Déjalo ir
La gota de agua perfora la piedra.
Ovidio, Epistulae ex Ponto IV
De vez en cuando, a algunos lectores de mi blog que están dispuestos a permitirme escribir sobre su vida les ofrezco un makeover, es decir, “renovar” su calendario. Laureen Marchand, una artista canadiense de 66 años que vive en Saskatchewan, me escribió en el verano de 2016 diciendo que le parecía que necesitaba ayuda. Me comentó que no era “tan productiva” como deseaba y al principio de nuestra correspondencia me pareció que sólo buscaba una asesoría ordinaria para lograr más. Laureen señaló que con frecuencia se distraía de su trabajo creativo. La hoja de cálculo con su registro mostraba que trabajaba 41 horas en sus distintos compromisos, los cuales incluían la supervisión de un programa de residencia artística, manejo de asuntos administrativos y su empleo de medio tiempo en una tienda local de abarrotes. Sólo 12 de esas 41 horas de trabajo las invertía en su mayor prioridad, que era producir arte.
Laureen quería cambiar esta proporción, así que le di el consejo del que hablé en el capítulo anterior: primero págate a ti mismo. Cuando combinas tu trabajo creativo y especulativo con las actividades profesionales a las que estás obligado, si esperas hasta el final del día o de la semana para hacer arte, posiblemente ya no te quede tiempo. En cambio, si te haces un espacio el lunes por la mañana para avanzar en tu labor personal, como lo hizo Katherine Reynolds Lewis con su propuesta editorial, podrás lograrlo.
A Laureen le pareció que mi propuesta era sensata. Trataría de llegar a su estudio a las 9:30 a.m. los lunes y también cualquier otro día que no tuviera comprometida la mañana.
Poco después me escribió diciendo que había vivido una semana increíblemente frustrante y que estaba descubriendo algunos aspectos de su vida y su trabajo que quería compartir conmigo.
Así me enteré de que en las décadas previas Laureen había construido una impresionante carrera artística que le permitió presentar su obra en más de 24 exposiciones individuales y a dúo, y en 40 exposiciones colectivas. Tal vez te parezca que estas cifras corresponden a una artista urbana, pero Laureen vive “literalmente en la mitad de ningún lugar”. El pueblo de Val Marie está habitado por unas 130 personas y la ciudad importante más cercana está a 120 kilómetros. La zona donde está el pueblo se encuentra junto al Parque Nacional Grasslands de Canadá y tiene una belleza rústica que justifica el programa artístico de residencia que Laureen supervisaba en aquel entonces. La artista está bien integrada a la pequeña comunidad y, de hecho, el empleo en la tienda de abarrotes lo había tomado más para ver a sus vecinos que para otra cosa. La lejanía, sin embargo, tiene sus desventajas. Cada vez que tenía una cita con el médico o que necesitaba recoger materiales, Laureen se veía obligada a recorrer largas distancias en su auto. Si requería que alguna persona fuera a su casa a proveerle algún servicio, en verdad estaba a su merced, porque la gente sólo iba a Val Marie cuando le daban ganas de ir a Val Marie.
“Me alegra haberme mudado aquí porque adoro el paisaje y porque el costo de la vida es menor —me explicó—, pero hay toda una capa adicional de inconvenientes en lo que se refiere a llevar una vida artística, particularmente porque mi energía disminuye año con año y ya tengo 66.”
Los obstáculos logísticos son meramente eso, pero, además, “a principios de año tuve que reconocer que me estaban provocando agotamiento y bloqueo creativo al mismo tiempo. Todavía estoy tratando de recuperarme de eso —me confesó—. Incluso en las mejores condiciones pinto con lentitud, y éste definitivamente no es mi mejor momento”.
Entonces, ¿cuál fue el contexto de esa molesta semana subsecuente a su primer registro?, ¿esos días en los que tuvo “todo tipo de interrupción: médica, laboral, contractual, de plomería”? “Estoy completamente de acuerdo en invertir la mejor parte del día en lo más importante, y por eso el lunes por la mañana hice una lista de todas las otras tareas que me comprometían. Eso me permitió posponerlas y así pude pasar casi seis horas en el estudio”, explicó Laureen.
Desafortunadamente, “el lunes fue la última vez en la semana que lo logré”.
El martes tuvo que hacer un viaje de 110 kilómetros, ida y vuelta, para ir a una clínica rural a que le hicieran una prueba de sangre en ayunas. La prueba tuvo una complicación que obligó a Laureen a “hacer otro viaje de la misma distancia, la mañana del miércoles, para lo mismo”. Ese día, un poco más tarde, el plomero fue a instalar una nueva bomba de agua en su pozo y el último artista en residencia se fue. “Logré pasar un rato en el estudio por la tarde, pero fue menos tiempo de lo que quería. El jueves trabajé en la tienda de abarrotes y, como tenían un problema de falta de personal, en lugar de pasar ahí sólo la mañana tuve que quedarme seis horas. Para el viernes me sentía drenada y no me fue posible empezar a trabajar bien en el estudio sino hasta después del mediodía.”
La diversión continuó. “Ahora la nueva bomba de agua no funciona adecuadamente, lo que significa que mi suministro es incierto.” Laureen tendría que enfrentar otra visita del plomero, pero no sabía cuándo sería eso. Me dijo que, en su mundo ideal, “pintaría entre las 9:00 a.m. y las 4:00 p.m., cinco días a la semana, y luego iría a caminar. En el mundo real, para las 4:00 p.m. estamos a 32 grados centígrados en esta época del año; los servicios hidráulicos y la energía eléctrica sufren interrupciones, y todos los proyectos parecen tomar más tiempo y exigir más esfuerzo de lo que preví en un principio”.
