anillo

Todos los Hijos, los herederos de los doce Jefes de Olympus, y los Familiares saben que pasarán por la Akademeia. Es lo que se espera de ellos. Es una muestra de que estás entre los mejores de tu Servicio, una manera también de probar tu valía ante el resto del mundo. En la Akademeia tienes que dejar claro que mereces estar en lo alto de la pirámide. Si no lo haces lo bastante bien, pueden echarte abajo.

Asha Amartya fue a la Akademeia.

Mi hermano fue a la Akademeia.

Yo, por supuesto, fui a la Akademeia.

Cuando me admitieron, sabía que no iba para hacer amigos. No tenía ningún interés en relacionarme con nadie. Para mí, la gente que me rodeaba no era más que una herramienta para unos objetivos bien definidos: antes que nada, demostrar que era la mejor para que me nombraran comandante entre ellos; después, que nuestra colaboración nos posicionase primeros en todo momento para que el grupo se graduara con honores.

Pero ese primer día de clase, mientras yo evaluaba mis posibilidades, Aster se acercó a mí. Me dijo que nuestros hermanos habían estado juntos en la Akademeia, que ambos habían formado parte del mismo grupo en el que nosotros estábamos ahora. Que, como el mío, su hermano también había muerto.

Me tendió la mano.

Al principio, la rechacé. No me fiaba de nadie que llevara el nombre de mi familia en los labios y, sobre todo, el nombre de mi hermano. No recuerdo qué le dije, pero sí que estaba enfadada. Que, aunque no le grité, le traté mal. Le di la espalda. Me marché.

Era la primera persona que parecía interesada en ser mi amigo en años y yo la había rechazado.

No tardé en sentirme culpable, pero ya era tarde. Aster se negó a mirar en mi dirección al día siguiente y ahí habría acabado todo si no hubiera sido porque yo vi algo que se movía en su bolsa, algo vivo que llamó mi atención y que quise descubrir. La misma criatura peluda que ahora me trepa por el torso y se encarama a mi hombro y me da lametones en la mejilla. Su cola se enrolla alrededor de mi cuello como una bufanda.

No me gustan las sorpresas, pero supongo que esta no es la peor a la que podría enfrentarme.

—¿Qué haces aquí?

Aster me mira con cara de no haber roto un plato.

—Yo también me alegro de verte.

Gruño y le devuelvo a Lamia, que hace un ruidito de queja. Me giro para no tener que encarar a mi amigo y me encamino con paso firme de vuelta a mi habitación. Él me sigue.

—Me alegro de verte —concedo de mala gana—. Pero es mejor que te vuelvas a Luna. Te dije que estaba bien.

—Ya, bueno, resultaba difícil de creer y pensé que…

La voz de Aster se apaga cuando se detiene debajo del dintel de la puerta de mi cuarto. Aprieto los labios, tensa, y me niego a mirarlo; no sé si quiero ver su cara mientras descubre que en el suelo hay una bolsa de viaje llena de ropa. Seguro que ya ha reparado en el despliegue de pantallas encima de mi mesa, todas ellas con la aplicación de HÉROE como protagonista. Lo que no sabe es que el software de Dédalo lo está analizando todo. Cada imagen. Cada vídeo. Lo que se ve en la aplicación, pero también lo que no se ve, aquello a lo que solo los administradores tienen acceso. A lo que yo tengo acceso gracias a mi padre.

Le oigo coger aire.

—¿En serio, Talía?

Cierro los ojos un instante. La verdad, esperaba no tener que decírselo. O no hasta que estuviera muy lejos de Marte. Sé que va a intentar convencerme de que es un error. Sé que va a preguntarme en qué estoy pensando. Insistirá en que no puedo irme y en que le dije que no iba a hacer ninguna locura.

—Me he unido a un grupo —murmuro—. Para la búsqueda.

Me doy la vuelta para mirarlo. Aster es probablemente la persona más pálida que conozco, pero su cara se ha puesto aún más blanca y ahora hace una mueca.

—Me gustaría estar más sorprendido de lo que estoy. También me gustaría pensar que me vas a escuchar si te digo que no es una buena idea.

Sí, esa es la razón por la que no le conté nada.

—La decisión ya está tomada, Aster: me marcho esta misma tarde.

Por su cara, mi amigo probablemente piense que me he vuelto loca. Y probablemente también esté intentando averiguar la mejor forma de disuadirme.

—¿Quién es esa gente? ¿Cómo sabes que puedes fiarte de ellos?

Me dejo caer en la silla de mi escritorio mientras me froto las sienes.

—No lo sé. Pero no es como si tuviera muchas más opciones. Son los amigos de Fedra. Tess, la del ala, ¿la recuerdas?

Empiezo a cerrar las pantallas que hay sobre la mesa ante la mirada atenta de mi amigo. Siento sus ojos taladrándome desde atrás.

—Hace años dijiste que eran peligrosos, ¿no?

—Lo que dije es que parecían peligrosos y que los respetaban en los bajos fondos. Pero a mí me deben un favor.

