Paulo también se fijó en la hermosa hippie que pasó cerca de donde él estaba sentado y, si no hubiese sido por su paralizante timidez, tal vez se habría atrevido a sonreírle. Pero no tuvo el coraje. Ella parecía distante, tal vez esperaba a alguien o tal vez sólo quería contemplar la mañana sin sol, aunque sin amenaza de lluvia.

Volvió a concentrarse en el edificio que tenía delante, una verdadera maravilla arquitectónica que Europe on five dollars a day describía como un palacio real, construido sobre 13.659 estacas (también según la guía, la ciudad entera estaba construida sobre estacas, aunque nadie era consciente de ello). No había guardias en la puerta y los turistas entraban y salían, montones de ellos, colas enormes, la clase de lugar que nunca visitaría mientras estuviese allí.

Siempre sabemos si alguien nos está mirando. Paulo sabía que la hermosa hippie ahora estaba sentada fuera de su campo de visión, con los ojos fijos en él. Giró la cabeza y ella, efectivamente, estaba allí, pero se puso a leer en cuanto sus ojos se encontraron.

«¿Qué hago?» Durante casi media hora estuvo pensando que debería levantarse y sentarse a su lado; era lo que se esperaba en Ámsterdam, donde la gente se conoce sin necesidad de disculpas ni explicaciones, sólo por la voluntad de charlar e intercambiar experiencias. Pasada esa media hora, después de repetirse mil veces que no tenía absolutamente nada que perder, que no sería la primera ni la última vez que lo rechazasen, se levantó y fue hacia ella. Ella no apartaba los ojos del libro.

Karla vio que él se acercaba, cosa rara en un lugar en el que todos respetan el espacio individual. Se sentó a su lado y dijo lo más absurdo que se puede decir:

—Disculpa.

Ella se limitó a mirarlo, esperando el resto de la frase, que no llegó. Pasaron cinco incómodos minutos hasta que decidió tomar la iniciativa.

—¿Disculpa el qué, exactamente?

—Nada.

Pero, para su alegría y felicidad, no dijo las tonterías de siempre, como «espero no molestar» o «¿qué edificio es ese de ahí» o «qué guapa eres» (a los extranjeros les encantaba esa frase), o «¿de dónde eres?», «¿dónde compraste esa ropa?», cosas por el estilo.

Ella decidió suavizar un poco la situación, ya que su interés era mucho mayor de lo que él podía imaginar.

—¿Por qué el escudo de Brasil en la manga?

—Por si me cruzo con brasileños: soy de allí. No conozco a nadie en la ciudad, me pueden ayudar a encontrar gente interesante.

Entonces aquel chico, que parecía inteligente y tenía unos ojos negros que brillaban con una intensa energía y un cansancio más intenso todavía, ¿había atravesado el Atlántico para conocer brasileños en el extranjero?

Le parecía el colmo de lo absurdo, pero decidió darle algún crédito. Podía tocar inmediatamente el asunto de Nepal y seguir con la conversación o dejarla para siempre, cambiar de sitio en el Dam, decir que había quedado o sencillamente marcharse sin dar ninguna explicación.

Pero decidió no moverse, y el hecho de seguir sentada con Paulo —ése era su nombre—, mientras barajaba sus opciones, cambiaría completamente su vida.

Porque el amor es así, aunque lo último en lo que pensaba en aquel momento era en esa palabra secreta y en los peligros que conlleva. Estaban juntos, la vidente estaba en lo cierto, el mundo interior y el exterior se encontraban rápidamente. Puede que él sintiese lo mismo, pero, al parecer, era demasiado tímido; o tal vez sólo le interesaba fumarse un cigarrillo de hachís con alguien o, lo que era mucho peor, que viese en ella una futura compañera para ir al Vondelpark a hacer el amor y después despedirse como si nada importante hubiese sucedido, aparte de un orgasmo.

¿Cómo definir lo que alguien es o no es en unos minutos? Desde luego, sabemos que cuando alguien nos produce rechazo, nos alejamos de esa persona, pero ése no era el caso. Era demasiado delgado y su pelo parecía estar bien cuidado. Seguro que se había duchado aquella mañana porque aún podía percibir el olor a jabón en su cuerpo.

Cuando se sentó a su lado y dijo la absurda palabra «disculpa», Karla sintió un gran bienestar, como si ya no estuviese sola. Ella estaba con él, él estaba con ella y ambos lo sabían, aunque no hubiesen dicho nada más y ninguno supiese lo que estaba ocurriendo. Los sentimientos escondidos no se habían revelado pero tampoco permanecían ocultos, sólo esperaban el momento de manifestarse. Ése era el punto en el que muchas relaciones que podían ser grandes amores se echaban a perder (sea porque cuando las almas se encuentran sobre la faz de la Tierra ya saben hacia dónde se dirigen juntas y eso les da miedo, o porque estamos tan condicionados que ni les damos tiempo a las almas para conocerse, buscamos algo «mejor» y dejamos escapar la oportunidad de nuestras vidas).

Karla dejaba que su alma se manifestase. A veces sus palabras nos engañan porque las almas no son precisamente fieles y aceptan situaciones que en verdad no corresponden a nada, tratan de agradar al cerebro e ignoran aquello en lo que Karla se sumergía cada vez más: el Conocimiento. Tu Yo visible, que crees que eres tú, no es más que un lugar limitado, ajeno al verdadero Yo. Por eso a la gente le cuesta mucho escuchar lo que dice el alma, intentan controlarla para que siga exactamente lo planeado, los deseos, las esperanzas, el futuro, el deseo de decirles a los amigos «por fin he encontrado al amor de mi vida», el miedo a acabar solo en un asilo de viejos.

Ella ya no podía seguir engañándose. No sabía lo que sentía y trató de dejar las cosas como estaban, sin muchas excusas ni explicaciones. Sabía que, al final, tendría que levantar el velo que cubría su corazón, pero no sabía cómo y no iba a descubrirlo ahora, tan de repente. Lo ideal era mantenerlo a una distancia segura hasta ver cómo les iba en las próximas horas, o días, o años. No, no pensaba en años, porque su destino era una cueva en Katmandú, sola, en contacto con el universo.