MOMENTOS DE “EL CLUB DE LA PELEA”
Si uno encierra la verdad y la esconde bajo tierra, esta crecerá y reunirá un poder tan explosivo que el día que estalle hará volar todo lo que encuentre a su paso.
Prácticamente no hay espacio suficiente para hacer la lista de toda la gente exitosa que ha tocado fondo.
La noción de que todo el mundo experimenta momentos discordantes en los que se altera la perspectiva es casi un cliché. Eso no significa que no sea cierta.
Siete años después de graduarse de la universidad, J. K. Rowling se encontraba sin empleo, con un matrimonio fracasado, convertida en una madre soltera de niños que apenas podía alimentar y cerca de quedar en la calle. Un joven, Charlie Parker, piensa que está tocando perfectamente, en total sincronía con el resto de la banda, hasta que Jo Jones le arroja un platillo y lo expulsa de allí en un mar de humillación. En una disputa por una chica, el joven Lyndon B. Johnson es hecho papilla por un chico de una hacienda de Hill Country, aplastando la imagen que tenía de sí mismo como el “gallito del gallinero”.
Hay muchas maneras de tocar fondo. Casi todo el mundo lo hace, a su manera y en algún momento.
En la novela El club de la pelea, de Chuck Palahniuk, el apartamento de Jack vuela en pedazos. Todas sus posesiones —cada trozo de mueble que él ama de manera tan patética— quedan destruidas. Después se descubre que ha sido él mismo quien ha volado su apartamento. Jack tiene múltiples personalidades y “Tyler Durden” orquesta la explosión para sacarlo del triste estupor del que tenía miedo de salir. El resultado es un viaje a una parte totalmente distinta y oscura de su vida.
En la mitología griega, los personajes suelen experimentar katabasis o “descensos”. Se ven forzados a retirarse, experimentan una depresión o, en algunos casos, descienden literalmente al inframundo. Cuando salen, lo hacen con mayor sabiduría y comprensión.
Hoy llamamos infierno a eso y, en ocasiones, todos pasamos un tiempo ahí.
Nos rodeamos de mentiras. De distracciones. De ficciones sobre lo que nos hace felices y lo que es importante. Nos convertimos en personas en las que no deberíamos convertirnos y nos entregamos a conductas destructivas y horribles. Este estado malsano y derivado del ego se va endureciendo y se vuelve casi permanente, hasta que una katabasis nos obliga a enfrentarlo.
Duris dura franguntur. Las cosas duras solo son rotas por otras cosas duras.
Cuanto más grande el ego, más dura la caída.
Sería maravilloso que las cosas no tuvieran que ser así. Que un empujoncito amable fuera suficiente para corregir nuestra manera de ser, que una advertencia serena fuera lo que se necesitara para alejar nuestras ilusiones, que pudiéramos evadir el ego por nuestra cuenta. Solo que las cosas no son así. El reverendo William A. Sutton observaba hace unos 120 años que “solo podemos ser humildes cuando sufrimos humillaciones duraderas”. Qué bueno sería podernos ahorrar esta experiencia, pero algunas veces es la única manera como el ciego puede ver.
De hecho, muchos cambios vitales significativos provienen de momentos en los cuales una persona está totalmente destruida, en los que todo lo que pensó que sabía sobre el mundo resulta ser falso. Podríamos decir que se trata de “momentos de El club de la pelea”. Tal vez nosotros mismos nos lo hayamos buscado, tal vez alguien nos llevó hasta ahí; independientemente de la causa, ellos pueden ser catalizadores de cambios que tenemos terror de hacer, cambios buenos o malos. La decisión es nuestra.
Elija un momento de su vida (o tal vez sea un momento que está experimentando ahora mismo). Una crítica mordaz de un jefe en frente de todo el equipo de trabajo. Esa conversación con la persona que amamos. La alerta de Google que le presentó ese artículo que usted esperaba que nunca se escribiera. La llamada de un acreedor. Esa noticia que lo dejó sentado en la silla, sin palabras y perplejo.
Es en esos momentos —cuando el quiebre deja expuesto algo que antes no se veía— que usted se ve forzado a hacer contacto visual con una cosa llamada Verdad. Ya no es posible esconderse o fingir. La pregunta en esos momentos es: ¿cómo puedo entender esto? ¿Cómo puedo salir de esto y avanzar? ¿Es este el fondo del pozo o todavía se puede caer más? Alguien me mostró mis problemas, pero ¿cómo los arreglo? ¿Cómo permití que esto pasara? ¿Cómo puedo hacer para que no vuelva a ocurrir?
Una mirada a la historia muestra que estos momentos parecen estar definidos por tres rasgos:
1)Casi siempre vienen de la mano de una fuerza o una persona externa.
2)Con frecuencia involucran cosas de nosotros que ya sabíamos, pero que teníamos mucho miedo de admitir.
3)De esas ruinas surge la oportunidad de hacer grandes progresos y mejoras.
¿Todo el mundo aprovecha esas oportunidades? Claro que no. El ego suele causar el problema, pero luego nos impide la posibilidad de ser mejores.
