PARA LO QUE SEA QUE SIGA, EL EGO ES EL ENEMIGO...
Es cosa sabida que la humildad es una escala para la ambición incipiente.
Sabemos a dónde queremos llegar: al éxito. Queremos ser importantes. La riqueza, el reconocimiento y la reputación también son agradables. Eso es lo que queremos.
El problema es que no estamos seguros de que la humildad pueda llevarnos allá. Tenemos pánico de que, tal como lo expresa el reverendo Sam Wells: si somos humildes, terminaremos “subyugados, pisoteados, avergonzados y condenados a la irrelevancia”.
A la mitad de su carrera, si le hubiéramos preguntado a nuestro modelo Sherman cómo se sentía, probablemente se hubiese descrito casi exactamente con esas palabras. No había hecho mucho dinero. No había ganado grandes batallas. No había visto su nombre en titulares ni avisos. Es posible que en ese momento, antes de la Guerra Civil, él hubiese empezado a preguntarse por el camino que había elegido y si aquellos que lo seguían terminaban de últimos.
Esa es la clase de pensamiento que crea el trato faustiano que convierte la ambición más limpia en una adicción desvergonzada. Probablemente se debe a que, al comienzo, el ego puede adaptarse temporalmente. La locura puede pasar como audacia. Los delirios pueden sustituir a la seguridad. La ignorancia puede pasar por temeridad. Y si esto parece funcionar, es porque los costos no se ven.
Porque nunca nadie ha dicho alguna vez, al reflexionar sobre la vida de alguien, que ese monstruoso ego con seguridad vale la pena.
El debate interno acerca de la confianza trae a la memoria un concepto bien conocido que se puede denominar la brecha entre el gusto y el talento, propuesta por el pionero de los programas radiales, Ira Glass.
Todos los que hacemos trabajo creativo... entramos en ese campo porque tenemos buen gusto. Pero parece haber una brecha, porque durante el primer par de años de producción, lo que uno hace no es tan bueno... En realidad es bastante malo. Trata de ser bueno, tiene la ambición de ser bueno, pero no es tan bueno. Sin embargo, el gusto, aquello que nos metió en el juego, sigue siendo espléndido y suficientemente bueno como para que uno pueda decir que lo que está haciendo es una especie de decepción.
Precisamente en esta brecha es que el ego resulta un gran comodín. ¿Quién quiere verse al espejo y ver su trabajo y saber que no da la talla? Así que aquí podemos alardear sobre nuestros progresos y cubrir las verdades difíciles con pura fuerza de personalidad e impulso y pasión. O podemos enfrentar nuestras falencias con honestidad y dedicarle más tiempo al trabajo. Podemos dejar que esta experiencia nos vuelva humildes y ver con claridad dónde tenemos talento y dónde necesitamos mejorar, para dedicarnos luego a trabajar con el fin de cerrar la brecha. Y también podemos adoptar hábitos positivos que nos duren para toda la vida.
Si eso era tentador en la época de Sherman, en esta época somos como Lance Armstrong, cuando estaba entrenando para el Tour de Francia de 1999. Somos Barry Bonds debatiéndose sobre si entrar a la clínica BALCO. Coqueteamos con la arrogancia y el engaño y, en el proceso sobreestimamos vulgarmente la importancia de ganar a toda costa. Todo el mundo está tomando esteroides, nos dice el ego, así que tú también deberías hacerlo. No hay manera de vencer a los demás sin esteroides, pensamos.
Desde luego, lo verdaderamente ambicioso es enfrentar la vida y seguir adelante con seguridad, a pesar de eso, sin apoyarse en nada. Dejemos que los demás busquen muletas. Será una batalla solitaria decir que no, negarse a hacer trampa. Será una posición arriesgada. Decir: voy a ser yo mismo, la mejor versión de ese yo. Estoy aquí porque quiero llegar hasta el final, sin importar lo brutal que sea el esfuerzo. Hacer, no ser.
En el caso de Sherman, fue precisamente esta elección la que lo preparó para el momento en que su país y la historia más lo necesitaron. Y eso fue lo que le permitió manejar las tremendas responsabilidades que pronto tuvo que asumir. En esa encrucijada, Sherman forjó una personalidad que era al mismo tiempo ambiciosa y paciente, innovadora sin ser intrépida, valiente sin ser arriesgada. Él era un verdadero líder.
Usted tiene, o tuvo, la oportunidad de vacunarse. De jugar un juego distinto, de ser realmente audaz en sus metas. Porque lo que le espera va a ponerlo a prueba de formas que ni siquiera se imagina. Porque el ego es el hermano perverso del éxito.
Y está a punto de experimentar lo que eso significa.