SOBRE EL PODER

El entorno del lago Turkina, en Kenia, hace diez mil años era un vergel. Ahora son matorrales. Debajo de los matorrales, en 2012, arqueólogos de la Universidad de Cambridge descubrieron unos restos fósiles humanos nunca vistos. Se trata de un grupo singular de veintisiete cuerpos de cazadores-recolectores, de los que ocho son mujeres y seis son niños. Todos ellos son ahora esculturas que explican un día de furia. Tienen traumatismos extremos en cráneos y pómulos, manos, rodillas y costillas. Dos hombres tienen heridas de flechas, y cuatro cuerpos –entre ellos, el de una mujer embarazada– fueron atados de pies y manos aún con vida. Los arqueólogos, en la revista Nature, afirman que se trata «de la evidencia histórica más temprana de conflictos humanos». Lo que parece evidente. Apuntan además a que lo encontrado es, incluso, «un precursor antiguo de lo que hoy se conoce como guerra».

Si los fósiles ilustran una guerra, lo cambian todo sobre la guerra. Se supone que la guerra empezó con la agricultura. Con la propiedad, y con algo parecido al Estado. Es posible que, por tanto, los fósiles no conformen tanto los inicios nebulosos de la guerra sino de algo más nebuloso, previo incluso a la sombra de la sombra de la guerra. ¿Qué es? ¿La maldad? La maldad no es innata ni, necesariamente, tan vieja. En caso contrario, esos fósiles no conmoverían a quien sabe de ellos. ¿Qué es? ¿Qué es? Tras mucho pensarlo, creo que los fósiles muestran, básicamente, el poder.

Los fósiles de Turkina son una manifestación del poder. No reflejan el poder, sino su huella. El poder, en fin, se manifiesta en la creación de sufrimiento. Lo ves hoy en los tribunales, despachos, comisarías. Y lo ves por la calle, cuando te cruzas con un mendigo, o con miles de personas yendo o volviendo del trabajo, siempre bajo la misma luz oscura, cuando aún no es de día y aún no es de noche.

Aquellos hombres, mujeres y niños fosilizados sufrieron, sin duda. Y observaron, en ese trance, el poder inapelable de alguien. Pero, en tanto que anteriores a la propiedad y al Estado, esos fósiles reflejan un poder previo y desmesuradamente más viejo y primario. Puede llevar tanto tiempo entre nosotros que no lo percibimos de tanto verlo. En cualquier momento alguien puede encontrar en su interior ese fósil antiguo e invisible. Y utilizarlo. Se trata de la conciencia de tener poder sobre alguien y, por tanto, de la posibilidad de ejercer sufrimiento sobre alguien. Lo ves a través del sufrimiento, también en las aceras, pero también en los patios de los colegios, en las casas. En ocasiones ves ese fósil asomar por los ojos de una persona que tienes frente a ti, en una mesa, en el momento en el que descubre su poder. Quien descubre y exhibe su poder no lo puede detener, pues es poder, ese torrente salvaje y sin diálogo. Es la génesis brutal de todo poder, y debe de ser en verdad imparable, innegociable, hipnótico. No se pudo parar esa furia ni siquiera hace diez mil años, cuando no era aún un fósil, y todo era sencillo como una hoja o un anillo, y los matorrales resecos eran vergeles.

25 de febrero de 2018