Estudié el registro de Laureen y se me ocurrió que podría agrupar los mandados, lo cual es esencial si tienes que manejar 120 kilómetros, pero también noté algo importante. Laureen había pasado 16.5 horas en su estudio trabajando en sus pinturas en esa semana difícil y eso superaba las 12 horas que trabajó la semana anterior de acuerdo con el registro. La cifra era digna de celebrarse, pero la artista esperaba algo distinto. Quizá su frustración respecto a los problemas domésticos aislados y los viajes al médico eran lo que estaba bloqueando su creatividad.
Por eso le escribí lo siguiente: “Otra cosa que puedes hacer es ser amable contigo misma. Como dijiste, estás saliendo de un agotamiento muy considerable y a veces eso requiere tiempo y espacio. Lograste trabajar 16.5 horas en tus pinturas y eso supera por mucho las cero horas que con frecuencia acompañan a un bloqueo creativo”.
Laureen podía comprometerse a pagarse a ella misma primero, pero también podía repetir este mantra: Pinta cuando puedas. Relájate cuando no puedas.
La artista decidió poner a prueba esta perspectiva, así que continuó con la rutina de los lunes y se aseguró de reservar ese tiempo para pintar. Luego, en lugar de sentirse culpable cuando no estaba en su estudio, programó actividades fundamentales para cuidar de sí misma: tomar café con algunas amigas y salir a cenar el sábado por la noche.
El resultado fue liberador. Aunque tuvo que atender al plomero toda una mañana y se enteró de que necesitaría que le instalaran un pozo nuevo, “me sentí como si hubiera tenido vacaciones… Ya no estaba tratando de incluir forzadamente horas para pintar cuando no había nada que incluir”. Al planear la semana siguiente, me escribió: “Esta semana debería tener, como mínimo, dos horas para pintar el miércoles, el viernes y el sábado, que tomaré como días de arte. Pero también trataré de aceptar ese tiempo como se vaya presentando”. Si Laureen podía trabajar, sería genial y si no, también.
Liberarse de las expectativas le ayudó mucho la siguiente semana, que fue igual de desafiante. Su sistema hidráulico estuvo a punto de colapsar por completo, así que tuvo que hacer su lavandería en la casa de una amiga, tomar duchas de un minuto y regar su jardín con una lata. “Por eso me sentí feliz de pintar cuando pude y me permití no hacerlo los días que estaba demasiado cansada o que se presentaron muchas complicaciones”, explica. Laureen logró trabajar cuatro días en su estudio, por lo general en la mañana. “Y todos los días pude pintar. Me dio mucho gusto, me sentí genial. Creo que fue increíble, en parte porque sabía que podía relajarme respecto a lo que era capaz de hacer los otros días. Todavía me gustaría tener más tiempo para el arte, pero me parece que puedo ser flexible conmigo misma cuando eso no sea posible.”
En el momento en que la artista dejó de flagelarse por no generar arte, empezó a ser bastante productiva. Aprovechó bien su tiempo en el estudio y trabajó en sus pinturas al óleo de flores. Sus naturalezas muertas exploran la forma en que la luz jugaría con los pétalos, los floreros de vidrio y el agua. Algunas semanas después, me escribió: “Ayer terminé la primera pintura completa desde abril y ya estoy planeando la próxima”. La pintura se convirtió en la siguiente de lo que pronto formaría una serie botánica. “Hoy, un poco más tarde, subiré a mi sitio de internet una imagen de la obra terminada —me dijo—. Muchas veces me pregunté si este momento llegaría algún día.”
EL SUELDO DE LAS EXPECTATIVAS
Aunque yo no habito en una zona rural en Saskatchewan, comprendo la frustración que Laureen sentía en un principio porque hace poco nosotros también vivimos una larga serie de distracciones domésticas. Dos días de la semana vinieron los plomeros a diagnosticar un problema que tuvimos con el sistema de expulsión del agua residual —el tipo de preocupación costosa y por demás desagradable en la que nadie quiere invertir ni tiempo ni dinero jamás—; Ruth tuvo una salida escolar de medio día para cumplir con el programa de enriquecimiento del kínder y también acudió a una consulta de seguimiento con el médico porque, como tenía una infección en el oído, no aprobó su prueba de audición en la visita de rutina.
Naturalmente, podríamos sentirnos agradecidos con todas estas situaciones porque ¡Ruth escucha bien!, ¡vivimos en una zona con buenos programas escolares!, ¡y puedo pagar los arreglos que necesitamos hacer en casa! Sin embargo, cuando terminé llevando a mis cuatro niños a la clase de karate de Jasper el martes por la tarde porque tenía que dejar nuestra minivan en el taller y eso descompuso toda mi agenda, recordé que en la sección de agradecimientos de sus libros algunos autores reconocen el esfuerzo de sus familias por soportar los meses de ausencia mientras escribieron. Entonces me imaginé a esos escritores que pasan tanto tiempo encerrados en sus torres y que luego tienen que disculparse por todas las cenas a las que faltaron.
Mi vida, en cambio, no parecía estar estructurada de esa manera.
