SOBRE LA MUJER MUERTA

Quizás aún no lo has visto, pero los muertos hablan lento, de manera inexpresiva. Han perdido el color y van, en cuclillas, sobre tus hombros. No pesan. No dicen nada importante. O nada que no hayan dicho ya. Dicen cosas como «ya te lo dije», «vigila ese coche». O, más comúnmente, «tengo hambre». Los muertos tienen un hambre insaciable. Generalmente están comiendo todo el día. No pueden llenar un estómago que no existe. Comen fruslerías. En ocasiones te preguntas cómo te has podido ensuciar la camisa. Ha sido el polo o las pipas de un muerto que llevas encima. Por la calle, si te fijas mucho, ves personas como tú, que también llevan un muerto sobre los hombros. Son niños, adultos, hombres, mujeres. Los llevan desde hace tanto tiempo que ya no los ven. Hay ancianos con las espaldas encorvadas de tantos muertos que llevan encima. Creen que es el peso de los años, o algún problema óseo. Pero no es así. Las personas con muertos en los hombros hablan, ríen, sonríen ajenas a su muerto, al que ya casi han olvidado. A veces ves dos personas abrazadas debajo de dos muertos que nunca se abrazarán. Se comen sus bocas mientras sus muertos miran el vacío. A veces haces el amor y tu muerta huele el pelo de una mujer viva. Sin importarle, sin recordar. Se pasa el resto de la noche pidiendo comida y devorando, y apartando el cuerpo de la viva para poder posarse mejor sobre tus hombros. Un día espantoso desperté. A un palmo de mí tenía el rostro de la muerta. Como yo, parecía comprender y recordarlo todo en toda su plenitud irrecuperable. Descubrimos, aterrorizados, que habíamos dormido cogidos de la mano. Luego volvió a su expresión de muerta.

2 de julio de 2017