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Mi fútbol

El fútbol es lo más importante

de lo menos importante.

Este es el esquema que siempre me ha ayudado a hacer entender a los clubes, a los cuerpos técnicos, a los jugadores, a los aficionados y, por último, a los periodistas deportivos qué era para mí el fútbol. Los padres fundadores lo pensaron como un juego ofensivo y de equipo:

QUÉ ES EL FÚTBOL PARA MÍ

—Un espectáculo deportivo donde se debe divertir, convencer, vencer.

—Una victoria sin mérito no es una victoria.

CÓMO SE REALIZA

—El club: que tenga un proyecto ambicioso, organizado, moderno y con objetivos claros.

EL CUERPO TÉCNICO

—Una brillante idea de juego, capacidades educativas y didácticas, con perfeccionismo y sensibilidad.

EL JUGADOR

—La persona, la motivación, la inteligencia, la conciencia de la colectividad, el temperamento, la velocidad, el talento y la técnica.

CÓMO SE TRABAJA

—Sobre la didáctica colectiva y de juego para adquirir una técnica individual a través del equipo y el juego.

—No a una técnica circense, se parte del equipo y del juego para llegar al individuo; no al revés.

—No a un fútbol defensivo, individual y especializado.

—Formar un grupo que se transforma en un equipo a través del posicionamiento, la comunicación y la conexión.

—Una interacción técnico/táctica/psicológica.

—Todos deben participar y conocer las fases de ataque y de defensa, todos deben trabajar con y para el equipo, en todo el campo y todo el tiempo, once jugadores en posición activa con y sin pelota.

—Cuanto más compacto sea el grupo, más se ayudará al individuo y se facilitará la técnica y la colaboración.

—Simular en los entrenamientos todo aquello que ocurrirá en el partido; solo así el jugador no se encontrará desprevenido y tenso.

—Corregir significa mejorar.

—Velocidad y adversarios son las dificultades del partido, pasar de lo fácil a lo difícil, de lo simple a lo complejo para alcanzar una situación similar al encuentro.

—La alineación para ser eficaz debe modificar el pensamiento y orientar los comportamientos de aprendizaje y transformación.

OBJETIVOS

—Mejorar al muchacho y al jugador.

—El fútbol colectivo.

—El fútbol total.

—Solo en el protagonismo se crece.

—Ser el dominus de la situación.

—Ser los dueños del campo y del balón.

—Ganar con respeto, perder con dignidad.

El Milan de esos cuatro años consiguió interpretar de la mejor manera mi idea de juego. Mi sueño era entrenar a un equipo que jugara con personalidad, que quisiera ganar siempre, convencer y divertir. Dueño del campo y del balón. Lo repito, una victoria sin mérito no es una verdadera victoria.

Para mejorar la técnica, la convicción, la fantasía y la autoestima de los futbolistas consideraba fundamental el dominio del balón.

Siempre he creído que solo en la construcción y con la posesión de la pelota se podía realizar completamente todo esto. Y por eso era importante ante todo tener a las espaldas un club que compartiera mis ideas, una institución seria, fiable, inteligente y competente, y que contratase a hombres con pasión, amor y generosidad. Por tanto, ante todo está la persona con su compromiso y motivada en busca de la excelencia; luego la funcionalidad del proyecto. De ser posible, un jugador que sea complementario para la idea del equipo, y solo después que tenga talento. Siempre he pedido a los futbolistas una implicación total. Decía: «O se da todo, o nada».

Siempre he interpretado el papel del entrenador pensando que mi tarea era como la del autor y el director de orquesta en la música o la del guionista y el director en una película. Creía profundamente en mis ideas, una convicción total que a través de la comunicación y el trabajo intentaba transmitir a los futbolistas. Como el fútbol es un deporte de equipo, empezaba precisamente por el concepto de equipo, que se forma únicamente a través de una interacción entre el componente humano y el técnico-táctico. Un espíritu de equipo elevadísimo era fundamental, como la gasolina para un coche. La voluntad y el conocimiento producen sinergia y multiplican las soluciones y las certezas.

Partía del equipo para luego ir al juego, que consideraba como el motor para el coche o la trama para la película. El juego puede ser como la trama: escaso, suficiente u óptimo, depende del talento, la claridad, la capacidad didáctica, la sensibilidad y las intuiciones del técnico. Los jugadores son los intérpretes que no conseguirían transformar una mala trama en una gran película. En un equipo que juega mal, también parecen mediocres los campeones. Un ejemplo es el Real Madrid de 2005-2006 con sus numerosos ganadores del Balón de Oro, un equipo que Di Stéfano catalogó de «feo y aburrido». Las correcciones en los entrenamientos y la elección de los ejercicios más idóneos para llevar a cabo la teoría son fundamentales. Todo lo que no se corrige en los entrenamientos supondrá un obstáculo para la óptima elaboración del juego.