—Mira, sabía que no ibas a olvidarte del tema y por eso estoy aquí, porque pretendía ayudarte, pero ¿te parece que unirte a una panda de… mercenarios, en el mejor de los casos, es la respuesta? Talía. ¡Talía! ¿Puedes mirarme cuando te hablo?

Yo sacudo la cabeza y cojo las gafas de su sitio.

—No, porque te conozco y ya sé cómo me estás mirando y no me gusta. Y ellos necesitan la recompensa. Seguro que eso les… ayuda a estar motivados. Necesito un equipo que no vaya a tirar por la borda mi información. Y los mercenarios, te guste o no, están dispuestos a cualquier cosa por una buena recompensa.

—¡Precisamente! ¡Si alguien ofrece algo mejor, te traicionarán a ti y a cualquiera!

Suspiro y por fin me giro hacia él. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho, por supuesto. Y me está estudiando con el ceño fruncido.

—Necesito hablar con ella. Solo quiero eso.

Aster sabe ver cuándo he tomado una decisión y no va a conseguir que cambie de idea, así que aprieta los labios.

—Tengo que saber qué pasó de verdad —insisto.

Tengo que averiguar qué ocurrió aquella noche. Tengo que saber si me han estado mintiendo, como he llegado a creer. Tengo que descubrir si alguien tiró a mi hermano de la azotea o si fue un accidente o si…

No. No quería que la idea viniese a mi cabeza, porque sé lo peligrosa que puede ser, porque llevo intentando mantenerla hundida desde que supe que Asha estaba viva, pese a lo que me habían hecho creer. Porque sé lo perjudicial que puede llegar a ser la esperanza, sobre todo cuando no tienes pruebas y hechos y te dejas llevar por un presentimiento. Aun así, no es algo que pueda detener, como no puedo controlar las palabras que vomito hacia mi amigo:

—¿Y si está vivo?

—¿Y si no lo está? —Aster estaba preparado para responderme en cuanto abriese la boca—. ¿Qué harás entonces, cuando descubras la verdad? Cuando entiendas que lo has perdido por segunda vez, que nunca pudiste recuperarlo, ¿qué vas a hacer?

Me tiemblan los labios, pero alzo la barbilla.

—Traer de vuelta la cabeza de Asha Amartya. Me convertiré en la Hija que mi padre siempre ha querido. Apuesto a que eso lo haría sentir orgulloso al fin.

Mi amigo coge aire, pero ni siquiera me lo echa en cara. No me dice que la venganza no solucionará nada. No me dice que es una locura. Supongo que es porque sabe que decirlo no cambiaría nada.

—¿Le has dicho a tu padre que te vas, siquiera? —pregunta en su lugar—. Eres la Hija de Hefesto. No puedes desaparecer sin más. ¿Cómo crees que se lo tomará si llega a casa y no te encuentra?

¿Acaso le importaría? Quizá se lo espere. Quizá no le preocupe. Quizá sea el tipo de decisión que le sorprenda y le agrade, como no le ha sorprendido ni agradado nada de mí desde que tenía trece años. Ni cuando entré en la Akademeia, ni cuando me eligieron en Cronos, ni cuando me nombraron comandante del grupo, ni cuando me gradué con honores…

La chaqueta que me pongo es vieja y me queda grande, pero quizá justo por eso es el disfraz perfecto. A la pregunta de Aster no le ofrezco una respuesta. Ni siquiera lo miro mientras me coloco las gafas para ocultar mi rostro. Los datos se están procesando en una esquina de la pantalla. Los permisos de administradora están todavía operativos. No necesito nada más.

—¿Crees de verdad que ese grupo tiene alguna posibilidad? Va a ser una competición peligrosa. ¿Qué pasa si te ocurre algo?

Ya me he colgado la bolsa al hombro cuando me giro hacia él. Aster se acerca y su ansiedad y algo de su enfado desaparecen cuando me quita las gafas para mirarme a la cara. No sé qué ve en mi expresión, pero es suficiente para que entienda que no estoy bien. Que no tengo respuesta para casi ninguna de las preguntas que me ha planteado. Que no sé lo que va a pasar. Pero sabe que si salgo por esa puerta es porque voy a llevar esto hasta el final. Atrapa la manga de mi chaqueta.

—Tienen más posibilidades de encontrarla que ningún otro porque me tienen a mí, Aster. Y no voy a dejar que se nos escape.

Intento soltarme, pero él se resiste a dejarme ir. Sus dedos me agarran con más fuerza.

—No voy a quedarme —le aseguro.

—Lo sé. Por eso voy a ir contigo.

El hera alza la barbilla, como si me desafiase a impedírselo, y me devuelve las gafas. Ese gesto me haría sonreír si no tuviera un nudo en el estómago que no soy capaz de digerir.

—Está bien.

Aster me libera al ver que no le voy a impedir acompañarme y, con Lamia aferrada a él, me sigue fuera del apartamento.

Voy a averiguar qué le pasó a mi hermano.