Invierte en tu felicidad
La gente inteligente, que además es feliz, es la cosa más rara que puede haber.
Ernest Hemingway, El jardín del Edén
Varias veces a la semana, por la mañana, en una sucursal de Waffle House en el área suburbana de Atlanta, se desarrolla una escena. Si llegas temprano verás a Chris Carneal en el gabinete de costumbre, al fondo del restaurante. A pesar del nombre del lugar, lo más probable es que en su mesa no haya waffles sino huevos con tocino, pero lo que sí es seguro es que tendrá papeles o su laptop, un libro y a veces un acompañante.
Apenas han pasado unos minutos después de las 6:00 a.m. y ésta es la segunda etapa de la rutina de Carneal por la mañana. Se despierta a las 4:55 a.m., está en su auto a las 5:02 a.m. y a las 5:15 llega a su clase en el gimnasio CrossFit que queda cerca de su casa. Ahí pasa los siguientes 45 minutos entrenando intensamente y luego se dirige al Waffle House, porque al personal no parece importarle que llegue en ropa deportiva, que se quede mucho tiempo y que ni siquiera ordene waffles.
No es una solución elegante, pero resuelve lo que podría ser un gran problema en la vida de un hombre ocupado.
Chris es el fundador y director ejecutivo de Boosterthon, una empresa que les ayuda a las escuelas a conseguir fondos. Boosterthon tiene cerca de 400 empleados de tiempo completo y 200 de medio tiempo. La mayoría son jóvenes y, en el caso de muchos, éste es su primer empleo “real”. Muchos gerentes son nuevos en el mundo laboral y por lo tanto necesitan un jefe accesible. Chris y su esposa tienen cuatro niños pequeños y tienen que lidiar con todos los eventos y las actividades escolares que esta cifra implica. Hay tanta gente que requiere la atención de este ejecutivo que fácilmente podría sentirse abrumado y fragmentarse al tratar de atender demasiados asuntos.
Sin embargo, su entrenamiento matutino y su visita a Waffle House le ofrecen la opción de invertir su tiempo en actividades que en verdad quiere llevar a cabo antes que nada y hacerlas de esa manera tan conveniente mientras su familia sigue dormida le permite sentirse menos ocupado y lograr más.
Chris llega a Waffle House a las 6:05 a.m., usa cinco o siete minutos para orar y reflexionar. Revisa su agenda del día y luego: “Trato de dedicar el resto de esa hora a la tarea más importante que tengo en mente, ¿cómo puedo impulsar el negocio? ¿Cuál es la siguiente gran idea? ¿Qué mercado podríamos abordar y qué preguntas tengo al respecto?” Una vez a la semana, tal vez alguien se reúna con él para sostener una conversación más cerebral de la que podría tener más tarde. Termina a las 7:20 a.m. y se dirige a casa para pasar los siguientes 45 minutos con sus hijos antes de que se vayan a la escuela. Luego trabaja otra hora, se da una ducha rápida y se cambia de ropa en casa.
Gracias a este ritual matutino, para cuando llega a la oficina a las 9:30 o 10:00 a.m. ya acumuló 2.5 horas de trabajo sólido y enfocado. “Mi mente está viva y estoy listo para comenzar —explica—. En esas 2.5 horas hago más de lo que antes lograba en un día de seis, siete u ocho horas de trabajo.”
Pero también han cambiado otras cosas. Antes de instituir su rutina, Chris se distraía a menudo en la oficina; le costaba trabajo involucrarse de lleno en conversaciones con los miembros de su equipo que iban a verlo, porque seguía pensando en los otros problemas que todavía tenía que atender. Se preguntaba en qué momento terminarían las conversaciones para poder volver a lo que había dejado pendiente y siempre tenía la esperanza de terminar de lidiar con sus asuntos antes de las 5:30 p.m., más o menos la hora en que su familia esperaba que llegara a casa. Ahora Chris no se presenta en su trabajo sino hasta que ya resolvió esos problemas y, como empieza la mañana de forma proactiva, en la oficina tiene “libertad para ser reactivo”. “Mi rutina me brinda claridad a lo largo del día. Puedo caminar lentamente por los pasillos y chocar esos cinco con más gente. Me siento bien cuando me interrumpen.” Porque la verdad es que cuando trabajas en el área de administración, las interrupciones son parte de tu labor, o como Chris Carneal lo explica: “Mi equipo es mi trabajo”.
Esta inversión de tiempo en el gimnasio, en Waffle House y en casa, ha permitido que el ejecutivo sea más feliz y esté más relajado. Ahora puede lidiar con el día a medida que se va presentando. Además, le parece que atender los asuntos más relevantes al principio permite que el tiempo se expanda. “A veces miro mi reloj con la idea de que seguramente ya son las 2:00 p.m. —explica—, pero luego, cuando descubro que sólo son las 10:30 a.m., digo ‘¡Guau!’ ”
EL VÍNCULO ENTRE LA FELICIDAD Y EL TIEMPO
Tal como aprendimos en el capítulo 2, cuando la gente afirma que desea tener más tiempo, lo que en realidad quiere decir es que quiere más recuerdos. Este capítulo trata sobre el segundo aspecto de este fenómeno. Cuando la gente exclama que quiere más horas, también quiere decir que le gustaría pasar más tiempo haciendo las cosas que ama y que la hacen feliz. Muy pocos querrían añadir más tiempo a una sentencia en prisión. Alguien que cuenta los minutos mientras está atrapado en el tráfico podría afirmar que desea más tiempo, ¡pero lo quiere fuera del automóvil, no adentro! De otra manera, ¿para qué contar los minutos? El tiempo es sólo tiempo, pero lo percibimos de manera distinta dependiendo de lo que estemos haciendo y de nuestro estado mental.
La buena noticia es que podemos cambiar la proporción de las horas que invertimos en actividades satisfactorias en relación con las actividades aburridas o desagradables. La gente que cree que tiene suficiente tiempo para hacer lo que le gusta toma decisiones estratégicas para optimizar cada minuto. Como ya vimos en el capítulo 3, esto se puede lograr a través de los dividendos temporales, es decir, haciendo algo ahora para abrir espacios en el futuro. Este capítulo habla sobre pagar para transferir más momentos a la categoría de lo “disfrutable”. Con frecuencia, esto implica invertir recursos para alcanzar la felicidad. Los recursos pueden ser económicos, por supuesto, pero también podemos invertir tiempo, que es un recurso en sí mismo, o la energía mental necesaria para desarrollar una nueva visión del mundo.