La sensibilidad y la claridad del entrenador marcan la diferencia (una ópera lírica es prácticamente igual para todos, pero, si la dirige Muti, resulta mejor). La sensibilidad no se copia; los ejercicios sí.

Sin embargo, añadía que habrían copiado el ejercicio, pero no mi conocimiento y sensibilidad. Naturalmente, sé que hay muchos entrenadores que interpretan este papel de manera distinta, pero yo os estoy contando mi idea del fútbol, sin tener la presunción de pensar que solo existe este camino: sin embargo, siempre he creído que el fútbol nace de la mente y no de los pies. Decía: «¿Puede nacer algo de los pies?». ¡Deteneos cuando se dice que alguien «piensa con los pies»! Siempre he considerado que era más fácil y sencillo mejorar los pies que la cabeza.

Nunca he renegado de nuestra historia futbolística; es más, ha sido importante porque ha enseñado a los jugadores la concentración casi mística, la atención y la pasión por la victoria. Todas cualidades que permiten una competitividad y una capacidad de aprovechar al máximo lo poco que se crea. Sin embargo, nunca he pensado que, si se dejaba la iniciativa y el juego al adversario, nuestros futbolistas desarrollaban completamente técnica, fantasía y autoestima. Siempre he tratado de dotar de un estilo, de una identidad a todos los equipos que he entrenado, desde los aficionados de cuarta (semiprofesionales) y tercera, a las secciones juveniles, o los profesionales de segunda y primera. Como también a la selección y a las selecciones juveniles de 2010 a 2014. Siempre prescindiendo de la calidad de los individuos, he trabajado para que el equipo y el juego fueran lo más importante. Me ha ido bien, nunca he sido destituido y las plantillas que he entrenado jamás han descendido.

Para lograrlo, lo repito, partía del equipo, del juego que le daba; más allá de la fiabilidad de los intérpretes. Siempre he privilegiado a los equipos jóvenes y llenos de entusiasmo porque son sinónimo de frescura y ganas de hacer y de aprender, aunque poco expertos y espabilados, inadecuados para un fútbol preferentemente defensivo, pesimista y miedoso.

Los equipos que he entrenado en distintas categorías con intérpretes de valores diversos siempre han jugado como protagonistas. Eran ellos los que estaban al mando. Tal idea maravilló a Berlusconi cuando el Parma, que militaba en segunda, se enfrentó con el gran Milan.

Habían entendido, como antes los jugadores de Fusignano, el Alfonsine, el Bellaria, el primavera del Cesena y de la Fiorentina, el Rimini y el Parma, que la clave para mejorar su calidad y las posibilidades de alcanzar éxito era el propio juego. Para mí, los jugadores del Milan eran los mejores del mundo, ¡pero fue el juego el que los llevó a realizarse completamente! ¡Todos mejoraron! En el anterior campeonato, los rossoneri habían quedado quintos, empatados con la Sampdoria, habían encajado veintiún goles.

En mi alineación titular que ganó el campeonato de 1987-1988 había nada menos que ocho futbolistas que habían jugado el año anterior; solo tres refuerzos: Colombo (del Udine descendido), Ancelotti y Gullit. El gran Van Basten tuvo varias lesiones y jugó apenas tres encuentros enteros. La misma defensa (Giovanni Galli, Tassotti, Filippo Galli, Baresi y Maldini) tan solo encajó doce goles (hubieran sido dos menos si no nos hubiera caído esa sanción tras el partido con la Roma).

La nueva didáctica se centraba en la fase de no posesión. Era una zona de presión que había modificado completamente la ortodoxia del fútbol italiano en general, hasta entonces basado en el marcaje al hombre, con una defensa siempre protegida por un líbero; eran equipos pesimistas: más volcados en la destrucción que en la construcción; era un fútbol miedoso, con muchos jugadores al borde del área y que no afrontaba al adversario en todo el campo porque estaba en inferioridad numérica; siempre con uno o dos jugadores preparados en la cobertura. Luego se esperaba marcar un gol de contragolpe, una invención del número diez o un error del adversario.

