Mi padre era indepe. Se hizo indepe en 1978, cuando ya era oficial y perceptible que no habría ruptura con el franquismo. Su primera actividad como indepe fue colgar carteles contra la Constitución. Acabó en comisaría. Eran unos carteles bellísimos. A cuatricromía. En el comedor de su casa, que ahora es la mía, hay colgado uno. Sale una mujer, enarbolando la tricolor y pisando una corona. Detrás, las banderas de los pueblos del Estado. En casa, un día a la semana, se reunían sus amigos indepes. Eran cuatro gatos, lo que quedaba de una izquierda que había estado en el tablero durante décadas, y que, zas, se había quedado fuera de juego en el 78. Mi padre y sus compis fumaban como cosacos, y cenaban un pà amb tomàquet. Cada uno traía lo que podía. Un día vino uno con un jamón. Lo acababa de mangar. Fue una fiesta. Los niños no veíamos nada de todo eso. Desde la cama, los oíamos reír. En esas reuniones se planeaban octavillas, encierros en iglesias y gamberradas. Casi nunca les salían, pero cuando lo hacían, se reían más. Un día robaron del ayuntamiento el retrato del rey. No salió en la prensa. Nunca salían en la prensa. Durante años, en la prensa aparecían cosas que no era necesario que aparecieran. Eran frikis. Catalunya y España iban bien. Ellos eran una anécdota, unos fanáticos, unos violentos que en cualquier momento podían poner una bomba. Todo lo que quedó fuera, en fin, desde el 78 hasta el 15M de 2011, tenía forma de bomba. La libertad, la igualdad y la fraternidad eran también una bomba. Desde la cama escuchábamos entre sueños cómo se iban a las tantas de casa, y saludaban, riendo, a los polis que nos vigilaban desde un coche, en la acera de enfrente. En ocasiones les cantaban: duérmete poli, duérmete yaaaa. Cuando íbamos al cole veíamos a esos polis. Cuando descolgábamos el teléfono, les oíamos respirar. Mi mamá, una chica pop, decía guarradas al teléfono para que a los polis se les alegrara el día. Un día, un amigo del cole me llamó para felicitarme el cumple. Cuando colgó, el poli del teléfono también me dio las felicidades. Supongo que era una forma íntima de protestar. Tenía voz de buen tío. Nadie lo puede sospechar, pero durante décadas las protestas fueron ridículas. Y nobles.
En aquellas reuniones había mucho marxista del ramo duro. Ya saben, crear un Estado y, por el mismo precio, conquistarlo y establecer el socialismo vía recetario industrial. Pero también, y sobre todo, había mucha izquierda antiautoritaria. Ya saben, crear un Estado que nos liberaría. Sería el único Estado del mundo en liberar a sus ciudadanos. Tendría el menor número de leyes posibles. Si veías un poli en la acera de enfrente, sería para ayudarte a cruzar la calzada. Siempre hablaban de libertad y de liberación. Creaban organizaciones extrañas. Allí había asambleas feministas, gais, de jóvenes. Mi padre, a su vez, era un republicano radical. En la puerta de su casa, que hoy es la mía, puso unas baldosas con un poema que invitaba a la hospitalidad y, a su lado, una bandera indepe –la del triangulillo amarillo, no esa con el triángulo azul, que era la de Estat Català, una organización yuyu y de derechas–. Junto a esa bandera también había una bandera republicana. Aún está todo eso en el portal. Quizás son el último monumento peninsular a Pi i Margall y a Proudhon, dos de los pensadores que más influyeron en la Catalunya del siglo XIX y del primer tercio del XX, aunque hoy no te lo puedas creer.
De vez en cuando, detenían a algún compi de mi padre. Permanecía incomunicado muchos días, bajo aplicación de la Ley Antiterrorista. Cuando le dejaban salir, salía con el rostro demudado. Algunos nunca más volvían a las reuniones. En ocasiones, las detenciones las practicaba un juez mediático, paladín de la democracia, por lo que los detenidos no podían dejar de pensar que eran todo lo contrario a todo eso. No lo eran. Los domingos ponían tenderetes. Los del PSC se les acercaban y, desde cierta condescendencia simpática, les explicaban el ridículo que estaban haciendo, el mal que su inconsciencia ocasionaba a España con su apoyo a ETA. No la apoyaban. Pero daba igual. Los de CiU, más serios y solemnes, les hablaban de lo mismo y del mal que ocasionaban a Catalunya. Y, luego, ETA, etc. Mi padre murió. Como en las novelas de Boris Vian, le salió una flor de loto en el pecho. En su entierro, hace más de diez años, vi por última vez a algunos de sus compis. Allí, copado por el amor, saludé a los héroes de mi infancia. Al hombre de hojalata, al león, al espantapájaros. Eran viejos. Estaban tristes. Empezaron a reír solo tras los abrazos ruidosos –plas-plas-plas– que por primera vez no escuchaba desde la cama. Eran, en verdad, abrazos emocionantes. La fraternidad es eso. La fraternidad es la vivencia del otro. Hoy ha desaparecido. En la tele hablan de solidaridad. La fraternidad era solidaridad, pero de uno en uno. La fraternidad –plas, plas, plas– hace ruido. Cuando la sientes, tu frente se rompe como un cristal y nunca jamás vuelves a ser el mismo. Con esos abrazos que sentí en el entierro de mi padre, y que yo ya había experimentado, con otras manos, en mi espalda, comprendí mejor a mi padre. Los amigos de mi padre me explicaron nuevos planes para acceder a la liberación definitiva. Yo les expliqué los míos. Y reímos más aún.
Echo de menos a mi padre. Echo de menos su rebeldía, su enfurruñamiento continuo. Vas por las calles y observas que, en los balcones, solo hay banderitas con triangulillo azul, escuchas a los gremlins por la radio y solo se habla de la necesidad mística de crear un nuevo Estado, o de la necesidad mística de conservar el viejo. Curiosamente, nadie habla de libertad. Normalmente, es de lo que se deja de hablar cuando se tiene Estado, pero no antes. Hablar de libertad es una inconsciencia que ocasiona un mal absoluto a Catalunya. O a España. Según el día. Las aceras de enfrente están repletas de policías. Ahora llevan metralleta. No sé por qué llevan metralleta. Ya solo llevan ellos metralleta. Cuando ves indepes, parecen personas más cercanas a ser ministros que a robar un jamón.
Catalunya está en Transición. Como cuando mi padre se hizo indepe. Creo que también, y sea cual sea el resultado, me quedaré fuera.
3 de julio de 2016