CAPÍTULO 13

Dentro de una semana me ahorcarán.

Me ahorcarán por mis amigos, por mi familia y, por encima de todo, por amor. Un pensamiento que, curiosamente, no me reconforta demasiado cuando pienso en la soga que se cierra alrededor de mi cuello, en los pies que buscan el apoyo del suelo, en las piernas que se agitan, bailando en el aire.

Esta mañana no tenía ni idea. Esta mañana estaba en la Comic-Con, inhalando el aroma a perritos calientes, a perfume y a sudor; empapándome de los colores de los disfraces, de los flashes de las cámaras, de los tambores y los violines. Y ayer estaba en el insti, estresándome por una exposición para la clase de lengua y deseando vivir en otro mundo.

Cuidado con lo que deseas porque a veces la realidad da mucho asco.

—¿Violet? —oigo la voz de Nate—. Violet, ¿estás bien?

Me despierto en un lugar mullido y calentito; el sofá de casa o acurrucada en la cama. El aroma de la leña ardiendo se mezcla con el del polen, y la luz de velas impregna las paredes. Oigo voces bajas y latentes, y me pregunto si mis padres están hablando en la cocina, pero enseguida me doy cuenta de que son Thorn y Baba.

Nate se inclina sobre mí y, durante un breve segundo, regreso a mi sueño pero no se le abre ningún abismo en el pecho.

—¿Qué ha pasado? —susurro. Creo que he estado gritando porque tengo la garganta rasposa.

—Baba te ha hecho ese rollo chungo que hace de absorberte los pensamientos y te has desmayado.

Niego con la cabeza. El inmenso espacio desierto del Coliseo, el cuerpo de Rose chocando contra el suelo, las sogas vacías... Los recuerdos me llenan la mente hasta que el cráneo parece un cedazo, incapaz de contenerlos.

—¿Violet? ¿Qué pasa? —pregunta Nate.

Me dispongo a explicárselo, pero Thorn levanta la voz en ese mismo momento.

—¡Me niego a creerlo! —exclama.

Baba, que vuelve a estar en su silla, con los iris verde manzana bien ocultos tras los párpados sellados, le coge las manos entre las suyas.

—Es ella, Thorn —las mismas palabras que le decía en el canon justo después de fusionar su mente con la de Rose.

Nate se vuelve hacia mí con expresión maravillada.

—¡Están hablando de ti!

—Ella es la que salvará a los impes —continúa Baba—. Con amor y un sacrificio desinteresado.

A la luz del fuego, la cara de Nate no es más que picos y puntos.

—¿Vas a ocupar el puesto de Rose?

Asiento en silencio. Nate se muerde el labio y pone cara de concentración.

—Pero si ocupas su lugar... —Se le retuercen los rasgos, asustado, al seguir la idea hasta su punto final. A veces me asombra su inteligencia.

—No pasa nada. —Trato de sonreír, aunque más bien me sale una mueca—. En cuanto me cuelguen seremos transportados a casa. Todos. Y no sentiré nada.

—Pero...

—Baba me ha prometido que ni siquiera me enteraré de lo que ha ocurrido. —No tengo claro si miento más por él o por mí.

—Pero Violet...

—Mejor no pensar en eso, ¿vale? Es lo que hay, hermanito.

Y entierro en alguna parte lejana del cerebro esas palabras deprimentes, aterradoras: dentro de una semana me ahorcarán.

Thorn cruza la sala en tres zancadas y me pone en pie como si no pesase más que una muñeca.

—Pues entonces ven aquí, florecilla, que te voy a resumir tu misión.

Salgo de la habitación tras él, bien cogida del brazo de Nate para estabilizarme. Estoy tan centrada en lo que me duele la cabeza y lo débiles que tengo las extremidades que se me olvida despedirme de Baba. No vuelvo a acordarme de ella hasta que oigo su voz, que nos sigue por el pasillo.

—No hace falta, Thorn, ya sabe lo que tiene que hacer.

