¿SER O HACER?

En este período formativo, el alma es purificada por la guerra con el mundo.

Yace ahí, como un bloque de mármol de Paros, puro, sin cortar, listo para ser moldeado en... ¿qué?

—ORISON SWETT MARDEN

Uno de los estrategas y actores más influyentes de la guerra moderna es alguien de quien la mayoría de la gente nunca ha oído hablar. Su nombre era John Boyd.

Fue un piloto de guerra genial, pero fue un maestro y un pensador todavía más importante. Después de volar en Corea, se convirtió en el principal instructor de la Fighter Weapons School, una escuela de élite en la base Nellis de la Fuerza Aérea estadounidense. Se le conocía como “cuarenta segundos Boyd”, porque era capaz de derrotar a cualquier oponente, desde cualquier posición, en menos de cuarenta segundos. Pocos años después fue discretamente llamado al Pentágono, donde comenzó su verdadera labor.

En cierto sentido, el hecho de que la gente común y corriente no haya oído hablar de John Boyd no es sorpresivo. Él nunca publicó libros y apenas hay un trabajo académico con su nombre. Solo sobreviven unos pocos videos de él y rara vez es citado por los medios. A pesar de haber cumplido casi treinta años de servicio impecable, Boyd no fue ascendido más allá del rango de coronel.

Por otro lado, sus teorías transformaron las maniobras de guerra en casi todas las ramas de las fuerzas armadas, no solo durante su vida sino, incluso aún más, después. Los aviones de combate F-15 y F-16, que reinventaron las naves militares modernas, fueron sus proyectos consentidos. Su principal influencia fue como asesor, a través de legendarias lecciones que impartía a casi cualquier pensador militar importante de su generación. Su aporte a los planes de guerra de la Operación Escudo del Desierto se llevó a cabo a través de una serie de encuentros directos con el secretario de Defensa y no a través de cabildeo público ni oficial. Su principal forma de influir sobre los cambios fue la colección de pupilos que formó, protegió, enseñó e inspiró.

No hay bases militares con su nombre. Ni naves de guerra. Boyd se retiró suponiendo que sería olvidado y sin tener mucho más que una casa pequeña y una pensión. Con casi total seguridad tuvo más enemigos que amigos.

¿Qué tal que este curioso camino haya sido deliberado? ¿Qué tal que esto lo haya vuelto más influyente? ¿Será, acaso, una locura pensar así?

De hecho, Boyd solo estaba siguiendo exactamente la lección que trataba de enseñarle a cada joven prometedor que llegaba a formarse bajo sus alas, jóvenes que él creía que tenían potencial para ser algo, algo diferente. Las prometedoras estrellas a las que él les enseñó probablemente tenían mucho en común con nosotros.

El discurso que Boyd le dio a uno de sus protegidos en 1973, lo deja muy claro. Al sentir que el joven oficial se aproximaba a lo que él sabía que sería una difícil bifurcación en su camino, Boyd le pidió que fuera a verlo. Como muchas de las personas exitosas, el soldado era inseguro e impresionable. Él quería obtener un ascenso con méritos. Era como una hoja que podía salir volando en cualquier dirección y Boyd lo sabía. Así oyó ese día un discurso que Boyd pronunciaría una y otra vez, hasta que se volvió una tradición y un rito de iniciación para toda una generación de líderes militares.