Es muy tentador sucumbir a la melancolía por estas cosas. Aunque yo no trato de llenar mi agenda, ésta se llena de todas maneras. De pronto estoy a la mitad de una semana ajetreada y sólo tengo una mañana completamente abierta y trozos de 90 minutos repartidos por todos lados. Pero luego sucede algo curioso. Cuando me digo a mí misma: De acuerdo, sólo cuentas con este tiempo, así que haz lo que puedas, me sorprendo. Puedo escribir el borrador de un artículo en unas cuantas horas y luego editarlo en esos fragmentos de 90 minutos. Es decir, cada vez que me digo que debo hacer lo que pueda, aunque sea poquito porque eso es mejor que nada, si lo hago de manera repetitiva, logro más.
Todos contamos con la misma cantidad de horas, así que sentir que tenemos todo el tiempo del mundo en realidad depende de la manera en que manejemos nuestras expectativas. Hay cierto sufrimiento que es inevitable y por lo tanto necesitamos aprender a lidiar con él, pero hay otro que es autoimpuesto. Los humanos sufrimos en particular cuando las expectativas exceden la realidad, y este tipo de sufrimiento usualmente nos hace desperdiciar mucho tiempo. La angustia mental y la reflexión excesiva pueden comerse horas enteras y, para colmo, nos impiden disfrutar el tiempo que tenemos. Internet está repleto de falsas citas de Buda, pero hay una auténtica sacada del Dhammapada, que me gusta:
Si el deseo te inunda,
tus penas aumentan
como la hierba después de la lluvia.
Pero si lo moderas,
tus penas se deslizan y se desprenden de ti
como las gotas de agua que caen del loto.
Si somos capaces de renunciar a las expectativas poco realistas, podemos relajarnos más respecto al tiempo. Sin embargo, estoy convencida de que, paradójicamente, la verdadera magia se da cuando nos enfocamos en expectativas moderadas a corto plazo y las cumplimos de manera consistente, porque eso nos lleva a grandes logros en el largo plazo. Un bebé de un año sólo balbucea, pero un niño de tres años puede sostener una conversación completa. Esa diferencia de dos años, sin embargo, no se logra con ejercicios forzosos de lenguaje ni reprendiendo al niño por avanzar con lentitud, sino felicitándolo por cada palabra nueva que aprende y por cada uno de sus descubrimientos lingüísticos. Parafraseando otra referencia relacionada con el agua, recordemos que las gotas de agua perforan la piedra, pero que esto no sucede debido a la fuerza sino a la persistencia.
Pinta y haz arte cuando puedas y cuando no, relájate. Basta con que hagas lo posible, y créeme que ésta no es una manera de justificar la pereza. Renunciar a las expectativas es perfectamente compatible con trabajar muchas horas cuando eso sea posible, pero en lo que se refiere al logro creativo y a disfrutar la vida a fondo, ser amable contigo —persistentemente amable— puede ayudarte a dar tan buenos resultados como cualquier otra forma de presión.
Olvídate de lo mejor
En este capítulo hablaré de renunciar a las expectativas problemáticas para liberar tiempo. Estas expectativas se presentan de muchas formas y en general están relacionadas con las decisiones, las metas y las relaciones.
La primera categoría, que corresponde a la toma de decisiones, representa una fuente importante de angustia para mucha gente. Ciertas personalidades son más proclives que otras a la angustia derivada de la toma de decisiones. De acuerdo con la taxonomía de Barry Schwartz, quien actualmente es profesor de la Universidad de California en Berkeley y escribió el libro The Paradox of Choice, las personas pueden pertenecer al grupo de los “maximizadores” o de los “satisfacedores”:
Desear lo mejor parece ser un rasgo positivo del carácter. En la clase de karate, por ejemplo, mis hijos gritan mantras de este tipo: “¡Mi objetivo es ser el mejor!” Porque, claro, nadie va a construir una carrera como orador motivacional anunciando: “¡Me conformo! ¡Siempre me conformo!”
No obstante, las investigaciones de Schwartz han demostrado que los satisfacedores suelen ser más felices que los maximizadores porque no pierden tiempo reflexionando en exceso respecto a sus elecciones y expectativas. La gente que quiere lo mejor tiende a arrepentirse cuando descubre que lo que eligió es imperfecto por alguna razón. “Si quieres conseguir el mejor empleo posible, no importará cuán bueno sea, porque cada vez que tengas un mal día pensarás que seguramente hay algo más adecuado en otro lugar”, me dijo Schwartz cuando lo entrevisté para un artículo de Fast Company en 2016. Este tipo de personas no puede aceptar que un mal día es sólo un mal día; para ellas es la evidencia de una historia más compleja en la que algo no anda bien en la vida.
Quienes siempre quieren lo mejor también son propensos a compararse con otros. “Si estás buscando lo mejor, la comparación social es inevitable —me explicó Schwartz—. Pero no hay otra manera de saber qué es lo mejor.” Tu casa solamente puede ser la mejor si supera a las de todos los demás. Esto significa que tienes que mirar dónde vive la demás gente y, en un mundo de siete mil millones de personas, o incluso entre las 468 que sigues en Instagram, seguramente habrá alguien que tenga una casa más linda. La envidia conduce a la desdicha. Tal vez por eso el novelista y ensayista Joseph Epstein escribió: “De los siete pecados capitales, el único que no es divertido en absoluto es la envidia”.