Nate y yo esperamos sentados en un banco al fondo de la iglesia. Tiene cierto aire extraño de banco de parque porque es el único que queda; todos los demás los han retirado para dejar sitio a los escritorios y las sillas. Es el mismo banco en el que se sentaban Rose y Thorn después de su encuentro con Baba, pero el Thorn de ahora se ha quedado de pie como una estatua, echando chispas por los ojos otra vez, mientras mira la placa que hay colocada debajo de la ventana destruida por las bombas. Me quedo mirando los dedos de Nate que, como no se han molestado en volver a maniatarnos, tiene abiertos sobre los muslos. Se ven tan delicados, con esa piel todavía intacta por los años...

Un alarido apagado atrae nuestra atención hacia el fondo de la iglesia. Matthew trae a Alice hasta Thorn, medio a rastras, medio a peso. Alice arquea la espalda y clava los talones en el suelo, pero a Matthew no le cuesta lo más mínimo dominarla. Saskia los sigue con Katie, que también se resiste, pero es tan menuda que no puede contra la fuerza de Saskia.

—Sentadlos juntos —dice Thorn, sin molestarse siquiera a darse la vuelta.

Alice y Katie se deslizan por el banco para sentarse a nuestro lado. Pego mi muslo al de Katie; está temblando.

Trato de calmar su rodilla con la mano.

—No va a pasar nada —susurro, porque creo que tiembla de miedo, pero cuando contesta, pese a que la mordaza absorbe sus palabras, suena más bien cabreada.

«Menos mal que está amordazada», pienso. Katie no tiene ni idea de lo violento que puede llegar a ser Thorn, incluso brutal. Sería muy capaz de llamarlo «saco de lefa» o algo por el estilo.

Saskia y Matthew se quedan de pie a nuestra espalda y sus sombras, proyectadas sobre nuestros regazos, se fragmentan con el titilar de la luz de las velas, agitadas por la corriente.

—Sabe Dios cómo es que seguís vivos —me susurra Saskia al oído.

Thorn rodea el escritorio y se detiene al llegar al púlpito, situado en el presbiterio. Desprende un aire de importancia, como si fuese a subir los escalones de madera y ponerse a predicar, pero se conforma con un carraspeo.

—Parece que al final nuestros visitantes nos van a servir de algo.

—¿De leña para el fuego? —masculla Saskia—. Estoy segura de que chisporrotearían como si fueran chuletas de cerdo.

Thorn quita las mordazas a Alice y a Katie, con la que se entretiene algo más, mientras le roza las pecas con los dedos. Katie aparta la cara y Thorn inspira hondo, como si ese gesto le doliera. Pero el sentimiento que Katie le despierta, sea el que sea, desaparece tan rápido como había llegado; la expresión se le endurece y se limpia la mano en la chaqueta. Luego se dirige a Saskia y a Matthew, hablando por encima de nuestras cabezas.

—Violet ha aceptado hacerse cargo del papel de Rose en la misión Harper. —Saskia y Matthew se echan a reír—. Lo digo en serio.

Las risas se cortan en seco.

—Pero... ¿cómo va a sustituir a Rose? —Saskia golpetea los nudillos en el banco, como para sacarse de encima toda la frustración.

—¿Y qué más opciones tenemos? —pregunta Thorn—. Rose ha muerto, pero a nosotros nos sigue haciendo falta una impe joven y bonita que se infiltre en la mansión y se haga amiga de Willow Harper. Aquí la Florecilla es nuestra mejor baza.

No soporto que me llame Florecilla. A Rose no la llamaba así.

—Pero no sabemos nada de esta chica. —El golpeteo de Saskia suena cada vez más fuerte—. ¿Cómo sabemos que es de fiar? Ella y los imbéciles de sus amigos mataron a Rose, ¡por el amor de Dios!

Thorn parece algo inquieto, pero lo oculta con una expresión severa.

—A Rose la mataron los gemas, no ellos. El día que empecemos a echarnos la culpa por los pecados de los gemas es el día en que nos dividiremos. Sin embargo, entiendo tu inquietud, Saskia, y por eso Matthew y tú no les quitaréis la vista de encima. Os aseguraréis de que sean legales y cumplan con su cometido cada segundo de cada día.

«Maldita sea», pienso. Saskia y Matthew llevaban casi un año trabajando en la mansión Harper cuando sacaron a Rose de aquella pelea callejera y así era como escogieron a Willow como objetivo de la misión. Ayudaban a Rose a integrarse en la hacienda, le explicaban las rutinas cotidianas y le servían de apoyo en general. A nosotros, sin embargo, se dedicarán a criticarnos y a hacernos papilla si nos equivocamos.

