La ducha está más que helada. Se me mete el frío en los huesos, la piel del pecho se me pone azul y se me llena de manchas. Pero al menos me distrae temporalmente de los nervios. Estoy a punto de conocer a Willow. Espero un sentimiento maravilloso de anhelo, pero lo único que pienso es que compito con el fantasma de Rose... y no estoy a la altura.
Rose y Willow. Una historia de amor épica. En su primer encuentro saltaron chispas. Hubo una atracción instantánea, una conexión. Rose lo esperó en el huerto, bajo un melocotonero, sabedora de que él pasaría por allí durante su paseo de media noche, y luego atrajo su atención chillando al hacerse un corte en la mano, pero no con un chillido agudo como el de un mono, sino con un gritito en plan de despampanante damisela en apuros. Willow corrió a ver qué pasaba, y con una sola mirada a aquellos grandes ojos castaños, todo lo que sabía del mundo empezó a desmoronarse. Se había enamorado de una impe.
Cuando me mire a mí va a echar a correr en dirección contraria.
Saskia me atusa los rizos y me pellizca las mejillas, murmurando no sé qué de que Rose tenía un resplandor natural. No podría sentirme menos a la altura aunque lo intentase. Cuando ha terminado de toquetearme la cara y el ego, nos guía a Nate y a mí hacia el huerto, moviéndose por la hacienda en la oscuridad con la facilidad de un murciélago.
La hacienda Harper es grande, incluso para los patrones gema. Son cientos de hectáreas de bosques y praderas y cuidados jardines. Creo que podría perderme con facilidad, así que no me separo de Saskia, aunque su perpetuo ceño fruncido me perturba.
Cruzamos un potrero, saltamos una cerca, bordeamos la orilla de un lago... la ruta, por cierto, me parece familiar, me recuerda al decorado de la película, pero me siento tan lejos de ser una estrella de cine que no resulta real. Parece que los nervios aumentan con cada paso y ahora ocupan todo mi cuerpo y me tiemblan hasta los dedos. Empiezo a echar de menos aquella ducha más que helada.
Siempre se me ha dado fatal el otro sexo. Solo he tenido una cita, que terminó cuando me atraganté con una aceituna, y no me han besado más que dos veces. Una de ellas estaba tan borracha que apenas lo recuerdo, y la otra fue como si me metiesen un pepinillo húmedo en la boca. Cuesta mucho ligar cuando estás siempre a la sombra de Alice, el maniquí humano.
Violet la Virgen. Ryan Bell me llamó así toda la evaluación, hasta que Katie le dio un rodillazo en las pelotas y lo llamó Pajastein.
Solo de pensar en Katie y Alice creo que me va a estallar el corazón. Tengo que conseguir que Willow se enamore de mí o nos quedaremos todos aquí atrapados. La imagen de mis pies tambaleándose en el aire me invade la conciencia («dentro de una semana me ahorcarán»), pero la empujo a la zona más oscura de mi cerebro, junto con la aceituna, el pepinillo y todas mis demás inseguridades.
Saskia se detiene junto a una pérgola frondosa por la que trepa una glicinia.
—Tu mejor baza es esa, el huerto —dice, señalando más allá de la arcada—. Debería pasar por aquí en su paseo nocturno. Apáñatelas para atraer su atención, haz lo que tengas que hacer. Dios sabrá por qué Thorn confía en ti, pero si nos fallas te mataré.
«Supongo que lo de desearme buena suerte ni se lo plantea, entonces», pienso.
—Ven acá, mozalbete —dice, agarrando a Nate por el brazo—, que tres son multitud.
—No —la voz me sale un poco desesperada.
Saskia me fulmina con la mirada.
—¿No puede quedarse? Por favor, no sé si puedo hacer esto sola.
Nate me interrumpe:
—Me necesita para prepararse. Somos un equipo, ¿sabes?
A Saskia se le pone cara de asco al oír la palabra «equipo».
—Como quieras —dice y se marcha, dejándome con la horrible sensación de que está deseando que fracasemos para poder cumplir su amenaza.
Nate me da la réplica a mis diálogos, siguiendo la escena de la película. Dice las frases de Willow, e incluso pone una voz grave y masculina que lo hace parecer la chica que hacía el papel de príncipe en la obra del año pasado. Yo digo las frases de Rose y me desespero al ver lo seca que suena mi voz.
WILLOW
¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?
ROSE
No. Estoy bien, gracias. Solo es un arañazo.
Usted debe de ser Willow.
Tiene pinta de serlo.
WILLOW
¿Y qué pinta tengo?
ROSE
Es alto y esbelto. Willow significa sauce en inglés, ¿lo sabía?
WILLOW
(ríe)
¿Y tú eres...?
ROSE
Una impe nocturna cualquiera.