Los satisfacedores, en cambio, saben que: “La noción de lo mejor es absurda —me dijo Schwartz—. No existe lo mejor en nada”. Los ideales platónicos no existen en el mundo real, sólo en esos libros que no has abierto desde las clases de filosofía antigua que tomaste en la universidad. En el mundo real también tenemos que lidiar con las limitaciones económicas, temporales y físicas, así que, incluso si existiera una casa mejor, estaría fuera de tu presupuesto.
Los satisfacedores abordan las decisiones con una lista de criterios importantes como: qué tan cerca está la casa de la oficina, qué tanto necesitaría redecorarse la cocina y cuántos baños tiene. Los criterios no tienen que ser positivos, si para ti es importante que una casa impresione a tus parientes, que así sea.
Pero en ese caso debes saber lo siguiente: cualquier cosa que satisfaga tus criterios importantes estará bien. Lo suficientemente bueno casi siempre es suficientemente bueno. Aunque la “mejor” casa ya no te hace feliz cuando te das cuenta de que la de alguien más es aún mejor, esa casa que elegiste porque está cerca de tu oficina, tiene cuatro habitaciones y el diseño del jardín del frente te hace sonreír cada vez que entras en tu automóvil, seguirá teniendo todas estas ventajas independientemente de cómo sea la de tu conocido.
Si esto es cierto en lo referente a las casas, tal vez también lo sea respecto a las elecciones románticas, aunque en este campo resulta todavía más difícil entender lo que sucede. El ideal romántico no tiene un lugar para establecerse, pero si lo piensas, a menos que seas el ideal platónico como cónyuge, en realidad estás tratando de encontrar a la mejor persona que esté dispuesta a conformarse contigo. El amor resplandece vigorosamente en las primeras etapas de novedad e incertidumbre, luego el polvo se asienta y las inevitables peleas por el dinero, la crianza de los hijos y el sistema expulsor de aguas negras pueden hacerle creer a un maximizador que se casó con la persona equivocada. Sin embargo, un satisfacedor sabe que todos se casan con la persona equivocada en el sentido de que no existe la persona “correcta”. Todas las relaciones exigen esfuerzo. El filósofo y novelista Alain de Botton alguna vez escribió: “Elegir con quien comprometerse es sólo cuestión de identificar por qué variedad particular de sufrimiento nos gustaría sacrificarnos más”. Primero evalúas las opciones de sufrimiento que tienes, después eliges a alguien de buen carácter que te atraiga sexualmente y luego tratas de bloquear el desastre y te comprometes a hacer que la relación funcione. Éste es el verdadero camino al “y vivieron felices para siempre”.
La felicidad es una gran razón para dejar que lo suficientemente bueno sea suficientemente bueno, pero, para el propósito de este libro, es importante señalar que conformarse con lo que cumpla los criterios esenciales te ahorra cantidades de tiempo increíbles.
Mi esposo y yo somos satisfacedores. Programamos nuestra boda para que tuviera lugar unos seis meses después de que nos comprometimos, lo que luego descubrí que muchos consideran un cambio muy inesperado. Sin embargo, a mí no me causó problema elegir un vestido el primer día que empecé a buscar y sólo escoger rápidamente un florista de la ciudad que tenía buenas reseñas y decirle que se hiciera cargo. Posponer la boda otro año para pasar más tiempo deliberando respecto a la decoración del pastel me parecía una locura.
Luego decidimos aplicar esta estrategia en nuestra vida de casados y así fue como escogimos un preescolar cuando nos mudamos a Pensilvania. Unos amigos enviaron a su hijo a un lugar cerca de nuestra casa, les gustó y luego imaginamos que a nosotros también nos agradaría. Esta actitud también puede ayudar a tomar decisiones respecto a artículos de consumo. Si tu cuñada lleva una vida similar a la tuya y es feliz con su automóvil, tal vez tú también lo serás con el mismo modelo; así fue precisamente como terminé manejando un Acura MDX. Puedes pasar semanas investigando acerca de los planes de teléfonos celulares o también puedes llamarle a una amiga que acaba de elegir uno y seguir su ejemplo. Si voy a una comida de negocios, normalmente ordeno la ensalada César con pollo que casi todos los restaurantes parecen ofrecer, o le pido al mesero que me recomiende algo que le guste a él y de esa forma puedo enfocarme en mi acompañante y no en el menú.
Tomando en cuenta cuánto tiempo ahorra la actitud del satisfacedor, podríamos preguntarnos: ¿el maximizador podría convertirse en satisfacedor? Le mencioné mi hábito de los restaurantes a un conocido que es más maximizador y la forma en que abrió los ojos me dejó clara su posición: ¿qué pasa si el mesero sólo trata de promover cierto platillo que la gente de la cocina quiere que se venda más? A mi “yo satisfacedor” le pareció que esta teoría era ridícula, pero incluso si así fuera, ¿cuál es el problema? No es mi última cena y, de hecho, tal vez ni siquiera sea la última comida que haga en ese restaurante. La próxima vez ordenaré algo distinto. Yo no creo que valga la pena angustiarse por algo así, pero los maximizadores sí se alteran al tomar decisiones como ésta.
Barry Schwartz me dijo que, aunque no sea fácil, le parece que es posible aprender a ser satisfacedor. La gente existe a lo largo de un continuo y nadie es maximizador respecto a todo. A alguien que pasa meses agonizando respecto a cuál será el “mejor” automóvil podría no importarle qué bolsas de basura estén en rebaja.
