La paradoja del tiempo
Considero que el tiempo es solamente una idea.
Mary Oliver, “Cuando llegue la muerte”
Un viernes de julio, hace no mucho tiempo, desperté en la habitación de un hotel en un pueblito llamado Bar Harbor, en Maine. Michael, mi esposo, tenía que hacer un viaje de trabajo ese fin de semana y decidimos viajar juntos, así que mi madre y mi tía fueron a la casa para cuidar a nuestros cuatro hijos pequeños. Poco después nos enteramos de que en realidad no tendríamos que viajar y aprovechamos la oportunidad para hacer una excursión exclusivamente para adultos en el Parque Nacional Acadia. El jueves por la noche tomé el último vuelo que salía de Filadelfia y, en medio de una tormenta de medianoche, manejé de Bangor a la costa. Michael venía de Seattle y planeaba encontrarse ahí conmigo más o menos a la hora de la comida del día siguiente.
Así pues, para el viernes por la mañana estaba sola en la costa. Desperté poco a poco, me puse ropa para hacer ejercicio y salí a explorar. Era una hermosa mañana de verano; el sol acababa de salir, pero ya había secado todos los rastros de lluvia y neblina de la noche anterior. Corrí hacia el mar y entré formalmente al pueblo de Bar Harbor cuando todos empezaban a despertar. Los aromas del desayuno salían de los restaurantes y, tal como sucede en el libro infantil One Morning in Maine (Una mañana en Maine), de Robert McCloskey, vi botes, árboles de hojas perennes y colinas. Un suave viento empujaba las olas y el rocío hacía que el calor de julio fuera más amable con la desnudez de mis brazos. Mientras corría por el estrecho sendero lleno de rocas y flores junto al agua, fui disfrutando esta agradable sensación y pensando casi en nada hasta que en mi mente surgió la angustia que todos conocemos: Muy bien, ¿qué hora es? ¿Qué tengo que hacer ahora?
Pero no tenía que hacer nada a continuación, podía elegir con toda libertad la siguiente actividad. Entonces recordé una frase de aquel verano en que tenía 17 años y tomaba las órdenes a la hora de la cena en el restaurante Fazoli, en la carretera estatal 933, en Indiana. En cuanto terminaba mi turno checaba la tarjeta y entraba en un estado de autonomía porque por fin me había “liberado del reloj”.
Ese momento en que eres libre de hacer lo que quieras con tu tiempo es algo mágico y, para muchos como yo, también es una sensación peculiar y fugaz. A pesar de que mi trabajo se ha vuelto increíblemente más cómodo desde aquella época en que ganaba 4.90 dólares por hora en el verano, actualmente tengo otras obligaciones que, al igual que aquéllas de las que estaba huyendo cuando fui a Maine, conspiran para crear una nueva realidad en la que, en años recientes, se me dificulta señalar días en que haya sentido esta libertad total. Esto fue lo que escribí un día libre que logré tener en un viaje a San Diego:
No podría decir que mis pensamientos fueran particularmente profundos… Sólo pasé mucho tiempo contemplando el mar, leyendo y pensando. Ah, y caminando: di 20 mil pasos. Fue agradable no sentir prisa. Como no había un reloj haciendo tictac y nadie me estaba esperando, pude ver la puesta de sol en paz. Completa. Creo que ése es el aspecto más difícil de tener hijos: estar obligada a ser responsable con mis horas todo el tiempo.
La gente ocupada puede identificarse con esta sensación y supongo que pertenezco a esta categoría por varias razones. Mi esposo y yo tenemos carreras que involucran viajar y reunirnos con clientes, y en este preciso momento, Jasper, Sam, Ruth y Alex, nuestros niños, tienen menos de 10 años. Dada la complejidad de la situación resulta lógico que yo sepa en qué ocupo mi tiempo, pero como además me gano la vida dando conferencias y escribiendo sobre el manejo del mismo —lo que hace que la responsabilidad se convierta en una virtud—, estoy obligada a luchar con mis sentimientos encontrados de una manera más intensa que los demás.
