El fantasma del jardín de infantes

Sinceramente no sé cómo comenzar a contarles esta historia por varios motivos. El principal es tratar de contar todo sin dar nombres ni detalles específicos, ya que hay una familia que aún llora a su muerto y mucha gente que trabaja en el jardín de infantes de este terrible suceso. Lo que me lleva necesariamente a contarla es la veracidad de lo sucedido, porque esta vez fui partícipe de los hechos, hechos que aún pueden ser comprobados por cualquier alma inquisitiva como la mía.

Hace algunos años se suicidó un personaje público en Mendoza, vamos a llamarlo Pedro. Hay varios rumores sobre su suicidio, los cuales no vienen al caso, lo que sí les puedo comentar es que la tragedia sucedió en la planta alta de su casa, que hacía las veces de oficina de trabajo.

Pedro era un ferviente radioescucha y amante de los animales. Cada vez que se encerraba en su oficina con Felipe, su gato, encendía el dial y transcurrían las horas.

El caso conmocionó la provincia, la familia aún hoy no ha hecho público el motivo de tan drástica decisión. Se dice que padecía una enfermedad terminal, que había sido engañado por su esposa, e incluso se comenta que previo al suceso hubo una intensa discusión con un colega suyo. Pedro decidió suicidarse. Lo que olvidó fue que los suicidas quedan en el umbral de la vida y la muerte, vagando errantes en un limbo, valle de la muerte, con un pie en cada mundo.

La familia al muy poco tiempo vendió la enorme casa por motivos obvios y a un precio casi irrisorio, como para quitársela de encima rápidamente. En el lugar se abrió un jardín de infantes el cual al poco tiempo se llenó de alumnos debido a lo residencial y céntrico del barrio.

En el piso de arriba abrieron varias aulas, entre ellas la oficina de la directora, quien siempre era la primera en entrar y la última en irse. En esa oficina de la directora era donde Pedro se había quitado la vida.

La historia oscura me llegó a través de una persona cercana a mí que trabajaba en el jardín como maestra. Ella me contó que los niños veían a un señor vestido de negro paseando por el pasillo. A esta amiga mía le vamos a poner el nombre de Alba.

Cada vez que los chicos le decían “Seño, seño, ¿Quién es ese señor?” Alba se daba vuelta y no encontraba a nadie. Al principio relacionó todo con la imaginación de los niños, por eso no contó nunca nada. Pero con el tiempo las irrupciones del supuesto “señor” por el pasillo fueron cada vez más frecuentes. Cuando por fin Alba lo contó, la directora y dueña del lugar le recomendó no divulgar lo sucedido.

El día que desapareció uno de los alumnos, la situación llegó a su límite. Fue cuando Alba me contó la historia. Los nervios del personal buscando al niño por todos lados eran desesperantes. La directora no quería llamar a la policía para no alarmar a los padres, y las maestras habían colapsado por lo ocurrido. A último momento, cuando ya estaban por hacer la denuncia, Alba encontró a su alumno en el sótano de la casa. Entre retos y llantos, Alba y la directora le preguntaron al niño como había llegado ahí abajo, si la puerta de entrada al sótano estaba cerrada con llave. Llave que, por cierto, la directora guardaba en un cajón de su escritorio. Éste contestó que el “señor de negro” lo había llevado de la mano y le había dicho que se quedara a esperarlo, que le traería un regalo. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven maestra, quien al instante fue citada a una reunión en privado en el despacho de la directora. Bajo amenaza le pidieron que el hecho no trascendiera. Las llaves del sótano habían desaparecido del cajón de la directora.

Lo que comenzó a ocurrir después fue que los niños veían un gato entrar por las ventanas de las aulas. Ya no eran solamente los de la sala de Alba, sino que eran todos los alumnos del jardín. Me contó que observaba con nervios y miedo cuando todos los niños se paraban a saludar al animal en la ventana al tiempo que ella no veía absolutamente nada.

Una mañana de invierno se empezó a escuchar una radio en la oficina de la directora, comenzó suave, como el ruido de un aparato viejo. Luego el sonido empezó a aumentar, hasta que se hizo bastante molesto para mantener a los alumnos concentrados. Alba me comentó que lo que se oía parecía ser una especie de discurso político, una voz vitoreada por varias voces. Llegó un punto en el que la radio se escuchaba muy fuerte y Alba decidió ir hasta la oficina de la directora para pedirle que bajara el volumen. Al llegar la habitación estaba cerrada. La chica golpeó una vez, volvió a golpear y nada, llamó a la directora y nada. Luego de un rato se asustó pensando que quizás la mujer se podía haber desmayado y comenzó a llamarla fuerte, sin gritar, por miedo a que se asustaran sus alumnos. Las demás maestras salieron al pasillo y vieron la cara de nervios de Alba llamando a la puerta, tratando de no gritar, al tiempo que les hacía gestos con las manos pidiendo ayuda. La llamaron al unísono y nada, golpearon más fuerte y no se oía respuesta alguna, la radio ya estaba a un volumen insoportable.