Así que si al leer los párrafos anteriores te reconociste como maximizador, debes saber esto: no necesitas aprender una habilidad completamente nueva, sólo tienes que transferir una habilidad ya existente de un ámbito a otros en los que te pueda ahorrar más tiempo. Cuando el hábito de maximizar se presenta en una situación en la que lo que se juega no es demasiado importante, como por ejemplo elegir un hotel para pasar un fin de semana largo el próximo mes, sólo escoge uno que algún amigo haya mencionado o un hotel de alguna cadena que ya hayas probado. Después de pasar el fin de semana ahí, pregúntate si notaste ventajas significativas. Lo más probable es que no haya sido así, porque la mayoría de los hoteles ofrece un servicio decente en lo que se refiere a albergar gente, así como la mayoría de los restaurantes ofrece un servicio decente cuando alimenta a sus clientes y la mayoría de las maletas protege tus pertenencias a un nivel aceptable.
Si de pronto te sientes desdichado al comparar tus elecciones con las de otras personas, entonces no te pongas en una situación que te permita enterarte de qué eligen otros. Hay muchas buenas razones para alejarse de las redes sociales y conformarse con algo “suficientemente bueno” puede ser una de ellas.
Algunos maximizadores que han podido cambiar sus hábitos me cuentan que ahora responden bien bajo presión y que para decidir a veces se sacan a sí mismos de la ecuación. Shelley Young trabaja en el área de mercadotecnia de la industria restaurantera. Me contó que durante mucho tiempo tuvo que lidiar con dificultades en su antigua casa. “No quería cometer el error de hacer una inversión fuerte y verme obligada a vivir en el mismo lugar por años”, dijo. Sin embargo, cuando decidió ofrecer la casa en venta, de repente tuvo que enfrentar esos problemas. Como ella no viviría ahí, pudo “tomar decisiones rápidamente respecto a todo y sólo trató de elegir de la manera más neutral posible”. Su instinto para el diseño resultó ser bastante bueno. “La casa quedó hermosa, pero sólo la disfrutamos tres meses antes de mudarnos.” En su casa nueva, Shelley se aseguró de tomar las decisiones con rapidez para en verdad disfrutar el lugar.
Tú puedes hacer lo mismo. Si titubeas respecto a algo, tal vez te ayude fijar una hora o fecha límite. Date solamente cinco minutos para elegir un restaurante; incluso podrías fingir que vas a enviarle una recomendación a un grupo de gente que no conoces bien. En cuanto suene la alarma, elige la mejor opción que tengas en ese momento y luego recompénsate por tu eficiencia. Si en lugar de una hora sólo pasaste cinco minutos eligiendo qué ibas a comer, puedes aprovechar el tiempo restante para quedarte al postre.
Objetivos “mejor que nada” o MQN
El segundo ámbito en el que las expectativas problemáticas te provocan tanta angustia que pierdes el tiempo es el de los objetivos. Como yo me dedico a escribir sobre la productividad, sería un sacrilegio no tomar en cuenta los objetivos, ¿no crees? Establecer una dirección a largo plazo te puede ayudar a orientar tu presente y, a veces, si éste es desagradable, también te puede ayudar a sobrevivirlo.
Me parece que la forma en que la gente establece sus objetivos suele ser contraproducente. Para empezar, existe la tentación de enfocarse en los resultados: perder siete kilos u obtener ingresos por un millón de dólares en tu negocio, por ejemplo. En tu camino hacia el resultado seguramente enfrentarás altibajos y eso puede desmotivarte, a pesar de que muchas de estas situaciones no las puedes controlar. Por eso la gente pierde tiempo en su obsesión con las cifras.
Es mejor enfocarse en ciertos “objetivos dentro del proceso” que, si lo piensas, equivalen a los hábitos. Los hábitos son algo que puedes controlar y si los adoptas y eres constante, con el tiempo te pueden llevar al objetivo que deseas alcanzar. Efectivamente, los hábitos pueden acercarte a los resultados que esperas, mucho más que si sólo te enfocas en éstos. Recuerda que enfocarte en resultados te insta a tomar atajos, como creo que lo muestran los encabezados que hablan de los empleados bancarios que maquillan cifras para poder cobrar sus bonos.
Por ejemplo, una persona que normalmente tomaría la decisión de perder siete kilos mejor podría tomar la decisión de hacer ejercicio todos los días, beber agua en lugar de bebidas azucaradas, comer verduras en la comida y en la cena, y no consumir bocadillos después de las 8:30 p.m. Y si alguien está tratando de echar a andar una empresa, tal vez sería mejor que se enfocara en explorar cinco nuevas posibilidades de negocio cada semana y en contactar a antiguos clientes cada cuatro meses.
La angustia que provocan los objetivos proviene del miedo al fracaso, pero si te enfocas en el proceso, lo que podría percibirse como fracaso en el contexto de los resultados tal vez no lo sea en verdad.
Yo tengo que recordarme esto a mí misma con frecuencia porque soy adicta a los objetivos y las metas. Una vez, por ejemplo, compartí con el público de mi blog un objetivo que fijé para el primer cuatrimestre de 2016. El objetivo era realizar exitosamente un entrenamiento de velocidad de 18 minutos que encontré en un artículo de la revista Oxygen. Estuve cerca de lograrlo, pero nunca terminé toda la sesión progresiva de dos minutos a 10 km/h, dos minutos a 11 km/h, dos a 13 km/h y dos a 14 km/h. Al final sólo logré hacer 90 segundos a 14 km/h y prácticamente tuve que saltar de la caminadora.