Y tengo la impresión de que Saskia tampoco está encantada con la idea. El tamborileo hace un crescendo y cesa de pronto.

—¿Pero quién coño son estos bichos raros? —arroja las palabras como si fueran flechas—. Dinos eso al menos. Aparecen en el Coliseo, dicen ser espías y van vestidos de... ¡yo qué sé qué!

—¿En el libro es así de capulla? —me susurra Katie.

Me arriesgo a hacer una breve negación con la cabeza. Ojalá pudiera volver a amordazarla.

Thorn cambia la cara, retoma el control.

—No tengo por qué explicarme, Saskia. Los quiero a todos en el impebús mañana por la noche. ¿Estamos? No son de esta ciudad y no han trabajado nunca en Los Pastos, así que ya os podéis asegurar de que pasen por esclavos. Si les pegan un tiro por intentar cruzar la frontera sin autorización os haré directamente responsables.

Silencio.

—¿Todos?

—No, solo Florecilla y el chaval.

—No mandes al crío —dice Matthew—. Las cosas se pueden poner muy peligrosas y es muy joven...

—Tengo catorce años —dice Nate.

Thorn sonríe.

—Y está claro que Violet es muy protectora con él. Su presencia será un recordatorio constante de lo que se juega si no cumple su misión.

Pienso en la navaja apretada contra la garganta de Nate, y las palabras que me dispongo a pronunciar se me convierten en un susurro en la boca.

—¿Y qué pasa con Alice y Katie?

Thorn estudia a Katie.

—Katie es la de negro, ¿verdad?

—Sí —responde Katie.

Se entretiene mirándola tal vez demasiado.

—Muy bien, Katie, tú eres mi seguro, mi as en la manga. Si Violet cumple con su misión, si nos consigue esos secretos, vivirás. Pero si Violet huye o me traiciona o no cumple su cometido, te mataré yo mismo.

Los temblores de Katie se acentúan; me envían ondas rítmicas antebrazo arriba.

—Estás de coña... —Katie le lanza esa mirada suya, con los ojos y los labios apretados, como si estuviera en clase, enfrentándose a Ryan Bell.

—¡Katie, chis! —Le estrujo el muslo.

—¡No! —exclama, con la voz aguda de la indignación—. Si este caraculo se cree que nos puede intimidar... —No le dejan terminar. Saskia le atiza una colleja, y de las buenas, a juzgar por cómo ha sonado. La melena pelirroja se le arremolina hacia delante y casi se cae del banco.

—¡Katie, chis! —repito.

Debe de haber visto el pánico en mis ojos porque guarda silencio.

Thorn se arrodilla frente a ella, muy cerca.

—Admiro tu espíritu, Katie, pero no vuelvas a insultarme así jamás. ¿Entendido?

«Di que sí, di que sí». Me repito la frase una y otra vez, pero la pausa se estira cada vez más hasta que solo falta que se escuchen grillos, y Katie se limita a devolverle la mirada, con los labios apretados y los ojos entornados, como un pistolero preparado para desenfundar.

—¿Entendido? —repite Thorn. Se pone de pie, amenazador, y mira a Katie de arriba abajo con su único ojo. Se acomoda el parche y me recuerda al lobo de Caperucita Roja cuando oculta los colmillos tras un mal disfraz.

—Katie, por favor —susurro.

Muy despacio, asiente con la cabeza.

Thorn se pasa la lengua por el labio inferior, un destello de rosa contra su piel oscura.

—Entonces nos llevaremos bien, Katie.

—¿Y esta qué? —pregunta Saskia, clavándole un dedo en la espalda a Alice.

—¡Ah, la gema falsa! —Thorn dirige la mirada hacia Alice—. Gema por fuera, impe por dentro. Al menos su sangre es decente.

—Podríamos rajarla para comprobarlo —dice Saskia.

—Contrólate, Saskia —Thorn se echa a reír—. Necesito conservar su envoltura de gema intacta... al menos por ahora. Tengo un trabajo muy especial para ella.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Alice.

La sombra de algo malicioso cruza la cara de Thorn.

—Si te lo digo ya lo sabrías todo y entonces, ¿qué gracia tendría?