Entonces subió un celador que dijo que sentía los discursos de la radio desde el patio y vio que las maestras estaban desesperadas intentando abrir la puerta, por lo que él, tan preocupado como ellas, la abrió de un golpazo con el hombro. El ruido se mezcló con el volumen de la radio que se cortó en seco al abrirse la puerta. La habitación estaba vacía. Entraron todos para ver si la directora estaba en el baño privado de la oficina pero no, no había nada. Estando todos adentro, apareció mirando con asombro la puerta destrozada de su oficina la directora que venía de la calle de hacer trámites. Jamás tuvo una radio en la habitación. La siguiente semana puso su oficina en la planta baja, y dejó la habitación donde supuestamente sonaba la radio como una despensa de materiales.

Una tarde, ya oscureciendo, Alba me llamó desesperada. Los papás de un alumno llegaban de viaje y estaban un poco demorados, le habían pedido a la maestra que se quedara con su hijo a esperarlos en el jardín porque no tenían a nadie que lo pasara a buscar. Luego de una hora de espera la directora le dio las llaves de la entrada a Alba y le pidió que los esperara y que cualquier cosa la llamara a su casa. La chica bajó al hall y se quedó con el niño. Cayó la noche y calló al silencio... se empezó a escuchar la radio desde arriba de las escaleras. La maestra alzó al niño al tiempo que éste señalaba hacia arriba y decía “mire, seño, ahí está el señor con el Felipe”. Salió al patio y me llamó.

Por una cuestión legal las maestras no pueden esperar a los padres del niño en la vereda del jardín, si pasa algo les pueden quitar la matricula, así que Alba tenía que permanecer allí dentro obligada y sentía terror, además todas sus cosas se habían quedado en el piso de arriba.

Cuando llegué los padres del alumno se iban con su hijo, pero Alba tenía las llaves de su auto, de su casa y su portafolio arriba, en el primer piso. No se había animado a contarles nada a los papás pero tampoco se había animado a subir ella sola a buscar las cosas.

Yo ya había averiguado al respecto de aquella casa y sabía un poco más de la historia, incluso del suicidio, por lo que realmente estaba muerto de miedo, aunque no le quise contar nada a ella para no asustarla. Soy bastante miedoso y no me animé a subir solo, así que llamé a un amigo mío que vivía cerca y vino a darme una mano. Cuando llegó y le contamos lo que pasaba se burló de nosotros y no entendió porque no me había animado a subir a buscar las cosas. Entonces fuimos los dos. Comenzamos a subir las escaleras. Todo parecía tranquilo. Llegamos al pasillo. A la derecha estaba el aula de Alba y al fondo la despensa con la puerta cerrada. Entramos juntos a la sala de Alba a buscar todas sus pertenencias sin que sintiéramos ningún ruido, hasta que de pronto se comenzó a escuchar como si alguien sintonizase una radio. Las piernas me comenzaron a temblar, y le dije a mi amigo que nos fuésemos enseguida. Lo primero que hicimos al salir del aula fue mirar hacia la despensa.

La puerta estaba abierta.

Las luces del pasillo contrastaban con la oscuridad profunda de la habitación. El corazón me explotaba.

—¡Che, vámonos ya! —le grité a mi amigo.

—¡Esperá boludo, no seas cagón! No pasa nada, vení, vamos a ver… —me contestó mientras me agarraba de la manga de la campera.

—¡No! ¿Estás loco? ¡Cortala! ¡Vámonos! —le dije mientras el volumen de la radio aumentaba— ¡No me hagas esto por favor! Me siento un cagón pero estoy muerto de miedo.

—Bueno, esperame acá y bancame, que voy a ver —respondió.

Yo temblaba como nunca en mi vida, ya era tarde para decirle que no. El muy desgraciado avanzaba decidido hacia la puerta de la despensa. De pronto la radio quedó fija en el discurso que habían escuchado días atrás las maestras. Entonces llegó a la puerta, miró para adentro y se cerró de golpe, violentamente en sus narices. Salimos los corriendo desesperados, incluso no sé en qué momento bajé las escaleras. Cuando llegamos al hall mi amigo estaba blanco.

—¿Qué les pasó? ¿Qué vieron? —nos preguntó Alba.

Mi amigo se apresuró a hablar y me calló.

—No, no vimos nada, le estaba haciendo un chiste a él —dijo señalándome.

—¡No podes ser tan boludo de asustarme así! —respondí y lo miré con mala cara. Nos despedimos y cada uno se fue a su auto.

Antes de arrancar comenzó a sonarme el celular, era mi amigo.

—Te llamo para contarte. No te quise decir nada ahí porque estaba esta flaca y tenía un pánico tremendo, ella labura en ese lugar y tiene que ir todos los días, pero te aclaro que no voy más a esa casa.

—Pero pará... ¿Viste algo allá adentro? —le pregunté.

—Estaba todo muy oscuro, pero así, como entre sombras, pude ver a un viejo vestido de negro, sentado en el escritorio, acariciando un gato que tenía en los brazos.

Alba es mi amiga y se lo tuve que contar, ahí había algo funesto y no se merecía que le pasase nada raro. A los pocos días renunció. Hoy por hoy han renunciado todas las maestras compañeras de Alba… todas por el mismo motivo.

Y el jardín sigue funcionando en el mismo lugar.