Sentir que te liberas del reloj es estimulante y representa un elemento clave de la felicidad humana. Sin embargo, la vida se vive en horas, y para tener una buena vida es necesario resguardarlas celosamente. Este resguardo a veces exige tomar decisiones basadas en nuestro interés por el tiempo. Por ejemplo, para tener esa mañana libre en Maine tuve que resolver la logística del cuidado de mis hijos, los vuelos y la renta de los automóviles. Librarme del reloj en San Diego exigía sistemas logísticos similares y también implicaba llevarme a mí misma hasta ese mar trascendente en lugar de ver pasar en las redes sociales publicaciones sobre las experiencias de otras personas en sus propios mares trascendentes. Dicho de una manera más general, es difícil relajarse y disfrutar el tiempo cuando en el horizonte se asoman proyectos inminentes cuyos elementos todavía no has planificado por completo, o en medio del malestar que provoca saber que hay franjas enteras de tu “salvaje y valiosa vida”, como la llama la poeta Mary Oliver, que se pierden en la vaga ansiedad del tráfico, en reuniones sin sentido y en eventos similares que el cerebro ni siquiera logra registrar en la memoria.
Así pues, hemos llegado a algunas paradojas. Liberarse del reloj te ofrece independencia para usar tus horas pero, al mismo tiempo, esta independencia es producto de la disciplina que tengas con ellas.
Al pensar en estos asuntos uno puede empezar a deambular entre complicaciones filosóficas cuya resolución exigiría muchas horas de correr por la costa, pero creo que parte de la sabiduría implica saber que dos conceptos contradictorios pueden ser correctos cuando se les aprecia desde una perspectiva más amplia. La clave consiste en llegar al precipicio y encontrar el punto de observación correcto para poder ver el panorama completo.
Este libro es sobre cómo encontrar ese punto de perspectiva para entender la libertad para usar el tiempo. Se trata de cómo desarrollar una nueva mentalidad. Siempre habrá una tensión entre saber cómo gastamos nuestro tiempo e ir más allá de la obsesión con los minutos, pero dicha tensión no implica que no sea posible hacer las dos cosas. Respetar el tiempo implica aceptar ciertas verdades: que es valioso y que tenemos bastante. El tiempo es finito y por eso debemos elegir con cuidado cómo lo ocuparemos, pero también es abundante y, por lo tanto, contamos con suficiente para hacer cualquier cosa que en verdad importe.
¿QUIÉN SE SIENTE PRESIONADO DE TIEMPO?
Buena parte de la discusión de la vida moderna se basa en la primera parte de esta paradoja. Cuando es lunes por la mañana y alguien pregunta: “¿Cómo estuvo tu fin de semana?”, los colegas responden con la popular respuesta: “Ajetreado”. Si tomáramos en cuenta lo que la gente dice, podríamos asumir que a todos nos hace falta tiempo, pero si analizamos esta percepción con más detenimiento descubriremos que decir “todos” es una exageración. En una visita reciente que hice al gimnasio, un sábado por la mañana —después de dejar a Sam en una reunión con su equipo de lucha para el calentamiento antes del combate—, noté que las señoras mayores que acababan de salir de la alberca y que estaban en los vestidores conmigo seguían ahí cuando regresé de correr tres millas en la caminadora. ¿Por qué no hacerlo si estaban disfrutando la compañía de las otras? ¿Para qué apresurarse?
La agencia Gallup lleva a cabo con bastante frecuencia encuestas sobre el estrés respecto al tiempo. En 2015 descubrieron que las personas con empleo son más proclives a decir que no tienen tiempo para hacer lo que quieren (61%) que las personas que no trabajan, como los jubilados (32%). De la misma manera, la gente que tiene niños en casa es más proclive a decir que siente estrés respecto al tiempo (61%) que quienes no tienen niños (42%).
