anillo

Ante mí hay dos Ashas. Las dos son idénticas, con la misma postura, la misma cicatriz en el ojo, el mismo pelo e incluso ropa parecida. Si me las pusieran delante, no podría diferenciarlas. A ojos de Dédalo, que percibe cosas que escapan a la mirada humana, también son la misma persona: la misma estatura, el mismo tono de piel, la misma edad. Sus cuerpos son idénticos, de la cara a las manos.

Ante mí hay dos Ashas. Una aparece en un vídeo de veintiún segundos en el asentamiento de Olympus del planeta Gyali. La otra es una imagen estática de ella en una de las ciudades flotantes del planeta Serimos, donde casi fue capturada. Hay unos diez días de viaje entre las dos localizaciones, siempre y cuando no se produzcan contratiempos y se disponga de una nave de última generación bien provista de combustible y víveres. Sin embargo, las dos imágenes fueron captadas con menos de doce horas de diferencia.

Ante mí hay dos Ashas, sí, pero eso es físicamente imposible. Una de las dos tiene que ser falsa. Una de las dos imágenes es un montaje. Pero ni Dédalo ni yo hemos descubierto el truco todavía. Y mientras no lo descubramos, no me atrevo a elegir un rumbo, por mucho que sepa que los demás llevan esperándolo dos días enteros.

—¿Cómo va eso?

Para ser alguien tan grande, Dryas es sorprendentemente silencioso. No me doy cuenta de que está en la habitación hasta que lo tengo delante, tan cerca que creo que puede verme a través de la pantalla opaca de las gafas. Me echo hacia atrás para apartarme de él y, con las prisas, me golpeo la cabeza con una de las cajas que se apilan contra la pared de la pequeña enfermería. Mi mano vuela al potencial chichón entre mi pelo y tengo que morderme los labios para no soltar una maldición.

El ares está delante de mí, acuclillado, con el codo sobre el muslo y la cara apoyada en la mano. Su sonrisa es muy amplia, al borde de convertirse en risa.

—Espero que esas gafas te permitan ver mejor la información de lo que te permiten ver el mundo exterior, ¿eh?

Abro la boca para decirle que no es fácil ver a alguien acercarse cuando tienes delante un mapa y tres pantallas abiertas y piensas que tu análisis es lo que dicta el destino de tu equipo, pero en lugar de eso entorno los ojos. Decido poner la información en segundo plano y me centro en él, con su expresión traviesa.

—¿Qué ocurre?

—Quería saber si ya tenemos un rumbo.

—Podrías haberle preguntado a Aster, él conoce todos mis avances.

Según Aster, una de las dos Ashas es un clon. Lo he mirado con escepticismo, pero me parece que realmente lo cree. Al menos, considera que es más realista que mis teorías sobre tecnologías desconocidas para Olympus. Al fin y al cabo, Hera ha estado trabajando mucho en la clonación, pero ¿cuáles son las posibilidades de que el teletransporte sea posible?

No le he querido recordar que hay proyectos en Hefesto a los que ni siquiera yo tengo acceso.

—La verdad es que me apetecía preguntarte a ti y, ya sabes, estrechar lazos, que apenas nos conocemos, ¿no?

Dryas se inclina hacia delante un poco más y yo presiono mi espalda contra las cajas. Me mira primero por la derecha y luego por la izquierda, en un ángulo poco natural. Tardo un instante en reparar en que está intentando buscar un punto desde el que se vea algo más allá de las gafas.

—¿Cómo lo haces? —pregunta—. ¿Son gafas mágicas?

La pregunta es tan ridícula que me reiría si no me sintiese tan observada. Aunque no llega a tocarme, apoyo un dedo en su hombro y lo empujo hacia atrás. Él no opone resistencia y se aparta tanto como le indico, dejándome sitio para respirar.

—La magia no existe —digo, aunque una parte de mí entienda que la tecnología más puntera tenga ese efecto sobre otra gente—. Solo es electrónica. Las gafas funcionan como una pantalla conectada a un software que me permite trazar un mapa de avistamientos. En realidad, es un método bastante primitivo, podría hacerlo cualquiera, pero el programa se encarga de filtrar los datos y facilita trabajar con estadísticas y…

—Magia —me interrumpe él—. ¿Y todos en Hefesto tenéis gafas como estas? Arriba, ya sabes, en las oficinas.

Abro la boca para contestar que no, pero me detengo antes de cometer un error del que me arrepienta después. Jamás le he dicho, a él o a Tess, que trabajase en las oficinas de mi Servicio. Dryas está sonriendo como si no hubiera dicho eso con toda la intención.

Me está tendiendo una trampa sin ni siquiera cambiar el tono. Y yo casi caigo.

—Has dicho que querías saber si había progresos, ¿no? Pues estoy en ello. Eso es todo lo que puedo decirte.

