SOBRE LO COTIDIANO

El grupo de chimpancés más estudiado es, sin duda, el del Bosque de Ngogo, Uganda. Desde principios de los años noventa, el primatólogo John Mitani y el antropólogo David Watts han recopilado información sobre ese grupo peculiar de primates. Usualmente, un grupo de chimpancés está formado por unos cuarenta individuos. El de Ngogo, no obstante, lo formaban, al principio del estudio, más de ciento cuarenta. Y no ha parado de crecer. Hace un par de años eran más de doscientos ejemplares. ¿Cómo se consigue que un grupo tan numeroso no se disgregue, no se disuelva en grupos menores? Por algo parecido a la cultura. Los chimpancés disponen de reglas férreas, que construyen un entramado social vertical, violento, continuo, obsesivo. Los líderes, además, practican la caza. En ocasiones con mucha intensidad. El sentido de la caza no es conseguir alimento, sino que el líder lo reparta entre sus amigos, creando una suerte de vínculos. La caza es, así, una suerte de política. O de la región más básica de la política: el reparto de un botín entre unos pocos. Pero, sin duda, el elemento cohesionador de esa tribu tan grande parece ser otro. La guerra. Se ha documentado una guerra, de más de diez años de duración, entre los chimpancés de Ngogo y un grupo vecino. La guerra consiste en pequeñas escaramuzas en el territorio enemigo. Rituales, pacientes, salvajes –al enemigo se le asesina arrancándole las orejas y los testículos–. Y una batalla final, en la que el enemigo es exterminado definitivamente. Al principio del estudio, el país de los chimpancés de Ngogo era de unos veintiocho kilómetros cuadrados. En este momento supera con creces los treinta. El sentido de la expansión, parece ser, es el control de recursos. Árboles frutales.

Las guerras de los chimpancés de Ngogo tienen objetivos y tácticas. Son elaboradas. Los chimpancés van en fila al combate, y en el camino modulan un sonido peculiar, una suerte de marcha militar, de himno. Avanzan, además, poseídos por una extraña expresión. Son otros. Saben que van a matar. Están copados por esa idea. La pregunta es: ¿cómo lo consiguen? ¿Cómo se coordinan, cómo deciden ir a la guerra sin utilizar, para todo ello, un lenguaje funcional, que no poseen? Los científicos lo descubrieron. Grabaron el momento de decisión, el momento exacto, ni antes ni después, en el que el grupo decide ir a matar o morir. Es impresionante observarlo, porque esa decisión es trascendental, es el fósil del que nacen todas las guerras posteriores del mundo. Ese momento, en fin, lo cambia todo. Lo ha cambiado, por los siglos de los siglos. Esa decisión trascendente parte de un solo macho. No es el líder. Pero tiene un acceso peculiar sobre el grupo. El grupo está reunido, comiendo o despiojándose. De pronto ese individuo se desplaza del grupo y marcha hacia la zona enemiga. Sencillamente. El resto del grupo le sigue. Sencillamente. La guerra se ha iniciado.

Siempre es así. Siempre ha sido así.

10 de febrero de 2019