Nacido en 1936 en Formiga (estado de Minas Gerais), sería un error considerar a Silviano Santiago un escritor “regional”. Extremadamente cosmopolita por vocación, por formación y por destino, la obra de Silviano se deja leer como una de las experiencias más interesantes de la época de la cultura reticular (por oposición a la época de las culturas “territoriales”). No en vano, puesto a escribir sobre su propia vida, Silviano elige como epígrafe unos versos de Carlos Drummond de Andrade que dicen: “Una calle comienza en Itabira, que va a dar a cualquier punto del mundo. Por esa calle pasan chinos, indios, negros, mexicanos, turcos, uruguayos”. Es el mundo entero lo que convoca la poesía del gran poeta mineiro y la poesía es para él una manera de atravesar el mundo y la modernidad. Lo mismo para Silviano.
Silviano Santiago pertenece a una generación de intelectuales y artistas nacidos en la década del treinta y que comenzaron sus carreras profesionales en la década del cincuenta, cuando en la práctica ya era imposible sostener los antiguos paradigmas académicos y también estéticos (aun cuando esos paradigmas fueran los del imponente modernismo brasileño). Por eso, la generación de la que Silviano participa es decisiva en la transformación de la literatura, el arte y la cultura del Brasil.
Silviano estudió Letras, como muchos otros compañeros de camino (chinos, indios, negros, mexicanos, etc.). Él mismo ha observado que, “por razones difíciles de precisar”, no pocos de esos profesores, investigadores y administradores de la vida académica
no quedaron satisfechos con la ya gigantesca tarea para la que fueron solicitados y que atendieron diligentemente. Abandonaban periódicamente el lenguaje del rigor científico y el raciocinio lógico y frío del análisis textual para adentrarse en el campo de la creación literaria. Algunos de los más destacados poetas y prosistas en la literatura brasileña de hoy tienen formación universitaria en Letras, hecho también inédito entre nosotros, ya que para las generaciones anteriores fueron principalmente las Facultades de Derecho las que sirvieron de semillero para los futuros escritores.
Perseguidos por fuerzas oscurantistas (es decisivo el papel del golpe de Estado en 1964 para todos ellos) o sencillamente movidos por cuestiones personales, muchos de esos coetáneos encontraron en la experiencia en el extranjero la fuerza necesaria para imprimir una nueva vitalidad en la cultura de su patria. Pero la inquietud que iba a llevarlos a un cuestionamiento total de las tradiciones heredadas venía ya de mucho antes.
En el caso de Silviano, no es casual su definición del universitario como
el de alguien que osa, en determinados momentos, trascender los muros disciplinares de la institución con el deseo de lanzarse en proyectos creativos complementarios que muchas veces acaban por cuestionar los criterios rigurosos y las reglas de decoro del juicio propiamente académico.
Ya en su más extrema juventud había participado del Centro de Estudios Cinematográficos de Minas Gerais y, con algunos compañeros, codirigió una revista de vanguardia, Complemento (de la que aparecieron 4 números y que editó además 3 libros). Joven literato, los primeros ejercicios de crítica realizados por Silviano tomaron, sin embargo, al cine como objeto: en los periódicos O Diário y Estado de Minas, en la Revista de Cinema, que llegó a tener circulación internacional, dato importante porque prenuncia su doble actuación futura: “llevé a la Universidad el deseo de no abandonar una carrera pública que construía en el campo vivo de las manifestaciones artísticas”.
En la Facultad de Filosofía colaboró en la revista del Centro de Estudiantes, Mosaico. Junto con tres compañeros de estudios (Affonso Romano Sant’Anna, Teresinha Alves Pereira y Domingo Muchon), publicó su primer libro de poemas, Cuatro poetas. Por esos años (hablamos de 1959) traduce Fin de partida de Samuel Beckett que, paradójicamente, es el comienzo de un juego infinito que Silviano sostendrá con la literatura francesa y que lo llevará a descollar, como crítico, en el campo de las literaturas comparadas.
Un golpe de azar puso a Silviano frente a un desconocido manuscrito de André Gide (las treinta primeras páginas, escritas currente calamo, de Los monederos falsos). Ese encuentro fortuito selló de golpe la forma en que estructuraría su carrera profesional (un pie en la investigación y otro en la creación): el trabajo de decodificación y establecimiento del texto (“ocasión única para observar de manera concreta las angustias de creación en un novelista notable”, anota) se articuló de manera decisiva con sus propias preocupaciones narrativas de esa época (las novelas cortas que saldrían en el volumen Duas Faces y la primera versión de una novela futura, O Olhar).
Luego sucedió lo inevitable: el doctorado en la Sorbonne (precisamente sobre André Gide) y una vertiginosa carrera docente en los Estados Unidos y Canadá, su disidencia política durante la dictadura brasileña y el regreso a su país.
Poeta, crítico, novelista, promotor de nuevos paradigmas disciplinares (el estructuralismo, las literaturas comparadas, los estudios culturales), Silviano Santiago es también uno de los grandes divulgadores de la cultura y el arte brasileños en todo el mundo: presentó muestras de arte modernista (en particular de Lygia Clark, tan importante y tan presente en Stella Manhattan) y exhibiciones de cinema novo, tradujo y compiló la literatura brasileña en los Estados Unidos y en Alemania, participó en debates sobre la relación entre cultura y política. Silviano es uno de los primeros intelectuales que reflexiona de manera sistemática sobre la censura y la represión en el campo de las artes durante la dictadura de los años setenta; analiza el imaginario mesiánico (de Euclides da Cunha a Glauber Rocha) y las constantes del imaginario patriarcal en la literatura brasileña.