—Es escurridiza, ¿no? Esa chica. Si ni siquiera con tu equipo eres capaz de atraparla…

—Si ni siquiera Zeus ha conseguido atraparla, con todos los Servicios a su disposición…

—Bueno, a lo mejor Zeus sale ganando teniéndonos aquí fuera, ¿no?

—Supongo. Estamos haciéndole el trabajo, claro. Pero hay una recompensa en juego y a Olympus no le gusta perder dinero.

—Me refería al circo que debe de estar montando en Marte —dice—. Ha quedado claro que a Zeus le alucinan esas cosas. Todavía me acuerdo cuando apareció en aquel programa en el que expuso a la rebelde… O el discurso en el desfile que dio poco antes de que la nombraran Zeus oficialmente. Fedra estaba trabajando de asistente allí ese día, ¿sabes? Zeus estaba tan impresionante que a Fe casi se le cayó la tableta al verla.

Dryas ríe, pero mi ceño se frunce aún más con los comentarios que suelta mezclados con apuntes irrelevantes, como para hacerlos pasar por tonterías. Sí, supongo que tiene razón: mientras los ojos están en el espacio, en Marte siempre se están tramando cosas. Los Jefes saben cómo distraer la atención de tal modo que, mientras la gente mira más allá de nuestro planeta, no se preocupan de lo que esté pasando allí mismo o en otros lados. Y mientras la gente está entretenida, no hacen nada malo. Supongo que hay una lógica retorcida en mantener a una rebelde en el centro de atención para que nadie se rebele.

—Por vanidosa que sea Zeus y lo mucho que le guste jugar a distraer la atención, tiene que ser consciente de lo que ha desencadenado. Alguien pillará a Asha.

Yo lo haré.

—Supongo. O igual todo esto le sale al revés y más gente se une a ella. Yo lo haría.

—¿Te irías con los rebeldes? —pregunto, incrédula.

—Bueno, ya has visto a su líder. —Me guiña un ojo—. ¿Crees que soy su tipo?

—No, en absoluto —respondo con total honestidad.

Antes de acabar de responder y ver la sonrisa de Dryas, me doy cuenta de mi error. Intento disimular. Intento que piense que simplemente lo he dicho porque no considero que tengan nada que ver, no porque sepa sin ninguna duda que a Asha nunca le gustaría alguien como él. En primer lugar, porque era lesbiana. Mi hermano y ella se reían de la gente que los emparejaba constantemente. Jugaban con ello cuando estaban en el instituto, lo sé. A la gente le daba miedo el poder que tendrían si fueran pareja.

—Qué pena —dice Dryas como si nada—. ¿Tanto la conoces como para estar tan segura?

Yo callo.

—Bueno, claro que la conoces. Al fin y al cabo, quieres hablar con ella y crees que charlará contigo sin más si la cazas. Y la llamas por su nombre. Ni usas su apellido ni la tratas como los demás, como «la Hija» o «la rebelde».

Trago saliva. Me siento como si volviese a estar muy cerca, aunque no se ha movido. Como si me hubiera puesto contra la pared. Hasta ahora, habría dicho que Dryas era la persona más inofensiva de la tripulación, pero de pronto siento que me ha tenido engañada todo el tiempo.

—¿Qué estás insinuando?

—¿Yo? —Él se encoge de hombros—. Nada. La de las probabilidades y el análisis eres tú, ¿no?

Alzo la barbilla, aunque no me sirva ni siquiera para darme fuerzas.

—Entonces quizá deberías marcharte para que continúe con ello.

Dryas se pone en pie y me mira desde arriba. La sonrisa se ha tornado un poco más pequeña en su boca. Ahora, en cambio, parece pensativo.

—Espero no haberte molestado.

Sé que no debería caer. Sé que no debería preguntar.

—Si te digo que sí, ¿lo vas a sentir?

—Lo sentiré si Fedra se entera de que he estado incordiando a su compañera de cuarto de la Akademeia —dice con una expresión que es todo inocencia—. Sabe pegar más fuerte de lo que aparenta. Fue una gran alumna…

Dryas deja escapar un suspiro nostálgico y después, con un guiño cómplice, se lleva un dedo a los labios y se da la vuelta.

Apenas soy capaz de reaccionar a tiempo.

—¿Qué? Estás…

Pero el amigo de Fedra me mira de soslayo con una expresión diferente. Con un brillo en los ojos que me indica que es muy consciente de lo que ha dicho y que sabe que no, no está equivocado. Es consciente de que soy justo quien sospecha que soy.

—Encuentra a esa rebelde pronto, ¿eh, Ariadna?

Dryas sale de la pequeña enfermería tras pronunciar mi nombre falso, dejándome a solas con las dos Ashas en mi pantalla y con la certeza de que en esta nave nadie es lo que parece.