Estos tres tipos de recursos desempeñan su papel de distintas maneras. El dinero es algo directo, pero el tiempo, a pesar de que puede cambiar una situación, no lo es tanto. Chris Carneal, por ejemplo, invierte tiempo para hacer más tareas a la hora del desayuno de las que antes hacía en todo un día. La energía mental o actitud es el recurso menos comprendido de todos a pesar de que posiblemente sea el más profundo. Dejar de soportar y empezar a disfrutar, o dejar de contar los minutos y empezar a considerarlos tolerables, nos puede ayudar a liberar tiempo en gran medida. En la encuesta sobre la percepción, la gente que estuvo muy de acuerdo con la frase “Ayer usé mi tiempo para hacer actividades que me hacen feliz” era 20% más propensa a estar de acuerdo con la noción de que, en general, tenía más tiempo para las cosas que quería hacer en la vida. La gente con calificaciones dentro del 20% superior invierte una proporción mayor de su tiempo en actividades que se sabe que mejoran el estado de ánimo —ejercicio, actividades de reflexión, interacción con los amigos y la familia—, en relación con la gente en el 20% inferior, que pasa más tiempo en internet y viendo la televisión, actividades que brindan un tipo de placer que no le sirve de gran cosa a nadie a la larga.
En cualquier caso, la gente que tiene todo el tiempo del mundo sabe que la felicidad es un objetivo por el que vale la pena esforzarse. Como la forma en que vivimos nuestras horas define cómo vivimos la vida, estar felices con nuestra existencia exige estar satisfechos con nuestras horas. Más allá de si esas horas las pasamos en un Waffle House o en otro lugar, las inversiones estratégicas nos pueden ayudar a diseñar nuestra vida de una manera consciente que nos permitirá sentirnos más relajados respecto al tiempo y, si no felices, al menos no tan infelices como estaríamos de otra manera.
El dinero puede comprar la felicidad
Aunque todos contamos con las mismas 168 horas de una semana, no todos tenemos la misma cantidad de dinero. Por eso, cuando algunos escuchan la palabra “invertir”, lo primero que les viene a la mente es lo económico y entonces empiezan a surgir las típicas historias respecto al dinero y los privilegios que, sorpresivamente, por lo general no coinciden. ¿El dinero puede comprar la felicidad? ¿O la evidencia aterriza en la noción de “entre más dinero, más problemas”? ¿Acaso el dinero sólo es útil hasta que disminuyen los rendimientos?
Creo que, para mantenerse en el lado seguro, lo mejor es decir que el dinero es una herramienta; así como un martillo en una caja no hace nada, el dinero tampoco puede generar felicidad de forma automática. En cambio, si se le usa estratégicamente, nos permite hacer muchas cosas.
En lo que respecta a la relación del dinero y la felicidad, creo que la gente pierde el rumbo porque tiene una noción equivocada de la naturaleza de ser feliz. Tal vez sea recomendable saber lo que escribió Tolstoi: “El dolor puro y completo es tan imposible como la dicha pura y completa”. Muy pocas situaciones buenas o malas duran demasiado; normalmente siempre viajamos a la deriva, pero regresamos adonde estábamos. O como me dijo Ruth, mi hija, en el estacionamiento de la farmacia CVS después de que sucumbí a sus súplicas y le compré una muñeca que encontró en el exhibidor de los artículos en liquidación: “Cuando tienes un nuevo juguete, te emociona, pero luego pasa el tiempo y ya no juegas con él”. Las compras pueden hacer feliz a la gente si le permiten tener experiencias disfrutables que luego se puedan convertir en recuerdos. Estos recuerdos después se transforman en fuentes permanentes de placer, pero no están sujetos a la misma adaptación hedónica que asola a las actividades que aparentemente son las más placenteras de la vida. Una casa de campaña puede comprarte la felicidad si la usas para ir a acampar y luego recuerdas todas esas noches frescas y las hojas color carmesí cuando vas camino a la oficina. Pero si la dejas guardada en el sótano porque nunca te haces tiempo para usarla, no te dará nada.
La felicidad también se puede medir de muchas maneras. Existe la satisfacción en la vida, que es la forma en que crees que las cosas van en general. No hay nada de malo con este parámetro, pero en la mayoría de los casos el estado de ánimo de una persona lo determina ese niño consentido al que conocemos como “el yo que vive la experiencia”. La gente puede molestarse por esta desconexión. De pronto podrías pensar: ¡por supuesto que debería ser feliz! Si tengo un buen empleo y una casa hermosa. Sin embargo, si estás obligado a levantarte demasiado temprano y a soportar un espantoso viaje entre esa casa hermosa y la oficina donde está ese buen empleo, y si luego tienes que volver a tu hogar y pasar la noche deslizando en la pantalla publicaciones de Instagram con fotografías de casas ligeramente mas grandes y hermosas que les pertenecen a otros, no te sentirás dichoso.
Si aceptamos que la felicidad de un momento a otro es lo que normalmente dicta nuestro estado de ánimo, entonces invertir dinero de forma estratégica para generar felicidad exige que entendamos cuáles actividades producen felicidad y cuáles no.
Algunos estudios que se han hecho en torno a la felicidad humana demuestran que la gente es más proclive a estar de mejor humor durante ciertas actividades. No es ninguna sorpresa que el sexo tenga una mejor calificación que transportarse a la oficina. De hecho, estadísticamente, ir a trabajar es el punto bajo del día de la persona promedio. Volver a casa del trabajo tiene una mejor calificación, quizá porque al final uno llega a casa, cosa que no sucede en el viaje de la mañana. Las otras actividades podrían depender de la persona. El trabajo en general no obtiene buenas calificaciones, pero a menudo se trata otra vez del problema de una hora tras otra. Uno puede estimar a sus colegas y creer profundamente en la misión de su organización, y de todas maneras sentir que las juntas de personal los martes por la mañana son insufribles. A la mayoría de la gente le agrada socializar y relajarse. Hacer mandados en general tiene baja calificación, pero todo depende del tipo de tarea. A algunas personas en verdad les gusta ir de compras, pero hay muchos a quienes les desagrada batallar con otros compradores en megatiendas abarrotadas, al mismo tiempo que tratan de encontrar cierto foco que, al parecer, no distribuye la tienda. El cuidado de los niños también es una actividad agridulce. Jugar con ellos puede ser divertido, pero ser el réferi de peleas entre hermanos no lo es.
Invertir dinero para lograr la felicidad exige que analices aspectos dolorosos sobre la forma en que ocupas tu tiempo y que averigües qué puedes hacer al respecto. En realidad, nadie puede crear más tiempo porque una vez que un segundo se va, ni siquiera todo el dinero del mundo puede traerlo de vuelta. Sin embargo, el dinero puede cambiar la proporción entre el agravio y la alegría en una vida. Cuando puedas reducir las horas que inviertes en actividades que no te agradan, que te hacen contar los minutos y desear que acaben pronto, y cuando aumentes las horas que inviertes en cosas que te gusta hacer, entonces sentirás que tienes más tiempo. Y si el dinero te ayuda a lograr esto, entonces es dinero bien gastado.
