LLEVE SU PROPIO PUNTAJE

Nunca miro hacia atrás, excepto para investigar sobre algún error...
Solo veo peligro en reflexionar sobre las cosas de las que me siento orgulloso.

—ELISABETH NOELLE-NEUMANN

El 16 de abril del 2000, los New England Patriots contrataron a un mariscal de campo extra en la Universidad de Michigan. Lo habían investigado exhaustivamente y tenían el ojo puesto en él desde hacía un tiempo. Al ver que todavía estaba disponible, lo llamaron. Estaban en la sexta ronda. Era la 199 selección de reclutas.

El nombre de este joven era Tom Brady.

Brady era la cuarta opción al comienzo de su estupenda temporada. En la segunda temporada, ya era el primero. Los Patriotas ganaron el Super Bowl ese año. Brady fue nombrado “El jugador más valioso”.

En cuanto al retorno de la inversión, este es, probablemente, el contrato más grande en toda la historia del fútbol estadounidense. Cuatro Super Bowls (en seis apariciones), 14 temporadas, 172 triunfos, 428 touchdowns, 3 títulos del jugador más valioso en el Super Bowl, 58 000 yardas, 10 partidos de estrellas y más títulos de división que cualquier mariscal de campo en la historia. Y ni siquiera ha terminado de producir dividendos, pues a Brady tal vez le queden todavía muchas más temporadas.

Así que uno pensaría que los directivos de los Patriotas estarían dichosos con la forma como resultó todo. Y lo estaban. Pero también estaban decepcionados, profundamente decepcionados con ellos mismos. Las increíbles capacidades de Brady mostraban que los informes de los evaluadores del equipo estaban muy distantes de la realidad. A pesar de todas las pruebas y mediciones que les hacen a los jugadores, por alguna razón habían subestimado todos los atributos intangibles de Brady. Habían dejado que esta joya esperara hasta la sexta ronda. Alguien más podría haberlo contratado. Más que eso, los evaluadores ni siquiera supieron si tenían razón sobre Brady hasta que se lesionó Drew Bledsoe, su candidato estrella, lo cual los forzó a darse cuenta de su potencial.

Así, aunque la apuesta que hicieron tuvo mucho éxito, los Patriotas se preocuparon por la falla en inteligencia que podría haber dado al traste con la contratación. Y no es que quisieran ponerse quisquillosos o buscaran el perfeccionismo. Tenían altos estándares de desempeño que debían seguir.

Durante años, Scott Pioli, el director de personal de los Patriotas, mantuvo sobre su escritorio una foto de Dave Stachel­ski, un jugador que el equipo contrató en la quinta ronda, pero que nunca llegó al campo de entrenamiento. Era un recorderis: uno no es tan bueno como cree. Uno no lo tiene todo resuelto. Hay que mantener la concentración. Trabajar cada vez mejor.

El entrenador John Wooden también tenía mucha claridad sobre esto. El puntaje no era el que juzgaba si él o el equipo habían alcanzado el éxito, eso no era lo que constituía “ganar”. Bo Jackson no se deslumbraba cuando bateaba un jonrón o corría hacia un touchdown porque él sabía “que no lo había hecho perfectamente”. (De hecho, él no preguntaba por la bola después de su primer golpe en el béisbol de las grandes ligas por esa razón: para él eso era “solo un ‘roletazo’ por el medio del campo”.)

Esto es característico de cómo la gente buena piensa. No es que encuentren fallas en cada triunfo, es que se rigen por un estándar que excede lo que la sociedad puede considerar un éxito objetivo. Debido a eso, no les importa mucho lo que piensen los demás, les importa cumplir sus propios estándares y estos son mucho más altos que los de los demás.

Los Patriotas vieron que la elección de Brady había sido un asunto más de suerte que de inteligencia. Y aunque algunas personas están satisfechas dándose crédito por la suerte, ellos no lo creen así. Pero en este caso, en lugar de celebrar o felicitarse, bajaron la cabeza de nuevo y se concentraron en cómo ser todavía mejores. Eso es lo que hace de la humildad una fuerza tan poderosa, organizacional, personal y profesionalmente.