Después de eso entrevisté a un experto en objetivos y metas, y me lamenté de mi fracaso, pero él me recordó que la cifra para mi meta la había sacado de la nada. El entrenamiento de Oxygen no representaba nada en particular; lo cierto era que el 31 de marzo yo era más veloz que el 1 de enero. En el proceso de lanzarme de lleno al entrenamiento de velocidad logré muchas cosas que antes de eso nunca imaginé que podría llevar a cabo. Por ejemplo, corrí 1.6 kilómetros en menos de ocho minutos y también hice carreras cortas a 16 km/h. El hecho de pensar que había fracasado demeritaba el gran esfuerzo que hice. Por eso habría sido más útil enfocarse en el trabajo mismo. Si me hubiera enfocado en el trabajo, habría notado que cada día que corrí tuve avances. Con el tiempo, los pasos pequeños conducen a grandes logros.
Si lo que quieres es mantener un hábito a largo plazo, te recomendaría que tus objetivos durante el proceso fueran lo más sencillos posible. Hazlos tan fáciles de alcanzar que no te cueste trabajo cumplirlos. Establece metas que puedas exceder con regularidad, porque eso también te permitirá alimentar tu ego. En pocas palabras, estos sencillos objetivos son “mejor que nada”. De hecho, una amiga me sugirió llamarlos “objetivos MQN”.
Para tener rachas, es decir, periodos prolongados de aplicación de hábitos, tienes que enfocarte en los objetivos MQN. A mí siempre me ha intrigado la gente que logra hacer algo todos los días durante décadas, y tal vez eso se deba a que mi padre es ese tipo de persona. En el verano de 1977, cuando tenía 31 años y era profesor de religión en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, decidió que a partir de entonces leería más en hebreo. Para ese momento ya había dado clases en esta lengua y estudiado textos bíblicos antiguos, pero ahora quería que la práctica fuera parte de su vida. Empezó leyendo hebreo 30 minutos diarios y continuó haciéndolo por 40 años. Me contó que un día, en los ochenta, leyó unos 10 minutos, luego se distrajo y el día se terminó, pero, fuera de eso, su racha no ha tenido interrupciones. Leyó hebreo el día que nacimos yo y mi hermano menor, e incluso leyó los dos días que lo operaron de los ojos: la noche anterior se quedó despierto hasta medianoche y luego, al final del segundo día, después de la operación, ya se había recuperado lo suficiente para cubrir su cuota de lectura del día.
Yo heredé algunos aspectos de la personalidad de mi padre, pero hasta antes de 2017 nunca intenté conscientemente tener una racha. Digo “conscientemente” porque, ahora que lo pienso, estoy en una racha de varias décadas de cepillarme los dientes todos los días. También, desde que tengo memoria, dentro de cada periodo de 24 horas, he comido y he dormido en algún momento. Sé que es posible dejar pasar alguna de estas actividades un día entero, pero la vida me parece mejor si como y duermo todos los días. La gente con rachas verdaderamente duraderas suele sentir lo mismo respecto a sus hábitos.
Leer en hebreo a mí no me serviría de gran cosa, pero me encanta correr y establecer metas aunque no todas sean igual de útiles. Por todo esto, en la temporada de fiestas a finales de 2016, nueve meses después de que no pude cumplir mi objetivo de entrenamiento a velocidad progresiva, decidí intentar algo distinto: empezaría una racha de carreras. Me desafiaría a mí misma a correr por lo menos 1.6 kilómetros diarios. Sabía que era un objetivo MQN, un logro más bien ínfimo, pero me pareció buena idea ver qué pasaba.
Esta perspectiva MQN funcionó y me hizo correr más. No todos los días me daban ganas de hacerlo, pero nada más eran 1.6 kilómetros, una distancia que normalmente me toma menos de 10 minutos. Incluso en los peores días, cuando me sentía más lenta, tenía la nariz congestionada y el bebé se levantaba temprano, me subía a la caminadora y corría 12 minutos a 8 km/h con inclinación hacia el frente. Como sabía que podía rendirme después de 12 minutos, sólo continuaba corriendo. Cuando corres, el primer kilómetro y medio es el más difícil, así que para cuando ya lo había superado, me parecía correcto seguir. No tenía que hacerlo pero, si quería, podía continuar, y con frecuencia lo hacía.
Mi racha de correr cambió la conversación que solía tener conmigo misma. La pregunta ahora no sería si iba a correr, sino cuándo lo haría. Era nada más cuestión de pensar en mi agenda, y como la pregunta sólo era cuándo, la mayor parte de las circunstancias me permitía hacer una carrera corta al menos. Logré continuar la racha a pesar de algunas interrupciones que hubo al principio, como por ejemplo un bicho que me provocó problemas estomacales. Afortunadamente tuve la visión de correr antes de empezar a vomitar ese día y luego pasó lo mismo que con la operación de mi padre, es decir, para el final del segundo día ya había mejorado lo suficiente para correr un poquito. Gracias a esto comprendí que tenía en mis manos el poder de seguir adelante, y eso fue lo que hice. Corrí incluso una ocasión en que estaba en un hotel y la corredora del gimnasio no estaba disponible. ¿Qué hice? Corrí en mi habitación. Treinta días se convirtieron en 60, luego en 100, luego en 300, y así sucesivamente.
