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«Un día por delante»

Necesitamos un nuevo modo de pensar
para resolver los problemas causados
por un viejo modo de pensar.

ALBERT EINSTEIN

Siempre he tenido una gran pasión por la didáctica. Enseñar la belleza y el espectáculo del fútbol me ha hecho sentir plenamente satisfecho. La mía ha sido una vida a la carrera, en busca de la perfección. Siempre he estado tan concentrado en mi trabajo que al final he descuidado la salud; en casi treinta años, he acumulado tal estrés que también el físico se ha resentido. Al regreso de España, tenía que operarme un hombro, tenía algunos tendones maltrechos, las caderas por rehacer, hernias en la espalda… En resumen, estaba muy mal y necesitaba reposo y tranquilidad.

Cuando, en 2005, la Universidad de Urbino me concedió el doctorado honoris causa en ciencias y técnicas de la actividad deportiva, supuso todo un honor y una gran emoción. Y con mayor razón para alguien que, como yo, dejó pronto los estudios. Me considero un hombre afortunado: sin ser futbolista me convertí en entrenador, y sin entrar nunca en una universidad, me he convertido en doctor. Y, sin beber y sin haber hecho ningún curso, me he convertido también en sommelier.

Al lado del magnífico rector de la Universidad Carlo Bo de Urbino, estaban caras conocidas del Milan, como Filippo Galli, Franco Baresi, Carlo Ancelotti, Mauro Tassotti y muchos otros jugadores; de la selección estaban presentes Pietro Carmignani y Vincenzo Pincolini; del Parma, Luca Baraldi y Daniele Zoratto; del Real Madrid, Emilio Butragueño; y luego Alberto Zaccheroni y el presidente de la Fiorentina, Andrea della Valle. Gianni Letta, subsecretario de la presidencia del Gobierno, también me honró con su presencia.

Fuera había un público de estadio: quinientos muchachos con bufandas y pancartas del Milan colgadas en los balcones.

Empezó Galliani:

—Antes de Arrigo estaba el fútbol a la italiana, luego llegó la revolución, aquel Milan habría merecido el doctorado.

—El fútbol del futuro será solo esto, practicado por un equipo capaz de jugar en todo el campo y todo el tiempo —dije por mi parte. Y concluí diciendo que estaba de veras emocionado y honrado—: He estudiado poco y solo sé hablar de fútbol.

Con una parte de la prensa no he tenido relaciones fáciles. Entre los periodistas, como he dicho, he creado dos facciones: los pro y los contra Sacchi, que alguna vez incluso han llegado a las manos en la tribuna. He provocado discusiones al límite de la pelea, he cambiado también la jerga del fútbol, con los famosos «contraataques», las «colocaciones preventivas», los «marcajes preventivos», con lo que he incidido también en su liderazgo lingüístico. He inventado un léxico del fútbol adecuado para mi didáctica y mi modo de jugar. Mis detractores no han podido aceptarlo. También entre ellos había algunos muy preparados y otros que lo estaban menos, periodistas que escribían entendiendo qué estaban haciendo y otros que, aun viendo un fútbol espectacular, agresivo y dominante, estaban en mi contra por razones futbolísticas o a veces incluso políticas, como ocurrió en el Mundial. Durante treinta años, he estado en el centro de las polémicas. Ahora podía estar, con tranquilidad, del otro lado de la barricada.

Me gusta escribir. En todos estos años, he escrito centenares de artículos, me gusta contar los partidos desde el punto de vista técnico, con honestidad, sin exagerar, con tono sosegado, confiando en dar a todos aquellos que leen mis artículos alguna idea interesante. El largo trabajo hecho con los futbolistas, enseñando durante años una manera de pensar y de jugar un fútbol distinto, se ha volcado así en los artículos de periódico. Hablo de los jugadores, de sus cualidades y de sus limitaciones, juzgo sus tácticas, sugiero con discreción lo que deberían hacer los entrenadores si yo fuera su asesor. Hablo de encuentros, de perspectivas… Todo con una escritura firme, sencilla, pero que deja ver cosas entre líneas, con la intención de recuperar así en el periodismo una forma de educar al público deportivo y a la afición. Espero poder ayudar a los lectores a comprender mejor el fútbol.