Estas estadísticas parecen sugerir que el secreto de la abundancia de tiempo consiste en dejar de trabajar y no tener familia, pero el problema es que estas opciones presentan desventajas obvias y, además, simplifican demasiado la ecuación. Si seis de cada 10 personas que tienen empleo o niños se sienten presionadas respecto al tiempo, eso significa que las otras cuatro, que también enfrentan este tipo de responsabilidades, sí tienen tiempo para hacer lo que quieren.
Después de muchos años de estudiar horarios y calendarios, puedo decir que he conocido a una gran cantidad de gente que pertenece a este último grupo y, efectivamente, se ve bastante ocupada. Sin embargo, a pesar de las infinitas exigencias respecto a su tiempo, estas personas también se ven… relajadas. Recuerdo bien una conversación que tuve con una ejecutiva a quien deseaba entrevistar para saber más sobre su asombrosa productividad. Empecé nuestra llamada asegurándole que no le quitaría mucho tiempo y ella se rio. “Ah, no te preocupes, tengo todo el tiempo del mundo”, me dijo.
Técnicamente no era cierto, pero lo que quiso decir era que había decidido hablar conmigo y que había estructurado su vida de tal forma que las otras actividades esperaran mientras ella se enfocaba en lo que le parecía valioso y por eso no necesitaba apresurarse. Sí, yo iba encarrerada a todos lados mientras la ejecutiva había logrado liberarse del reloj, pero, naturalmente, era porque ella contaba con un sistema de apoyo que le permitía hacerlo, el cual incluía una asistente que lidiaba con las interrupciones. Por otra parte, debo decir que he conocido a otras personas como ella y me he dado cuenta de que su serenidad no necesariamente proviene del hecho de que pueden hacer que otros los esperen, sino de que sus agendas no están repletas porque así lo han decidido.
Esta misma mentalidad se refleja en esas personas que todos hemos conocido, que no parecen aceptar los límites normales de lo que es posible hacer con el tiempo. Es gente con carreras florecientes, gente que disfruta de su familia y sus amigos. Hacen ejercicio casi todos los días y también hacen trabajo voluntario y leen los libros que el resto de nosotros aseguramos que no podemos ni siquiera abrir porque nuestra frenética vida no nos lo permite.
Tienen un nivel de calma envidiable y una mentalidad que me causa curiosidad. ¿Cómo estructura su vida la gente que, a pesar de estar muy ocupada, también logra relajarse? ¿Cuáles son sus hábitos? ¿Qué opciones eligen?
Análisis de un diario
Me encanta escuchar las historias que cuenta la gente respecto a su agenda, pero también me agrada la información y las cifras, y por eso a principios de 2017 me dispuse a responder mis preguntas sistemáticamente. Recluté a más de 900 personas pertenecientes a una de las dos categorías que, de acuerdo con los descubrimientos de Gallup, se identificaban más con el estrés respecto al tiempo: trabajaban a cambio de un salario (especifiqué que debían trabajar más de 30 horas a la semana) o tenían niños de menos de 18 años viviendo en casa.
El 28 de marzo les hice preguntas respecto a su vida: cuál era su rutina de transporte, sus hábitos de ejercicio y qué hacían justo antes de ir a acostarse entre semana. Luego les pedí que hicieran un recuento, hora por hora, del día anterior, lunes 27 de marzo de 2017. Finalmente les pedí que respondieran preguntas sobre lo que sentían respecto a su tiempo ese lunes y que me dijeran qué sentían respecto al tiempo de manera general. La gente calificó lo mucho que estaba de acuerdo o en desacuerdo con varias frases sobre la abundancia del tiempo como: “Generalmente siento que tengo suficiente tiempo para las cosas que quiero hacer” y “Ayer me sentí más presente que distraído”.