No quiero hacer muchos aspavientos al respecto porque sé que tal vez la racha termine antes de que este libro llegue a las librerías y definitivamente creo que no durará cuatro décadas como la de mi padre. También me conozco y sé que estoy sujeta a una tendencia a “exagerar” que puede provocar que quien termine mandando sea el hábito y no yo, o por lo menos que me orille a algunas extravagancias. En algún momento de la época MQN, en lugar de correr 1.6 kilómetros empecé a correr 1.7 porque quería cubrir esos instantes en los que más bien sólo caminaba ya que apenas estaba echando a andar la caminadora.
Dicho lo anterior, pensemos en la moraleja. Ahora que veo mis registros, me doy cuenta de que, en esta racha, con frecuencia he estado corriendo por lo menos cinco kilómetros diarios. Si me hubiera impuesto esa distancia como objetivo, no habría durado mucho porque, ¡estamos hablando de cinco kilómetros cada día! Una distancia como ésta habría sido demasiado para aquellos días en los que sólo podía correr 1.6 kilómetros. Disminuir las expectativas a un punto en el que se vence la resistencia es lo que hace posible tener logros mayores.
El secreto de ser prolífico
Al estudiar a la gente prolífica que logra muchas cosas, pero que de todas formas se ve relajada, me he dado cuenta de que su secreto suele ser el siguiente: las pequeñas tareas realizadas de forma repetitiva suman esfuerzo. No tienes que trabajar 24 horas al día, sólo tienes que, metafóricamente, poner un pie frente al otro, cumplir tu pequeño objetivo y volver a hacerlo. Si lo haces con suficiente frecuencia, tendrás logros que podrían parecer imposibles.
Katy Cannon, una novelista que vive en el Reino Unido, me dice que a lo largo de los años ella ha desarrollado una perspectiva más intensa de persistencia y abundancia. A principios de 2013, Katy tenía una hija de cuatro años, acababa de vender su primer libro y su contrato le exigía entregar otro manuscrito seis meses después, lo que parecía uno de esos desastres de vida y laborales de los que valdría la pena escribir una novela al estilo británico. Sin embargo, Katy lo logró y llegó todavía mas lejos, ya que en 2016 escribió y editó cinco libros, una novela breve y tres cuentos con el seudónimo de Sophie Pembroke.
Ahora te explicaré cómo esta escritora logra trabajar de una forma tan prolífica. Primero toma dos semanas para planear sus libros, delinea las escenas y trabaja con sus editores en los personajes y las tramas. Luego lleva a cabo el proceso de ejecución en periodos breves de actividad intensa, pone un temporizador y en bloques de entre 20 y 30 minutos de enfoque absoluto puede escribir una escena de hasta 800 o mil palabras. Todos los días hace dos o tres de estos bloques, con lo que generalmente logra escribir entre dos mil y tres mil palabras.
Tomando en cuenta que el empleado promedio en una oficina escribe cerca de dos mil palabras diarias en sus correos electrónicos, podría decirse que su cifra no es muy grande, sin embargo, dos mil palabras son suficientes porque le permiten a Katy seguir trabajando. En una semana de cuatro días, con dos o tres periodos intensos de escritura diarios, produce alrededor de 10 mil palabras, lo que significa que en unas siete u ocho semanas puede escribir un borrador de novela de entre 70 mil y 80 mil palabras. Si a eso añadimos el tiempo de planeación y las dos semanas de edición, tenemos un libro completo en 11 o 12 semanas.
¿Sus libros son perfectos? No, pero ningún libro lo es, ni siquiera los que se escriben en 11 o 12 años. Los libros idealizados que nunca llegan a salir de la cabeza del autor, en cambio, ¿dónde estarían si la realidad pudiera manchar su perfección? Creo que ni siquiera necesitaríamos tener esta conversación. Los libros de Katy Cannon tienen la virtud de que están completos y es posible conseguirlos, y gracias a eso los lectores se pueden deleitar con su lectura. Algo hecho es mejor que algo perfecto porque, sencillamente, lo perfecto no puede existir si no lo haces.
En buena medida, Katy escribe a toda velocidad por una cuestión meramente práctica: “¡No tengo tiempo de sentarme a esperar a la musa porque tengo que pagar mis deudas!”, explica.
Pero a la autora también le interesa desarrollar experiencia, porque sabe que la escritura constante genera su propio ciclo virtuoso. Entre más escribe, más ideas le llegan para nuevos libros, lo que significa que mientras está escribiendo uno ya está preparada para comenzar el siguiente. Entre más libros escribe, más eficiente se vuelve. “Detecto los problemas antes de que se presenten —explica—, ya casi no escribo textos que no funcionarán después.” Entre más libros escribe, más profundas se vuelven sus historias. “Cada uno de mis personajes hace lo suficiente para justificar su existencia en la historia desde el principio, las escenas funcionan mejor porque con cada una cubro dos o tres objetivos.” La persistencia permite que más elementos tengan cabida desde el inicio y por eso Katy no necesita estar adivinando. Puede evitar la angustia mental que le impide a la gente escribir las 800 palabras necesarias para presentarle al narrador un segundo personaje y para prefigurar una discusión que otros dos personajes tendrán más adelante. Hay tiempo para escribir la escena y tiempo para mejorarla después y, de hecho, nada de esto tiene por qué tomar años. “En general, el tiempo que se requiere no coincide con el que te imaginas —explica—, hay un punto en el que los rendimientos disminuyen.”
