anillo

Los días del viaje hacia Hellas pasan demasiado despacio para mí. Incluso teniendo que programar Dédalo para asegurarme de que reconoce a las criaturas cambiaformas y a los rebeldes que tengo localizados, la espera pone mi paciencia a prueba. Intento pasar tiempo con Aster, mantenerme cerca de él, pero está un poco agobiado y esquivo y siempre tiene algo que hacer, por alguna razón, aunque él mismo me ha dicho que ya no hay mucho más que pueda sacar del cadáver de la criatura. Cuando le pregunto a mi amigo qué es lo que pasa, él se limita a apretar los labios y sacudir la cabeza. Sabe que se le nota cuando miente, así que ni siquiera se arriesga.

—Te prometo que no tiene nada que ver contigo —me asegura con un hilo de voz cuando vuelvo a insistir—. Pero no puedo decírtelo.

—Parece que no hayas dormido en días. Si hay algo que pueda hacer…

—No insistas, Talía. Por favor.

Así que lo dejo estar, como me pide. Ni vuelvo sobre el tema ni me niego al cambio de conversación, en el que me pide que le cuente datos de Hellas, como si supiera de antemano que es una de las cosas en las que me he estado entreteniendo. Pero Hellas no es tan interesante en los archivos de Olympus como esperaba. En el planeta no había más vida que especies vegetales y algunos animales, pero el lugar era inhabitable para los humanos. La terraformación, por supuesto, cambió eso. Los humanos colonizamos el planeta, construimos varias ciudades, aprovechamos las materias primas que nos daba.

Es la misma historia de siempre, al menos en apariencia.

Porque está claro que nadie se dio cuenta de que había algo más en aquel lugar. Una especie inteligente con la que, sin saberlo, empezamos a compartir hábitat. Una especie que, si mis sospechas son ciertas, consiguió mimetizarse con nosotros a la perfección.

No puedo dejar de pensar en lo que eso supone. No puedo dejar de preguntarme con cuántas de esas criaturas me habré cruzado a lo largo de mi vida. Cuántas habrán llegado a Marte. Cuántas podrían haber estado conmigo en la Akademeia. Si Oscar Elikya es uno de ellos, quizá no sea el primero ni el último en conseguir un puesto de becado. De hecho, quizá haya quienes no necesitan ni siquiera eso, porque pueden permitirse la matrícula y el acceso… La teoría de Aster es que se transforman en cualquier persona solo con tocarla, y yo no he dejado de pensar que, aquella noche que vino a casa, Oscar me estrechó la mano. Le estrechó la mano a mi padre. Podría habernos sustituido a cualquiera de nosotros.

Mis ojos siempre acaban volviendo al cadáver en el módulo cerrado, preguntándome qué más cosas harán. Me dedico a aprender las diferencias de su anatomía interna con respecto a la de los humanos: a simple vista sería imposible, pero con las gafas puedo hacerlo.

La puerta de entrada al almacén se abre y yo vuelvo la vista a tiempo de ver un cuerpo que tampoco es del todo humano, sobre todo por el ala en su espalda. Me apresuro a sacarme las gafas, aunque me doy cuenta, un segundo más tarde, de lo estúpido que resulta que ver a través de ella me perturbe de alguna manera.

—Tess. Estás de pie.

La phae camina mejor de lo que esperaba. Sé que su herida no ha sido fácil, igual que no lo ha sido la operación. En los últimos días también he pasado algo de tiempo con ella, en las breves visitas que le he hecho en la enfermería.

—He conseguido que Dryas entienda que estar en la camilla no va a hacer que me cure sin más —dice con cierto cansancio.

—Lo que me extraña es que no esté justo detrás de ti para asegurarse de que no te vas muy lejos.

Esa comisura de sus labios, la misma de siempre, tira de su boca un poco hacia arriba.

—Creo que era su intención, pero Aster quería hablar con él y lo ha entretenido.

Frunzo el ceño. Me pregunto si mi amigo lleva estos días tan raro por algo que tenga que ver con el grandullón. Es cierto que últimamente los veo hablar de vez en cuando y, al mismo tiempo, el número de quejas de Aster sobre él se ha reducido, aunque supongo que eso viene de lejos ya, de Cícico. Sé que Aster está muy agradecido de que Dryas lo salvara de aquel experimento de Hera. Yo, aunque nunca se lo he dicho a Dryas, también lo estoy.