También estoy muy agradecido a Mediaset, que me ha convertido en comentarista televisivo; en el mundo árabe soy comentarista de Al Jazeera-beIN. Entre 2006 y 2007 escribí algunos artículos para El País en España. Además, hace ya más de diez años que tengo una sección, «En el banquillo», en la Gazzetta dello Sport. Es un trabajo que me gratifica mucho, que me permite hablar de fútbol, que me sirve para educar al público en una visión de este deporte como espectáculo.

Y dado que el deporte es el espejo de la sociedad llevo la experiencia del vestuario a las empresas como ponente en congresos, donde cuento que, al igual que en el fútbol, también en una empresa se parte de un grupo y se acaba en un equipo gracias a la pasión, al amor por el trabajo y al respeto por la firma en la que se está, en la que todos han de tener un objetivo común.

Nunca he olvidado mis inicios en la fábrica familiar. Aquella experiencia que me formó no solo en el carácter, sino que también me hizo profesional, gracias al sentido del deber que dejó en herencia mi padre, pero sin perder de vista la belleza de perseguir los propios sueños. Hoy procuro transmitir todo esto a los ejecutivos, a los que obsequio con mi larga experiencia didáctica, contando cómo he gestionado los egos de un vestuario, las relaciones con el público y con la prensa, con los propietarios y los demás directivos del club.

Doy la vuelta al mundo llamado por las federaciones nacionales de fútbol de países como la República Checa, Ucrania, Eslovenia, Canadá, Estados Unidos, España, Holanda, Polonia, Brasil, Colombia, Paraguay, Costa Rica y Suiza. A menudo también he rechazado algunas invitaciones.

En el 2000 me llamaron de Inglaterra para dar algunas clases sobre fútbol. En uno de estos encuentros estaba presente también Mark Hughes, entonces entrenador de Gales, luego del Manchester City. Me hizo una pregunta. Quería saber cómo me las había apañado para forjar un equipo como el Milan en un país como Italia, en el que se juega un fútbol defensivo, donde, si el campo tuviera una longitud de dos kilómetros, todos se encontrarían en los últimos veinte metros. «Pero ¿cómo lo ha hecho?», insistió.

Le respondí que nuestro fútbol era el fruto de un club ambicioso, competente, que tenía principios sanos y, sobre todo, respetaba los roles. Y de un entrenador que había elegido y contratado a los mejores intérpretes, los más adecuados para el juego que tenía en su cabeza. Habíamos elegido jugadores que iban a funcionar en nuestro sistema, habíamos trabajado mucho. Y es preciso subrayarlo: lo hicimos con una idea del fútbol alejada de la tradición italiana. No es que la desconociera, al contrario, sino que creía que se podía ir más allá. Solo quería ensanchar la visión y las posibilidades de jugar de otro modo. Para mí el fútbol tiene que ver con el concepto de equipo, que no desconoce la belleza del juego, sino que hace de ella un valor. La victoria es importante, pero también lo es el espectáculo. Hay un público que paga y quiere divertirse cuando viene al estadio. Es una cosa que no puede olvidarse. Quería un equipo casi arrogante en el dominio del juego: si perdíamos la pelota, quería recuperarla a toda velocidad, acosando al adversario con la presión, para luego atacar de inmediato. Quería el dominio del balón y del campo; para hacerlo debía dejar de lado a jugadores que podían ser muy buenos, pero que resultaban poco funcionales para el juego; en cambio, debía elegir a los que se adaptaban mejor a mi visión. Nunca he menospreciado el talento individual, simplemente no quería jugadores solistas y ases que no jugaban para el equipo y con el equipo. Debían poner su talento a disposición de los demás, pues luego el juego habría exaltado sus cualidades. Y todo esto he podido hacerlo gracias a un club que me lo ha permitido.