El fútbol que yo quería era activo también en la fase de no posesión; los jugadores debían ser protagonistas gracias a la presión. También las referencias eran distintas: para el fútbol italiano, la principal referencia era el adversario; la lucha era uno contra uno. En mi fútbol, lo primero era el balón, luego el compañero y después el adversario. Se buscaba una defensa colectiva y se iba al marcaje o a cubrir el espacio. La inteligencia, la atención, el posicionamiento y la capacidad de decisión eran básicos; había que evitar la lucha uno contra uno; se marcaba, en cambio, colectivamente, gracias a secciones conjuntas que se movían de manera ordenada y sincronizada. La fuerza que producen once hombres nunca podrá alcanzarla nadie individualmente. Se hacía un ejercicio de diez o quince minutos con el portero, más los defensores, contra un equipo de once compuesto por Van Basten, Gullit, Donadoni, Massaro, Ancelotti, Rijkaard, etc., en todo el campo. Poquísimas veces los once marcaban gol. Decía a Van Basten, que apostaba conmigo y pagaba siempre el champán: «Mejor cinco organizados que once sin una línea de juego».

Nos ejercitábamos también en la fase de no posesión para los bloqueos y las colocaciones preventivas, además de para la presión, algo casi desconocido en nuestro campeonato. La presión exige un equipo compacto y organizado, tiempos de ataque y marcaje escalonados; a la vez, por otro lado, es preciso deslizarse y cubrir con diagonales. El problema consistía en hacer correr hacia delante a futbolistas que desde siempre corrían hacia detrás. Hacia delante solo se corre si se está organizado y se sabe cuándo y cómo hacerlo. El objetivo era estar siempre en superioridad numérica cerca de la pelota.

La presencia de Gullit me fue muy útil, como los ejercicios para cambiar la mentalidad, que no se compra y no se crea sin la determinación del grupo; nos ejercitábamos mucho también con las selecciones juveniles para mantener un equipo compacto y que se moviera como un solo hombre, simulando y corrigiendo situaciones análogas a las que encontraríamos en los partidos. A los futbolistas italianos lo nuevo les asusta; sin embargo, cuando están convencidos, lo interpretan mejor que los otros, que en la fase de no posesión muchas veces son imprecisos. Se hacían ejercicios con los colores para habituarlos a moverse simultáneamente y en sincronía: se llamaba a un color (cada color significaba un balón) y todos se movían adelante, atrás o lateralmente con sus compañeros y llegando a la vez.

La distancia longitudinal entre la línea de los defensas, de los centrocampistas y de los delanteros no debía ser superior en general a los diez o doce metros por línea, mientras que la distancia en anchura entre centrocampistas y defensores, para formar un bloque y coparticipar en el juego, no debía ser casi nunca superior a los seis o siete metros. Sin la pelota, cuando el balón lo tenía el rival, nos ejercitábamos para cubrir el espacio y correr atrás, así como cuando el equipo sufría un contragolpe y estábamos en inferioridad numérica se debía correr; luego, cuando la situación cambiaba, había que encontrar los tiempos justos para la presión. De este modo, pasábamos de una situación negativa a una positiva, y creábamos cierta descompensación en los adversarios. Tener una defensa alta permitía mayor espacio y tiempo para posicionarse correctamente.

Saber escalonarse hacia delante o lateralmente, tener dominados los tiempos de la presión como de la cobertura, jugar sin tener siempre un defensor fijo más atrás, que cubre, según el sistema puro, buscando la superioridad numérica en defensa a través de la organización y el movimiento: todo eso requería mucho esfuerzo y concentración de los jugadores, para no estar en inferioridad numérica en el centro del campo.

En el despeje, la línea de defensa debía subir rápidamente (difícil también con los muchachos, porque tienen miedo, no están habituados a verlo ni siquiera con los mayores). El concepto es: ser compactos para mejorar la colaboración y la conexión. Tener once jugadores activos con o sin la pelota; solo así se siente que el grupo, que el bloque está unido.

En mi fútbol, estaba antes la capacidad de juicio y el sentido de la posición, la capacidad de prevenir; la parte física y la técnica para mí siempre han sido medios, nunca fines.

También la técnica era colectiva. Preferentemente, se debía adquirir a través de situaciones de juego y simulación. El entrenamiento, para ser verdaderamente útil, debe hacer experimentar durante la semana todas las situaciones que se encontrarán en el partido; teniendo en cuenta que en las situaciones inéditas solo habría desconsuelo y tensión. Se ha de tener muy claro que el entrenamiento, para ser eficaz, no puede olvidarse del adversario y ha de ejecutar los movimientos a toda velocidad.