—Me alegra que estés un poco mejor. Jase dice que quedan un par de días más para Hellas.

—¿Has descubierto algo importante? ¿Alguna pista de en qué zona del planeta se encuentran esas criaturas? —Tess hace una mueca al oírse y se deja caer sentada cerca de mí—. Aunque supongo que la cuestión es, precisamente, que pueden estar en cualquier lado…

Suspiro, pero le doy la razón con un asentimiento de cabeza.

—Lo lógico sería buscarlos en la capital, entre los humanos. Ahora que sabemos cómo reconocerlos —miro mis manos, que sostienen las gafas—, es cuestión de tiempo que encontremos a alguno. Además, no parece que Hellas sea como Lemnos o Cícico: no hay noticias de que existan zonas peligrosas. Toda su superficie está llena de humanos, quitando los cultivos de Deméter. —Me encojo de hombros—. Pero quizá sea buena idea que hables con Nysian: en su momento tuvo noticias de Lemnos que no eran de dominio público, ¿no? A lo mejor también tiene información sobre este sitio.

La miro de reojo. Estoy segura de que Nysian ya le habría dicho algo si supiera más de lo que está en las bases de datos públicas de Olympus. Al fin y al cabo, tuvo que aceptar que hiciéramos una última parada, y algo me dice que, dado el estado de Tess, Nysian nunca habría dejado que viniese si considerase que esta misión es más peligrosa de lo que ha sido el resto del viaje.

—No sabe nada. —Tess se encoge de hombros y se le escapa un suspiro cuando lo hace—. Mallach —masculla.

Mi eidola no consigue una traducción, pero creo que tampoco es necesario en esta ocasión, por contexto. Siento que soy yo ahora la que sonríe apenas.

—¿Maldices en phae?

Tess me mira de reojo, como si no se hubiera dado cuenta hasta que se lo he dicho.

—Hay palabras en phae que expresan cosas mucho mejor que las vuestras —dice, creo que en broma.

Recorro el borde de mis gafas con un dedo. Una parte de mí quiere preguntarle cuáles son. Hacer que me las diga una por una. Pero en su lugar, porque creo que sería ridículo, le doy la vuelta a su comentario y me aferro a lo que puedo entender:

—¿Y no has encontrado ninguna palabra humana que exprese algo mejor que en phae? Tiene que haberlas.

Tess me mira con burla, esta vez sí.

—No, porque vosotros tenéis demasiadas palabras. Y conceptos extraños que todavía hoy no entiendo del todo. «Ética», por ejemplo. Nysian dice que es una palabra sin la que puedo vivir, de todos modos.

Resoplo. Me imagino perfectamente a alguien de Dionisio tachando la ética de su vocabulario. Y sobre todo a Nysian. Aunque tampoco creo que yo sea nadie para hablar.

—¿Y sin qué palabra phae no podrías vivir? Aparte de mallach, al parecer.

—No sé —responde tras pensarlo—. No es que no pueda vivir sin ellas, pero hay cosas que no sé… expresar de otra manera. Como si vuestra lengua se quedara corta. Como sileashd, por ejemplo. Es como… la pena más grande que experimenta alguien. Pero también está la alegría más grande, que es aoineashd. Cuando me fabricaste el ala, por ejemplo, sentí eso. No puedo explicarlo con otra palabra.

Asiento para que sepa que le estoy prestando atención. Recuerdo su risa otra vez y supongo que ese fue el instante exacto en que estalló de felicidad. Tiene sentido que cuenten con una palabra para algo tan especial: he visto a Tess de buen humor, pero nunca tan feliz como en esa ocasión.

—Me alegro de haber contribuido a tu aioe

La lengua se me traba y siento que me pongo un poco colorada por la torpeza.

Aoineashd —repite Tess con una sonrisa un poco más grande.

—Eso —digo, pero no vuelvo a intentarlo. Tess emite algo similar a una risa que me hace ruborizarme más—. Intentaré que te sientas así de nuevo.

Me meto un mechón de pelo detrás de la oreja, todavía más avergonzada, porque no entiendo de dónde han salido esas palabras ni el sentimiento de que quisiera volver a aquel primer día en la azotea de su bloque de apartamentos, hace ya años. Me gustaría escucharla reír así otra vez.

