¿QUÉ ES LO IMPORTANTE PARA USTED?
Saber qué nos gusta es el comienzo de la sabiduría y la vejez.
Al final de la Guerra Civil en los Estados Unidos, Ulysses S. Grant y su amigo William T. Sherman eran dos de los hombres más respetados e importantes del país. Al ser esencialmente los dos arquitectos de la victoria de la Unión, tenían el país a sus pies y podían pedir lo que quisieran.
Aprovechando esta libertad, Sherman y Grant tomaron caminos diferentes. Sherman, cuya historia ya discutimos, aborrecía la política y repetidamente rechazó las ofertas de ser candidato a la presidencia. “Ya tengo todos los rangos que quiero”, decía. Habiendo dominado su ego según todas las apariencias, se retiró más tarde en la ciudad de Nueva York, donde vivió feliz y contento.
Grant, quien nunca antes había expresado interés en la política y, de hecho, había triunfado como general precisamente porque no sabía cómo moverse en política, decidió, por su parte, competir por la posición más alta de la nación: la presidencia. Elegido por una abrumadora mayoría, Grant presidió luego una de las administraciones más corruptas, polémicas y menos eficientes de la historia de los Estados Unidos. Siendo un individuo genuinamente bueno y leal, Grant no estaba preparado para el sucio mundo de Washington y esto lo afectó rápidamente. Dejó la presidencia convertido en una figura controvertida y difamada, después de dos agotadores períodos, casi sorprendido de lo mal que había salido todo.
Después de la presidencia, Grant invirtió casi todo el dinero que tenía en crear una agencia de corredores de bolsa con un controversial inversionista llamado Ferdinand Ward. Este último, un Bernie Madoff de su época, convirtió la agencia en una operación fraudulenta y dejó en la quiebra a Grant. Tal como escribió Sherman, motivado por una actitud comprensiva y empática hacia su amigo, Grant se había “propuesto competir con millonarios que lo habrían dado todo por ganar cualquiera de las batallas que él ganó”. Grant había logrado muchas cosas, pero, aun así, no parecía suficiente. Grant no pudo decidir qué era lo importante para él.
Así es como parece suceder: nunca estamos felices con lo que tenemos y también queremos lo que otros tienen. Queremos tener más que todos los demás. Empezamos sabiendo qué es lo importante para nosotros, pero después de lograrlo, perdemos de vista las prioridades. El ego nos hace tambalear y puede arruinarnos.
Obligado por el sentido del honor a cubrir las deudas de la firma, Grant pidió un préstamo para el cual presentó como garantía sus preciados recuerdos de guerra. Arruinado física, mental y anímicamente, pasó los últimos años de su vida batallando contra un doloroso cáncer de garganta y corriendo para terminar sus memorias con el fin de poder dejarle algo a su familia. Casi no lo logra.
Uno se estremece al pensar en las fuerzas vitales que perdió este héroe, que murió a los 63 años en medio de la derrota; este hombre honesto y recto, que simplemente no podía concentrarse en una cosa y terminó muy lejos del área que cubría su gran genio. ¿Qué habría podido hacer con esos años en lugar de lo que hizo? ¿Cómo habría sido la evolución del país? ¿Cuántas más cosas podría haber hecho y logrado?
Pero Grant no está solo en este aspecto. Todos nosotros decimos “sí” sin pensar o solo porque algo nos resulta vagamente atractivo; decimos “sí” por codicia o vanidad. Porque no somos capaces de decir “no”, porque así nos perderíamos de algo. Pensamos que eso nos permitirá lograr más cosas, cuando en realidad nos impide llegar a donde queremos. Todos nosotros perdemos preciosos momentos vitales haciendo cosas que no nos gustan, para ponernos a prueba ante nosotros mismos, y ante gente que no respetamos, y para lograr cosas que ni siquiera queremos.
¿Por qué lo hacemos? Bueno, espero que la razón ya resulte obvia.
El ego conduce a la envidia y esta corroe los huesos de toda la gente, grande o pequeña. El ego socava la grandeza al llevar al personaje a pensar, erróneamente, que puede ser todavía más grande.
La mayoría de nosotros comenzamos con una idea clara de lo que queremos en la vida. Sabemos qué es lo que nos importa. Pero el éxito que alcanzamos, en especial si llega temprano en la vida o de manera abundante, nos pone en un lugar inusual. Porque de repente nos encontramos en un nuevo espacio y nos cuesta trabajo orientarnos.
Cuanto más avanzamos en el camino de los logros, sean estos cuales sean, más gente exitosa nos encontramos, gente que nos hace sentir insignificantes. No importa lo bien que lo estemos haciendo, nuestro ego y los logros de los otros nos hacen sentir que no somos nada, de la misma manera en que otras personas los hacen sentir a ellos igual. Es un ciclo que se prolonga hasta el infinito, mientras que nuestro tiempo en la Tierra, o la pequeña ventana de oportunidad que tenemos aquí, es bastante breve.
Así que, de manera inconsciente, aceleramos el ritmo para alcanzar a los demás. Pero, ¿qué tal que cada persona esté corriendo por distintas razones? ¿Qué tal que haya más de una carrera al mismo tiempo?