Así respondí. En Italia nunca me han hecho una pregunta semejante. Nuestra presunción es hija de la ignorancia, por eso seguimos sin entender, sin saber y, sobre todo, sin crecer. Paradójicamente, mi fútbol y mi modo de pensar este deporte han alcanzado más éxito en el exterior que en Italia. El deporte y el fútbol son una escuela de vida: alimentan la pasión, la constancia, el espíritu de sacrificio, la colaboración, el respeto, la educación, la dignidad, el valor, la voluntad, la atención, la perspicacia, la intuición y la cultura en general, incluida la de la derrota, que refleja la capacidad de saberse realizado a través del compromiso y el trabajo y no solo a través de la victoria. El fútbol debería transmitir todos estos valores a una sociedad que atraviesa, sin duda, una crisis moral. Estos son valores que crean el grupo, el equipo. Porque sin ética no hay equipo. Y si no hay equipo, no hay juego y no hay diversión. Y no se alcanzan resultados en el fútbol internacional.

Donde quiera que haya trabajado siempre me han vuelto a llamar (Rímini, Parma, Milán), señal de que mi trabajo ha sido apreciado por su seriedad y coherencia. Aún hoy, Berlusconi y Galliani me han ofrecido que siguiera colaborando con ellos. Para mí en el Milan la puerta está siempre abierta.

Así ha sucedido con la selección. Cuando, en 2010, me ofrecieron trabajar para las categorías juveniles de la federación, acepté de inmediato: podía aportar mi experiencia de cuarenta años también a los jóvenes, transmitirles algunos conceptos fundamentales sobre qué es el fútbol como juego ofensivo y como espectáculo. He trabajado con los primaveras del Cesena y la Fiorentina, he entrenado a equipos de muchachos, por lo cual tener la responsabilidad de la sección juvenil de la Selección me parecía la mejor manera de transmitir mi experiencia a las nuevas generaciones. Enseñar, por ejemplo, cómo el sentido del deber, la generosidad y la ambición (que no se debe nunca transformar en soberbia o en presunción) son el bagaje necesario para el futbolista de mañana, orgulloso de llevar una camiseta, la azzurra, que ha escrito páginas inmortales en la historia del fútbol mundial. La victoria se cimenta en la seriedad con que uno se prepara.

Con las secciones juveniles de la selección creamos un grupo homogéneo, de la sub-15 a la sub-21. Mi función fue elegir, seguir, actualizar, aconsejar e intercambiar opiniones con los entrenadores de los distintos equipos. Señalaba el estilo y la filosofía de juego, que debía ser común a todas las selecciones. Proponía las metodologías y la didáctica para llevar a cabo el juego requerido; presenciaba las competiciones y hablaba con los técnicos antes y después de los campeonatos. Iba a los entrenamientos; a veces gritaba y trataba de corregir los errores de bulto. Además, había un trabajo de coordinación de todos los pasos, de la convocatoria previa a la competición; creaba una planificación técnica, convocaba a los entrenadores de las secciones juveniles de los clubes. Aprovechaba toda la experiencia que había acumulado internacionalmente y trataba de ponerla a disposición de los muchachos y de los entrenadores de las selecciones.

Para hacerlo, junto con mis colaboradores, habíamos creado unas fichas de evaluación de los jugadores con notas que iban de uno a diez: 1) inteligencia, 2) personalidad, 3) voluntad y 4) técnica. Si no alcanzaban el veintinueve quedaban descartados; de treinta a treinta y uno debían revisarse; de treinta y uno a treinta y dos y medio, participaban en una segunda elección. Del treinta y tres en adelante estaban en la plantilla de la selección. Hoy aquellas fichas las reescribiría de este modo: 1) inteligencia, 2) sensibilidad, 3) voluntad, 4) temperamento y 5) técnica, teniendo en cuenta que este último aspecto es también lo que, sobre todo, se puede mejorar en el entrenamiento, mientras que el temperamento y la velocidad tienen que ver más con las condiciones naturales de cada cual: o los tienes, o no los tienes.