Si decidiste registrar tu tiempo después de leer el capítulo 1, revisa tus hojas de cálculo con esta perspectiva y hazte algunas preguntas:
A veces esto puede implicar la toma de importantes decisiones económicas. Si ir a la oficina es el punto bajo del día de la gente, usar dinero para reducir el tiempo que se ocupa en esto podría representar una sabia inversión. Una persona que renta un departamento cerca de su oficina puede aprovechar sus mañanas para tener un desayuno productivo y prolongado, o para entrenar un rato en el gimnasio en lugar de quedarse sentado en los estacionamientos que se forman en algunas carreteras interestatales. Y si se muda lo suficientemente cerca, puede ir en bicicleta a la oficina y de esa forma transformaría su punto bajo del día en una actividad razonablemente disfrutable.
En cuanto a las horas de trabajo, si a veces se sienten demasiado pesadas, recortarlas oficialmente podría ser tu manera de invertir dinero para conseguir felicidad. Incluso entre las personas a las que les encanta su empleo hay mucha gente a la que le gustaría trabajar medio tiempo nada más. Si tus finanzas te lo permiten, sin duda un medio tiempo podría abrirte espacio para otras actividades. El podcast The Best of Both Worlds le debe su existencia al hecho de que Sarah Hart-Unger, mi coanfitriona, decidió reducir a 80% el tiempo que trabajaba como médico, su principal actividad laboral. En su día libre grabamos episodios del podcast, pero ella también invierte ese tiempo en leer, hacer ejercicio y escribir para su blog.
Por supuesto, no todas las organizaciones están dispuestas a que sus empleados trabajen medio tiempo ni todos los empleos se pueden realizar con este esquema. Además, abandonar un horario de tiempo completo a veces puede tener implicaciones de mucho mayor alcance para la carrera de una persona. Me parece que la opción de trabajar medio tiempo suele funcionar mejor en carreras en las que las horas están bien establecidas y el profesionista puede estar en su lugar de trabajo o no, como es el caso de los médicos. De acuerdo con lo que averigüé en mi análisis de los diarios de la gente, el peligro de otros tipos de trabajo asalariado es que si una persona no sabe cuántas horas labora realmente, ese “medio tiempo” con frecuencia puede ser en realidad un tiempo completo peor pagado. Si esta descripción coincide con lo que sucede en tu industria, tal vez sería mejor que buscaras un empleo o un oficio que en verdad te encante e intercambies el ingreso adicional que obtienes en tu empleo actual por las ventajas de un horario flexible. Si eliges recibir un ingreso menor para poder trabajar menos horas, diseña un calendario en el que realmente tengas días libres en lugar de nada más aceptar promesas vagas respecto a una reducción en la carga de trabajo. Podrías, por ejemplo, no tener que ir a la oficina el jueves o el viernes, lo que además de recortar horas de trabajo también te ahorraría tiempo de transporte.
Otra buena manera de aprovechar los recursos económicos es subcontratando a alguien para que realice las tareas y mandados que a ti te estresan. El servicio de entrega en dos días de Amazon Prime elimina la necesidad de subirte al automóvil para ir a comprar artículos que de pronto te hacen falta, como los filtros para la cafetera. Asimismo, si sales mucho de casa de lunes a viernes, no tiene sentido que inviertas el fin de semana en podar el pasto con tantas empresas que te ofrecen este servicio. Ocupa tus horas para relajarte, socializar o correr una aventura de un día, y entonces sí sentirás que tienes más tiempo.
En mi caso, aprender a aprovechar los servicios de las niñeras ha representado un gran logro en la inversión económica que hago a cambio de felicidad. Claro, poder enfocarme mientras trabajo es genial, pero también es maravilloso salir de vez en cuando a cenar con mi esposo a un restaurante donde no hay crayolas para pintar en los manteles individuales. Tal vez el cambio más importante haya sido comprender que contratar una niñera también me permite hacer cosas divertidas con mis hijos, cosas que me sería difícil hacer sola porque soy una madre que trabaja desde casa y porque tengo una familia numerosa. Por ejemplo, puedo ir de chaperona a las excursiones de Ruth aunque se lleven a cabo mientras Alex toma su siesta; puedo ayudarle a Jasper con un proyecto escolar mientras alguien más recoge a Sam del club de programación para traerlo a casa. El sábado por la mañana, cuando uno de los niños tiene una reunión para nadar y otro quiere asistir a la fiesta de cumpleaños de un amigo, me parece increíble que cada padre vaya a uno de los eventos y que los niños más pequeños puedan quedarse tranquilos en casa con alguien que tiene tiempo para construir torres de Lego con ellos. Los niños que se quedan en casa no sufren ni se sienten marginados, y nosotros no nos angustiamos porque no tenemos que estarlos persiguiendo en medio de un evento para niños mayores. Ésta es una inversión directa para sentirse satisfecho en la vida.
Deshacerte de algunas actividades que provocan fricción y malos momentos puede ayudarte mucho a cambiar tu percepción del tiempo, pero, así como saborear no sólo significa eliminar lo malo sino también extender lo bueno, invertir en la felicidad implica estar dispuesto a usar el dinero para conseguir dicha.
SOBRE CÓMO CONSENTIRTE
En la lucha por disfrutar más mis horas, siempre recurro al nuevo concepto de los premios. Los premios u obsequios son pequeñas actividades que pueden marcar una gran diferencia en el estado de ánimo. Tal vez signifique un pequeño desembolso económico para comprar ese libro que te mueres por leer en lugar de esperar a que llegue a la biblioteca, pero también puede ser algo menos obvio, como tomar un relajante baño de tina. En este caso, tendrás que pagar el agua cuando llegue el recibo, porque la relación entre el baño y el pago no es inmediata.
Todos tenemos pequeños gustos que nos animan, pero me imagino que si eres el tipo de persona disciplinada y frugal que lee libros de autoayuda, quizá no estés aprovechando estas herramientas con la frecuencia que deberías. Es lógico que no lo hagas en el caso de los lujitos poco sanos o demasiado costosos, pero en la mayoría de los casos este miedo al hedonismo no está justificado. Cambiar esa pluma de plástico que te regalaron en el banco por un modelo un poco más lujoso, ¿de qué manera exactamente haría que escribir tu lista de pendientes se convirtiera en un placer?
