SOBRE LA DECISIÓN

Lo sabía todo sobre ella y, a la vez, no sabía nada sobre ella. Sabía que era la más bella del instituto, que su aliento era una locura, que su piel como una nube y que, incluso tras la clase de gimnasia, su cuerpo olía a leche, sangre y fruta. Estaba llena de gracia, era bendita entre todas las mujeres, y era bendito el fruto de su vientre, tal vez una fresa tan roja como sus labios. En su presencia no sabía qué decirle, si bien, cuando se iba, mi cabeza se llenaba de historias fantásticas que nunca contaba. Como la historia del rey que murió, precisamente, por no haberla encontrado jamás. Un día, no sé cómo, fuimos a la gran ciudad. Juntos y solos. No recuerdo nada de aquel día, salvo el momento de la decisión.

Cuando llegó el momento de la decisión nos estuvimos mirando varios minutos. Nuestros ojos estaban copados por el placer y la timidez. No sabíamos cómo se besaba. No sabíamos tampoco qué sucede después de un beso. Qué cambia. A qué obliga un beso. Era complicado. Lo más sencillo hubiera sido rendirnos. Pero nos decidimos. Y nos besamos con la violencia lenta y salada de una ola. Recuerdo que noté su alma en mi boca. Me la daba. Sencillamente. El alma, por cierto, es azul. Solo sale de su escondite en dos o tres ocasiones. Una suele ser con un beso. Si has devorado un alma, necesitas tener siempre una en la boca. O mueres.

No sabíamos nada. Ahora sé que tampoco sabíamos que la decisión siempre es así. Siempre se realiza frente al mismo abismo. En el segundo antes de la decisión, careces de cualquier dato acerca de todo a lo que te expones. Nunca sabes besar, pues un beso requiere dos lógicas, y una siempre la desconoces. Por lo mismo, no sabes qué sucede después de un beso. En ocasiones, una explosión de inteligencia, una libertad absoluta y turbadora. En otras, obligaciones absurdas, o algo terrible que ignoras, como la furia y el naufragio. Algunas veces ocurre algo peor, incluso. Es decir, nada. No sabes, en fin, lo que cambia tras el beso. Nadie lo sabe hasta después de la decisión, cuando es demasiado tarde. Necesitas, para ello, saborear el alma del otro. Y no sabes nada de ella, salvo que es azul, y que acude pocas veces a la cita.

Lo más sencillo, aún hoy, es rendirnos. Pero nos besamos. La decisión no nos persigue aullando. Ni cantando. Pero nos besamos. Siempre es así. Empezó hace miles de años. Nos besamos. Nos besamos. Tomamos esa decisión salvaje.

11 de marzo de 2018