De la deformidad

 

 

 

Las personas deformes generalmente están niveladas con la naturaleza; porque si la naturaleza ha obrado mal debido a ellas, eso hacen ellas debido a la naturaleza, siendo en la mayoría (como dicen las Escrituras): carentes de todo afecto natural; y así se vengan de la naturaleza. Verdad es que hay cierta armonía entre el cuerpo y el espíritu; y cuando la naturaleza se equivoca en uno se arriesga en el otro: Ubi peccat in uno, periclitatur in altero. Pero debido a que el hombre tiene elección tocante al armazón de su espíritu, y necesidad en el armazón de su cuerpo, las estrellas de la inclinación natural están algunas veces oscurecidas por el sol de la disciplina y la virtud; por tanto es conveniente considerar la deformidad no como un signo que es más engañoso, sino como una causa que con frecuencia fracasa en el efecto. Quienquiera que tenga en su persona algo permanente que induzca a desprecio, tiene también en sí un acicate constante para hurtarse y librarse del menosprecio; por tanto, todas las personas deformes son extremadamente osadas; primero como en propia defensa al estar expuestas al desprecio pero, con el trascurso del tiempo, por un hábito general. También las agita la especial inquietud de vigilar y observar las debilidades de los demás con lo cual puedan sentirse un tanto compensadas. Además a sus superiores se les aplacan los celos, por considerarlas personas a quienes pueden desdeñar a placer; sus competidores y émulos se duermen tranquilos como si jamás creyeran en la posibilidad de que prosperen, hasta que las ven en posesión del cargo; por esta razón resulta gracioso que la deformidad es una ventaja para el encumbramiento. Los reyes de los tiempos antiguos (y en los actuales en algunos países) gustaban de poner su mayor confianza en eunucos, porque quienes sienten envidia hacia todos son más humildes y serviles; no obstante, la confianza en ellos depositada es más bien como espías y soplones que como buenos magistrados y funcionarios; y muy semejante a eso es la explicación de algunas personas deformes. No obstante, la base es que desean, si poseen cierta espiritualidad, verse libres del menosprecio, ya sea por medio de la virtud o de la malicia; y, por tanto, no hay que asombrarse si algunas veces demuestran ser personas excelentes; como fueron Agesilao, Zanger, el hijo de Solimán, Esopo, La Gasca, presidente de la Audiencia del Perú, y Sócrates, los cuales pueden contarse entre ellos juntamente con otros.