Aún hoy en Italia se gana el campeonato preferentemente gracias a la defensa y a las individualidades; al contrario, internacionalmente, se gana con un fútbol ofensivo y colectivo: dos modos, dos filosofías de entender el juego.

Mi filosofía era sencilla, pero, al mismo tiempo, revolucionaria, en Italia. En muchos aspectos aún no ha entrado a formar parte de la cultura deportiva de nuestro país. Pero si queremos estar a la altura de las competiciones internacionales, debemos construir un juego más evolucionado y moderno; cuanto más hagamos esto, más multiplicaremos las cualidades de los jugadores y las posibilidades de éxito. El juego no se puede improvisar o dejar a la inspiración del individuo, debe haber una idea común y un entrenamiento de base. El entrenador tiene que ser el creador; los jugadores, los ejecutantes, hábiles y dispuestos.

El problema con las selecciones es formar un equipo y no ser solo una suma de jugadores. Y solo se consigue si se juega un fútbol total con los once jugadores activos con o sin la pelota; las referencias han de ser, en este orden, la pelota y los compañeros. Y, por último, el adversario. La idea es la de ser dueños del campo y del juego con un equipo bien conjuntado y conectado; se debe recuperar la pelota de inmediato con la zona de presión y así que la posesión de la pelota crezca. La selección debe trazar el camino y ser un punto de referencia para los clubes; ha de ir un paso por delante. Un proyecto que hemos llevado a cabo en parte, y que aún tiene su valor.

Hemos propuesto algunas reformas estructurales en la federación, como la creación de centros federativos en diversos puntos de Italia, la obligación de que haya centros de formación para los clubes de primera; además, los clubes de primera y segunda han de tener responsables técnicos de las categorías juveniles, formados por medio de un curso que tenga una duración de, por lo menos, un año escolar.

Hoy se pueden proponer algunas modificaciones, pero, cuando nuestros competidores extranjeros pueden disfrutar de centros federales operativos, centros de formación en los clubes o academias y técnicos especializados que les permiten trabajar bien y con más tiempo a disposición respecto de nosotros, se hace duro ser competitivos, a pesar de nuestra historia.

Por eso he propuesto que en los equipos primavera se juegue con solo dos futbolistas que superen la edad permitida; se podría crear un torneo de segundos equipos para terminar el proceso de aprendizaje y maduración en el propio club (como ya ocurre en Inglaterra, España, Francia y Alemania) y se podría crear la categoría sub-14 en cinco o seis centros federativos periféricos (dos en el norte, uno en Coverciano, uno en Roma, uno en Nápoles, uno en el sur, en una localidad por definir) donde trabajasen algunos de nuestros técnicos con particulares competencias e hicieran actividades de scouting, además de verificación de los métodos de trabajo. He pedido a la federación un control más atento hacia los muchachos extranjeros para que los tutelen tal y como prescriben nuestras normas. He pedido que cada club tenga como responsable a un entrenador licenciado en Coverciano. Y luego que se invirtiera en y potenciar el departamento técnico con profesores cada vez más cualificados y que aumentaran los cursos de actualización para los entrenadores de base de las secciones juveniles y de los aficionados; además debería incrementarse el material didáctico. Por último, se tendría que ayudar económicamente con subvenciones a los clubes que crearan un centro de formación. Un modo de dar linealidad y uniformidad al juego.

Junto a Maurizio Viscidi y al staff de las categorías juveniles, de los directivos a los entrenadores, he tratado de modernizar el departamento más delicado de la selección, aquel que hace crecer a los jóvenes y, por tanto, en el que se basa el futuro del fútbol italiano; sin una revolución con y para los jóvenes talentos no seremos competitivos con otras naciones que ya hacen todo esto a un alto nivel organizativo, como, por ejemplo, España, Alemania, Francia, Inglaterra, Holanda y, últimamente, Suiza y Austria. Si el fútbol es el espejo del país, nuestro sueño ha de ser estar «un día por delante» respecto de los clubes y de la sociedad misma, pensando en el fútbol como en un modelo de referencia en relación a una sociedad que no aprecia sus mejores energías. Sin un buen recambio generacional, este deporte está destinado a la extinción.