“Tigre, uno de estos días vas a llegar a una bifurcación en el camino —le dijo Boyd—, y vas a tener que tomar una decisión acerca de la dirección que quieres tomar”. Usando sus manos para ilustrar sus palabras, Boyd marcó las dos direcciones. “Si tomas por este lado, podrás ser alguien. Tendrás que hacer concesiones y tendrás que darles la espalda a tus amigos. Pero serás miembro del club y serás ascendido y obtendrás buenas misiones”. Luego Boyd hizo una pausa, con el fin de enfatizar la otra opción. “O —continuó— puedes tomar por este otro lado y hacer algo, algo por tu país, por tu Fuerza Aérea y por ti mismo. Si decides que quieres hacer algo, es posible que no obtengas ascensos y que no recibas las mejores misiones, y ciertamente no serás el favorito de tus superiores. Pero tampoco tendrás que hacer concesiones. Serás leal a tus amigos y a ti mismo. Y tu trabajo tal vez marque una diferencia. Ser alguien o hacer algo. En la vida te llaman a lista muchas veces. Ahí es cuando tienes que tomar decisiones”.

Y luego Boyd concluyó con palabras que guiarían a ese joven y a muchos de sus compañeros durante el resto de su vida: “¿ser o hacer? ¿Qué camino tomarás?”.

Sea lo que sea que busquemos hacer en la vida, la realidad rápidamente interfiere con nuestro idealismo juvenil: decimos que son incentivos, compromisos, reconocimiento y política. Estas fuerzas pronto nos cambian la dirección y nos hacen pasar del camino del hacer al ser. Del ganar al fingir. El ego contribuye a este engaño a cada paso. Esa es la razón por la que Boyd quería que la gente joven viera que, si no tenía cuidado, fácilmente se podía dejar corromper por la misión misma que quería cumplir.

¿Cómo se puede evitar ese descarrilamiento? Bueno, muchas veces nos enamoramos de la imagen de lo que parece ser el éxito. En el mundo de Boyd, esta imagen era el número de estrellas que cada uno llevaba sobre el hombro, o el estatus de la misión encomendada, o el lugar al cual era destinado, cosas que se podían confundir fácilmente con una representación de un verdadero logro. Para otra gente, esta imagen puede ser el cargo que ocupa, la universidad a la cual asiste, el número de personas a cargo en el trabajo, el tamaño del espacio en el estacionamiento, las becas que recibe, su acceso al presidente de la compañía, la cantidad de ceros del cheque de nómina o la cantidad de seguidores que tiene.

Las apariencias son engañosas. Tener autoridad no es lo mismo que ser una autoridad. Tener derecho y estar en lo cierto tampoco son lo mismo. Recibir un ascenso no significa necesariamente que esté trabajando bien y no significa que usted se merezca una promoción (es lo que, en burocracia, se llama caer parado). Impresionar a la gente es totalmente distinto de ser verdaderamente impresionante.

Entonces, ¿con quién se quiere ir usted? ¿Qué lado elige? Este es el llamado a lista que la vida nos propone.

Boyd hacía otro ejercicio. Después de reunir en un salón al grupo con el cual estaba hablando, caminaba hasta el tablero y escribía en letras grandes las palabras: DEBER, HONOR, PAÍS. Luego tachaba esas palabras y las reemplazaba por estas otras: ORGULLO, PODER, CODICIA. Su idea era que muchos de los sistemas y estructuras del estamento militar, esos que los soldados tenían que recorrer con el fin de progresar, podían corromper los valores mismos que cada uno quería honrar. El historiador William Durant decía con mucho ingenio que una nación nace estoica y muere siendo epicúrea. Esa es la triste verdad que Boyd estaba ilustrando: cómo las virtudes positivas se vuelven amargas.

¿Cuántas veces no hemos visto esto en nuestra corta vida, en los deportes, las relaciones o proyectos o personas a las que queremos? Esto es lo que hace el ego. Tacha lo que importa y lo reemplaza por lo que no importa.

Mucha gente quiere cambiar el mundo y es bueno que así sea. Usted quiere ser el mejor en lo que hace. Nadie quiere ser apenas un segundón. Pero, en la práctica, ¿cuál de las tres palabras que Boyd anotó en el tablero va a llevarlo al lugar que usted quiere llegar? ¿Qué está haciendo ahora? ¿Qué es lo que lo impulsa?

