La mujer de la agencia de noticias francesa estaba visiblemente contrariada por el encargo que había recibido: una entrevista con hippies —¡hippies!— en plena Turquía, que viajaban en autobús hacia Asia como cualquiera de los muchos inmigrantes que iban en la dirección opuesta en busca de las riquezas y oportunidades de Europa. No tenía ningún prejuicio, ni contra unos ni contra otros, pero ahora que empezaban los conflictos en Oriente Medio —el télex no dejaba de vomitar noticias, había rumores de que en Yugoslavia se estaban matando unos a otros, Grecia estaba en pie de guerra con los turcos, los kurdos querían autonomía, el presidente no sabía qué hacer, Estambul se había convertido en un nido de espías en el que convivían agentes del KGB y de la CIA, el rey de Jordania había aplastado una rebelión y los palestinos prometían venganza—, ¿qué hacía ella allí, en aquel hotel de tercera categoría?

Cumplir órdenes. Había recibido una llamada del conductor del Magic Bus, un inglés experto y simpático que la esperaba en la entrada del hotel, que tampoco entendía el interés de la prensa extranjera en el asunto, pero que había decidido colaborar de la mejor manera posible.

No había ningún hippie en la entrada, excepto un tipo que se parecía a Rasputín y un hombre de unos cincuenta años, sin mucha pinta de hippie. Al lado de una chica joven.

—Es el que va a contestar a las preguntas —dijo el conductor—. Habla su idioma.

La ventaja era que hablaban francés, lo que haría la entrevista más fácil y más rápida. Empezó por situarlo en el tiempo y el espacio (nombre: Jacques / Edad: 47 años / Natural de: Amiens, Francia / Profesión: exdirector de una empresa francesa líder en cosméticos / Estado civil: divorciado).

—Supongo que ya lo han informado de que estoy escribiendo un reportaje, a petición de la agencia France-Presse, sobre esta cultura, que, por lo que he leído, surgió en Estados Unidos...

Se controló para no decir «de los hijos de papá ricos que ya no saben qué hacer».

—... y se esparció como el viento por todo el planeta.

Jaques asintió con la cabeza, mientras la periodista también pensaba añadir: «En realidad, en las zonas en las que viven las mayores fortunas del planeta».

—¿Qué quiere saber exactamente? —preguntó Jacques, arrepentido de haber aceptado la entrevista porque el resto del grupo estaba conociendo la ciudad y divirtiéndose.

—En fin, sabemos que es un movimiento sin prejuicios, basado en las drogas, la música, grandes conciertos al aire libre en los que todo está permitido, viajes, absoluto y total desprecio por todos los que luchan en este momento por un ideal, por una sociedad más libre y más justa...

—¿Como por ejemplo...?

—Como los que intentan liberar a los pueblos oprimidos, denunciar la injusticia, participar en la necesaria lucha de clases por la que la gente entrega su sangre y su vida para que el único futuro de la humanidad, el socialismo, deje de ser una utopía y pueda ser pronto una realidad.

Jacques asentía con la cabeza. Era inútil aceptar provocaciones de aquel tipo, lo único que iba a conseguir era perderse su precioso primer día en Estambul.

—Y que tiene una visión mucho más libre, yo diría más libertina, del sexo, según la cual a ciertos hombres de mediana edad no les importa que los vean con chicas que podrían ser sus hijas...

Jacques iba a dejar pasar también ésa, pero no pudo porque lo interrumpieron.

—La chica que tiene edad para ser su hija (imagino que se refiere a mí) es, en realidad, su hija. No nos han presentado, me llamo Marie, tengo veinte años, nací en Lisieux, soy estudiante de Ciencias Políticas, y admiradora de Camus y de Simone de Beauvoir. Gustos musicales: Dave Brubeck, Grateful Dead y Ravi Shankar. Actualmente escribo una tesis sobre cómo el paraíso socialista por el que la gente está dando la vida, también conocido como Unión Soviética, se ha vuelto tan opresivo como las dictaduras impuestas al Tercer Mundo por los países capitalistas, como Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica, Francia. ¿Quiere que añada algo más?

La periodista le agradeció el comentario, tragó saliva, reflexionó un instante sobre la posibilidad de que aquello fuese una mentira, dedujo que no, trató de disimular su asombro y concluyó que aquél, posiblemente, era el tema de su artículo: la historia de un hombre, exdirector de una gran firma francesa, que en algún momento de crisis existencial decide dejarlo todo, coge a su hija y se va por el mundo, sin tener en consideración los riesgos que eso puede implicar para la niña, o chica, mejor dicho. O precozmente envejecida, por su manera de hablar. Estaba en desventaja y tenía que retomar la iniciativa.

—¿Has probado las drogas?

—Claro: marihuana, infusión de setas alucinógenas, algunas drogas químicas que me hicieron daño, LSD. Jamás he tocado la heroína, la cocaína ni el opio.

La periodista miraba con el rabillo del ojo al padre, que escuchaba todo aquello impasible.

—¿Eres partidaria de la idea de que el sexo debe ser libre?

—Desde que se inventó la píldora anticonceptiva, no veo por qué el sexo no debería ser libre.

—Y ¿lo practicas?

—Ése no es un asunto de su incumbencia.

El padre, viendo que la charla se dirigía hacia un enfrentamiento, decidió cambiar de asunto.

—¿No estamos aquí para hablar de los hippies? Ha hecho una buena definición de nuestra filosofía. ¿Qué más quiere saber?