Cada persona obtuvo una calificación sobre la percepción del tiempo con base en sus respuestas a 13 preguntas. Las respuestas manejaban un rango de siete puntos que iban de “estoy completamente en desacuerdo” (1) a “estoy completamente de acuerdo” (7). Mi equipo de investigación analizó los registros de lo que la gente había hecho con su tiempo y buscó palabras clave. Vimos las diferencias entre la gente con una calificación alta (dentro del 20% superior de las calificaciones numéricas para la encuesta) y la gente con calificación baja (en el 20% inferior). Asimismo, observamos con cuidado los registros de nuestros casos atípicos, es decir, la gente en el 3% superior y el 3% inferior.
Las respuestas eran fascinantes. El lunes 27 de marzo de 2017 contenía la misma cantidad de tiempo para todas las personas del estudio, pero la percepción respecto a esas 24 horas discrepaba ampliamente. Me intrigó ver que la gente se sentía mejor en cuanto a su tiempo de “ayer” que respecto al tiempo en general, lo cual es un fenómeno que respalda los hallazgos de otros estudios que también fueron realizados con base en los diarios de algunas personas: la gente que dijo que se sentía más satisfecha con lo que hizo “el día de ayer” trabajaba menos, dormía más y tenía más tiempo libre en la vida real que en la imagen que tenía de su vida en la mente.
Aun así, las respuestas que obtuve sobre cómo invierte la gente su tiempo me permitieron descubrir aspectos significativos y en ocasiones ilógicos. Creo que estas revelaciones son importantes para cualquier persona de cualquier grupo demográfico que quiera sentirse menos ocupada y al mismo tiempo lograr más, e incluso para quienes no tienen niños en casa, pero están sometidos a muchos otros compromisos.
En primer lugar, las personas que sienten que tienen tiempo suficiente son extremadamente cuidadosas con sus horas y saben en qué invierten cada momento. Son gente que acepta la responsabilidad de su vida y planea sus días y sus semanas con anticipación. También es gente que reflexiona sobre su vida y trata de averiguar qué le ha funcionado en el pasado y qué no.
Estas personas diseñan e incluyen aventuras en su vida, y lo hacen incluso cualquier lunes de marzo porque saben que los recuerdos valiosos pueden expandir el tiempo en el momento que suceden, pero también cuando se les aprecia a través del retrovisor.
Es gente que elimina de su vida cualquier actividad que no deba estar ahí, lo cual incluye cargas autoimpuestas que obstaculizan el tiempo sin una razón importante, como puede ser la conectividad constante. No resulta sorprendente que uno de los hallazgos más asombrosos de mi encuesta fuera la diferencia entre la cantidad estimada de veces por hora que revisan su celular las personas que se sienten relajadas respecto al tiempo y la cantidad de aquéllas a las que les causa ansiedad.
La gente que siente que tiene tiempo suficiente sabe cómo permanecer en los momentos que merecen su atención, es decir, pueden extender el presente cuando vale la pena hacerlo.
Estas personas invierten sus recursos para maximizar la felicidad y, cuando les es imposible evitar la incomodidad, encuentran la manera de lidiar con ella e incluso de saborear el tiempo aun cuando otros desearían que la situación terminara pronto. Renuncian a sus expectativas de perfección y de grandes resultados a corto plazo, y aceptan que lo que hay es suficientemente bueno porque saben que el progreso constante a largo plazo es un fenómeno imparable.
Por último, estas personas también saben que vale la pena invertir su tiempo en otros. Descubrí que la gente que invirtió tiempo de calidad en sus amigos y familiares ese lunes de marzo era mucho más proclive a sentir que tenía suficiente tiempo para hacer lo que quería que la gente que pasó ese mismo día viendo la televisión.
Este libro nos muestra cómo desarrollar habilidades para sentirnos menos ocupados y para lograr más en nuestra vida cotidiana. Las estrategias que aquí se presentan le pueden ayudar a cualquiera a alcanzar la libertad en cuanto al tiempo. Si sientes que tu vida está fuera de control, las estrategias pueden ayudarte, pero también te servirán si tu relación con el tiempo es buena y quieres llevar tu carrera, tus relaciones y tu felicidad personal al siguiente nivel. A pesar de la ya conocida reputación de los libros de autoayuda, la verdad es que la mayoría de los lectores ya lleva una buena vida. La gente adquiere libros sobre manejo del tiempo porque, aunque tiene una existencia satisfactoria, se da cuenta de que en toda esa felicidad todavía hay espacio para sorprenderse aún más.