¿Cómo se lee la obra crítica de un escritor? ¿Cómo se lee la obra literaria de un profesor? Después de un largo silencio después de sus dos “libros de aprendizaje”, Silviano vuelve a publicar literatura. Un libro de poemas, Salto, y uno de cuentos, O Banquete (los dos en 1970). En ambos se lee una preocupación para adecuarse a los estándares de la escritura vanguardista vigentes en ese momento. Uno de los problemas más graves que se le presentan a un profesor que quiere producir literatura reside en el hecho de no poder deshacerse de un estilo de escritura rancio y conservador. Silviano fue consciente (y así lo demuestran sus libros de entonces) de que debía reaccionar radicalmente a esa inercia: hacer pie en su propia contemporaneidad para proponer una verdadera investigación de los lenguajes artísticos. Ninguno de sus libros, a partir de entonces, puede leerse como una aplicación servil de tal o cual teoría o una reproducción mecánica de tal o cual corriente estética hegemónica. Como ya había descubierto en Gide, el verdadero escritor es aquel que asume la sentencia que dice: “Je suis un être en dialogue, tout en dialogue, tout en moi combat et se contradit”. Diálogo y contra-dicción: hay que entender cada libro de Silviano no tanto como ejercicio de estilo sino como ensayo de dicción.
O Olhar es una novela (reescrita en 1972 a partir de una primera versión de diez años antes) sobre la mirada del “mineiro”, entendida como el rasgo de mayor violencia de una cultura re-examinada sin ninguna idealización. En 1978 Silviano publicó una colección de poemas, Crescendo durante a guerra numa província ultramarina, donde utiliza por primera vez, de manera consciente, el registro autobiográfico: poetiza la infancia de su clase hacia el final de los años treinta. Pero el individuo aparece como una “masa amorfa y ventrílocua” (escribe Silviano) porque el mapa de la infancia está hecho de citas, parodias y pastiches.
A comienzos de la década del ochenta, Silviano publicó la que acaso sea su novela más conocida, Em Liberdade, que recibió el Prêmio Jabuti en 1982. Se trata de una obra límite, que mezcla en partes iguales el ensayo biográfico, la crítica y la ficción a partir de la escritura de un falso diario íntimo del gran escritor comunista Graciliano Ramos. La novela se deja leer, además, como un vasto fresco sobre las relaciones entre el intelectual y el estado autoritario en el Brasil, con contrapuntos narrativos hacia el pasado (los desmanes coloniales en Vila Rica, en el siglo XVIII) y el futuro (la represión en San Pablo en los años setenta).
De 1985 es Stella Manhattan. Si la oposición entre libertad y autoritarismo era lo que ponía a andar la novela anterior de Silviano, en esta se plantea la utopía de la liberación (y su antítesis, la represión). La acción se ubica hacia finales de la década del sesenta en Nueva York, donde se reproduce microscópicamente toda la política brasileña de la época.
Que la fábula suceda en Manhattan no es casual: así como París era la capital del siglo XIX, Nueva York fue la capital del siglo XX y, como tal, un mandala en el seno del cual coexiste a una velocidad de vértigo (la misma velocidad que Silviano imprime a la novela) todo lo posible. Además, puerto galáctico, Nueva York tritura todos los lenguajes para transformarlos en una lengua nueva, una panlengua hecha de retazos, jirones, neologismos (precisamente la que Silviano elige para escribir su novela): lo que se llama imaginación pop.
Han pasado más de veinte años desde entonces y, sin embargo, Stella Manhattan se deja leer con la misma inocencia. Es un documento de época, desde ya: por sus páginas desfilan las minorías sexuales y raciales y sus demandas políticas, la guerrilla urbana (en la impresionante interpretación de Marighella), el papel de Cuba en la región, los nuevos mecanismos de represión, las alianzas entre intelectuales progresistas y conservadores en América latina y en los Estados Unidos, Woodstock, el sadomasoquismo. Pero a diferencia de El beso de la mujer araña de Manuel Puig, novela de la cual podría decirse que Stella Manhattan es su “precuela”, el lector encontrará mucho más que el placer de asomarse a un mundo desaparecido para siempre. Todo, en esta novela de Silviano, todavía nos interpela. Por ejemplo, la calesita infame de las sexualidades disidentes, mucho más compleja (y por lo tanto, más “fresca”, más al alcance de nuestro propio pensamiento) que en cualquier otra novela de la época.
Cada capítulo de Stella Manhattan presenta las piezas (más o menos desordenadas, más o menos reconocibles) de un rompecabezas que sigue la lógica paranoica que funcionaba como suelo común de la razón política brasileña después del golpe de 1964. Pero esa paranoia que permite interrogar el modo en que se desarrollan (al mismo tiempo) lealtades sexuales y políticas no es ajena al tiempo que hoy estamos viviendo. Como tampoco es ajeno a nuestro presente la incerteza de las identidades, la otredad, el laberinto de las apariencias, las extrañas alianzas entre autoritarismo político y modernismo estético.