Eso es lo que Sherman decía sobre Grant. Hay una cierta ironía —que recuerda el relato El regalo de los Reyes Magos, de O. Henry— en la torpeza con que perseguimos lo que no será verdaderamente placentero. Al final, eso no perdurará. ¡Si todos pudiéramos parar un segundo!
Es importante aclarar que la competitividad es una fuerza importante en la vida. Es lo que impulsa el mercado y está detrás de algunos de los logros más impresionantes de la humanidad. A nivel individual, sin embargo, es absolutamente esencial que usted sepa con quién está compitiendo y por qué, que tenga una noción clara del espacio en que se encuentra.
Solo usted sabe en qué carrera está participando, a menos de que su ego haya decidido que la única manera de tener valor es ser mejor que, o tener más que, o tener más que todo el mundo en todas partes. Más que eso, cada uno de nosotros tiene un potencial y un propósito único, lo cual significa que somos los únicos que podemos evaluar y definir los términos de nuestra vida. Con mucha frecuencia, vemos a los demás y pensamos que el único estándar que debemos alcanzar en la vida es su aprobación, y por eso desperdiciamos nuestro potencial y nuestro propósito.
Según el filósofo Séneca, la palabra griega euthymia es una noción en la que deberíamos pensar a menudo: el sentido de nuestro propio camino y cómo permanecer en él sin dejarnos distraer por todos los otros caminos que lo cruzan. En otras palabras, no se trata de vencer a otra persona. No se trata de tener más que los demás. Se trata de ser lo que somos y ser tan buenos en eso como sea posible, sin sucumbir a todas las cosas que nos alejan de nuestro objetivo. Se trata de dirigirnos hacia donde nos propusimos llegar. Se trata de lograr todo cuanto podamos en el campo que hemos elegido. Eso es. Nada más ni nada menos. (Por cierto, euthymia significa “tranquilidad” en español.)
Es hora de sentarnos a pensar qué es lo verdaderamente importante para nosotros y luego tomar las medidas para abandonar lo demás. De otra manera el éxito no será placentero, ni tan completo como podría ser. O, peor aún, no durará.
Esto es especialmente cierto en lo que se refiere al dinero: si usted no sabe cuánto necesita, el valor por defecto se vuelve fácilmente más. Y así, sin pensarlo, una buena parte de la energía se desvía hacia llenar la cuenta bancaria, alejándose de la vocación de la persona. Cuando “se combinan la inseguridad con la ambición —dijo una vez el periodista caído en desgracia Jonah Lehrer, a propósito de su caída—, uno se vuelve incapaz de decirle no a las cosas”.
El ego rechaza los intercambios. ¿Por qué ceder? El ego lo quiere todo.
El ego nos invita a traicionar, aunque amemos a nuestra pareja. Porque uno quiere lo que tiene y lo que no tiene. Aunque apenas estemos empezando a dominar una cosa, el ego dice: ¿y por qué no empiezas a hacer otra? Con el tiempo, decimos que sí a demasiadas cosas y perdemos el límite. Somos como el capitán Ahab persiguiendo a Moby Dick, por razones que ya ni siquiera entendemos.
Tal vez su prioridad es realmente el dinero. O tal vez es la familia. Tal vez es ganar influencia o hacer un cambio. Tal vez es construir una organización que dure, o que cumpla un propósito. Todas estas son motivaciones perfectamente buenas. Pero usted necesita saber. Necesita saber lo que no quiere y lo que esas decisiones dejan por fuera. Porque las estrategias suelen ser mutuamente excluyentes. Uno no puede ser cantante de ópera e ídolo de la música pop al mismo tiempo. La vida tiene que ver con cambiar unas cosas por otras y el ego lo quiere todo.
Entonces, ¿cuál es la razón para hacer lo que usted hace? Esa es la pregunta que hay que contestar. Piense en eso hasta que pueda responder. Solo entonces podrá entender lo que es importante y lo que no es. Solo entonces podrá decir no y podrá salirse de las carreras que no tienen importancia, o tal vez ni siquiera existen. Solo entonces será fácil hacer caso omiso de la gente “exitosa”, porque la mayoría del tiempo no lo son (al menos en comparación con usted, y con frecuencia incluso con ellos mismos). Solo entonces podrá desarrollar esa tranquila seguridad de la que hablaba Séneca.
Cuantas más cosas tenga y haga, más difícil será mantener la fidelidad a su futuro propósito, pero ahí es cuando es más esencial. Todo el mundo se cree el mito de que si tuviera eso —por lo general algo que tiene alguien más— sería feliz. Es posible que usted necesite salir esquilmado unas cuantas veces para darse cuenta de lo vacía que es esa ilusión. Ocasionalmente todos nos encontramos en medio de un proyecto, o una obligación, y no podemos entender por qué, y necesitará mucho valor y fe para detenerse.
Descubra qué es lo que le interesa de su objetivo. Haga caso omiso de quienes quieran alterar su paso. Déjelos desear lo que usted tiene, no al revés. Porque esa es la independencia.