En la fase de posesión preparaba muchos ejercicios (también con las selecciones juveniles). En la fase defensiva, un portero más cuatro defensores contra seis u ocho u once adversarios. Luego 1+4+2 contra 11, 1+4+4 contra 11. Al final, once contra once contra el segundo equipo, que debía tratar de salir desde atrás tocándola o jugando con el portero.

Entrenábamos una presión defensiva en nuestra mitad de campo, ofensiva ocho o diez metros más allá de la mitad de campo y ultraofensiva en el área adversaria. Con las divisiones juveniles, apenas perdida la pelota, se buscaba la presión inmediata; encontrábamos muchas dificultades por el atávico miedo generado por la tradición y el no saber qué hacer. Entrenaba también todos los aspectos defensivos, del movimiento colectivo a la presión, al fuera de juego, al marcaje entre dos, a los marcajes escalonados, a las luchas uno contra uno, a los despejes y al rápido repliegue. Solo a veces se hacían ejercicios individuales. Y lo subrayo de nuevo: el fútbol es un deporte de equipo, no individual. Partía de los once y del juego para enseñar una técnica ya relativa a las situaciones del partido.

No quería perder tiempo. A través de ejercicios de juego, entrenaba la técnica colectiva de los jugadores; así no debían aprender primero la técnica individual y luego introducirla en los once y más tarde en el juego. El fútbol ha cambiado radicalmente cuando se ha pasado de una técnica individual a una técnica colectiva. Antes se quería hacer «uno más uno, más uno, más uno…» para llegar a once. Yo partía de los once para llegar a uno.

Por tanto, además de las ventajas antes citadas, se podían realizar de la mejor manera los bloqueos y las colocaciones preventivas, ser cortos y estrechos. La presión y los bloqueos preventivos permiten correr menos, ahorrar energía; los sprints son breves y se evita una larga carrera hacia atrás de todo el equipo. Si se bloquean de inmediato los contraataques rivales a través de la presión, se crean las condiciones necesarias para completar unas transiciones letales, que son lo mejor del fútbol italiano ofensivo. Para hacerlo, se necesita una gran capacidad organizativa y de juicio, así como un conocimiento que solo se obtiene a través de un trabajo largo, fatigoso y paciente. Les pedía a mis jugadores y al club paciencia, porque los milagros no existen.

En la fase defensiva y de posesión, me parece fundamental que el equipo sea corto y estrecho. En la fase de posesión, mi sistema de juego se basa en los sincronismos y en los tiempos. Dejamos espacios. Es complicado llegar en movimiento. Pero también resulta más difícil de controlar por parte de los adversarios. La distancia entre quien tiene la pelota y los receptores no debe ser superior, en general, a los doce o quince metros. Si la distancia es mayor, el pase será menos preciso, casi siempre alto, lento, y el receptor estará aislado. Además, el defensa, cuanto mayor sea la distancia, menos teme ser atacado por la espalda… y tiene treinta o cuarenta metros para anticiparse.

El pase a diez o doce metros es fácil, no exige una técnica demasiado exquisita. Los desmarques, los tiempos, las distancias y una recepción correcta beben de una buena técnica. Todos colaboran y pueden recibir. El movimiento es breve y no exige demasiado gasto de energía. El modo en que se recibe la pelota, de cara o de espaldas a la portería rival, marca la diferencia, tal como recibirla quietos o en movimiento. He aquí por qué el equipo debe ser estrecho, para luego tener espacios y jugar en profundidad por la banda.

Salvo los cambios de juego, los pases deben ser a ras de suelo y rápidos.

Los desmarques y las fintas son importantes para recibir la pelota más cómodamente, para la planificación del pase y de quien recibe (hacer una finta demasiado pronto o tarde complica la recepción y la situación técnica). Cuanto mejor se recibe la pelota, con buenos desmarques, más aumentan la fantasía y la velocidad, cosa que una buena técnica facilita. Los desmarques pueden ser individuales o de grupo (uno va y uno viene, cruce, uno corta y otro detrás).

El compañero con la posesión de la pelota debería tener varias soluciones para elegir la más ventajosa y crear más problemas al adversario. Yo deseaba que el poseedor tuviera siempre cuatro-cinco posibilidades de pase (un lateral, uno atrás y adelante, o bien dos laterales, uno adelante y uno atrás).

