Una científica me explica que el cristal, a pesar de su apariencia sólida, no es un sólido. Es un fluido. Es inestable. Fluye. Eso, me dice, se evidencia en los cristales viejos. Ves un cristal viejo y percibes cómo su tendencia es desplazarse, caer lentamente hacia abajo, como un fluido, en forma de gotas. Un cristal es agua fosilizada, pero que nunca llega a fosilizarse. Un río de cristal, en fin, tardaría miles de años en llegar a un mar de cristal, con olas de cristal. Pero lo haría. Llegaría. En ocasiones he visto en una ventana alguno de esos cristales antiguos, que no pueden disimular su condición inestable de fluidos. Las gotas que derraman esos cristales impiden ver con nitidez a través de ellos. La primera impresión, por tanto, es que no resulta fiable observar a través de los fluidos. Pero en ese momento recuerdas que tus ojos están rodeados de fluido. Es más, que la sangre misma es un fluido. Y el sudor. Y el semen. Y el flujo.
No es fiable mirar a través de fluidos, pero –cristal, sangre, sudor, semen, flujo, lágrimas– todo lo que vemos lo vemos a través de fluidos, y viene determinado por la inestabilidad de los fluidos. En cierta manera, lo único nítido y fiable que vemos lo vemos a través de fluidos. Lo único real y luminoso de todo lo que vemos son, tal vez, los fluidos.
11 de febrero de 2018