Tess y yo nos miramos. Después, ella se humedece los labios y echa un vistazo por encima de su hombro en el que supongo que se fija en la ausencia a su espalda.

—Hay… otra palabra —dice. Después fija sus ojos en mí, y es como si me atrapara. Como si me hiciera imposible apartar la vista—. Otro concepto que creo que no tenéis o yo no he encontrado. Las phaes se mueven más en núcleos familiares, ¿sabes? Pero a veces hay phaes fuera de esos núcleos que se convierten en… ¿especiales? No son amigas. No tienen por qué serlo. Puede ser alguien que hable una única vez contigo, pero hay un… ¿impacto? Significa algo. Se queda contigo. La identificas como parte de tu vida, incluso aunque nunca vuelvas a verla. Llamamos a esas personas kharaids. Aquel día, el del ala, pasaste a ser eso para mí. Seguirías siendo kharaid aunque nunca nos hubiéramos vuelto a ver.

La mirada de Tess está puesta sobre mí con tanta insistencia que yo apenas me acuerdo de respirar. Es una tontería. Es completamente ilógico. El corazón me empieza a latir demasiado rápido, como si hubiera vuelto a alzar el vuelo conmigo entre los brazos o como si quisiera imitar el pulso de la criatura que tengo al lado. La cara me arde.

Kharaid —repito, tragando saliva, porque siento que tengo que decir algo. Cuando lo ha dicho ella, ha sonado a melodía; sobre mi lengua, no obstante, suena como una nota desafinada—. Supongo que yo también podría usarlo contigo.

Tess entrecierra los ojos con suavidad, no sé si intrigada o sorprendida.

—¿De verdad? —Se humedece los labios y aparta la vista al techo—. Fedra a veces duda de si… los demás significamos algo para ti. Y supongo que yo también me lo he preguntado.

Aprieto los labios, recordando mi conversación con la afrodita.

—Entiendo por qué lo dice, pero… —Suspiro—. No soy una IA, ¿vale? Tengo sentimientos, aunque no se me dé bien demostrarlos. No…, no soy cariñosa ni se me dan bien las palabras. Pero eso no significa que no haya personas importantes para mí.

Es frustrante que la gente me vea como un androide. Que piense que nada me afecta porque no lo muestro. Puede que sea culpa mía, porque muchas veces me he sentido demasiado cómoda en esa posición. Porque es más fácil fingir que todo va bien y todo te da igual que demostrar lo que realmente sientes y arriesgarte a que te hieran o… a que te conozcan.

A que te afecten.

A que dejen huella en ti.

—A mí tampoco se me da demasiado bien —dice Tess con la voz suave, volviendo a mirarme. A clavar sus ojos en los míos—. En ocasiones ni siquiera entiendo muchas cosas, ¿sabes? El otro día Dryas dijo que Fedra estaba celosa y yo no termino de entender qué es eso, por ejemplo, ni por qué se sentiría así.

Abro la boca, sin saber muy bien cómo contestar. Sus palabras consiguen tensarme y removerme en mi sitio. Supongo que a eso se refería Fedra con perder a la gente de muchas maneras. Supongo que ahora nuestra conversación del otro día tiene más sentido.

—Los celos son un sentimiento… irracional —murmuro—. Un miedo ilógico a perder algo que te importa mucho, porque crees que te lo van a arrebatar. Por lo general, habla más de las inseguridades de quien se cela que de otra cosa.

Me encojo de hombros. No sé si esa explicación ayudará a Tess, pero estoy segura de que, en el caso de Fedra, es un comentario bastante acertado. No creo que Fedra quiera tener celos, y menos de mí. Pero está asustada. Teme que la abandonen. Teme ser insuficiente, ella misma me lo dijo. Teme que alguien de su familia, la familia que ella ha elegido, se marche. Y lo sucedido en Trethen, despertarse para ver que Tess se había marchado al hogar de su infancia, no ha debido de ser fácil.

Tess frunce un poco el ceño mientras me escucha y después sacude la cabeza, como si no tuviera sentido para ella.

—Fedra no va a perderme nunca.

Me recojo las piernas con los brazos. Hay una punzada en mi pecho que no sé de dónde sale. Una pregunta que se me hace bola en la garganta antes de que pueda pronunciarla.

—Fedra y tú… ¿sois pareja?