Hace algunos años di la alarma sobre la presencia de demasiados extranjeros en nuestros clubes. Si me pongo a leer las formaciones de los equipos de un encuentro del campeonato o de la Copa de Italia, a veces me parece que no estoy en un campeonato italiano; cuando hay demasiados extranjeros, la historia nos enseña que nuestro fútbol y nuestras selecciones sufren un grave retroceso. Miremos, por ejemplo, al Real Madrid: es verdad que hay muchos extranjeros, pero también hay muchos españoles, a menudo procedentes de la cantera; es algo que el público exige. En Italia solo interesa ganar; si lo haces con veinticinco extranjeros en el campo, pues da lo mismo. ¿Aún se puede hablar de campeonato italiano? Italia está en el puesto número treinta del ránking europeo con el porcentaje más bajo, solo el 8,4%, de jugadores procedentes de la categoría juvenil del propio club. En cambio, Francia está en el 23,6%, España en el 21,1, Alemania en el 16,6 e Inglaterra en el 13,6. Y la media europea es del 21,4%. Haciendo cuentas, en una plantilla de veinte-veinticinco jugadores, solo uno o dos provienen de la categoría juvenil del club. El Barcelona, a la cabeza de las clasificaciones europeas, tiene en el primer equipo a quince jugadores salidos de su cantera, nada menos. ¿Qué futuro puede tener nuestro fútbol frente a tales datos? ¿Y nuestra selección? ¿Dónde están los campeones de nuestro futuro?

Hoy en día, muchos clubes de fútbol piensan más en el negocio que en el juego. Algunos clubes compran grupos de muchachos extranjeros sin ni siquiera haberlos visto jugar, los traen a Italia en grupo, pues cuestan poco; luego los revenden a otros clubes y los abandonan a su suerte. El daño moral, ético y técnico es enorme. Los chavales, que sueñan con una realidad inexistente, sufren las consecuencias psicológicas.

La presencia de extranjeros en nuestros clubes tiene pinta de ir a más y más. Italia ha sido el peor país en toda Europa, con un aumento del 12,5% del número de foráneos entre 2009-2014. Alemania, en cambio, es el país que más ha mejorado en el mismo periodo con un 11% de extranjeros. Italia tiene cinco equipos en el top europeo por número de extranjeros: el Inter está entre los peores equipos, con el 88,9%; el Udinese, con el 80; la Fiorentina, con el 79; y el Napoli con el 73. ¿Qué beneficios obtienen de ello, por ejemplo, el espectáculo, el juego y la belleza de los distintos campeonatos?

¿Será casualidad que nuestra selección en los últimos dos campeonatos del mundo haya quedado eliminada a las primeras de cambio? Si no hay orgullo nacional en los clubes, ¿cómo puede haberlo en la selección? ¿Y quién ha ganado el último Mundial en Brasil? El sistema está tan podrido que hace algunas semanas han tergiversado una entrevista mía para acusarme de racista, cuando mi historia de entrenador dice algo muy distinto. Un periodista sin escrúpulos ha sacado de contexto una frase de un discurso: una caja de resonancia a partir de la cual periodistas superficiales, arribistas y hasta con intereses políticos han cabalgado en la ola de las polémicas para hacerse ver. Solo Mattia Losi, del Sole 24 Ore, cotejó la entrevista original y pudo desmentir las acusaciones.

Al final hasta da risa. Mi historia como entrenador deja claro que es todo lo contrario. He comprado a Rijkaard para el Milan, y a Adriano al Parma, donde entrenaba a Júnior, Mbomá y Appiah. Cuando estaba en el Real Madrid, Florentino Pérez me pidió un favor; para cambiar de entrenador, llamé a Vanderlei Luxemburgo, un brasileño. Pérez, que no lo conocía, me dijo cuando lo vio:

—Estás morenito.