La vida nos ofrece posibilidades que ni siquiera imaginamos, pero lo que más nos atrae es la idea de tener una existencia plena y tranquila. La mayoría quisiera extraerles más alegría a sus horas por una razón muy sencilla: la vida está hecha de horas, como las del 27 de marzo de 2017 que registramos para nuestro estudio. La forma en que vivamos esas horas y la capacidad de aprovecharlas al máximo es lo que puede imbuirle más riqueza a nuestra existencia.
¿Qué tan pocos días tenemos?
Esto nos lleva a la paradoja original del uso correcto del tiempo. ¿Cómo es posible que el tiempo sea valioso, pero también abundante? Tengo la sospecha de que esta pregunta nos resulta un embrollo porque solamente incluye palabras positivas. Si añadiéramos un aspecto negativo (escaso, tedioso), llegaríamos a una simple y lamentable realidad de la vida: nos la pasamos contando los minutos para llegar a la actividad siguiente, a pesar de que, en un sentido más extenso, el tiempo va desapareciendo como la arena de un reloj.
Los días son largos, pero los años son cortos. Gracias a las fechas en ambos lados del guion que aparece en la biografía de cualquier persona, sabemos que la duración de nuestra vida es limitada. El 15 de abril de 2017 murió una mujer italiana llamada Emma Morano. Emma nació el 29 de noviembre de 1899 y era la última persona viva conocida que nació en el siglo XIX. Aunque el siglo XIX no forma parte de la historia antigua, todo lo que sucedió en él ha tenido un impacto en la vida que llevamos actualmente. Ahora, sin embargo, forma parte de la memoria institucional y ya no queda un solo humano en este planeta que lo haya vivido.
“Haznos saber qué tan pocos días nos quedan para que nuestras mentes puedan tener sabiduría”, implora el salmista. Recientemente caí en una de las indulgencias de la mediana edad y empecé a calcular esos días. Las gráficas de los Centros para el Control de Enfermedades revelan que una mujer como yo, nacida en 1978, el día de su nacimiento tenía la esperanza de llegar a vivir 78 años. Eso me da 683 760 horas de vida, incluyendo los años bisiestos. Justamente ahora que estoy escribiendo este libro, mi cumpleaños número 38 quedó atrás hace poco y me encuentro en el punto de rotación del tiempo. Casi la mitad ya la viví y ya se fue, lo que me deja con aproximadamente 350 640 horas aunque, por supuesto, esta esperanza de vida refleja la mortalidad infantil y adolescente que, al parecer, ya eludí. Si llegara a los 65 años, tal vez podría esperar que mi muerte se presentara a los 83.4, lo cual me brindaría 47 328 horas adicionales. Ya tomando todo en cuenta, la probabilidad me ofrece cerca de 400 mil horas restantes.
A primera vista, la cifra parece suficientemente expansiva a pesar de que es la suma completa, poco más o menos. Si la divido en cantidades más reconocibles, la cifra nos da aún más que pensar. Ocho horas de sueño equivalen a 1/50 000 de la vida que aparentemente me resta, y una semana laboral de 40 horas equivale a 1/10 000. Como lo explicaré más adelante, llevo un registro de mi tiempo en hojas de cálculo y todos los lunes abro una nueva. Si continúo con este hábito, todavía tengo 2 381 hojas semanales por abrir y si llego a los 83.4 años, solamente me quedan 45 oportunidades más de ver las flores aparecer en la primavera y estaré despidiéndome de las vicisitudes de la vida precisamente cuando florezcan en esa cuadragésima quinta ocasión.