Invertir en tu felicidad te permite usar con más libertad algunos de los “regalitos” que nos podemos brindar los adultos. Al menos, eso fue lo que descubrí un mes de noviembre en que necesitaba redactar algunos artículos sobre la fiesta de Día de Acción de Gracias y decidí escribir diariamente, durante todo el mes, tres cosas que me hicieran sentir agradecida. Naturalmente, me hice un poco más proclive a contemplar el lado amable de la vida, pero el verdadero logro se presentó un día espantoso en el que todo iba mal. Me sentía melancólica por el cielo gris y al mediodía recordé que esa noche tendría que escribir tres cosas por las que estaba agradecida. Eso me instó a pasar el resto del día ideando tres actividades maravillosas para llenar mis horas. Dejé la computadora de inmediato, me subí al auto y fui a correr a un sendero en un lugar hermoso; de pronto sentí como si estuviera yéndome de pinta a la mitad del día a cambio del costo de tres litros de gasolina. Luego me detuve en uno de mis restaurantes favoritos y pedí comida para llevar, compré un libro entretenido y, finalmente, cuando los niños se fueron a dormir, me encerré a leer con una copa de vino. Voilà: un día lindo y con horas invertidas en actividades felices sin tener que sacarme la lotería.
Primero págate a ti mismo
Bueno, eso es en cuanto al dinero, pero invertir en la felicidad no sólo implica un cheque o efectivo. El tiempo también es un recurso y puede invertirse en cosas que te proporcionen alegría y una sensación de libertad. Chris Carneal descubrió que, aunque una hora siempre será una hora, la confluencia de los niveles de energía con las exigencias de otras personas implica que no todas las horas sean adecuadas para todas las actividades. Si esperas a que el día llegue a su fin para ver cuánto tiempo te queda para hacer cosas trascendentes, lo más probable es que no tengas energía más que para caer desmayado en la cama. Si tienes que lidiar con gente, ya sea con empleados o niños pequeños, incluso si esperas sólo hasta el mediodía, corres el riesgo de que las situaciones te hagan sentir fragmentado y sin enfoque. La presión y la premura te producen esa sensación de que careces de tiempo para hacer las cosas que quieres y, en cambio, realizar esas actividades antes que nada te permite abrir espacio en tu agenda.
Por eso las mañanas son increíbles. Cada vez que alguien tiene grandes ambiciones, pero también trae encima una enorme cantidad de actividades, le sugiero que busque las oportunidades que le ofrecen las primeras horas del día.
Si eliges tres mañanas de la semana para levantarte media hora más temprano y correr 25 minutos en la corredora del sótano, puedes generar horas de energía y enfoque a cambio del costo de los 90 minutos semanales invertidos. Si te sirve de algo, te diré que la gente con calificaciones dentro del 20% superior del estudio sobre la percepción del tiempo hacía ejercicio 3.4 veces a la semana, en tanto que la gente en el 20% inferior sólo se ejercitaba 1.9 veces en el mismo periodo.
Si quieres escribir una novela, despertarte una hora más temprano cuatro veces a la semana y escribir 500 palabras en cada ocasión te permitiría tener un borrador completo en menos de un año.
También puedes usar las mañanas para actividades espirituales y de reflexión, como escribir en tu diario, meditar y orar. Y lo mejor es que todas estas actividades te imbuyen una sensación de que el tiempo es abundante. En mi encuesta, la gente con calificaciones dentro del 20% superior se involucraba en este tipo de actividades 3.3 veces por semana, en tanto que la gente en el 20% inferior sólo lo hacía 1.4 veces. Asimismo, 22% del nivel superior realizaba dichas actividades diariamente, en contraste con 11% de los encuestados en general que sólo lo hacían de forma esporádica. Casi la mitad de la gente en el 20% inferior reportó no tomar parte en este tipo de actividades nunca.
Dado que cualquiera puede tomarse cinco minutos para escribir en su diario, me inclino a pensar que la razón de este vínculo no es la más obvia: que la gente no tiene tiempo para estas actividades y por eso no las realiza. Más bien, me parece que cuando la gente no se detiene a reflexionar sobre su vida, sólo pasa de una actividad a otra sin notar cuánto tiempo tiene. Tomarse algunos minutos cada mañana para dar un paso atrás y reflexionar puede hacer que el resto del día se sienta más libre, lo cual representa una gran victoria a cambio de un fragmento tan pequeño de tiempo.
Esto no quiere decir que levantarse más temprano de lo necesario sea fácil. A veces, invertir en la felicidad implica algunos momentos de infelicidad. A Chris Carneal, por ejemplo, no le agrada levantarse a las 4:55 a.m.; además, no todas las situaciones familiares, etapas de la vida o cronotipos se prestan para forjar rutinas matinales como la suya. Los búhos nocturnos quizá produzcan su mejor trabajo después del atardecer, pero hay mucha gente que no aprovecha tan bien la hora previa al sueño. Si sólo andas deambulando por la casa o viendo en las redes sociales fotografías de gente que ni siquiera te simpatiza, tal vez podrías dejar de perder tiempo desde antes, irte a la cama y transformar las horas nocturnas improductivas en horas diurnas productivas.
Si una tarea importante tiene que llevarse a cabo, es fundamental que la hagas antes que cualquier otra cosa y, de preferencia, aplica esta filosofía toda la semana.
Katherine Reynolds Lewis, mi socia contable, ha tenido una impresionante carrera como periodista por mucho tiempo. Para cumplir con sus metas de ingresos, escribía sobre crianza infantil, negocios y otros temas, pero cuando empezamos a conocernos, a principios de 2013, me dijo que lo que en realidad quería hacer era escribir un libro. Entonces decidió apartar las tardes de los viernes para investigar y escribir borradores de artículos periodísticos más robustos, que más adelante se pudieran convertir en una propuesta de libro. Como los viernes por la tarde representan una oportunidad de bajo costo en tiempo —ningún editor y ninguna fuente estaban contactándola en ese momento—, le pareció que era un momento perfecto para el trabajo de tipo especulativo que necesitaba emprender.
Desafortunadamente, las cosas no funcionaron del todo. Semana tras semana, Katherine me decía que había invertido muy poco tiempo en esta labor que le permitiría tener un gran avance en su carrera. Según me explicó: “El problema con los viernes es que todas las tareas incompletas de la semana, tanto las profesionales como las personales, se acumulan y las tengo que terminar en las últimas dos horas de la tarde. Así que para cuando mi escritorio está limpio por fin, ya son las 4:00 p.m. o las 5:00 p.m., y me parece inútil abordar una nueva tarea”.
Katherine y yo hablamos sobre su problemática y decidimos que deberíamos mover su periodo de generación de propuestas a las primeras horas del lunes por la mañana. La mañana del lunes marca el principio de la semana; a menudo es el mejor momento de la gente y, como los problemas todavía no se han acumulado, es difícil que tengas que invertir inesperadamente ese tiempo en resolver una emergencia.