WILLOW
¿De verdad? No me había dado cuenta.
Por suerte, el diálogo de la película es bastante fiel al del libro, así que al menos no nos vemos divididos a la hora de escoger las frases. Mi problema es otro: las palabras han perdido todo el significado y me dan vueltas en la cabeza como si fueran una serie de sonidos inconexos. Y no me puedo creer que nunca me haya dado cuenta de lo cursis que suenan. Decirlas en alto me da vergüenza.
Levanto la mano para indicar que ya es suficiente.
—No me sirve para nada, lo siento.
—Tranquila. Total, te lo sabes de pe a pa.
Me quedo plantada junto al melocotonero, con las manos sudorosas y respirando a trompicones. Intento apoyarme en el tronco, como Rose, pero el pelo se me pega a la madera y me preocupa que la corteza me deje marcas en la frente.
—Creo que no voy a poder —mi voz parece perderse hacia arriba, entre las hojas y las ramas.
—Claro que puedes —replica Nate.
—Pero Rose y Willow... son como Edward y Bella, como Lancelot y Ginebra, como Tristán e Isolda...
—Como la rana Gustavo y la cerdita Peggy.
Me echo a reír, pero solo un segundo.
—¿Y si no le gusto? —Ojalá no hubiera hecho esa pregunta, porque, incluso en la oscuridad, la cara de Nate se convierte en un espejo en el que se refleja mi ansiedad.
Pero se recompone y sonríe.
—Claro que le gustarás. Tú cíñete al guion, di tus frases e intenta estar... medio bien. No te tires un cuesco, ni te hurgues la nariz, ni te pongas a babear.
—Pero ¿y la conexión?
Nate recita una frase del libro.
—«Y tras el más breve de los encuentros, Willow supo que podría recorrer la tierra el resto de su vida sin encontrar otra alma que lo hiciera sentir tan completo. Era como si hubieran nacido el uno para el otro».
—Nate, te juro que no estoy ahora para oír esas mierdas.
El reloj de la torre da la medianoche y yo me imagino un telón que se levanta.
—¿Estás lista? —dice mientras me entrega una navaja.
La navaja. Con los nervios se me había olvidado por completo que tenía que hacerme un corte. Menos mal que Nate se ha acordado. Debe de habérsela cogido a Saskia de camino hasta aquí.
Me la pongo sobre la palma abierta. «Soy Rose; soy fuerte e indómita». Aprieto los ojos y me obligo a clavármela en la mano, pero mi brazo titubea a medio camino, como una marioneta indecisa.
—Violet —sisea Nate.
El pánico me obliga a abrir los ojos.
—No puedo.
—Pues no te queda otra; es el canon.
—Pero no soporto el dolor.
Las campanadas cesan, se ha levantado el telón y aquí sigo, bamboleándome como una marioneta y sin sangrar ni una pizca.
—¡Venga, tía! —Nate se me agarra al mono y susurra con tono apremiante—. Tienes ovarios de acero. Piensa en Rose, piensa en Tris, piensa en Katniss.
Abro la palma, ahora empapada en sudor.
—Ovarios de acero, ovarios de acero —repito como un mantra, dejando que suba la adrenalina. Y justo cuando estoy a punto de asestarme un navajazo a ciegas, esperando acertar en la mano, no sé cómo, oigo unas ramitas que crujen.
—¡Es él! —Nate se esconde detrás de un tronco cercano y el huerto absorbe sin problema su delgada silueta.
La necesidad empuja la hoja hacia abajo en un elegante arco, pero me echo atrás en el último momento y aparto la mano. La punta de la navaja me alcanza en el pulgar y me sube por la muñeca un dolor agudo, como de un picotazo.
—¡Au! ¡Mierda de navaja!
Se me cae (con la empuñadura por delante) en un pie. A medio saltito me acuerdo de que Rose adoptaba una pose seductora, apoyada en el árbol, y yo casi le doy un cabezazo al tronco con el ímpetu.
Willow aparece en escena. Me agarro el pie con una mano y la cabeza con la otra, el corazón quiere salírseme del pecho y creo que estoy farfullando un montón de palabrotas. Pero cuando le miro, todo se detiene. Se me vacía el corazón y lo olvido todo: la misión, mis inseguridades, mis piruetas sobre un pie... solo lo veo a él.
Se parece un poco a Russell Jones (tiene los mismos pómulos marcados y los mismos labios gruesos) pero sus ojos son más amables, como dos balsas de cobre fundido. Parece de estructura más delicada y se le marca menos la nuez, lo que le da un aire más femenino. La película no le hacía justicia. Ni siquiera mi imaginación le hacía justicia. El hombre que tengo ante mí es un Adonis. De pronto me doy cuenta de lo llena que está la luna y del aroma a manzana y a humo de leña, de que el aire fresco se me atora en la garganta.
