

Vale.

GUILLEM MARTÍNEZ