Cuando estábamos hablando de esto, yo sabía que mi propuesta sería radical e incluso incómoda para Katherine, porque se vería obligada a posponer deliberadamente trabajo asignado con pagos y fechas de entrega fijos para hacer una labor no pagada que tal vez nunca daría fruto. Evidentemente, ella esperaba que su esfuerzo la condujera a algo importante, pero no había nada garantizado. Pasar su trabajo de investigación y de elaboración de propuestas al lunes por la mañana significaba que Katherine tendría que invertir las horas que por lo general les reservaba a sus mejores clientes en algo que en realidad no estaba obligada a hacer, y yo sé que para una persona diligente esta dilapidación del tiempo puede parecer casi una irresponsabilidad.
Pero también es una estrategia increíblemente eficaz. El esposo de Katherine empezó a llevar a los niños a la escuela los lunes para que ella pudiera ponerse a trabajar desde temprano, y ella se comprometió con su trabajo en asuntos especulativos de las 8:00 a.m. a las 10:00 a.m. ¿El resultado? “Poco después ya había escrito una propuesta de 900 palabras que se convirtió en un artículo de 3 500 palabras para una revista.” El artículo se intituló “What If Everything You Knew About Disciplining Kids Was Wrong?”, apareció en la revista Mother Jones y se convirtió en el artículo más leído de todos los tiempos de dicha publicación. En consecuencia, varios agentes expresaron su interés en representar a Katherine y ella pudo elegir uno que le parecía compatible. Trabajó con él para generar una propuesta de 19 mil palabras para un libro que varios editores se interesaron en comprar y finalmente obtuvo un contrato para publicarlo.
Con su antiguo horario, Katherine no tenía tiempo para hacer el trabajo que le permitiría construir su plataforma, pero cuando empezó a invertir sus horas más provechosas en lo que sí quería hacer, generó tiempo. El progreso te motiva y te hace sentir que el tiempo se expande. En la encuesta sobre la percepción del tiempo, la gente que más estuvo de acuerdo con la afirmación “Ayer avancé en el camino hacia mis metas personales o profesionales” fue 20% más propensa que el promedio de los encuestados a creer que, en general, tenía suficiente tiempo para las cosas que quería hacer.
El tiempo es elástico, se extiende para adaptarse a lo que elegimos hacer en él. Invertir en tu felicidad, por ejemplo, podría implicar que salgas a caminar una hermosa mañana de primavera, aun cuando eso te obligue a empezar a trabajar un poco más tarde. En general, el trabajo se hace porque tiene que hacerse, pero si sales a pasear tienes la opción de comenzar tu día con un poco de dicha. Si decides no pasear, en cambio, vivirás la versión normal de tu vida en la que no haces algo agradable antes de empezar a trabajar. Invertir en tu felicidad también podría implicar que reserves algunas horas para entregarte a un pasatiempo o para una reunión regular con amigos. Hasta los minutitos se pueden aprovechar para obtener dicha. En lugar de estar revisando el correo, por ejemplo, puedes leer en la aplicación de Kindle de tu celular. Más adelante responderás los correos que exigen una respuesta porque siempre lo haces, pero si hay algo más que prefieras hacer, sólo te hará feliz si le das prioridad.
SOPORTAR PARA DISFRUTAR
Invertir dinero y tiempo puede ayudarte a hacer que la vida sea más disfrutable, pero de todas las maneras que existen de invertir en la felicidad para generar más tiempo, la más profunda es la mental.
Aunque la forma en que ocupas tu tiempo casi siempre es una elección, algunos momentos de la vida no son gratos. A veces esto se debe a decisiones que se tomaron en el pasado o que se tomaron respecto al futuro; en otras ocasiones son sólo las circunstancias, pero lo cierto es que los momentos oscuros son inevitables. Algunos días, el eterno tictac del reloj puede ser una bendición. Nada dura para siempre, pero si puedes mover el interruptor y dejar de soportar para empezar a disfrutar, o si puedes disfrutar mientras soportas, tu experiencia del tiempo cambiará. Y, por falta de una mejor frase, yo diría que para lograr esto necesitas volverte bueno para sufrir.
A veces la vida misma le enseña a la gente esta habilidad. La bloguera conocida en internet como Harmony Smith originalmente quería ser abogada, pero en el proceso acumuló varios préstamos estudiantiles y de tarjetas de crédito. Harmony y su esposo habían planeado que ella fuera la proveedora principal del hogar y además querían tener una gran familia, la cual se pusieron a concebir con entusiasmo. Desafortunadamente, en el camino Harmony se dio cuenta de que no tenía la disposición necesaria para trabajar en el ámbito legal a largo plazo. El trabajo que tenía que llevar a cabo para alcanzar las 1 800 horas facturables que necesitaba al año la hacía sentir miserable, pero como estaba endeudada y tenía una familia numerosa que mantener —cuando decidieron tener su cuarto hijo inesperadamente concibieron gemelos—, no podía dejar de trabajar.
A pesar de todo, Harmony estaba en posición de diseñar un plan para cambiar su vida más adelante. Ella y su esposo fijaron una fecha límite de cinco años para alcanzar cierto nivel de independencia financiera, es decir, un punto en el que ella pudiera dejar su trabajo de tiempo completo y sólo laborar con base en contratos de medio tiempo. Mientras tanto, el señor Smith seguiría haciendo proyectos de medio tiempo también y cuidando de sus cinco hijos. La pareja se prometió una gran recompensa cuando cumplieran su meta de ahorros: harían un largo viaje en un vehículo recreativo con todos sus niños. Y así fue como los Smith se embarcaron en un proyecto de austeridad extrema y de ajetreo adicional para lograr sus objetivos.
Sólo quedaba un detalle: aguantar los siguientes cinco años. Creating My Kaleidoscope, el blog de Harmony Smith, captó la atención cuando publicó un artículo en el que decía que esa etapa de su vida era una “sentencia de cinco años en prisión”. Sí, suena horrible, pero la explicación era buena. Harmony era responsable de su deuda económica y de trabajar arduamente para compensar la situación. Por eso sentía que estaba “cumpliendo su deuda con la sociedad” y me dijo que lo haría de la misma manera que imaginaba que sería cumplir una sentencia en una prisión verdadera:
Estas dos estrategias para sobrellevar una situación son maneras distintas de volverse bueno para sufrir y en conjunto te pueden inyectar mucha fuerza.