La elección que Boyd nos plantea se reduce al tema del propósito. ¿Cuál es su propósito en la vida? ¿Qué vino a hacer a este mundo? Porque el propósito nos ayuda a responder fácilmente la disyuntiva entre ser o hacer. Si lo que a usted le importa es usted, su reputación, ser incluido en los grupos importantes, su buena calidad de vida, entonces el camino está claro: dígale a la gente lo que quiere oír. Busque llamar la atención por encima del trabajo discreto, pero importante. Acepte los ascensos y siga el camino que suele tomar la gente talentosa de su campo de trabajo. Page sus deudas, llene todas las casillas, cumpla su tiempo y deje las cosas esencialmente como están. Persiga su fama, un buen salario, una buena posición, y disfrútelos a medida que vayan llegando.

“Un hombre es forjado por aquello en lo que trabaja”, dijo una vez Frederick Douglass. Él lo sabía. Había sido esclavo y vio lo que la esclavitud les hizo a todos los involucrados, entre ellos a los dueños de esclavos. Cuando se convirtió en hombre libre, vio que las decisiones que la gente toma sobre su carrera y sobre su vida tienen el mismo efecto. Lo que uno decide hacer con su tiempo y lo que decide hacer para ganar dinero es lo que lo forja. El camino del egocéntrico exige, como Boyd bien lo sabía, muchas concesiones.

Si su propósito es algo más grande que usted mismo, si usted quiere lograr algo, probarse algo, entonces todo se vuelve de repente mucho más fácil y difícil al mismo tiempo. Más fácil porque sabrá lo que tiene que hacer y lo que le importa. Las otras opciones desaparecen, en la medida en que no son alternativas reales. Solo son distracciones. Se trata de hacer algo, no de obtener reconocimiento. El camino es más fácil en el sentido de que no tendrá que hacer concesiones. Pero será más difícil porque cada oportunidad, no importa lo gratificante o satisfactoria que sea, deberá ser evaluada de acuerdo con criterios estrictos: ¿me ayuda esto a lograr lo que quiero lograr? ¿Me permite esto hacer lo que necesito hacer? ¿Estoy siendo egoísta o no?

Cuando se elige este camino, lo importante no es lo que quiero ser en la vida sino lo que quiero lograr en ella. Hay que dejar a un lado los intereses egoístas y preguntarse: ¿qué es lo que quiero lograr? ¿Cuáles son los principios que dirigen mis decisiones? ¿Quiero ser como todos los demás o quiero hacer algo distinto?

En otras palabras, es más difícil porque todo puede parecer una concesión.

Aunque nunca es demasiado tarde, cuanto más temprano se haga estas preguntas, mejor será.

Es indudable que Boyd cambió y mejoró su campo de trabajo de una forma en que casi no lo ha hecho ningún otro teórico de la guerra desde Sun Tzu o Von Clausewitz. Fue conocido como “Gengis John” por la manera en que nunca dejó que ningún obstáculo o ningún oponente le impidiera hacer lo que necesitaba hacer. Pero sus decisiones tuvieron un costo. También se le conocía como el “Coronel Gueto” por el mal estado de su ropa. Murió con un cajón lleno de cheques sin cobrar que representaban miles de dólares, girados por contratistas privados en pagos que él entendió como sobornos. El hecho de que nunca haya pasado del grado de coronel no fue culpa suya: siempre alguien se oponía a su ascenso. Fue olvidado por la historia en castigo por el trabajo que hizo.

Piense en esto la próxima vez que empiece a sentir que tiene derecho a algo, la próxima vez que combine fama con el “sueño americano”. Piense acerca de cómo puede darle la talla a un gran hombre como Boyd.

La próxima vez que esté frente a una elección, piense: ¿de verdad necesito esto? ¿O es puro ego? ¿Está usted listo para tomar la decisión correcta? ¿O acaso los premios todavía lo atraen desde lejos?

Ser o hacer, la vida es un constante llamado a lista.