Los monjes medievales le llamaban memento mori a este tipo de reflexión, es decir, esos momentos en los que comprendemos qué tan finitos son nuestros días. Pero, a pesar de que he hecho esta reflexión, cada vez que trato de ubicar los sucesos en relación con las veces que han florecido las magnolias y los cerezos en las últimas ocasiones, me da la impresión de que incluso los florecimientos más recientes sucedieron hace una eternidad. Cuatro abriles antes de que escribiera esto no tenía idea de que mi cuarto hijo nacería, pero ahora pienso: ¿acaso existió el tiempo antes de Alex?
Ésta es la naturaleza de la percepción del tiempo: hay muy poco verdaderamente claro al respecto. Una noche en una sala de emergencias puede parecer eterna, es como si el segundero del reloj prácticamente dejara de moverse; mientras tanto, el cantante de música country nos implora que “ni siquiera parpadeemos” para no perdernos las décadas que pasan a toda velocidad.
El tiempo se distorsiona cuando lo observamos en secciones más amplias. El otro día, por ejemplo, escuché una canción en la radio que desencadenó recuerdos de la primavera de 1996, cuando tenía 17 años. Entonces reflexioné y vi que los 21 años que habían pasado entre esa primavera y el momento en que escuché la canción podían dividirse en tres segmentos de siete años, separados por sucesos que definieron mi vida actual. Conocí a mi esposo en 2003; mi primer libro sobre manejo del tiempo fue publicado en 2010 y, sin embargo, al verlo en retrospectiva, los años entre 1996 y 2003 parecen más largos que los que pasaron entre 2003 y 2010, pero sólo hasta que reviso mis calendarios viejos y me doy cuenta de qué fue lo que consumió mi tiempo. Y entonces esos años crecen en cuanto recuerdo los prolongados viajes o los libros que escribí y que me tomaron muchas horas, pero que muy poca gente leyó. Recuerdo que sentí que mis embarazos fueron muy largos y, de hecho, marqué cada semana que iba pasando. Luego, cuando nacieron mis hijos, dejé de anotar cada jueves que se iba. El tiempo desaceleró y luego cobró velocidad.
El tiempo parece moverse a un paso distinto dependiendo de las circunstancias y esto da lugar a preguntas intrigantes: ¿podemos alterar nuestra percepción del tiempo si interactuamos con él de una manera distinta? ¿Podemos desarrollar las habilidades necesarias para que los tiempos felices pasen con tanta lentitud como los tiempos malos?
Yo creo que es posible, al menos hasta cierto punto. En parte, este libro es sobre mis esfuerzos por lograr que el tiempo se sienta más rico y pleno, para que esos años que todos dicen que son tan cortos los percibamos más como un tapiz intricado que como un resbaloso piso de linóleo. Estoy tratando de permanecer en el punto de giro de la vida un poco más, estoy buscando espacio en este circo que es la vida. Trato de aprovechar al máximo esas 400 mil horas que se están deslizando de un lado al otro del reloj de arena.
LA LIBERTAD TIENE MUCHAS FACETAS
Como la vida es compleja, el concepto de liberarse del reloj y experimentar la independencia en relación con el tiempo también es complicado. Este libro explora distintas maneras en que podemos interactuar con el tiempo y escapar de su incesante tictac. En algunos casos, liberarse del reloj puede implicar la ausencia de cualquier obligación, como fue el caso de aquella mañana que pasé en Maine, porque es adorable disfrutar un poco de tiempo de calidad, particularmente si en tu vida hay demasiadas actividades ineludibles. La gente que se despierta todos los días muy temprano para transportarse a una oficina demasiado lejana, en donde pasa horas enteras haciendo lo que alguien más le ordena, probablemente considerará que liberarse del reloj equivale a la definición tradicional de “no trabajar”.