—¿Estás bien, te has hecho daño? —Su voz suena como las campanadas del reloj: grave y lírica, pero distante, en cierto sentido. Se acerca con pasos largos, lentos y sinuosos. Se le han desabrochado dos botones de la camisa de lino blanco, que dejan entrever un triángulo de piel color miel. Me quedo helada, incapaz de parpadear, incapaz de respirar. Se para tan cerca que podría tocarlo. Incluso en la oscuridad se distingue la calidez de sus colores: ojos de cobre, piel de miel, cabello de caramelo... como un rayo de luz en la noche. Una rápida inspiración me trae el aroma de su aftershave. Cítricos y cilantro.
Me sé mi frase, pero los pensamientos se me enredan. Abro la boca, pero no me sale ni un suspiro.
Willow estudia mi cara un momento. En el libro se supone que piensa en hadas de los bosques o ninfas o algo así, pero yo me siento incomodísima con mi mono, más como un trasgo que como un hada.
Oigo una tosecilla que sale de un árbol cercano. Me siento tan alejada de la realidad que ni siquiera me extraña que un árbol tosa. Tengo ante mí al auténtico Willow, preocupado, perfecto, cálido... normal que la flora tosa. Pero no es la flora, es Nate. «Me toca dar la réplica».
Por fin mis neuronas empiezan a hacer sinapsis y se me desbloquea la garganta.
—No. Estoy bien, gracias. Solo es un arañazo. —Me miro la mano y me doy cuenta, avergonzada, de que ni siquiera me he hecho sangre, pero sigo con mi diálogo de todas formas—. Usted debe de ser Willow. Tiene pinta de serlo.
Me sonríe con su sonrisa perfecta y la boca se le enmarca con dos hoyuelos.
—¿Y qué pinta tengo?
—Es alto y esbelto. Willow significa sauce en inglés, ¿lo sabía?
Se ríe y el calor de su aliento acerca el espacio que nos separa.
—¿Y tú eres...?
—Una impe nocturna cualquiera.
—¿De verdad? No me había dado cuenta. —Se me acerca tanto que casi me roza la barbilla con el pecho. Ahora mismo las palabras ya no me parecen cursis, sino románticas... perfectas. Ahora que está tan cerca me doy cuenta de lo altísimo que es y se me seca la boca. Me coge la mano y examina el arañazo del pulgar.
Le ordeno a mi voz que no se desvíe, que se ciña al guion.
—Me buscaría un lío muy grande si alguien lo viera tocarme. Ni siquiera debería hablar con usted.
Levanta la mirada para buscar la mía, sin soltarme la mano.
—Estoy seguro de que los árboles no se lo dirán a nadie.
—Tal vez las estrellas sí.
Se ríe como le corresponde.
—Voy a correr el riesgo.
Dejo que los aromas de manzana, humo y aftershave me llenen los pulmones. Todo va de maravilla. No hay ni una sola aceituna a la vista.
—¿Por qué es tan amable? Pensaba que todos los gemas eran crueles.
—Y yo pensaba que todos los impes eran necios.
—Parece que nos equivocábamos los dos. —Sonrío. Es decir, sonrío de verdad, no solo porque es lo que hacía Rose, sino porque hacer como que soy sexy y segura de mí misma me hace sentir sexy y segura de mí misma.
Me suelta la mano.
—No me vas a decir tu nombre, ¿verdad?
—No tenemos nombres, solo números. —Me doy la vuelta y me levanto el pelo para que vea el tatuaje. El frío me roza la nuca y evapora una fina capa de sudor.
Willow inhala entre dientes.
—Eso tiene que haber dolido.
Asiento y me trago una sonrisita. «Willow me está mirando el cuello».
—¿De verdad quieres que te llame impe 753811? —pregunta.
Dejo caer el pelo para que vuelva a cubrirme el tatuaje y me doy la vuelta para mirarlo.
—¿De verdad quiere saber cómo me llamo? ¿Por qué no intenta adivinarlo? —Yo jamás diría nada tan atrevido, sobre todo a un chico; es liberador.
—Rumpelstiltskin.
Me río. Tendría que haber sonado como una campanilla, pero me sale un bufido.
—Casi.
Roza la tela de mi mono, como si quisiera tocarme, pero no tuviera el valor suficiente.
Justo en el momento en que me toca, oímos el portazo de un coche. Willow se alborota el pelo con los dedos, y es todo brillo y color a la luz de la luna.
—Más vale que me vaya. —Me sonríe como diciendo «En otra ocasión» y se vuelve en dirección a la mansión.
