Decía Gabriel Ferrater que nunca le importó el envejecimiento de su cuerpo, sino el de los otros. Esa idea, leída en la juventud extrema, me ha acompañado desde entonces. Ha ocupado un lugar, pero no una tensión, pues en la juventud se ignora todo sobre el paso del tiempo y sus consecuencias. Posiblemente, eso sucede siempre. He visto morir, al menos, a varias personas de edad avanzada, sin acariciar, en ese trance, ningún secreto, ninguna lógica que una todo el trayecto de una vida. Es posible que no la haya. La vida, si eso es así, es la narrativa más extraña posible. Independientemente de su duración, puede carecer de los tres actos y del tema fundamental que la hacen interpretable. Repleta de sentidos hasta la incomprensión, carece así de un solo sentido. Solo hay una cosa parecida en el mundo. Y no es humana: un ordenador. Pero he empezado a escribir esto pensando en la cita de Ferrater. Tu cuerpo, el de los otros y el paso del tiempo. Últimamente pienso mucho en esa frase. Después de cargar con ella muchos años, empieza, por tanto, a ser una tensión. Y he llegado a esta explicación momentánea. En la vida todo debe ser probado. Probado en su sentido forense. Es decir, demostrado. La prueba de la belleza –el cuerpo de los otros– es el tiempo. El paso del tiempo. La belleza solo se prueba y demuestra cuando vence al tiempo. Cuando resiste al viento como el roble, o el junco, o la hierba. Pero no como el espantapájaros. No solo a la edad, algo relativamente sencillo durante un tiempo, sino al tiempo mismo. Cuando el tiempo no la desmorona, cuando la ruina no lo arruina todo. Cuando el tiempo no produce una impureza peor aún que la vejez. Cuando el cuerpo absorbe el tiempo como la fruta, y su exceso no rompe la frente y arrasa, sino que aumenta el aroma. El dolor de la frase de Ferrater –es más importante el paso del tiempo sobre los otros que sobre ti– es que no hay tiempo para ello. Yo, al menos, no lo he tenido. No he podido observar por tiempo el paso del tiempo sobre un cuerpo y una frente, ese espectáculo único. Es posible, por tanto, que, al no probarla, no haya conocido la desmesura de la belleza.
23 de febrero de 2020