Amor es aceptación
La última área en la que eliminar las expectativas puede ayudarte a reducir la angustia y a liberar espacio en tu agenda es la de las relaciones con la gente, y eso nos incluye a nosotros mismos.
Como lo veremos en el siguiente capítulo, invertir tiempo en la gente suele ser algo positivo. Sin embargo, es necesario aceptarla como es. La gente puede cambiar, pero sólo porque decide hacerlo, no porque alguien más haya pasado suficiente tiempo preocupándose al respecto.
La crianza de los hijos es una lección particularmente extensa en lo que se refiere a eliminar expectativas, y de hecho empieza muy pronto: en cuanto es necesario hay que volver a arreglar esa habitación infantil que se veía increíble en Pinterest, porque, en la vida real, es necesario quitar sábanas manchadas a las 2:00 a.m. La noción de que los niños son tranquilos por naturaleza no coincide con ese momento en que descubres que tu hijo de menos de dos años es el que está mordiendo a todos los otros bebés de la guardería. La familia no puede cenar junta todos los días y, cuando puede, en muchos casos el menú incluye croquetas de pollo. Los niños a veces ven demasiada televisión y en algunos exámenes sacarán malas calificaciones, pero el hecho de que eso no suceda no significa que todo esté en orden. Un niño sin dificultades podría aburrirse sin remedio y empezar a tramar una escapatoria. No todo irá bien, gastarás mucho dinero para ir a Disney World y tu hijo se negará a salir de la piscina del hotel.
También puedes gastar grandes cantidades con el objetivo de que tus hijos sean diferentes y tal vez avances en ciertas áreas como sus modales en la mesa o lograr que se cepillen los dientes, pero a final de cuentas los niños son seres independientes y, una vez que se desvinculan de las expectativas de cómo deberían ser, por lo general se convierten en gente pequeña verdaderamente genial. Aceptar a los niños tal como son nos ofrece la oportunidad de ahorrar mucho tiempo y, lo más importante, nos permite disfrutar conocerlos.
También creo que es importante conocernos a fondo y ser tan amables como lo seríamos con cualquier otro amigo que conozcamos desde la infancia, porque eliminar las expectativas que tenemos para nosotros mismos es lo que más nos permite avanzar. Cada vez que me siento frustrada por la forma en que escribo, por ejemplo, me gusta leer las palabras que Ernest Hemingway usó para darse confianza en París era una fiesta: “No te preocupes, ya has escrito antes y también lo harás ahora. Lo único que tienes que hacer es escribir una oración verdadera. Escribe la oración más verdadera que puedas”. ¿A qué autor le molesta escribir una oración? Un párrafo primero y luego otro. Las palabras que necesitan salir saldrán si persistes con amabilidad. El amor, incluso el amor propio, es paciente, y ser paciente es sinónimo de ser generoso con el tiempo.
En cuanto a Laureen Marchand, te puedo decir que el año siguiente lo ocupó en realizar un cambio mental. “La actitud de ‘pinta cuando puedas’ marcó una gran diferencia en mi vida — cuenta—, me ayudó a entender que estresarme por no poder estar en mi estudio no mejoraba la situación en nada, sólo reducía la energía que me quedaba para trabajar cuando tenía tiempo disponible.” Pero hubo más: “También me ayudó a ver que los sentimientos que pintar engendra en mí son más valiosos que cualquier sensación que me puedan producir mis otros compromisos”.
En cuanto pintar hizo que Laureen se sintiera bien en lugar de estresada, la artista descubrió que en verdad tenía que hacerlo más, y entonces se propuso hacer del arte su prioridad en la vida.
Por eso, cuando se dio cuenta de que su labor voluntaria le estaba quitando demasiado tiempo, pidió permiso para ausentarse del supermercado. Luego se comprometió a exponer sus pinturas de flores inundadas de luz en marzo de 2017 y duplicó el tiempo que pasaba en el estudio. En 2016 terminó tres pinturas y luego aceleró el paso y completó cinco más en los primeros meses de 2017.
La actividad fue intensa, Laureen estuvo en su estudio casi todos los días y la última pintura la terminó a las 3:00 p.m. de un martes. La inauguración era el sábado. La artista llevó la pintura a la galería el viernes. “Como eran pinturas de aceite y les tomaba algún tiempo secarse, ni siquiera podía cubrirla con una bolsa de plástico”, cuenta. Sin embargo, la exposición salió de maravilla. “La asistencia fue excelente” y las ventas también.
Laureen estaba orgullosa de todo lo que había hecho. Privilegiar la pintura fue muy emocionante, pero la artista también fue amable consigo misma respecto al tiempo que había pasado sin pintar. “Me sorprende un poco descubrir que no me culpo de no haber tomado la decisión antes —explica—. Si hubiera podido, lo habría hecho. Y, cuando pude, lo hice.” Hubo cosas a las que tuvo que renunciar. Por ejemplo, extrañaba ver a sus vecinos en la tienda de abarrotes. “Pero encontraré otra forma de conectarme que no me cause tanta fatiga —dice—. Probar una vida exclusivamente dedicada al arte me quitó el gusto por atender la agenda de otros.”