Tess ladea la cabeza y me arrepiento de inmediato de haber preguntado. Clavo la vista en el suelo e intento hacerme más pequeña. Es obvio que, si lo son, tampoco hacen demasiadas demostraciones en público, así que me estoy metiendo donde no me llaman y…

—Fedra nunca lo ha llamado así —responde, y luego aparta la vista al techo con los ojos entrecerrados—. Por lo que Dryas me ha enseñado de vuestras relaciones, creo que la palabra exacta sería «amante», pero tampoco tengo muy claras las diferencias específicas. Ya te lo dije antes: tenéis demasiadas palabras.

Y esa, probablemente, es más información de la que necesitaba. Mis ojos regresan a ella sin mi permiso, a su rostro serio, sin broma, con una expresión casi de confusión. Aparto la vista de inmediato. Desde el fondo de mi garganta sale un sonidito estrangulado que espero que Tess tampoco logre entender o que, al menos, interprete como un asentimiento o una muestra de desinterés, en vez de con la imagen que ahora ocupa mi cabeza.

—Supongo que la diferencia está en…, en lo que sintáis.

No sé por qué estoy manteniendo esta conversación. No sé por qué siento el pecho encogido por ella.

—Fedra es muy importante para mí.

Trago saliva. Hay muchas maneras en las que una persona puede ser importante para otra. Para las phaes, aparentemente, incluso hay más maneras que para los humanos.

—¿También es… kharaid para ti?

Tess solo duda en ese momento. Baja la vista, pensativa, y se queda callada durante unos segundos tan largos que creo que no responderá.

—No.

Tess vuelve a fijarse en mí, con calma, con esos ojos azules en los míos. El corazón me da otro vuelco y siento el calor subiéndome a la cara, aunque no estoy segura de entenderlo bien. No estoy segura de entender cómo yo podría cambiarle la vida a alguien. Nunca me he visto como una persona que influyese en la existencia de los demás. Y al final, si bien es cierto que hacer esa ala fue un desafío, algo en lo que estuve trabajando meses enteros…, a la hora de la verdad, no sé si a mí llegó a cambiarme de alguna manera. No sé si dejó en mí esa impronta de la que habla Tess.

Pero sé que este viaje lo está haciendo.

Sé que pasar tiempo con ella lo está haciendo.

—Fedra teme que… solo seáis medios para mí. Algo útil que me va a ayudar a cazar a Asha Amartya —musito—. Y puede que lo fuerais al principio, cuando le pedí a Nysian que me dejara ir con vosotros o cuando me subí a la Argos. Pero ahora… no creo que sea tan fácil. Las cosas han cambiado un poco.

Tess coge aire y sus labios se curvan entonces en una sonrisa. Una completa, relajada, que me recuerda a su expresión cuando me dio las gracias por el ala, hace ya años. No puedo evitar fijarme en ella, lo que conlleva también mirar su boca. Cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo, aparto la vista de inmediato. Yo no soy así.

—Acabo de recordar que Aster me pidió ayuda en el laboratorio —miento antes de apartarme de golpe. Me levanto lo más rápido que puedo. Me alejo lo más rápido que puedo—. ¿Tú te quedas aquí?

Tess está sorprendida por el cambio brusco de conversación, porque la veo parpadear un segundo y después asentir.

—Creo que voy a tumbarme. En mi cama, por fin, en vez de en esa camilla de la que estoy harta. Es mejor si intento descansar lo máximo posible antes de llegar a Hellas: no quiero retrasar a nadie.

Asiento, pero dudo que Tess vaya a retrasar a nadie ni aun estando herida.

—Ya queda poco —le digo.

Al dar un par de pasos atrás, siento que respiro mejor. Que las mejillas se me enfrían. Agradezco el cambio, porque es lo que necesito para sentir que tengo el control sobre mí misma. Que soy una persona racional.

Y me pongo las gafas para mayor seguridad.

—Que descanses, Tess.

Ella no se mueve más que para seguirme con la vista. Para dedicarme esa sonrisa que es más real que todas las que le he visto hasta ahora. Más completa.

—Nos vemos luego, kharaid.

Siento que me vuelven a arder las orejas. A eso, por supuesto, no tengo respuesta. Todavía necesito unos segundos, cuando la puerta se cierra tras de mí, para recuperar el aliento. Para dejar que mi corazón se calme.

No es nada.

Me lo digo con los ojos cerrados y me lo vuelvo a repetir.

No es nada.

Se me pasará.