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Pasaron un par de días hasta que una tarde que venía de regreso, el abuelo volvió a encontrar las huellas del gato de monte. Entonces pegó la carrera para sorprender al animal; y lo sorprendió.

Estaba el gato oliéndolo todo y mordisqueando otra vez, tratando de llevarse la comida. Entonces lo espantó. El abuelo chifló, hizo ruidos, movió las manos.

Aún así, lo mismo se repitió una y otra vez, y cada vez más seguido.

El gato le jugaba la vuelta al abuelo —cuando estaba durmiendo, cuando salía a la montaña, cuando iba a buscar agua—; y hacía estragos en la cocina. Y otra vez el abuelo a correrlo y a espantarlo, hasta que se cansó y decidió mejor dejarle comidita afuera de la casa.