—Un poquito —respondí, sonriendo.

Basta de todo eso.

En Italia, desde 2010 solo hemos ganado una Champions, con el Inter: ningún finalista en otras competiciones.3 Penoso. Si se compara con el periodo entre fines de los años ochenta y los años noventa, lo que queda claro, una vez más, es cómo nuestro fútbol ya no es competitivo a alto nivel en la escena europea y mundial.

Y, así, nuestro fútbol es el espejo de una sociedad vieja, en plena crisis económica y cultural, en recesión, sin proyectos, que apuesta por el individuo y los jugadores extranjeros para poner remedio a una pobreza general de ideas. Lo que he intentado desarrollar en los años pasados con las categorías inferiores de la selección ha sido precisamente este proyecto de futuro para los jóvenes. Hemos obtenido algunos resultados que nos han dado grandes satisfacciones, como habernos convertidos en 2013 en subcampeones de Europa con la sub-21 y con la sub-17. Pero es necesario reformular todo el sistema, desde sus cimientos.

Evani, que hoy colabora como entrenador en las juveniles azzurre, ha subrayado en una entrevista mi aportación a las categorías inferiores de la federación: «Desde que ha llegado el míster Sacchi, han aumentado los stages, los partidos internacionales y las reglas. Ha querido desarrollar cierto tipo de juego, con el cual pueden aumentar los conocimientos de los muchachos. Todos nos hemos beneficiado, nosotros (los técnicos) y los jugadores. Hemos aprendido más cosas. Está mejorando también la actitud de los clubes, que últimamente han comenzado a valorarlos con más atención, aunque todavía no estamos a los niveles de los campeonatos extranjeros, donde las posibilidades para los jóvenes son mayores e incluso llegan antes».

El estrés ha ganado su partida. De día voy al gimnasio y corro en bicicleta. Me gusta salir con los amigos, ir al bar y charlar de fútbol, salir a cenar y encontrarme con el Profesor, que ahora es como un hermano para mí. Siento la necesidad de ir a un restaurante o a una pizzería con mis seres queridos, como hacen las personas normales

Deseo una vida sencilla con mi familia y los amigos de mi pueblo. Después de haber vivido tantos años pisando el acelerador, me gusta vivir tranquilo. Descanso, aún miro partidos.

En verano me traslado a Milano Marittima, donde camino por la playa y, sobre todo, corro por la pineda de detrás de casa. Leo los periódicos, escribo. Desde que tenía doce años, Milano Marittima ha sido para mí el otro pueblo, el de veraneo, donde estaba con mi familia de mayo a septiembre. Pero no es solo el lugar donde paso las vacaciones, es un lugar de afectos, de recuerdos y de trabajo: una de mis hijas hoy gestiona el hotel La Perla Verde.

En verano, en cuanto podía, corría a refugiarme en Milano Marittima, como en invierno iba a Fusignano. Es la otra parte de mi corazón. Aquí conozco a todo el mundo, y todos me piden qué me parece este o aquel futbolista, aquel partido, aquel equipo, Por otro lado, siempre he necesitado la presencia del mar. Para no hablar de los aficionados que atestan la costa durante las vacaciones. Y creo que es justo que así sea.

Cuando echo la vista atrás, me siento muy orgulloso de mi carrera de entrenador. Empecé con los aficionados, mi verdadera universidad; luego estuve un año en los semiprofesionales, tres años en tercera, un año en segunda, cuatro años con los juveniles de la Fiorentina y del Cesena. Finalmente, desembarqué en primera. He hecho toda la escalada sin haber sido nunca destituido y nunca descendí, con equipos de jóvenes que deberían haber luchado por la salvación y que, a menudo, se encontraban luchando en la cima de los distintos campeonatos.