Sin embargo, gracias a mis estudios con gente que siente que el tiempo es abundante, he notado que también es posible liberarse del reloj incluso cuando se lleva a cabo trabajo pagado. Cuando te encuentras absorto en resolver un problema interesante, puedes perder la noción del tiempo, de la misma manera que podría suceder durante una cena con viejos amigos. Y no sólo eso: al organizar esa cena con los amigos, de inmediato notarás que, aunque es fácil relajarse cuando no se tienen obligaciones específicas como me sucedió en Maine, a veces tener planes nos sirve para sentirnos más relajados que cuando no tenemos que obedecer una agenda. Quedarse un buen rato bebiendo vino con los amigos implica invitarlos a casa y estar al pendiente de la fecha en que eso sucederá, pero en cuanto llegan podemos sentir que el tiempo es verdaderamente abundante y divertirnos mucho más que si pasáramos una tarde haciendo lo que la mayoría de la gente hace cuando no tiene nada en la agenda: viendo televisión o contemplando el celular el tiempo suficiente para angustiarse.
A veces los compromisos nos dan más tiempo, literalmente. En uno de los experimentos más famosos del estudio de las ciencias sociales se les entregaron plantas a algunos de los residentes de un asilo y éstos vivieron más tiempo y tuvieron mejor salud que los residentes que no tenían responsabilidades de este tipo. Ser longevo y tener buena salud te da la libertad de hacer cosas que de otra manera no podrías, pero este fenómeno también se presenta en otros contextos de obligación. Un matrimonio fuerte, por ejemplo, se enfrenta a tantas necesidades emocionales que los miembros de la pareja se sienten con libertad de correr riesgos importantes en el mundo exterior. Asimismo, aunque tener niños exige una enorme cantidad de trabajo, la intensidad emocional que implica criarlos puede desacelerar el tiempo, siempre y cuando te abras a esa posibilidad.
Tal vez esto suene paradójico de nuevo, pero libertad no significa no tener ninguna obligación. Lo que sí me parece útil es señalar que la libertad puede ser multifacética y que para entenderla tienes que observarla desde una perspectiva más amplia. Existe la libertad de no hacer las tareas que no queremos y existe la libertad de hacer lo que queremos, pero para encontrar el equilibrio adecuado es necesario entender en qué momento los compromisos se convierten en una carga y cuándo se vuelven un beneficio.
Por último, debo aclarar que, en mi definición, tener libertad con el tiempo tiene que ver con vivir momentos dichosos sin obligaciones inmediatas, como es el caso de mi mañana en Maine, pero también con elegir obligaciones, entre las que se incluyen los caminos que creemos hacia el futuro con los planes que tengamos. El objetivo es construir una vida que tenga significado y que nos permita experimentar la abundancia del tiempo, se trata de comprometerse plenamente con estos compromisos para convertirlos en fuentes de identidad. Preocuparse por la comunidad es un concepto abstracto, pero en la experiencia de las horas cuidar el jardín de un vecino podría ser el ejemplo concreto. Estas decisiones implican compromisos, pero también nos ayudan a estirar el tiempo, porque cuando eliges invertirlo en actividades como la anterior, en tu mente te conviertes en el tipo de persona que tiene tiempo para hacer algo así. De la misma manera en que una persona adinerada reparte su capital en distintas inversiones, tú puedes asignar tus recursos para obtener los rendimientos que deseas.
En este libro argumentaré que las correlaciones que podrían parecer claras en el estudio que hice con los diarios personales no operan en la dirección obvia, ya que, por ejemplo, en comparación con quienes sienten que tienen menos tiempo, la gente que siente que tiene más prefiere invertirlo en actividades de reflexión como rezar, meditar o escribir un diario. Esto no significa que quienes sienten que tienen más horas libres también tengan oportunidad de reflexionar más, porque después de todo la gente que obtuvo calificaciones bajas en cuanto a la percepción temporal pasa más tiempo en las redes sociales y viendo la televisión que la gente con calificaciones altas. La diferencia radica en que algunas personas le asignan tiempo al pensamiento y la reflexión, y, por ende, sienten que tienen más.