A veces sólo existe la posibilidad de usar la primera. Layla Banihashemi es una neurocientífica con quien empecé a intercambiar correos electrónicos después de que asistió a una de mis conferencias. A Layla le diagnosticaron cáncer de mama a los 32 años, cuatro meses después de su boda, y soportó un largo año de quimioterapia, operaciones y radiación. Con los avances que actualmente tenemos en los índices de supervivencia es fácil olvidar lo espantoso que puede ser el tratamiento. Layla lo descubrió en cuanto tuvieron que hospitalizarla tras su primera sesión de quimioterapia. Mientras estaba en la cama del hospital pensó en que tendría que soportar cinco sesiones más y todo lo que seguiría, y de pronto se sintió temerosa, ansiosa y abrumada. Pero entonces se consiguió un calendario y escribió todos los tratamientos a los que se tendría que someter en los siguientes 12 meses. “Por alguna razón, al escribirlos me pareció que sería más fácil soportarlos —explica—. Al menos por este año, pienso enfrentar la situación un día a la vez.”
A veces, sin embargo, incluso un día a la vez era demasiado porque su sufrimiento se presentaba de muchas maneras. Una sesión de quimioterapia la dejó tan fatigada que no podía ni siquiera pararse del sofá que tenía en la sala al baño. No podía permanecer parada el tiempo necesario para tomar una ducha. Después de otra sesión quedó con tantas náuseas que permaneció despierta toda la noche sin poder dormir. “Mi esposo dormía en el sofá para no molestarme, pero cada hora o cada dos horas entraba a verme para asegurarse de que estuviera bien, y a veces decía: ‘Sólo trata de soportar los siguientes 20 minutos’ —cuenta Layla—. A veces, cuando te sientes enfermo y piensas: Sólo necesito soportar los siguientes minutos, puedes enfocarte en un periodo muy breve. Nada más te esfuerzas por sobreponerte a ese momento; no tienes que pensar en todo lo demás que está por venir.”
Tarde o temprano, incluso un año en el que tendrás que contar los minutos pasará. Layla sobrevivió y el año pasó.
Si la situación no es tan terrible, la segunda estrategia también se vuelve viable. Algunos días, Layla podía comer un poco más y salir a pasear o practicar algo de yoga, y esos días los disfrutó tanto como pudo.
Harmony Smith trata de usar esta segunda estrategia y disfrutar lo que puede. Odia despedirse de su familia por la mañana, pero no todos los momentos de la “sentencia de cinco años en prisión” serán malos. De hecho, muchos han sido bastante agradables. Facturar 1 800 horas al año puede requerir aproximadamente 2 500 horas de trabajo, pero como el año tiene 8 760 y dormimos unas 2 920 (ocho por noche), todavía quedan 3 340 para otras actividades. En ese tiempo “encontramos maneras creativas de divertirnos, de disfrutar y de relajarnos sin gastar dinero —explica—. Estamos aprovechándolo al máximo”. En una ocasión en diciembre, Harmony fue a la biblioteca y sacó 24 libros de Navidad para niños. Los envolvió y así los niños pudieron descubrir uno nuevo cada noche y leerlo con ella. La familia pidió y recibió una membresía del zoológico para celebrar el cumpleaños de uno de los niños y desde entonces han disfrutado varias visitas.
A veces, las situaciones que apenas parecen soportables tienen aspectos disfrutables que no estarían disponibles en circunstancias distintas. En lugar de solicitar un préstamo para comprar una camioneta en la que cupieran dos sillitas de bebé y los asientos especiales de los otros niños, Harmony y su esposo compraron en Craigslist un pequeño autobús escolar de segunda mano que repintaron y que pudieron pagar en una sola exhibición con la devolución de impuestos de un año. A Harmony le parecen muy divertidas las reacciones que tiene la gente cuando ve su autobús escolar, pero son risas y alegría de las que no podría disfrutar si hubiera tenido la opción de volver a endeudarse para comprar una camioneta.
El invierno ofrece otro ejemplo de este fenómeno. El invierno en la costa este de Estados Unidos siempre me ha parecido oscuro y melancólico, pero no es nada comparado con lo que sucede en las áreas boreales de Escandinavia, en donde las noches polares se extienden de noviembre hasta casi año nuevo. Más arriba, en el Círculo Ártico, el sol no sale en semanas, por lo que incluso en las zonas más habitadas del sur de Escandinavia el día es oscuro y sólo dura algunas horas alrededor del mediodía.
Este panorama parece increíblemente depresivo, pero mi esposo vivió en Oslo cinco años antes de que nos conociéramos y me ha contado que, en general, a la gente que vive ahí no le parece terrible. Las personas que habitan muy al norte ven el invierno como algo que debe disfrutarse, no soportarse. Esperan con ansias el inicio de la temporada de esquí porque es una actividad que solamente se puede realizar en el invierno. Se sientan en bañeras con agua caliente en el exterior y disfrutan el exquisito contraste entre tener el cuerpo sumamente caliente y la nariz helada. Sin importar el clima, salen de casa y aprovechan los efectos benéficos del aire fresco que, entre otras cosas, mejora el estado de ánimo. Dicen por ahí que el mal clima no existe, sólo la vestimenta inapropiada. La gente enciende velas y bebe bebidas calientes. Los festivales de invierno fomentan un ambiente de diversión y solidaridad, así que cualquiera que esté dispuesto a abrir los ojos verá que esta época del año puede ser muy hermosa. Como alrededor del solsticio el sol nunca se eleva por completo, durante muchas horas puede parecer que apenas amanece o atardece, y este fenómeno provoca una luminiscencia etérea en la nieve. Es una belleza distinta, más ruda y exigente que la de un jardín de rosas en junio, pero finalmente también es belleza. Como en esas zonas hay muy poca luz durante el día, la gente presta atención.
Ver desde una nueva perspectiva
Esta noción del contraste, de saber que lo que se podría perder en tiempos normales destaca en los tiempos difíciles, es la clave para cambiar cualquier historia y dejar de soportar para empezar a gozar. Algunas personas incluso llegan a dominar este poder especial.
Es el caso de Amelia Boone, una mujer que se volvió una profesional del sufrimiento. La primera vez que vi a Amelia fue en el gimnasio de un hotel en California. Ahí noté que sus músculos eran más definidos y que su rutina era más intensa que la del resto de los asistentes a la conferencia a la que acudí, quienes sólo dábamos zancadas en las máquinas elípticas. Después me enteré de que, además de ser abogada, Amelia es campeona de carreras de obstáculos. Al igual que Chris Carneal, se levanta antes de las 5:00 a.m. para invertir en su felicidad, así que, para cuando llega a la oficina, tal vez ya corrió 32 kilómetros. La intensidad de Amelia ya ha rendido fruto y le ha permitido ganar varias veces la competencia mundial Toughest Mudder, ser la campeona mundial de la carrera Spartan en 2013 y ubicarse cerca de la cima en varias carreras de ultramaratón, es decir, distancias de más de 42 kilómetros.