Si al compañero con la pelota se le presiona, el que está más cerca no debe cubrir el espacio, sino ir en su ayuda. En los ataques por el centro, los dos puntas entraban en profundidad, o uno iba a ayudar, mientras que el otro se desmarcaba en profundidad a sus espaldas, con un centrocampista detrás de los dos atacantes. En los ataques laterales: cerca del área, uno o dos ayudaban al jugador en la banda, y tres o dos se preparaban para recibir el centro; el de delante decidía dónde ir y los otros seguían, atacando uno el primer palo, uno el segundo palo; el otro debía ir por detrás (llegar en movimiento y con anticipación).

Siempre quería un mínimo de cinco jugadores más allá de la línea de la pelota y un buen posicionamiento para impedir los contraataques adversarios. Si el equipo adversario presionaba, los jugadores sabían cómo cambiar de juego. En especial internacionalmente, donde casi todos los equipos presionan, es importante trabajar en el entrenamiento tácticas para salir de la presión. Es fundamental poder desarbolar la presión del contrario.

Entre los ejercicios más frecuentes estaba el once contra cero para la fase ofensiva, donde exigía velocidad en los pases, en los desmarques; los jugadores debían imaginar que los marcaban. Todos debían estar en movimiento y actuar con los tiempos de los pases justos: recepción correcta de la pelota, alternar ataques laterales y ataques centrales. Hacerlo en velocidad después de una primera fase de calentamiento es imprescindible cuando no está el adversario.

Creaba simulaciones de juego con reglas siempre diversas para habituar a los jugadores a estar atentos.

Por ejemplo ¿el equipo es largo? Obligarlos a pases a ras de tierra; si no lo hacían, penalti a favor de los rivales.

¿El equipo tira poco a portería? En un espacio de 50x40 metros hacía jugar con un toque y disparo, un regate, un toque y disparo.

¿El equipo tiene demasiado la pelota? Juego el partido a un toque… y así sucesivamente.

Creaba otros ejercicios con los disparos y los centros, simulando las acciones, con algunos adversarios en los centros y en la banda, y siempre con tres atacantes que acosaban la portería. Siempre he pensado que entrenar la mente era lo más importante.

Para habituarlos a cabecear, se jugaba solo con la cabeza en un campo reducido. Esto porque debían acostumbrarse a cabecear en el partido y no solos: de este modo, a través de una técnica colectiva mejoraba la individual.

Siempre he activado muchas posesiones, pero orientadas (equipo alineado con cada uno en su papel) y siempre en superioridad numérica (por ejemplo, un portero más dos defensores, o un portero más cuatro contra cuatro adversarios).

Dar una alternativa a la posesión para que en el partido mis jugadores practicaran una posesión no pleonástica, que no fuera un fin en sí misma, era importante. La posesión es válida si es la premisa para el ataque en profundidad: saber mover la pelota rápidamente y luego encontrar la acción y el espacio para el ataque es vital cuando se encuentra el resquicio adecuado.

La técnica se entrena, también con los muchachos, a través del movimiento y en general en grupos, pero aún más en las posesiones. Creo que es importante enseñar una técnica a través del juego de manera global y no analítica.

Michels, grandísimo entrenador holandés, me decía: «Vosotros, los italianos, sois extraños, enseñáis la técnica separada del juego. Nosotros enseñamos cómo debe ser en el partido. Sería como enseñar a nadar poniendo a los futbolistas sobre una mesa y explicándoles que deben alternar el movimiento de los pies y de las manos. Nosotros los echamos al agua».

A Gullit, gran campeón en los partidos de tenis, nadie lo quería en el equipo; en los ejercicios técnicos individuales era mediocre. En el partido, en cambio, era buenísimo en todos los gestos técnicos: conducción, disparo, pase, cabezazos, regate, choque. Había adquirido una técnica de juego y no de circo.

Hacíamos muchas posesiones, muchos rondos, pero en movimiento, sabiendo cuándo y dónde posicionarnos para el desmarque. El entrenador debe intervenir y corregir todos los errores. Cuando Pep Guardiola llegó al Bayern, los jugadores hacían el rondo quietos y él dijo: «No me parece que el fútbol se pueda jugar estando quietos, os estáis habituando a lo que nunca sucederá en el partido. No solo perdemos el tiempo, sino que es contraproducente».

Yo quería partidillos con reglas, posesiones, rondos y ejercicios de grupo. Disparos, centros. Y había que hacerlos cada vez más a la velocidad del partido y luego también metiendo, a veces, adversarios en inferioridad numérica, como ocurre en la realidad de cada encuentro.