Dado que el tiempo es fluido, este sistema de asignación puede variar dependiendo de las distintas estaciones, pero en realidad liberarse del reloj significa lidiar con el tiempo en tus propios términos, porque tú eres quien tiene el control. El tiempo no es algo a lo que debas temerle, no es el golpeteo constante de un tambor camino a la muerte. No es más que una idea que debe estudiarse y manipularse de la misma manera en que un artista usa sus materiales. Una vez que desarrolles esta actitud de libertad podrás tomar decisiones que te permitan extender el tiempo para las actividades que te interesen. Podrás liberar tiempo siempre que quieras. Podrás jugar con tus tareas para que una cantidad mayor de las mismas se ajuste a tu vida mejor de lo que imaginas y serás capaz de intensificar la experiencia de los momentos individuales a un punto tal que te parecerá que el tiempo casi se detiene.
EL INICIO DE UN VIAJE
Este libro es sobre gente que lleva una vida muy agitada, pero que de todas maneras considera que el tiempo es abundante. En él se explica de qué forma estructuran su ajetreada vida este tipo de personas para evitar el estrés y para sentirse mejor respecto a las horas con que cuentan.
Comparto estas estrategias con la esperanza de que le ayuden a cualquier persona que constantemente sienta que se está quedando rezagada y que no sepa cómo escapar de un ajetreo que en realidad no eligió tener. Aunque sé que el manejo del tiempo por sí mismo no parece un tema muy profundo, espero que el libro motive a los lectores a hacerse preguntas más importantes respecto al significado y el propósito. También sé que no es difícil percibir un dejo de egoísmo y de superficialidad en este tema. Los humanos giramos en un planeta improbable en medio del frío espacio y los encabezados nos traen noticias de violencia, crueldad y desastres que cambian la vida de muchos incesantemente. Y, sin embargo, aquí estamos discutiendo cómo convertir una reunión de 60 minutos en una de 45. El hecho de creer que puedes manejar tu tiempo es un privilegio, y a menudo, el “privilegio” se convierte en una discusión en sí mismo. Sin embargo, sospecho que la discusión prevalece tanto entre los críticos de la literatura del manejo del tiempo como entre sus defensores. Pongámoslo de esta manera: si tienes horas para leer escritos respecto a que la gente moderna no está tan ocupada como parece y si tienes tiempo para elaborar refutaciones detalladas sobre lo ocupada que está, lo más probable es que tampoco te haga mucha falta el tiempo.
Creo que casi todos queremos hacer lo posible para aprovechar al máximo lo que nos ha sido otorgado. Aprender a lidiar con el tiempo en tus propios términos es un proceso, o al menos lo es para mí. Yo no soy la típica narradora de libros de autoayuda que tocó fondo y luego vivió una epifanía que ahora le permite rescatarse a sí misma y a otros. No, mi vida no es tan interesante. Más bien me considero una estudiante a la que le gusta analizar datos. Me gusta cuestionar lo que otros dan por sentado, me gusta evaluar lo que funciona y lo que no en todas las esferas de la vida para hacer que mañana sea un mejor día que hoy.
Hay días en que no veo pruebas de este avance y, para colmo, mis fracasos van en ambos sentidos. Me pongo frenética porque todo me sale mal justo cuando estoy a punto de abrir la puerta y ya se me hizo tarde para llegar al aeropuerto, y también he sido capaz de, en una hermosa tarde de primavera, desperdiciar horas enteras revisando los comentarios en torno a un artículo que ni siquiera valía la pena leer para empezar.
Hay otros días, sin embargo, en los que me va mejor. Acomodo mis horas para poder tener esa mañana abierta entre los botes de Bar Harbor y luego, mientras corro por esa misma zona, encuentro entre mis pensamientos esa frase que he estado buscando y que luego se convierte en una idea para un libro. El libro representa un compromiso de muchas horas, pero son horas que paso inmersa en la dicha y a veces incluso sintiéndome libre de la tiranía del reloj. El tiempo pasa, pero no de una forma apresurada. Por un rato, pasa más como las olas que rompen en esa costa de Maine: con suavidad, calma y serenidad.
LOS SECRETOS DE LA GENTE QUE TIENE TODO EL TIEMPO DEL MUNDO