Amelia ha corrido muchas carreras en condiciones difíciles, pero dice que la más pesada fue una de las primeras, en 2011: la competencia mundial Toughest Mudder en Englishtown, Nueva Jersey. Era mediados de diciembre, la temperatura apenas sobrepasaba los 10 grados y los competidores tuvieron que arrastrarse en agua y lodo helado por debajo de cables de alta tensión. La carrera estaba diseñada para durar 24 horas de principio a fin, así que, además de estar expuestos a los elementos, los competidores tendrían que permanecer despiertos toda la noche. Para tratar de visualizar la situación, revisé las descripciones que han hecho otros participantes. Aunque había carpas para calentarse y médicos a lo largo de la ruta, de todas formas la situación era espantosa. Creo que la mejor manera de entenderlo es ésta: en la línea de salida había aproximadamente mil veteranos de carreras de obstáculos que calificaron para este campeonato porque obtuvieron buenas posiciones en carreras anteriores, pero al amanecer ya sólo quedaban unos 12.
Amelia era uno de ellos. Atravesó los tormentos de esta carrera y de las competencias subsecuentes haciendo uso de las mismas dos estrategias que mencioné anteriormente.
La corredora nos cuenta: “En buena medida, compartimenté la carrera”. En vez de pensar Llevo dos horas en esto, me faltan 22, Amelia se enfoca en llegar de un obstáculo a otro, o a la siguiente parada de agua. “Eso ha sido lo que más me ha ayudado a lidiar con los obstáculos, a ver pasar el tiempo y a no sentirme abrumada”, explica. Amelia se canta la misma canción una y otra vez. Si la repites las suficientes veces y el tiempo pasa de la misma manera que cuando cuentas hasta 20 una y otra vez durante un vuelo aterradoramente turbulento, en medio de una contracción, o cuando entrenas en la caminadora para una carrera real, tarde o temprano saldrás adelante.
Pero Amelia no sólo compartimenta. Como es buena para sufrir, incluso en un contexto desalentador siempre encuentra algo que disfrutar. “Una de las mejores maneras de hacer que el tiempo pase más rápido es involucrándote con los otros competidores. Son carreras sumamente largas y tú te mueves tan lento que puedes conocer a los demás y hablar con ellos —dice Amelia—. Algunas de las personas que he conocido en las carreras se han convertido en verdaderos amigos porque compartimos experiencias y recuerdos.” Alguien que ha tenido que arrastrarse en lodo helado junto a ti pertenece a una categoría distinta de relación que alguien con quien no has compartido eso. “Experimentar dolor con otros unifica a la gente”, dice. Por suerte esto no es algo con lo que tengamos que lidiar mucho hoy día, pero en ciertas épocas de la historia humana, y actualmente en algunos lugares, la gente sufre hambre, frío y enfermedad de forma colectiva. El hecho de que este sufrimiento compartido una a las personas en lugar de hacerlas pelear entre sí tal vez sea la razón por la que la raza humana ha sobrevivido.
Luego, la corredora pudo disfrutar un gran acontecimiento: “El momento más glorioso de estas carreras es cuando sale el sol”, relata. Como ésa era la primera vez que Amelia corría una noche entera, el helado amanecer en Englishtown, Nueva Jersey, fue también el primero que vivió en esas condiciones tan increíblemente difíciles. “Nunca había tenido tanto frío en mi vida.” Todo le dolía, de los dedos de las manos a los dedos de los pies, pero estaba agradecida de sentir dolor porque eso significaba que su cuerpo seguía funcionando. Luego, en medio de la profunda oscuridad, apareció la primera luz por encima de los gélidos campos de lodo. “Nunca me había puesto tan eufórica al ver el sol”, cuenta. Había sobrevivido, lo logró. En el contexto cotidiano, el amanecer no tenía nada de extraordinario. Alguien que hubiera salido temprano ese domingo habría manejado sin pensar nada al respecto, pero en el contexto de esa helada noche, Amelia se había ganado ese amanecer y eso fue lo que transformó algo normal en un suceso trascendente.
La disciplina de la dicha
La búsqueda de estos momentos trascendentes es lo que nos permite a muchos arreglárnoslas para salir adelante en los tiempos difíciles. La gracia puede llegar de muchas maneras, a veces sólo tenemos que rendirnos ante las posibilidades que ofrece la aceptación. Según Layla Banihashemi: “Recuerdo que en una de nuestras conversaciones de medianoche le dije a mi esposo entre lágrimas: ‘Esto no debería pasarnos a nosotros’. Él me contestó: ‘Está sucediendo, el sufrimiento es parte de la vida’ ”.
Ahora Layla está del otro lado de su año de tratamiento y esta aceptación la ha liberado de varias maneras. Ahora se hace espacios para cantar, escribir canciones y tocar la guitarra. También pasa más horas conviviendo con la naturaleza. “Una de las cosas a las que ahora le dedico menos tiempo es a preocuparme por el futuro —confiesa—. Creo que cualquier experiencia de sufrimiento vale la pena vivirse si permites que te cambie.”
Estos momentos de cambio o trascendencia pueden aparecer en todo tipo de situaciones desafiantes. Es ese instante en medio de una serie de primeras citas malas en que te das cuenta de que la persona al otro lado de la mesa dijo algo muy gracioso. Eso no te garantiza amor ni matrimonio, pero sí restaura tu fe en que el proceso no será completamente horripilante. Tal vez estás en la oficina por la noche y es muy tarde, y entonces descubres que el negocio para el que todos están trabajando va a fracasar, pero sabes que admiras tanto a uno de tus colegas que encontrarás la manera de volver a colaborar con él o con ella. Tal vez el propósito de que ese renglón existiera en tu currículum sólo era hacer este momento posible.
Tener niños pequeños ofrece muchos de estos inconvenientes que traen consigo trascendencia. Los días son largos, pero hay estrategias para hacerlos posibles y también incluyen momentos de verdadera felicidad. Los días que me he tenido que quedar sola con mis hijos, independientemente de la cantidad de niños, por lo general he planeado una visita por la mañana a algún lugar agradable y compatible con el clima: el museo infantil cuando está nevando y el zoológico si el día es soleado. Los niños y yo nos maravillamos al ver los tigres o la sencilla alegría de un carrusel. Luego regresamos a casa a la hora de la comida y los más pequeños toman una siesta mientras los grandes ven un poco de televisión o leen. Esto le ofrece al adulto encargado unas dos horas de descanso, o a veces tres si el día va bien. El rato que queda en la tarde después de la siesta sirve para hacer algún mandado o ir al parque con juegos cercano. También es agradable organizar una tarde para jugar con los amigos, y eso cubre hasta las 5:30 p.m. Luego regresamos a casa para cenar, aseamos a los niños y les ponemos las piyamas más lindas posibles a manera de recompensa estética por haberlos reprendido tanto para controlarlos durante el día. Finalmente, los pequeños se van a la cama a las 7:30 p.m. y los grandes, en el lapso de los 90 minutos siguientes. Después de eso disfrutamos una diversión adulta hasta que caemos rendidos a las 10:30 p.m. con la esperanza de que todos permanezcan dormidos hasta las 6:00 a.m.
