SOBRE LAS MALETAS

La tía Isabel era una adolescente cuando su padre llegó a casa, muy alterado, y les dijo a todos que hicieran la maleta, que tenían que irse, que ya llegaban. «¿Qué metes en una maleta cuando sabes que te vas para no volver nunca jamás?», me dijo la tía Isabel en ese punto de la historia, el día en que me la contó. Aun así, hizo la maleta, rápidamente, como una autómata, sin caer en lo que depositaba en ella. Salieron corriendo. Llegaron como pudieron hasta el punto acordado. La CNT se había hecho con cuantos camiones había podido. Mientras salían de la ciudad en ellos, los fascistas disparaban ya no muy lejos. El viaje hasta Francia fue lento y frío, e interrumpido por las ráfagas de la aviación alemana. Ella no lo sabía, pero por delante le quedaba un campo de concentración, cinco años más de guerra y un hombre con el que se casaría y que sería una de las pocas personas que consiguió huir de la Gestapo de Toulouse. Se quedó solo en un despacho y, simplemente, cogió la gabardina de un alemán, se la puso y salió tranquilamente por la puerta principal.

Esta historia tiene de todo. Disparos, messerschmitts, campos, maquis, Gestapo, huidas, muertos, vivos. Pero, con el paso del tiempo, creo que lo realmente importante es la maleta que aparece al principio. «¿Qué metes en una maleta cuando sabes que te vas para no volver nunca jamás?» Es una gran pregunta. La respuesta la supo cuando llegó al campo, volvió a recordar la maleta y la abrió sobre la arena. Vio que en ella no había nada, salvo un espejo del tamaño de la maleta. Ni recordaba el momento en el que lo descolgó de su habitación y lo puso allí, de cualquier manera. Supongo que, al sacarlo, se vio reflejada en él y, en su frente, las palabras nunca y jamás.

Todo el mundo va por la calle con una maleta parecida, aunque no lleve maleta alguna. La maleta, hecha con premura, contiene un espejo parecido, en el que verte y saber quién eres. Eres el rostro de alguien pasmado, que, de pronto, sabe que no volverá atrás en el tiempo. Ni siquiera unos segundos. Nunca jamás.

3 de junio de 2018