¿Acaso la crisis financiera del 2008 no fue un momento en el que todo quedó al descubierto para mucha gente? La falta de responsabilidad, la proliferación de estilos de vida con un exceso de privilegios, la codicia, la deshonestidad, tendencias que no podían continuar de ninguna manera. Para algunos, esto fue un llamado de atención. Pero otros están exactamente en el mismo lugar solo unos pocos años después. Para ellos, la próxima vez será peor.
Hemingway tuvo sus propios momentos de crisis cuando joven. La comprensión que logró gracias a ellos está expresada de manera inmortal en su libro Adiós a las armas. Ahí dice: “El mundo doblega a todas las personas y luego muchos se vuelven fuertes en los lugares afectados. Pero aquellos a los que no doblega, los mata”.
El mundo puede mostrarnos la verdad, pero nadie puede forzarnos a aceptarla.
En los grupos de los doce pasos, casi todos estos tienen que ver con la supresión del ego y de todos los privilegios, equipajes y restos que hemos acumulado a lo largo de la vida, para que podamos ver lo que queda cuando todo eso desaparece y lo único que permanece es el verdadero yo.
Siempre es muy tentador recurrir a esa vieja amiga: la negación (negarnos, motivados por el ego, a creer que lo que no nos gusta sí puede ser verdad).
Los psicólogos suelen decir que, cuando está bajo amenaza, el egocentrismo es una de las fuerzas más peligrosas de la tierra. El miembro de la pandilla cuyo “honor” ha sido impugnado. El narcisista rechazado. El matón al que se le obliga a avergonzarse. El impostor que queda expuesto. El plagiario o el embellecedor cuya historia deja de tener éxito.
Estas son personas de las que nadie quiere estar cerca cuando están arrinconadas. Y es un rincón al que nadie quisiera acercarse, porque podemos oír cosas como estas: ¿cómo se atreven estos a hablarme así? ¿Quiénes creen que son? Los haré pagar por esto.
Debido a que a veces no somos capaces de enfrentar lo que se ha dicho o hecho, hacemos lo impensable para responder a lo que no podemos soportar: intensificamos el conflicto. Este es el ego en su estado más puro y más tóxico.
Pensemos en el caso de Lance Armstrong. Él hizo trampa, pero muchas otras personas también hicieron lo mismo. Las cosas se pusieron mal cuando la trampa se hizo pública y él se vio obligado a ver —aunque fuera por un segundo— que era un tramposo. Armstrong insistió en negarlo, a pesar de toda la evidencia pública. Insistió en arruinar la vida de otras personas. Tenemos tanto miedo de perder nuestra propia estima o, Dios no lo permita, la estima que nos tienen los demás, que contemplamos la posibilidad de hacer cosas terribles.
“Pues todo el que hace cosas malas aborrece la luz y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto”, reza Juan 3:20. En grande o en pequeño, eso es lo que hacemos. Recibir ese foco de luz no es agradable —así estemos hablando de una autodecepción ordinaria o de un mal verdadero—, pero dar media vuelta solo demora el ajuste de cuentas. Y nadie puede saber por cuánto tiempo.
Enfrentar los síntomas. Curar la enfermedad. El ego pone muchos obstáculos, pues es más fácil demorar, redoblar esfuerzos, que evitar deliberadamente ver los cambios que tenemos que hacer en nuestra vida.
Estos cambios empiezan por oír las críticas y lo que dice la gente que nos rodea, aunque esas palabras parezcan mezquinas, furibundas o hirientes. Significa evaluar las críticas, descartar las que carecen de importancia y reflexionar sobre las que tienen sentido.
En El club de la pelea, el personaje tiene que hacer explotar su propio apartamento para poder romper la barrera. Nuestras expectativas y exageraciones, y la falta de control, hacen que esos momentos sean inevitables y garantizan que sean dolorosos. Usted ya está ahí, ¿qué va a hacer ahora? Puede cambiar, o puede negarlo.
Vince Lombardi dijo una vez: “A los equipos, como a los hombres, hay que ponerlos de rodillas antes de que se puedan volver a levantar”. Así que sí, tocar fondo es tan brutal como suena.
Pero la sensación posterior es una de las perspectivas más poderosas del mundo. El presidente Obama la describió cuando se acercaba al final de sus tormentosos y difíciles períodos: “He estado en un tonel, cayendo por las cataratas del Niágara, y finalmente salí, y viví, y esa es una sensación increíblemente liberadora”.
Si pudiéramos evitarlo, sería mejor no tener ninguna ilusión jamás. Sería mejor no tener que arrodillarnos ni lanzarnos por el abismo. De eso es de lo que hemos hablado hasta ahora en este libro. Pero si perdemos esa batalla, terminamos aquí.
Al final, la única forma de apreciar el progreso es pararnos en el borde del hueco que cavamos para nosotros mismos, mirar hacia abajo y sonreír con cariño al ver las huellas ensangrentadas que dejamos en las paredes en nuestro ascenso hacia la salida.