En general, este esquema es viable, pero en los primeros años de vida de Alex la petición de que nos dejaran dormir hasta las 6:00 a.m. no fue escuchada. Por mucho tiempo, mi pequeño no pudo dormir de forma consistente en la noche y, cuando por fin lo logró, empezó a despertar a las 5:00 a.m. con mucha frecuencia. Durante algunos periodos extendidos, incluso se despertaba cerca de las 4:30 a.m.
Esto no habría representado ningún inconveniente si Alex hubiera sido un bebé dócil, pero no lo era. Siempre tenía la ambición de lograr grandes hazañas antes del desayuno. Como averiguó cómo escalar para escapar de su cuna mucho antes que sus hermanos, tuvimos que instalar cerrojos infantiles en las puertas, pero él las pateaba y aullaba, lo que significa que incluso si lo hubiera ignorado, no habría podido seguir durmiendo. Recuerdo que una mañana lo dejé unos minutos en la cocina para ir al baño y cuando regresé ya había escalado el mueble y había dejado caer el contenido de todo el frasco de alimento para peces en la pecera. Los habitantes no sobrevivieron el proceso de limpieza. En otra ocasión, mi esposo estaba de viaje y yo dejé a Alex viendo un programa en su Kindle para poder bañarme. De pronto tuve la sensación de que ya no estaba en el baño conmigo, así que salí de la ducha, corrí a la planta baja y lo atrapé de nuevo en el mostrador de la cocina a punto de jalar la cafetera y tirarse encima la jarra llena de café caliente. Creo que sólo estaba tratando de ser útil —¡A mami le gusta el café, voy a darle un poco!—, pero de todas formas fue una experiencia aterradora.
Por eso las primeras horas de la mañana consistían en vigilarlo para evitar que murieran más peces o se tirara algún líquido caliente encima. Si mi esposo hubiera estado en casa, habría podido intercambiar mi lugar con él, pero me da la impresión de que encontraba muchas razones para salir, y si Alex se despertaba a las 4:30 a.m., el intercambio sólo lo podía hacer hasta las 6:00 a.m. que, un domingo por la mañana, aún es demasiado temprano. Ver pasar el tiempo en esas oscuras y largas mañanas implicaba mirar mucho el reloj, y mirar el reloj es lo opuesto a librarse de él. Si lo piensas, saber que tu tiempo en la Tierra es limitado y aun así desear que los minutos pasen más rápido es una crueldad terrible.
Me gustaría escribir un sencillo texto íntimo en el que en algún momento hubiera un punto de inflexión que me permitiera decir: “Y luego me abrazó y dijo, ‘Te quiero, mami’, ¡así que valió la pena!” Sin embargo, la vida no coincide con un arco narrativo. Alex dijo “Te quiero” y fue un momento maravilloso, y, por supuesto, yo estaba (estoy) agradecida de tener un niño saludable y feliz, ¡pero eran las 4:30 a.m. y estaba despierto! También habría estado agradecida por la salud y la felicidad si se hubiera levantado a las 6:00 a.m. Esas mañanas fueron una parte bastante espantosa de mi vida durante más de dos años; me obligaron a irme a acostar mucho antes de lo que quería sólo para poder cumplir con mis 7.4 horas de sueño; para colmo, siempre me tenían exhausta para la hora en que apenas empezaba a trabajar.
A pesar de todo hubo momentos en que, en contraste con la desdicha general de la situación, las cosas normales parecían más profundas. Cuando estás exhausto, ese primer sorbo de un buen café —Starbucks, tostado oscuro— te transporta a la tierra de los vivos. Le agregaba crema real porque a las 4:45 a.m. no había tiempo para leche descremada. Sé que, a diferencia de Amelia Boone, yo no había pasado toda la noche helándome afuera, pero cuando llevas varias horas despierto, ver el amanecer puede ser un instante de belleza en sí mismo. Recuerdo que una mañana que estábamos de vacaciones en Rehoboth Beach, Alex volvió a despertar a las 4:30 a.m. y saqué la carriola para ver el furioso sol aparecer sobre el océano Atlántico. El cielo se veía rosado y naranja como los conos de nieve de las heladerías en los senderos entablados de la playa. Hubo largos periodos de mi vida adulta en los que no me levanté a tiempo para ver el amanecer, así que esos brillantes trazos eran un premio que sólo imagino posible gracias al insomnio de mi hijo. En ese tiempo también celebré los pequeños logros, como cuando Alex se interesó lo suficiente en la televisión como para poder dejarlo sentado con confianza 10 minutos. En cuanto a la inversión en mi felicidad, a veces estructuraba mis viajes de negocios de tal forma que no tuviera que tomar vuelos nocturnos a casa. Me quedaba más tiempo en donde estuviera para volar al día siguiente y así podía dormir sin interrupciones una noche más en mi habitación del hotel.
Todo esto ayudó, pero mi descubrimiento más importante fue que la dicha era una disciplina. Tal vez nos lamentemos por la cita de Hemingway con que da inicio este capítulo —es raro encontrar gente inteligente que sea feliz—, pero me parece que tiene razón. Por naturaleza, la gente considerada se hace historias para encontrarle sentido a su vida, pero se requiere mucho esfuerzo para impedir que un aspecto desagradable de tu existencia se convierta en toda tu narrativa y hay muchas personas inteligentes que no pueden reunir el valor necesario para hacer este trabajo. De ahí viene la tendencia a la melancolía.
Como yo ya era una madre veterana, sabía que las cosas con Alex mejorarían tarde o temprano, y así ha sucedido aunque sea lentamente. Sin embargo, tomar esos primeros años de su vida y sentir que fue lo único que hubo habría sido un error porque, al mismo tiempo que vivimos penurias, también pasaron muchas otras cosas maravillosas. Yo podía sentirme infeliz por haber tenido que levantarme a las 4:30 a.m., pero más tarde, ese mismo día, sentía que estaba en la cima del mundo porque había llevado a mis hijos mayores a una galería de juegos y logré incluir mi nombre en el marcador electrónico de uno de los juegos. Quizá desperté a las 4:30 a.m. un día, pero de todas maneras pasé una encantadora hora leyendo en el porche al atardecer.
La disciplina de la dicha exige que tengamos en mente de forma simultánea la certeza de que todo esto pasará y la noción de que, además, es algo bueno. Propiciar esta alquimia mental no es sencillo, pero tener una buena vida no siempre es fácil. La felicidad exige esfuerzo, no es un premio que te otorguen, son los intereses que obtienes gracias a que decidiste invertir en algo especial.