También la preparación física se realizaba cada vez más con el balón y cada vez más a través de partidos y ejercicios. Un ejemplo: un trabajo anaeróbico puede hacerse en seco (sin balón) con repeticiones, pero también con partidos en presión de una duración de dos, tres minutos (por ejemplo, partidos en una mitad de campo: portero + un organizador + cinco atacantes contra portero + un líbero + cinco marcajes al hombre). Las reglas son que el organizador y el líbero no marcados solo tienen dos toques; los otros, toque libre, y nadie podrá obstaculizar al organizador o al líbero. Se hacen acciones tipo partido 1:12 para habituar a todos a atacar y defender, si uno regatea al propio adversario, solo el líbero o el organizador pueden intervenir y hacer marcaje entre dos. Para mejorar los contraataques formaba tres equipos de seis contra seis en una mitad del campo, mientras otros seis esperaban en la otra mitad. Si el equipo de los seis atacantes pasaba la mitad del campo, se enfrentaba con los otros seis; si perdían la pelota, trataban de que los rivales no superaran la mitad del campo. Ganaba el equipo que hubiera marcado más goles.

También para habituar a la presión se hacen partidillos pensados para la ocasión. En los partidos de presión ponía portero + tres jugadores contra tres jugadores + portero en un campo restringido de 40 x 25 metros por un tiempo de tres o dos minutos. O bien portero + cuatro contra cuatro + portero, o portero + uno contra uno + portero durante dos minutos (y estos partidillos eran de verdad letales). Muchos de estos ejercicios se hacían en la jaula, donde la pelota no salía nunca. Yo estaba encima de una silla con el megáfono y gritaba, y los incitaba y les decía qué debían hacer. Los corregía, los espoleaba, los ayudaba a jugar uno contra uno. Ancelotti estaba casi siempre contra Rijkaard, un monstruo físicamente. En el ejercicio del portero + uno contra uno + portero, un día me dijo: «Míster, ¿qué he hecho de malo para que me castigue con Frank?».

O bien, la potenciación de las piernas y de la elevación se puede hacer en seco, pero también con un partido (si es posible, sobre tierra o césped sintético, donde se puede golpear solo de cabeza): se hacían veinte o treinta elevaciones con el balón.

Los sprints breves se pueden efectuar con un rondo donde quien está dentro debe atacar siempre la pelota durante seis o siete segundos; por tanto, esprinta con el balón como ocurrirá en el partido. Los sprints de diez, veinte, treinta metros se pueden hacer poniendo a los cuatro defensores que contrarrestan más allá de la mitad del campo y los cuatro defensores saltan hasta la mitad del campo orientándose con la pelota chutada. Y así los demás roles, para habituarlos a correr siempre en relación con donde se encuentra la pelota.

Con los años he recogido carpetas enteras de materiales, con fichas y ejercicios orientados a hacer mover al equipo, con ejercicios y reglas que luego daban sus frutos los domingos en los partidos. Todos eran ejercicios con el objetivo de entrenar mental y físicamente a través del balón y el juego. Era el resultado de la investigación cotidiana, del desarrollo de las ideas y de la reelaboración de conceptos que se debían concretar en el partido. Y este trabajo debe hacerlo el entrenador.

El fútbol ha ofrecido un pequeño grupo de genios de las ideas y de la táctica, así como un denso ejército de arribistas con escasas convicciones y conocimientos que tratan de seguir las modas del momento. Existe una tercera vía, la de los entrenadores ligados al pasado, que lo defienden orgullosamente. Son técnicos que no inventan ni transmiten a la posteridad una idea.

Yo siempre he buscado la innovación y la investigación, con un trabajo de estudio y de reflexión enorme para poder llevar a cabo mi idea del fútbol, haciendo un esfuerzo inimaginable para convencer al club, a los jugadores, a los aficionados y a los periodistas de las bondades de mi proyecto.

Ganar el campeonato italiano de primera división era solo la primera meta. Por aquel entonces, sin embargo, no podía imaginar adónde llegaríamos, los objetivos que lograríamos, los reconocimientos en todo el mundo. Muchos de mis jugadores han disfrutado de una larga carrera. Todo ello ha exigido por mi parte un esfuerzo físico y mental que me agotó y desgastó muy pronto. Es como la llama que da una gran luz, se apaga enseguida, pero, sobre todo, ilumina el cielo.