Muchos de esos campeones del Milan han proseguido de distinta manera la difícil profesión de entrenador. Donadoni, Rijkaard, Gullit, Evani, Van Basten, Ancelotti… Eran profesores en el campo; hoy lo son en el banquillo. Todos ellos, de un modo u otro, siempre han reconocido que el trabajo hecho con el Milan a fines de los años ochenta fue fundamental no solo para su carrera de jugadores, sino también de entrenadores. Y luego están también los entrenadores que miran el juego de aquel Milan como un punto de referencia: me refiero a Pep Guardiola o Jürgen Klop, que nunca dejan de gratificarme con sus palabras, como ha ocurrido inmediatamente después de la final de la Champions League, cuando Klop, en una entrevista televisiva, afirmó: «Nunca lo he visto, pero lo he aprendido todo de él. Todo lo que soy se lo debo a él. Mi Borussia es solo un diez por ciento de su gran Milan».

He tenido la suerte, gracias a mi trabajo, de poder visitar museos, de ver grandes muestras, pues una de mis pasiones secretas es el arte. Amo la pintura, especialmente la flamenca.

Una vez, cuando ya sabía que me marcharía de España y del Atlético, en el Prado de Madrid, Pincolini y yo nos encontramos a algunos aficionados españoles que no solo se asombraron de verme en el museo, sino que me declararon todo su afecto y me pidieron que no me fuera.

No he sido un buen padre, he descuidado a mis hijas. Y ahora no quiero hacer lo mismo con mi nietecita, que nació hace tres años. Y hay otra en camino. A veces hay días en que me acuesto bajo el cielo, bajo los árboles que amo. Conozco su historia, su nombre en latín, sus características. Me gustan los árboles, son símbolo de fuerza y de grandeza, se elevan hacia el cielo. Tienen una larga vida: estaban y estarán antes y después de nosotros. Nos sobreviven. Y así me recuesto en la galería y escucho la brisa que mueve las frondas. Un sonido maravilloso que solo la vida y la naturaleza te saben dar.

Las grandes cabeceras deportivas en papel cuché que se publican en el exterior continúan dedicando grandes reportajes a la idea de mi fútbol y a hablar de mi revolución: en Francia, Sofoot dedicó nada menos que catorce páginas a mi historia y a la del Milan.

Otra satisfacción fue la de haber ganado dos veces consecutivas el «Sembrador de Oro», en 1988 y en 1989, y que de Times me nombrara el mejor entrenador italiano de todos los tiempos y el undécimo del mundo.

He recogido mucho en poco tiempo. La vida me ha dado emociones, la compañía de mi mujer, el afecto de mis hijas, los ochenta mil hinchas rossoneri que cantaban mi nombre en el último partido con el Milan, después de cuatro años de victorias, o el abrazo con Franco Baresi, que, viniendo hacia el centro del campo, comenzó a llorar porque había fallado el penalti, o la alegría de Van Basten cuando marcó el penalti contra la Estrella Roja, o la victoria sobre el Real Madrid por 5-0 después de un partido perfecto, o el gol de Baggio contra Nigeria en el último minuto, o el autocar que arropaba la multitud de aficionados en Barcelona antes de la final contra el Steaua… He vivido momentos extraordinarios.

He dado mi vida al fútbol, y el fútbol me ha correspondido proporcionándome la alegría de una vida plena de emociones indescriptibles. Estoy seguro de que mi hermano Gilberto, al que dedico este libro de memorias, ha disfrutado y ha sufrido, ha reído y se ha divertido como yo durante mi larga carrera. Era hincha del Milan; estoy seguro de que durante todos estos años me ha seguido desde allí arriba, como un espectador más.

Mientras escribo y reflexiono sobre todos mis recuerdos, mi nietecita me lanza la pelota. Quiere jugar conmigo. Y entonces vuelvo a ver a mi padre cuando, aquel día de hace tantos años, en verano, me regaló el primer balón de mi vida. Cojo el balón y me voy con ella al césped de casa, se lo lanzo y ella le da una patada, luego sonríe, feliz, y corre a mi encuentro.

Yo la cojo en brazos y la alzo al cielo.