Esto no necesariamente es divertido. A veces puede parecer una autotortura. Pero nos obliga a seguir siempre adelante y a mejorar siempre.

El ego no puede hacer eso. No puede mejorar porque solo ve la validación. Recuerde que “los hombres vanidosos nunca escuchan más que los elogios”. Solo pueden ver lo que va bien, no lo que no va bien. Esa es la razón por la cual es posible ver a algunos egocéntricos al mando, pero rara vez duran.

El puntaje no puede ser lo único para medir. Warren Buffett ha dicho lo mismo y ha hecho una distinción entre el puntaje interno y el externo. Su potencial, lo mejor de lo que es capaz, ese es el metro con el que usted debe medirse. Sus propios estándares. Ganar no es suficiente, la gente puede tener un golpe de suerte y ganar. Hay personas que pueden ser completos desgraciados y ganar. Cualquiera puede ganar. Pero no todas las personas pueden ser las mejores personas posibles.

Es duro, sí. La otra cara de la moneda es que eso significa ser honestamente capaz de sentirse orgulloso y fuerte también en las derrotas ocasionales. Cuando uno saca al ego de la ecuación, la opinión de los demás y los indicadores externos pierden importancia. Eso es más difícil, pero, en últimas, una fórmula más fuerte.

El economista (y filósofo) Adam Smith tenía una teoría para la manera como la gente sabia evalúa sus actos.

Hay dos ocasiones diferentes en las cuales examinamos nuestra propia conducta y tratamos de verla a la luz con que la vería el observador imparcial: en primer lugar, cuando estamos a punto de hacer algo; y en segundo lugar, después de haberlo hecho. En los dos casos, nuestras opiniones tienden a ser muy parcializadas, pero tienden a serlo todavía más cuando es más importante que no lo sean. Cuando estamos a punto de hacer algo, el entusiasmo de la pasión rara vez nos permitirá considerar lo que estamos haciendo con la imparcialidad de una persona indiferente... Cuando la acción ha terminado de verdad, y las pasiones que provocó han cedido, podemos entrar más tranquilamente en los sentimientos del observador indiferente.

Este “observador indiferente” es una especie de punto de referencia con el que podemos juzgar nuestro comportamiento, en oposición a los “aplausos sin fundamento” que suele dar la sociedad. Aunque no se trata solo de validación.

Pensemos en todas las personas que excusan su conducta —políticos, empresarios poderosos y demás— diciendo que no es “técnicamente ilegal”. Piense en las veces que usted mismo se ha excusado diciendo: “Nadie lo va a saber”. Esa es la región moral de color gris que a nuestro ego le encanta explotar. Regir al ego por un estándar (interno, o indiferente, o como quiera llamarlo) hace que cada vez sea menos probable que los excesos o los malos procederes sean tolerados. Porque no se trata de lo que se puede hacer sin que nos atrapen, sino de lo que debemos o no debemos hacer.

Este es un camino duro al comienzo, pero uno que, al final, nos vuelve menos egoístas y egocéntricos. Una persona que se juzga a sí misma con base en sus propios estándares no anhela estar en primera plana tanto como alguien que deja que los aplausos sean los que contabilicen su éxito. Una persona que puede pensar a largo plazo no se compadece cuando tiene reveses temporales. Una persona que valora el trabajo de equipo puede compartir el crédito y someter sus propios intereses de una forma que la mayoría de la gente no puede hacerlo.

Reflexionar sobre lo que salió bien o lo asombrosos que somos no nos lleva a ningún lado, excepto, tal vez, a donde estamos ahora. Pero queremos ir más lejos, queremos más, queremos seguir mejorando.

El ego bloquea eso, así que tenemos que someterlo y aplastarlo continuamente con estándares cada vez más altos. No es que estemos persiguiendo siempre más, como si nos animara la codicia, sino que queremos avanzar hacia una mejoría de verdad. Con disciplina más que disposición.