¿Nuestra filosofía? ¿Un hombre de casi cincuenta años decía «nuestra filosofía»?

—Quiero saber por qué van a Nepal en autobús. Me da la impresión de que, por pequeños detalles que veo en su ropa, tienen dinero suficiente para ir en avión.

—Porque para mí lo que más importa es el viaje. Es conocer gente que nunca tendría oportunidad de conocer en la primera clase de Air France, con la que ya he volado muchas veces, donde nadie habla con nadie, aun cuando van a estar sentados juntos durante las siguientes doce horas.

—Pero hay...

—Sí, hay autobuses más cómodos que esa adaptación de autobús escolar, de pésima suspensión y asientos no reclinables..., supongo que se refiere a eso. Ocurre que en mi reencarnación previa, o sea, en mi trabajo como director de marketing, ya he conocido a todas las clases de gente que tenía que conocer. Y, a decir verdad, una era copia de la otra: las mismas rivalidades, los mismos intereses, la misma búsqueda de ostentación, una vida completamente diferente de la de mi infancia, cuando trabajaba ayudando a mi padre en un campo cerca de Amiens.

La periodista volvió a hojear sus anotaciones, ya en clara desventaja. Era difícil provocar a aquellos dos.

—¿Qué busca?

—Lo que había anotado sobre los hippies.

—Pero si lo ha resumido usted muy bien: sexo, música, drogas, rock y viajes.

El francés la estaba enfadando más de lo que imaginaba.

—Piensa que es sólo eso. Pero hay mucho más.

—¿Hay mucho más? Dígame entonces, porque cuando mi hija me invitó a hacer este viaje, porque se dio cuenta de lo infeliz que yo era, no me dio tiempo a conocer todos los detalles.

La periodista dijo que ya le llegaba, que ya tenía las respuestas que quería —y pensó para sí: «Puedo inventarme cualquier cosa de esta entrevista, nadie lo va a saber nunca»—, pero Jacques insistió. Le preguntó si quería un café o un té («café, estoy harta de ese té de menta dulzón»), café turco o normal («café turco, estoy en Turquía, es realmente ridículo colar el líquido, el polvo siempre pasa»).

—Creo que mi hija y yo merecemos aprender un poco. No sabemos, por ejemplo, de dónde viene la palabra hippie.

Estaba siendo visiblemente irónico, pero ella fingió que no lo había notado y decidió seguir adelante. Estaba loca por tomarse un café.

—Nadie lo sabe. Pero si queremos ser muy franceses e intentar definirlo todo, la idea de sexo, vegetarianismo, amor libre y vida en común tiene su origen en Persia, en un culto fundado por un sujeto llamado Mazdak. No queda mucho material sobre él. Sin embargo, como nos vemos obligados a escribir cada vez más sobre este movimiento, algunos periodistas han descubierto un origen diferente: entre los filósofos griegos llamados cínicos.

—¿Cínicos?

—Cínicos. Nada que ver con el sentido que hoy le damos a la palabra. Diógenes fue su precursor más conocido. Según él, la gente debía dejar de lado lo que la sociedad imponía (a todos nos han educado para tener más de lo que necesitamos) y volver a los valores primitivos, o sea, vivir en contacto con las leyes de la naturaleza, sin muchas necesidades, alegrarse por cada nuevo día, y rechazar completamente aquello para lo que se educa: poder, beneficios, avaricia, cosas por el estilo. El único propósito de la vida era liberarse de lo que no necesitaban y buscar la alegría en cada momento, en cada respiración. Diógenes, por cierto, vivía en un barril, cuenta la leyenda.

El conductor se acercó. El hippie con cara de Rasputín debía de hablar francés, porque se sentó en el suelo para escuchar. Les llevaron el café. Eso animó a la periodista a continuar su clase. De repente, la hostilidad general había desaparecido y ella era el centro de atención.

—La idea se propagó durante el cristianismo, cuando los monjes iban a buscar en el desierto la paz para el contacto con Dios. Y continuó hasta nuestros días, a través de filósofos conocidos, como el americano Thoreau o el libertador de la India: Gandhi. «Simplifica», decían todos. «Simplifica y serás más feliz.»

—Pero ¿cómo se convirtió de repente en una especie de moda, de manera de vestir, de ser cínico en el sentido actual de la palabra, no creer ni en derechas ni en izquierdas, por ejemplo?

—Eso ya no lo sé. Dicen que fueron los grandes conciertos de rock, como el de Woodstock. Dicen que fueron ciertos músicos, como Jerry Garcia y Grateful Dead, o Frank Zappa y The Mothers of Invention, los que empezaron a dar conciertos gratuitos en San Francisco. Por eso estoy haciéndoles preguntas a ustedes.

Miró el reloj y se levantó.

—Disculpe, tengo que irme. Tengo otras dos entrevistas más para hoy.

Reunió sus papeles, se arregló la ropa.

—La acompaño hasta la puerta —dijo Jacques. La hostilidad había desaparecido por completo, era una profesional que trataba de hacer bien su trabajo y no una enemiga que había ido allí a hablar mal de los entrevistados.

—No tiene que hacerlo. Tampoco debe sentirse culpable por lo que ha dicho su hija.

—La acompaño igualmente.

Salieron juntos. Jacques le preguntó dónde estaba el bazar de especias; no tenía el menor interés en ver cosas que no iba a comprar, pero le encantaría disfrutar del aroma de ciertas plantas y hierbas que tal vez nunca más volvería a oler.

La periodista le señaló el camino y se fue, con prisa, en dirección contraria.