En el canon, ese es el momento en el que mira hacia atrás y dice «¿Puedo volver a verte?». Pero no; sigue andando sin detenerse. Lo veo alejarse y las hojas y las ramas se cierran a su alrededor como si se hundiera en un pantano. Engullido para siempre. «Mira hacia atrás», grito en mi cabeza. «Mira hacia atrás y di tu frase... por favor». El miedo me inunda las venas... he fracasado en la misión. Thorn matará a Katie y nos quedaremos atrapados en este mundo para siempre. Pero por debajo del miedo se cocina otra emoción: el desencanto. No le he gustado.
Estoy a punto de admitir la derrota y se me empiezan a acumular las lágrimas calientes en la comisura de los ojos, cuando se detiene. No se limita a mirar hacia atrás, se da la vuelta. Su cara flota en la oscuridad como un corazón de bronce.
—¿Puedo volver a verte?
Me siento como si tuviera la cabeza metida en una bolsa de plástico y alguien me la hubiera arrancado. Siento náuseas y quiero boquear y dar grandes bocanadas de aire, sentir que se me ensancha la caja torácica y la sangre me vuelve al cerebro. Pero en lugar de eso, contesto con un tímido encogimiento de hombros, igual que Rose.
—Tal vez.
Willow ríe. Contemplo como el triángulo que es su espalda se aleja hasta desaparecer y me quedo inmóvil un instante, escuchando la circulación de la sangre en mis oídos.
Nate reaparece de detrás del árbol y me abraza, dando saltitos.
—¡Dios mío, Violet, cómo ha molado eso!
Yo también doy saltitos.
—¡Sí, tío!
—Lo has clavado.
—¿Has visto que me ha tocado la mano? —Siento que mi cuerpo no puede contener tanto gozo, como si se me fuera a agrietar la piel con la presión.
Nate se dispone a responder cuando se oye otra voz, familiar pero con un toque amargo.
—¿Por qué no le has dicho tu nombre directamente? Es precioso —la voz viene del cielo y durante un segundo pienso que me habla Dios mismo—. El color y la flor.
El follaje se agita y cae una lluvia de polvo, hojas y astillas.
Ash se descuelga de una rama cercana. El mono se tensa contra su pecho y sus dedos están blancos de aferrarse como garras. Aterriza a unos metros, absorbiendo la caída con las rodillas como si fuese medio gato de verdad.
—No pensaba que fueras amante de los gemas. —Despliega una sonrisa sardónica, pero su voz suena un poco herida.
Después de ver a Willow de cerca, Ash ya no parece tan mono. La nariz parece un poco grande, la sonrisa un poco torcida... pero tiene algo que lo hace muy real. Y esos ojos... Se me abre la boca de par en par.
—¡Ash! —digo al fin. Sabía que acabaría encontrándomelo, pero Rose no se topaba con él hasta más tarde, en la cabaña de los impes. Desde luego, en el canon no la estaba espiando desde ningún árbol. No sé a qué juegan esos dos hilos, pero después de tanto rato entrelazados han decidido separarse—. No esperaba verte tan pronto.
—¿Ash? —Nate sigue agarrado a mí, aunque al menos ha dejado de dar saltitos—. ¿El Ash del canon? ¿El perrillo de Rose?
Ash no le hace ni caso.
—Ya me he dado cuenta.
—¿De qué te conoce? —me pregunta Nate, pero yo tampoco le hago ni caso.
Se instala entre Ash y yo un silencio incómodo y nos quedamos mirándonos con los labios entreabiertos, como si quisiéramos decir algo pero no supiéramos cómo. Me alarma la palidez de sus ojos y siento la imperiosa necesidad de disculparme. Inicio un gesto como para cogerle la mano, pero acabo haciendo un aleteo extraño delante de mi cara. De pronto recuerdo lo inútil que soy con los chicos y la mucha falta que me hace el guion.
Por el rabillo del ojo veo que Nate está estudiando mi cara y masculla:
—¡Oh no! —Se lleva las manos a la cabeza y hace una mueca—. Esto no es canon para nada.
Yo me limito a mirar a Ash con la boca abierta mientras me sube por la garganta un revoltijo de emociones: puro placer solo por su mera presencia; incomodidad, como si mis extremidades no tuvieran nada que ver con mi cuerpo; y un sentimiento de culpa como si me hubiera pillado poniéndole los cuernos.
Nate me mira, luego a Ash y otra vez a mí.
—¡No, oh no, no, no! —Se apoya contra el tronco, como si aquello fuera demasiado para él—. ¿Pero cómo no me he dado cuenta antes? Es que no le falta ni el nombre ridículo del otro chico de la distopía: Ash, el fresno. Como Gale o Cuatro o lo que sea. —Se deja caer al suelo, con toda su alegría perdida—. Esto lo va a mandar todo a pique.